Sucedió (y sucede) en
la casa de nuestro mundo
Primer domingo ya del mes
de diciembre. Segundo del NAE (nuevo año eclesiástico). Y todo habla de Navidad
en el ámbito en el que vivo. Luces para iluminar la ciudad de manera sorprendentemente
creativa y digital y hasta económica, dicen. Belenes, Loterías, Tradiciones...
Religión-Economía-Cultura, unidas. Tres realidades distintas pero con un mismo
objetivo: permanecer, progresar, poder.
En el contexto de la
Religión, para este domingo, se presenta la figura de Juan el Bautista.
El perdona pecados. Seguramente que esto es lo que se recuerda al
encender la segunda vela de la corona del Adviento. Para realizar esta tarea
sabe que es consciente de su herejía blasfema. Sólo perdona pecados el Dios
Yavé por medio de la institucionalización sacerdotal del templo de
Jerusalén, la casa de Yavé. Este Juan, hijo prodigio del sumo sacerdote
Zacarías, no hace lo que ha heredado de su padre. Bueno, digamos que sí lo hace
porque ambos perdonan pecados. Pero el padre lo hace en el altar de los
sacrificios del templo y el hijo lo hace gratis en las orillas del río Jordán.
Ambos, el padre y el hijo, esperan la inminente llegada de un mesías liberador
como lo fue el rey David, pero inmortal, definitivo, omnipotente. En este
domingo contemplaremos a este san Juan Bautista el perdonador y el precursor
de un mesías que resultó ser, después de su navidad y en su plena madurez de la
treintena, un nuevo hereje judío.
Al compás de esta sugerencia
evangélica me ha parecido oportuno rescatar una página del informe titulado 'El
mundo de ayer'. Digo que se trata de un informe, porque es el informe que nos
ofrece una persona en su propio tiempo y hablando de su manera de comprender el
antes (el ayer) de lo que está viviendo. Ese antes del informe de su autor
tiene una fecha muy precisa: el año 1914. Ni tú ni yo habíamos nacido aún. Y
seguramente quedan muy poquitas personas en la casa de nuestro mundo que ya
respiraban por entonces.
Lucas se atrevió a escribir
de su Juan Bautista como se nos lee este domingo en el Evangelio.
Zweig se atrevió a escribir
de nuestro mundo, visto tal vez desde su Europa.
Gracias a los dos por las
buenas noticias de sus informes.
A continuación se encuentran
ambos comentarios.
Domingo 2º de Adviento C
(05.12.2021): Lucas 3,1-6
Así lo comento y comparto
CONTIGO: La palabra de Dios está dentro de cada ser viviente
El segundo relato evangélico que leemos en este nuevo año es
Lucas 3,1-6. El domingo pasado se nos leyó el final de Lucas 21. ¿Cómo será
posible que las gentes de la Asamblea litúrgica nos enteremos, en serio y de
verdad, del mensaje de este Evangelista? El narrador Lucas, después de habernos
contado a su manera la infancia de Jesús en los dos primeros capítulos de su
Evangelio, comienza a relatarnos la misión evangelizadora de su protagonista en
Galilea. Muy pronto -en Lc 3,23- nos dirá explícitamente que su Jesús tenía
unos treinta años cuando fue bautizado en el Jordán por Juan el Bautista. Este
momento del bautismo fue la primera ocasión en la que ambos coincidieron, según
este único narrador de los hechos.
La liturgia eclesiástica en este tiempo del Adviento desea
que se conozca la identidad y tarea de Juan, el hijo del Sumo Sacerdote
Zacarías y de Isabel, su esposa. Ningún otro evangelista nos ha contado estos
datos que puede que fueran así o que sucedieran de modo muy distinto. Desde que
este Juan el Bautista naciera (Lucas 1,57-80) nada se sabe de él hasta este
encuentro con Jesús. Bueno, este narrador Lucas nos lo resume todo de esta muy
peculiar y sospechosa intencionalidad: “El niño iba creciendo y se fortalecía
en su interior. Vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a
Israel” (1,80).
Lo que dejo escrito hasta aquí me ayuda a situarme,
personalmente, ante el relato de Lucas 3,1-6 que se nos anunciará en la
liturgia de este segundo domingo del tiempo anterior a la Navidad. Lucas nos
sitúa en el año decimoquinto del gobierno imperial romano de Tiberio. Y es este
Lucas el único que asegura que “la palabra de Dios vino sobre Juan, el hijo de
Zacarías, en el desierto”.
A partir de este momento o ¿después de esta experiencia?,
Juan recorre la región del Jordán hablando a las gentes de un bautismo que
perdona los pecados. A este hecho se le llama ‘bautismo de conversión”. Se le
llame así o con el nombre que sea, lo llamativo, sorprendente y provocador es
que este hombre se dedicara a perdonar pecados lejos del Templo de Jerusalén y
sin cumplir ninguna de las ordenanzas prescritas por la Ley. Es decir, este
Juan que bautiza y perdona pecados es bastante más que un provocador, es un
hereje y blasfemo para la Institución judía de la Ley de Moisés y del Templo de
Jerusalén.
