La Tierra en números rojos:
el ser humano, Satán de la Tierra
2017-08-15
El día 2 de agosto de 2017
sucedió un hecho preocupante para la humanidad y para cada ser humano
individualmente. Fue el día anual de la “Sobrecarga de la Tierra” (Overshoot
Day ). Es decir: fue el día en que gastamos todos los bienes y servicios
naturales, básicos para sustentar la vida. Estábamos en verde y ahora entramos
en números rojos, o sea, en un cheque sin fondos. Lo que gastemos de aquí en
adelante será violentamente arrancado a la Tierra para atender las
indispensables demandas humanas y, lo que es peor, para mantener el nivel de
consumo perdulario de los países ricos.
A
este hecho se le suele llamar “Huella Ecológica de la Tierra”. Mediante ella,
se mide la cantidad de tierra fértil y de mar necesarios para generar los
medios de vida indispensables como agua, granos, carnes, peces, fibras, madera,
energía renovable y otros más. Disponemos de 12 mil millones de hectáreas de
tierra fértil (selvas, pastos, cultivos) pero necesitaríamos en realidad 20 mil
millones.
¿Cómo
cubrir este déficit de 8 mil millones? Chupando más y más de la Tierra… ¿pero
hasta cuándo? Estamos descapitalizando lentamente a la Madre Tierra. No sabemos
cuándo llegará su colapso, pero, de continuar con el nivel de consumo y
desperdicio de los países opulentos, vendrá, con consecuencias nefastas para
todos.
Cuando
hablamos de hectáreas de tierra, no pensamos solamente en el suelo, sino en
todo lo que él nos permite producir, como por ejemplo, maderas para muebles,
ropas de algodón, tinturas, principios activos naturales para la medicina, minerales
y otros.
En
promedio cada persona necesitaría para su supervivencia 1,7 hectárea de tierra.
Casi la mitad de la humanidad (43%) está por debajo de este valor, como los
países donde hace estragos el hambre: Eritrea con huella ecológica de 0,4 hectáreas,
Bangladesh con 0,7, Brasil, por encima de la media mundial con 2,9. El 54% de
la población mundial va mucho más allá de sus necesidades, como Estados Unidos
con 8,2 hectáreas, Canadá 8,2, Luxemburgo 15,8, Italia 4,6 e India 1,2.
Esta
Sobrecarga Ecológica es un préstamo que estamos tomando de las
generaciones futuras para nuestro uso y disfrute actuales. Pero cuando les
llegue el turno a ellas, ¿en qué condiciones van a satisfacer sus necesidades
de alimento, agua, fibras, granos, carnes y madera? Podrían heredar un planeta
depauperado.
Tememos
que nuestros descendientes, mirando hacia atrás, acaben maldiciéndonos:
“ustedes no pensaron en sus hijos, nietos y biznietos; no supieron ahorrar y
desarrollar un consumo sobrio y frugal para que quedase algo bueno de la Tierra
para nosotros, y no sólo para nosotros, también para todos los seres vivos, que
necesitan aquello que nosotros apreciamos”. Esto nos trae a la memoria las
palabras del indígena Seattle: «Si todos los animales se acabasen, el ser humano
moriría de soledad de espíritu, porque todo lo que sucede a los animales, le
sucederá también al ser humano, pues todo está interrelacionado».
Lo
que predomina en el mundo es una perversa injusticia social, cruel y
despiadada: el 15% de los que viven en las regiones opulentas del Norte del
planeta dispone del 75% de los bienes y servicios naturales y del 40% de la
tierra fértil. Algunos millones de personas, cual perros famélicos, deben
esperar las migajas que caen de las bien servidas mesas de aquéllos.
En
verdad la Sobrecarga de la Tierra es el resultado del tipo de economía
dilapidadora de las “bondades de la naturaleza”, como dicen los andinos,
deforestando, contaminando aguas y suelos, empobreciendo ecosistemas y
erosionando la biodiversidad. Estos efectos son considerados “externalidades”,
que no afectan al lucro y no entran en la contabilidad empresarial. Pero
afectan la vida presente y futura.
El
eco-economista Ladislau Dowbor de la Pontificia Universidad Católica de São
Paulo, en su libro Democracia económica (Vozes 2008) resume el problema
con palabras claras: «Parece bastante absurdo, pero lo esencial de la teoría
económica con la cual trabajamos no considera la descapitalización del planeta.
En la práctica, en economía doméstica, sería como si sobreviviésemos vendiendo
los muebles, la plata de la casa... y creyésemos que con ese ingreso podríamos
seguir viviendo con normalidad, y que estaríamos administrando bien nuestra
casa. Estamos destruyendo el suelo, el agua, la vida en los mares, la cobertura
vegetal, las reservas de petróleo, la capa de ozono, el propio clima, pero lo
que contabilizamos es sólo la tasa de crecimiento» (p. 123).
Ésta
es la lógica vigente de la actual economía de mercado neoliberal, irracional y
suicida. De modo radical yo diría: el ser humano se está revelando como el
Satán de la Tierra y no su ángel de la guarda.
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