«Señor acrecienta mi sed» Tercera
meditación. Ejercicios espirituales del Papa y la Curia
Debemos perder el miedo de
reconocer nuestra sed y nuestra sequedad. Pero… ¿cómo se mide la sed
espiritual? En la tercera meditación de los ejercicios espirituales del Papa y
de la Curia Romana que se están llevando a cabo en Ariccia, el padre Tolentino
continuó su reflexión sobre el elogio de la sed
Griselda Mutual - Ciudad del Vaticano
En la tercera meditación, en la segunda jornada de ejercicios
espirituales en los que participa el Santo Padre y la Curia romana en la
localidad de Ariccia, el padre Tolentino prosiguió con su meditación acerca del
elogio de la sed.
"Puede suceder que estamos completamente sedientos y no nos
damos cuenta. Puede parecer que todo fluye, pero que en profundidad, no sea
así". Fue la advertencia con la que el predicador prosiguió la segunda
meditación del día, la tercera desde el inicio de los ejercicios espirituales,
en la que, en primer lugar, manifestó cómo el “entrar en contacto con la propia
sed”, no sea una tarea fácil, pero que “si no lo hacemos, la vida espiritual
pierde adhesión a la realidad”. Ese fue el motivo por el cual el sacerdote
portugués señaló que “debemos perder el miedo de reconocer nuestra sed y
nuestra sequedad”. Pero… ¿cómo se mide la sede espiritual?
No intelectualizar demasiado la fe
El padre Tolentino explica que estamos, "mayormente
preocupados por la credibilidad racional de la experiencia de fe que por su
credibilidad existencial, antropológica y afectiva". Nos ocupamos más de
la razón que del sentimiento. Nos dejamos a la espalda la riqueza de nuestro
mundo emocional, mientras que en cambio, necesitamos mirarnos en nuestra entereza,
no temerla, no negarla, sino abrazarla con madurez, lucidez y confianza.
Porque es así que Dios nos mira. “Somos una mezcla de tantos componentes
emocionales, psicológicos y espirituales, y de todos debemos adquirir
conciencia”. “Dios nos ama al completo”, recuerda.
Cómo verificar el estado de nuestra fe
Una herramienta para evaluar el estado de la propia sed
"puede venir de la literatura", indica el predicador haciendo alusión
al utilizo de ésta para el análisis de itinerarios religiosos. ¿Por qué? Primero,
“porque la literatura logra generarse como metáfora integral de la vida y de
sus diversos niveles, su fin es describir la entereza, no sólo ésta o aquella
dimensión unívoca. Y la vida espiritual, progresa sólo cuando es un
revisación de la existencia en su totalidad".
Segundo, "porque otorga un conocimiento concreto, no
conceptual: tampoco la vida espiritual es una ideología o una idealización que
sobrevuela la realidad". Y tercero porque "es un instrumento de
precisión como pocos: logra poner en relación el yo y el nosotros, lo personal
y lo colectivo, la gracia y el pecado, el encuentro y la soledad, el dolor y la
redención". ¿Y la vida espiritual? Ella no está prefabricada, está
involucrada en la radical singularidad de cada sujeto.
Me di cuenta de estar sediento
Haciendo efectivo el ejemplo de la premisa anterior, el
sacerdote reflexionó sobre un texto de la escritora brasileña Clarice
Lispector, en el que narra "con la fuerza de una declaración
autobiográfica", la toma de conciencia de cuánto ella estuviese sedienta
de libertad.
“Hablar de la sed es hablar de la existencia real, [...] es
iluminar una experiencia más que un concepto, [...]es adentrarse en una escucha
profunda de la vida”, dice el sacerdote, y avisa que “puede suceder que tenemos
dificultad a admitir que estamos sedientos”. “¿Sedientos de qué? ¿De
quién?" Es la pregunta que podemos ponernos en medio de nuestra gran
dificultad a admitir que estamos sedientos. Sin embargo, no podemos hacer como
si la sed no existiera: “del ponerse a su escucha depende la calificación
espiritual de la vida”. Uno de los requisitos para recibir el agua de la vida
es estar sedientos y reconocerse como tales. "Sabemos interpretar el agua.
Pero ¿cómo interpretar la sed?"
