domingo, 5 de diciembre de 2021

Domingo 2º de Adviento C (05.12.2021): Lucas 3,1-6 (La palabra de Dios está dentro de cada ser viviente) y CINCO MINUTOS con la otra Biblioteca de la BIBLIA entre las manos

 

Sucedió (y sucede) en la casa de nuestro mundo

Primer domingo ya del mes de diciembre. Segundo del NAE (nuevo año eclesiástico). Y todo habla de Navidad en el ámbito en el que vivo. Luces para iluminar la ciudad de manera sorprendentemente creativa y digital y hasta económica, dicen. Belenes, Loterías, Tradiciones... Religión-Economía-Cultura, unidas. Tres realidades distintas pero con un mismo objetivo: permanecer, progresar, poder.

En el contexto de la Religión, para este domingo, se presenta la figura de Juan el Bautista. El  perdona pecados. Seguramente que esto es lo que se recuerda al encender la segunda vela de la corona del Adviento. Para realizar esta tarea sabe que es consciente de su herejía blasfema. Sólo perdona pecados el Dios Yavé  por medio de la institucionalización sacerdotal del templo de Jerusalén, la casa de Yavé. Este Juan, hijo prodigio del sumo sacerdote Zacarías, no hace lo que ha heredado de su padre. Bueno, digamos que sí lo hace porque ambos perdonan pecados. Pero el padre lo hace en el altar de los sacrificios del templo y el hijo lo hace gratis en las orillas del río Jordán. Ambos, el padre y el hijo, esperan la inminente llegada de un mesías liberador como lo fue el rey David, pero inmortal, definitivo, omnipotente. En este domingo contemplaremos a este san Juan Bautista el perdonador y el precursor de un mesías que resultó ser, después de su navidad y en su plena madurez de la treintena, un nuevo hereje judío.

Al compás de esta sugerencia evangélica me ha parecido oportuno rescatar una página del informe titulado 'El mundo de ayer'. Digo que se trata de un informe, porque es el informe que nos ofrece una persona en su propio tiempo y hablando de su manera de comprender el antes (el ayer) de lo que está viviendo. Ese antes del informe de su autor tiene una fecha muy precisa: el año 1914. Ni tú ni yo habíamos nacido aún. Y seguramente quedan muy poquitas personas en la casa de nuestro mundo que ya respiraban por entonces. 

Lucas se atrevió a escribir de su Juan Bautista como se nos lee este domingo en el Evangelio.

Zweig se atrevió a escribir de nuestro mundo, visto tal vez desde su Europa. 

Gracias a los dos por las buenas noticias de sus informes. 

A continuación se encuentran ambos comentarios.

 

Domingo 2º de Adviento C (05.12.2021): Lucas 3,1-6

Así lo comento y comparto CONTIGO: La palabra de Dios está dentro de cada ser viviente

El segundo relato evangélico que leemos en este nuevo año es Lucas 3,1-6. El domingo pasado se nos leyó el final de Lucas 21. ¿Cómo será posible que las gentes de la Asamblea litúrgica nos enteremos, en serio y de verdad, del mensaje de este Evangelista? El narrador Lucas, después de habernos contado a su manera la infancia de Jesús en los dos primeros capítulos de su Evangelio, comienza a relatarnos la misión evangelizadora de su protagonista en Galilea. Muy pronto -en Lc 3,23- nos dirá explícitamente que su Jesús tenía unos treinta años cuando fue bautizado en el Jordán por Juan el Bautista. Este momento del bautismo fue la primera ocasión en la que ambos coincidieron, según este único narrador de los hechos.

 

La liturgia eclesiástica en este tiempo del Adviento desea que se conozca la identidad y tarea de Juan, el hijo del Sumo Sacerdote Zacarías y de Isabel, su esposa. Ningún otro evangelista nos ha contado estos datos que puede que fueran así o que sucedieran de modo muy distinto. Desde que este Juan el Bautista naciera (Lucas 1,57-80) nada se sabe de él hasta este encuentro con Jesús. Bueno, este narrador Lucas nos lo resume todo de esta muy peculiar y sospechosa intencionalidad: “El niño iba creciendo y se fortalecía en su interior. Vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel” (1,80).

 

Lo que dejo escrito hasta aquí me ayuda a situarme, personalmente, ante el relato de Lucas 3,1-6 que se nos anunciará en la liturgia de este segundo domingo del tiempo anterior a la Navidad. Lucas nos sitúa en el año decimoquinto del gobierno imperial romano de Tiberio. Y es este Lucas el único que asegura que “la palabra de Dios vino sobre Juan, el hijo de Zacarías, en el desierto”.

 

A partir de este momento o ¿después de esta experiencia?, Juan recorre la región del Jordán hablando a las gentes de un bautismo que perdona los pecados. A este hecho se le llama ‘bautismo de conversión”. Se le llame así o con el nombre que sea, lo llamativo, sorprendente y provocador es que este hombre se dedicara a perdonar pecados lejos del Templo de Jerusalén y sin cumplir ninguna de las ordenanzas prescritas por la Ley. Es decir, este Juan que bautiza y perdona pecados es bastante más que un provocador, es un hereje y blasfemo para la Institución judía de la Ley de Moisés y del Templo de Jerusalén. 

