Sobre el misterio:
contemplar y aprender
Escribo en la víspera de
la luna llena del mes de diciembre. Será la última de este año 2021. Y desde
ahora las sombras de las noches comenzarán a acortarse y la luz de los días se
irá alargando. Estas cosas de la naturaleza se suelen hacer a su
ritmo y no al nuestro. Es su misterio, como el despertar y el apagarse de un
volcán, como la crecida de las nubes y el desbordamiento de un río o el
descenso de las temperaturas y la formación de un glaciar. Todo se hace al
ritmo del misterio del cosmos, de la naturaleza y de la Vida. Tú y yo estamos
ahí y aquí para contemplar y aprender. Es el aire quien nos mantiene despiertos
y sabios saboreadores. A veces puede parecer que somos nosotros quienes
mandamos en los ritmos de este misterio. Puede parecerlo, porque inventamos
cómo vandearnos frente o contra este misterio de la vida. A veces hasta
nos creemos que esa vida la diseñamos al gusto de otro misterio interesado
como lo es el poder de mandar, ostentar, gobernar, imponer, manipular,...
Hasta que una puerta sorprendemente invisible se estampa en nuestras
narices y nos deja en silencio, casi sin doler, sin dolor, sin voz, sin voto,
sin presencia, sin nada... Así nos sucede a todos y nadie se ha atrevido a
sortear esa puerta invisible y llegar a perpetuarse. ¿Es este el misterio de la
inmortalidad? Es el misterio. Y es como es. Te sugiero que no tratemos de
cambiarlo. Te invito a que nos dediquemos a comprenderlo, no a dominarlo
al gusto de nuestros intereses.
Cada semana esa luna,
que crece y mengua, que se oculta toda y se desnuda plena, nos recuerda este
misterio mientras se deja iluminar constantemente por el sol, su fiel compañero
que sabe estar a la distancia exacta en cada momento. Un misterio. La
naturaleza y su vida. ¿Aprenderemos? Alguien llamó a todo esto 'el medio
divino'. Fue un lúcido humano francés llamado Pierre.
Me he quedado así de
contemplativo al tratar de presentar los comentarios para el domingo siguiente,
el domingo día 26 de diciembre. El día después de la buena noche y de su
nueva navidad.
Para este acontecimiento
semanal y siempre nuevo se nos invita a contemplar a un ser viviente que
apareció entre nosotros, como todos, gracias al amor de una mujer y un hombre
compartidos. Inmediatamente después de nacer, se nos invita a imaginarlo con
sus doce años. Mayor de edad. Judío. Del siglo primero de la historia. Capaz de
tomar sus decisiones y ser consciente de no ser cómodo para casi nadie: su
padre y su madre pensaron que se les había perdido, sus autoridades
contemplaron la denuncia de sus credos y dogmas. Fue un misterio que aún sigue
siendo así. Un misterio, tan sabio y bueno como la vida, la naturaleza, el
cosmos. Un misterio bueno, sabio y humano.
Tal vez por este asunto del
misterio me ha parecido oportuna la recomendación de la novela de Jesús
Carrasco, la tercera de su alforja de narrador: Llévame a casa,
como le dice una madre a su hijo que le acompaña en la recta final de sus días
por los caminos de esta tierra. Tal vez desmemoriada, pero siempre lúcida y
despierta y, también como aquel Jesús de Nazaret, muy humana.
A continuación se
pueden leer el comentario del Evangelio de Lucas y la página seleccionada
de Llévame a casa.
Domingo de la
Sagrada Familia C (26.12.2020): Lucas 2,41-52.
Así lo comento y
comparto CONTIGO: ¿Dónde estás? ¿Por qué me buscabais?
El
domingo siguiente al día veinticinco de diciembre es, para la tradición de la
iglesia católica, la oportunidad de celebrar ‘el día de la familia’, de la
familia ‘sagrada’, es decir, un padre, una madre y un hijo: José, María y
Jesús. ¿La trinidad, con minúscula, la de la tierra, la humana junto a la
Trinidad, con mayúscula, la divina, la de arriba? Curiosamente, en ambas
trinidades se contempla la presencia y pertenencia de la persona de Jesús de
Nazaret.