Esta acción de perdonar pecados mediante un bautismo de agua
y gratis en el Jordán por este hijo de un Sumo Sacerdote la justifica, bendice
y aplaude el propio narrador cuando se atreve a afirmar que en ella se está
cumpliendo una palabra escrita y anunciada por un profeta como lo fue el
llamado segundo Isaías (Is 40-55). Lo anunciado entonces (siglo VI aC) se está
cumpliendo en el hacer y decir de Juan el Bautista. Ahora, tú y yo, tendríamos
que hablar muy detenidamente sobre esto que Lucas escribió y que podemos decir
que ‘nos escribe’: “Vino la palabra de Dios”. ¿Esta palabra sigue viniendo o
sólo vino Juan? ¿Vino y viene desde fuera del mundo y de las personas o desde
dentro del propio cosmos y de cada persona? Creo, y así lo dejo escrito, que
esta palabra está dentro de cada uno, como una semilla de vida dentro de cada
viviente. Así nos lo confirmará más tarde Lucas 17,21. Carmelo Bueno Heras
CINCO MINUTOS con la otra
Biblioteca de la BIBLIA entre las manos
Tú y yo, entre otras muchas actividades, solemos también
leer. En ocasiones, quedamos sorprendidos por lo que leemos. Es más, y nos
ocurre a veces, llegamos a pensar que lo que leemos nos hubiera gustado haberlo
escrito nosotros mismos. Por esta sola razón, me he decidido a compartir
CONTIGO, semana a semana, durante este año eclesiástico, 52 libros.
Ahora, Semana 2ª: 05.12.2021
Cita de: Stefan Zweig, El mundo de ayer. Memorias de un
europeo, Acantilado. Edición de noviembre de 2019, 546 páginas.
“Tal vez nada demuestra de modo más palpable la terrible
caída que sufrió el mundo a partir de la Primera Guerra Mundial como la
limitación de la libertad de movimientos del hombre y la reducción de su
derecho a la libertad. Antes de 1914 la Tierra era de todos. Todo el mundo iba
a donde quería y permanecía allí el tiempo que quería. No existían permisos ni
autorizaciones; me divierte la sorpresa de los jóvenes cada vez que les cuento
que antes de 1914 viajé a la India y América sin pasaporte y que en realidad
jamás en mi vida había visto uno. La gente subía y bajaba de los trenes y de
los barcos sin preguntar ni ser preguntada, no tenía que rellenar ni uno del
centenar de papeles que se exigen hoy en día. No existían salvoconductos ni
visados ni ninguno de estos fastidios; las mismas fronteras que hoy aduaneros,
policías y gendarmes han convertido en una alambrada, a causa de la
desconfianza patológica de todos hacia todos, no representaban más que líneas
simbólicas que se cruzaban con la misma despreocupación que el meridiano de
Greenwich.
Fue después de la guerra cuando el nacionalsocialismo
comenzó a trastornar el mundo, y el primer fenómeno visible de esta epidemia
fue la xenofobia: el odio o por lo menos, el temor al extraño. En todas partes
la gente se defendía de los extranjeros, en todas partes los excluía. Todas las
humillaciones que se habían inventado antaño sólo para los criminales, ahora se
infligían a todos los viajeros, antes y durante el viaje. Uno tenía que hacerse
retratar de la derecha y la izquierda, de cara y de perfil, cortarse el pelo de
modo que se le vieran las orejas, dejar las huellas dactilares, primero las del
pulgar, luego las de todos los demás dedos; además, era necesario presentar
certificados de toda clase: de salud, vacunación y buena conducta, cartas de
recomendación, invitaciones y direcciones de parientes, garantías morales y
económicas, rellenar formularios y firmar tres o cuatro copias, y con que
faltara uno solo de ese montón de papeles, uno estaba perdido.
Parecen bagatelas. Y a primera vista puede parecer mezquino por
mi parte que las mencione. Pero con estas absurdas ‘bagatelas’ nuestra
generación ha perdido un tiempo precioso e irrecuperable. Si calculo los
formularios que rellené aquellos años, las declaraciones de impuestos, los
certificados de divisas, los permisos de pasos de fronteras, de residencia y
salida del país, los formularios de entrada y salida, las horas que pasé
haciendo cola en las antesalas de los consulados y las administraciones
públicas, el número de funcionarios ante los que me senté, amables o huraños,
aburridos o ajetreados, todos los registros e interrogatorios que tuve que
soportar en las fronteras, me doy cuenta entonces de cuánta dignidad humana se
ha perdido en este siglo que los jóvenes habíamos soñado como un siglo de
libertad, como la futura era del cosmopolitismo.
¡Cuánta parte de nuestra producción, de nuestra creación y
de nuestro pensamiento se ha perdido por culpa de esas monsergas improductivas
que a la vez envilecen el alma!... El día en que perdí el pasaporte descubrí, a
los cincuenta y ocho años, que con la patria uno pierde algo más que un pedazo
de tierra limitado por unas fronteras”.
Texto completo en las páginas 514-517.
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