Cómo el patriarcado desmanteló el matriarcado
2018-02-20
Es difícil rastrear los pasos
que hicieron posible la liquidación del matriarcado y el triunfo del
patriarcado, hace 10-12 mil años. Pero han quedado rastros de esa lucha de
género. La forma como fue releído el pecado de Adán y Eva nos revela el trabajo
de desmontaje del matriarcado por parte del patriarcado. Esa relectura fue
presentada por dos conocidas teólogas feministas, Riane Eisler (Sex Myth and
Politics of the Body: New Paths to Power and Love, Harper San Francisco
1955) y Françoise Gange (Les dieux menteurs, Paris, Indigo-Côté Femmes
éditions,1997).
Según
estas dos autoras se realizó una especie de proceso de culpabilización de las
mujeres en el esfuerzo de consolidar el dominio patriarcal.
Los
ritos y símbolos sagrados del matriarcado fueron diabolizados y
retroproyectados a los orígenes en forma de un relato primordial, con la
intención de borrar totalmente los rasgos del relato femenino anterior.
El
relato actual del pecado de los orígenes, supuestamente ocurrido en el paraíso
terrenal, pone en jaque cuatro símbolos fundamentales de la religión de las
grandes diosas-madres.
El
primer símbolo en ser atacado fue la propia mujer (Gn 3,16), que en la cultura
matriarcal representaba el sexo sagrado, generador de vida. Como tal ella
simbolizaba la Gran-Madre, al Suprema Divinidad.
En
segundo lugar, se deconstruye el símbolo de la serpiente, considerado el
atributo principal de la Diosa-Madre. Ella representaba la sabiduría divina que
se renovaba siempre como la piel de la serpiente.
En
tercer lugar, se desfiguró el árbol de la vida, considerado siempre como uno de
los símbolos principales de la vida. Uniendo el cielo con la tierra, el árbol
renueva continuamente la vida, como mejor fruto de la divinidad y del universo.
Génesis 3,6 dice explícitamente que “el árbol era bueno para comer, una alegría
para los ojos y deseable para obrar con sabiduría”.
En
cuarto lugar, se destruye la relación hombre-mujer que originariamente
constituía el corazón de la experiencia de lo sagrado. La sexualidad era
sagrada pues posibilitaba el acceso al éxtasis y al saber místico.
Entonces,
¿qué hizo el actual relato del pecado de los orígenes? Invirtió totalmente el
sentido profundo y verdadero de esos símbolos. Los desacralizó, los diabolizó y
los transformó de bendición en maldición.
La
mujer será eternamente maldita, convertida en un ser inferior. El texto bíblico
dice explícitamente que “el varón la dominará” (Gn 3,16). El poder de la mujer
de dar la vida fue transformado en una maldición: “multiplicaré el sufrimiento
de la gravidez” (Gn 3,16). Como se puede ver, la inversión fue total, y muy perversa.
La
serpiente se vuelve maldita (Gn 3,14) y símbolo del demonio tentador. El
símbolo principal de la mujer fue transformado en su enemigo visceral: “pondré
enemistad entre ti y la mujer... tú le herirás el talón” (Gn 3,15).
El
árbol de la vida y de la sabiduría llega bajo el signo de lo prohibido (Gn
3,3). Antes, en la cultura matriarcal, comer del árbol de la vida era llenarse
de sabiduría. Ahora comer de él significa un peligro mortal (Gn 3,3), anunciado
por Dios mismo. El cristianismo posterior sustituirá el árbol de la vida por el
leño muerto de la cruz, símbolo del sufrimiento redentor de Cristo.
El
amor sagrado entre el hombre y la mujer es distorsionado: “darás a luz a tus
hijos con dolor, la pasión te arrastrará hacia tu marido y él te dominará” (Gn
3,16). Desde entonces se volvió imposible una lectura positiva de la
sexualidad, del cuerpo y de la feminidad.
Se
realizó así una deconstrucción total del relato anterior, femenino y sacral. Se
presentó otro relato de los orígenes que va a determinar todas las
significaciones posteriores. Todos somos, bien o mal, rehenes del relato
adánico, antifeminista y culpabilizador.
El
trabajo de las teólogas pretende ser liberador: mostrar el carácter construido
que tiene el actual relato dominante, centrado sobre la dominación, el pecado y
la muerte, y proponer una alternativa más originaria y positiva en la cual
aparece una relación nueva con la vida, con el poder, con lo sagrado y con la
sexualidad.
Su
interpretación no busca restablecer una situación pasada, sino, al rescatar el
matriarcado, cuya existencia está científicamente demostrada, y encontrar un
punto de mayor equilibrio entre los valores masculinos y femeninos para el
tiempo presente.
Estamos
asistiendo a un cambio de paradigma en las relaciones masculino/femenino. Este
cambio debe ser consolidado con un pensamiento profundo e integrador que
posibilite una felicidad personal y colectiva mayor que la débilmente alcanzada
bajo el régimen patriarcal. Pero esto sólo se consigue deconstruyendo relatos
que destruyen la armonía masculino/femenino, y construyendo nuevos símbolos que
inspiren prácticas civilizatorias y humanizadoras para los dos sexos. Es lo que
las feministas, antropólogas, filósofas, teólogas, y otras, están haciendo con
expresiva creatividad. Y hay teólogos que se suman a ellas.
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