 

Esta acción de perdonar pecados mediante un bautismo de agua y gratis en el Jordán por este hijo de un Sumo Sacerdote la justifica, bendice y aplaude el propio narrador cuando se atreve a afirmar que en ella se está cumpliendo una palabra escrita y anunciada por un profeta como lo fue el llamado segundo Isaías (Is 40-55). Lo anunciado entonces (siglo VI aC) se está cumpliendo en el hacer y decir de Juan el Bautista. Ahora, tú y yo, tendríamos que hablar muy detenidamente sobre esto que Lucas escribió y que podemos decir que ‘nos escribe’: “Vino la palabra de Dios”. ¿Esta palabra sigue viniendo o sólo vino Juan? ¿Vino y viene desde fuera del mundo y de las personas o desde dentro del propio cosmos y de cada persona? Creo, y así lo dejo escrito, que esta palabra está dentro de cada uno, como una semilla de vida dentro de cada viviente. Así nos lo confirmará más tarde Lucas 17,21. Carmelo Bueno Heras

 

CINCO MINUTOS con la otra Biblioteca de la BIBLIA entre las manos

Tú y yo, entre otras muchas actividades, solemos también leer. En ocasiones, quedamos sorprendidos por lo que leemos. Es más, y nos ocurre a veces, llegamos a pensar que lo que leemos nos hubiera gustado haberlo escrito nosotros mismos. Por esta sola razón, me he decidido a compartir CONTIGO, semana a semana, durante este año eclesiástico, 52 libros. 

 

Ahora, Semana 2ª: 05.12.2021

Cita de: Stefan Zweig, El mundo de ayer. Memorias de un europeo, Acantilado. Edición de noviembre de 2019, 546 páginas.

 

“Tal vez nada demuestra de modo más palpable la terrible caída que sufrió el mundo a partir de la Primera Guerra Mundial como la limitación de la libertad de movimientos del hombre y la reducción de su derecho a la libertad. Antes de 1914 la Tierra era de todos. Todo el mundo iba a donde quería y permanecía allí el tiempo que quería. No existían permisos ni autorizaciones; me divierte la sorpresa de los jóvenes cada vez que les cuento que antes de 1914 viajé a la India y América sin pasaporte y que en realidad jamás en mi vida había visto uno. La gente subía y bajaba de los trenes y de los barcos sin preguntar ni ser preguntada, no tenía que rellenar ni uno del centenar de papeles que se exigen hoy en día. No existían salvoconductos ni visados ni ninguno de estos fastidios; las mismas fronteras que hoy aduaneros, policías y gendarmes han convertido en una alambrada, a causa de la desconfianza patológica de todos hacia todos, no representaban más que líneas simbólicas que se cruzaban con la misma despreocupación que el meridiano de Greenwich. 

Fue después de la guerra cuando el nacionalsocialismo comenzó a trastornar el mundo, y el primer fenómeno visible de esta epidemia fue la xenofobia: el odio o por lo menos, el temor al extraño. En todas partes la gente se defendía de los extranjeros, en todas partes los excluía. Todas las humillaciones que se habían inventado antaño sólo para los criminales, ahora se infligían a todos los viajeros, antes y durante el viaje. Uno tenía que hacerse retratar de la derecha y la izquierda, de cara y de perfil, cortarse el pelo de modo que se le vieran las orejas, dejar las huellas dactilares, primero las del pulgar, luego las de todos los demás dedos; además, era necesario presentar certificados de toda clase: de salud, vacunación y buena conducta, cartas de recomendación, invitaciones y direcciones de parientes, garantías morales y económicas, rellenar formularios y firmar tres o cuatro copias, y con que faltara uno solo de ese montón de papeles, uno estaba perdido.

Parecen bagatelas. Y a primera vista puede parecer mezquino por mi parte que las mencione. Pero con estas absurdas ‘bagatelas’ nuestra generación ha perdido un tiempo precioso e irrecuperable. Si calculo los formularios que rellené aquellos años, las declaraciones de impuestos, los certificados de divisas, los permisos de pasos de fronteras, de residencia y salida del país, los formularios de entrada y salida, las horas que pasé haciendo cola en las antesalas de los consulados y las administraciones públicas, el número de funcionarios ante los que me senté, amables o huraños, aburridos o ajetreados, todos los registros e interrogatorios que tuve que soportar en las fronteras, me doy cuenta entonces de cuánta dignidad humana se ha perdido en este siglo que los jóvenes habíamos soñado como un siglo de libertad, como la futura era del cosmopolitismo. 

¡Cuánta parte de nuestra producción, de nuestra creación y de nuestro pensamiento se ha perdido por culpa de esas monsergas improductivas que a la vez envilecen el alma!... El día en que perdí el pasaporte descubrí, a los cincuenta y ocho años, que con la patria uno pierde algo más que un pedazo de tierra limitado por unas fronteras”.

Texto completo en las páginas 514-517.

No hay comentarios:

Publicar un comentario