Interpretar la sed
“Escuchar la propia sed es interpretar el deseo que está en
nosotros”: responde así a la pregunta presentada antes el padre Tolentino,
echando mano luego a la parte final del Simposio de Platón. "El
deseo - explica –es entendido como carencia y no como necesidad".
"Debemos – prosigue párrafos más adelante –distinguir el deseo de una mera
necesidad que se placa y se satisface con la posesión de un objeto. El deseo es
una carencia que no ha sido nunca completamente satisfecha, una tensión, [...]
una interminable exposición a la alteridad. Una aspiración que nos trasciende y
que no determina, como la necesidad, un término o fin".
Simone Weil, agrega el sacerdote, "revisa el discurso
platónico en clave mística", asegurando que "el deseo es bueno porque
contiene una energía que se deja orientar hacia lo alto, a lo divino", y
en ese sentido "propone una educación del deseo que nos haga vigilantes en
relación a las tentaciones de sustitución, enseñándonos, más bien, a permanecer
en lo incompleto, en el vacío y en la espera". Esto porque para Simone
Weil, no es nuestro deseo el que alcanza a Dios: si permanecemos sedientos y
deseosos, es Dios mismo quien desciende hacia nuestra humanidad para colmar de
plenitud nuestro deseo.
El padre Tolentino prosigue citando a Hegel, según el cual el
deseo humano dirigido al otro se manifiesta como un deseo de reconocimiento. Un
deseo del ser humano es el de ser amado, mirado, cuidado, deseado y reconocido.
Mientras deseamos objetos, o dejamos que a movernos sea el conseguir cosas,
títulos, premios, nuestro desear no es un "verdadero desear". Y hoy
en día - ahonda - es cada vez más claro que las sociedades capitalistas,
organizadas entorno al consumo [...] están removiendo la sed y el deseo
típicamente humanos. "Cuando el placer, la pasión, la alegría acaban en un
consumismo desenfrenando, llegamos a la extinción de la sed y a la agonía del
deseo, en el que la vida pierde su horizonte". Algo que sucede, observa
Tolentino, en nuestras culturas y también en nuestras Iglesias: un déficit de deseo.
¿Nosotros bautizados formamos una comunidad de deseosos? ¿Los cristianos tienen
sueños? ¿La Iglesia tiene hambre y sed de justicia? ¿Cómo nos ponemos ante el
sueño misionero de llegar a todos? En relación a esta "sed" que la
exhortación apostólica Evangelii
Gaudium deposita en el corazón de la Iglesia… ¿nos arremangamos o
estamos con las manos en mano?
La sed de Dios
En el final de su meditación el padre Tolentino apela al salmo
42: «Como la cierva sedienta busca las corrientes de agua así mi alma suspira
por ti, mi Dios». Una imagen que describe “la distancia física que amplía el
deseo”. Es
necesario reencontrar el deseo, dice el predicador, los cristianos y en
particular los pastores. Un deseo cuya experiencia es una condición de
mendicidad: el creyente es un mendigo de misericordia. “El deseo nos expropia de
nuestro saber acostumbrado, de nuestros diagnósticos y convicciones
consolidadas, del patrimonio acumulado que nos atora, de la tiranía de nuestros
puntos de vista absolutistas”. El deseo, según el padre Tolentino, “no refuerza
la cerrazón en el proprio yo, sino que la trasciende y redimensiona,
poniéndonos ante el Otro y su Alteridad”.
“El deseo es la brújula: nos orienta hacia Dios”. Y lo
importante, recuerda el sacerdote, "no es lo que he sido, ni lo que soy,
sino la potencialidad que Dios, el deseo de Dios, despierta en mi".
“El Papa recuerda que una de las peores tentaciones son la
autosuficiencia y la auto- referencialidad - concluye. Cuando eso sucede,
hacemos de la vida una cápsula insonorizada, que puede asemejar a una cómoda
zona de confort, pero que nos hunde en una anorexia mortal, porque el don de
Dios y de los hermanos no circula, ni nos alimentamos”.
El padre Tolentino finalizó esta meditación con la oración
de la sed: Enséñame, Señor, a rezar mi sed y a pedirte que no me la quites
o canceles rápidamente, sino acreciéntala aun en aquella medida que yo no
conozco y que sólo sé, que es tuya [...].
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