Ignoro
cuál será el slogan vaticano y su emoticono para centrar la atención en esta
nueva cita mundial de la iglesia que habla largo y tendido sobre la realidad de
la familia. Se esté en el año del Ciclo que sea, siempre se leerá en la
liturgia eucarística de esta fiesta el salmo 128 (127, según la Vulgata). Un
salmo al que se le ha cortado el último verso, el sexto. Imagino que más de un
abuelo habrá caído ya en la cuenta y se habrá sentido dolido, despreciado y olvidado
por no haberse proclamado bien alto este texto: “¡Que veas a los hijos de
tus hijos! ¡Paz a Israel!”
En
el año del Ciclo C, que es el del Evangelio de Lucas, la autoridad litúrgica
vaticana propone la lectura del relato que siempre se le reconoce como ‘Jesús
perdido y hallado en el templo’, como se recuerda en el quinto de los misterios
gozosos del santo rosario. Es muy raro que en el rezo de esta práctica popular
se lea, se medite o se comente el texto de Lucas 2,41-52. Este ejercicio se
deja para la proclamación del Evangelio en el tiempo de la Palabra de la
eucaristía.
“Sus
padres [los de Jesús de Nazaret] iban todos los años a Jerusalén a la
fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a
la fiesta” (Lc 2,41-42). Así comienza el relato que se nos leerá a la
asamblea en este domingo día 26 de diciembre de 2021. Cuando leo despacio este
contexto en el que nos sitúa el narrador me digo que los padres de Jesús, José
y María, están presentados como los buenos judíos de los que se habla en el
salmo primero. Todos los años subían a Jerusalén desde su Galilea del
norte para celebrar en la capital del Reino y en su templo la fiesta primera y
principal de la Pascua.
Me
sorprende la doble precisión de este narrador: ‘como de costumbre’ y ‘a los
doce años’. Pienso en los dieciocho años de ahora para considerar a una persona
mayor de edad, independiente. En aquellos tiempos era a los doce años. Y es
aquí donde Lucas concluye su narración de la Infancia de Jesús que comenzó en su
relato en 1,5: “Hubo en los días de Herodes”. Y es, precisamente, aquí
cuando el adulto Jesús toma su primera decisión sin consultar ni dialogar con
sus padres. ¿Sólo Lucas conoció estos hechos o se los imaginó para anunciar a
sus lectores la buena noticia de la libertad de este hombre?
Y
sorprende que sea, en la línea de salida de la adultez, a los doce años, cuando
este laico de Nazaret de Galilea decida enfrentarse en el templo de Jerusalén,
la cátedra de los maestros, con la autoridad de la religión de Israel. Cuando
leo esto, no puedo dejar de leer también Lucas 20,1 hasta 21,38. Ambas escenas
son la misma y única. Y en ella resuena esa pregunta del propio Jesús: ¿Por
qué me buscabais? Y cuando la escucho ahora me detengo en Lc 17,21. Dentro
de ti y de mí está él, Jesús, el buena noticia. Carmelo Bueno Heras
CINCO
MINUTOS con la otra Biblioteca de la BIBLIA entre las manos.
Tú y yo, entre otras muchas actividades,
solemos también leer. En ocasiones, quedamos sorprendidos por lo que leemos. Es
más, y nos ocurre a veces, llegamos a pensar que lo que leemos nos hubiera
gustado haberlo escrito nosotros mismos. Por esta sola razón, me he decidido a
compartir CONTIGO, semana a semana, durante este año eclesiástico, 52
libros.
Ahora, Semana 5ª: 26.12.2021. Cita de:
Jesús Carrasco, Llévame a casa, Seix Barral, Barcelona, 2021, 313
páginas.
"A la madre el Renault 4 le afloja la boca y
el corazón [...] Habla de su padre. ¿El molinero?, pregunta Juan. La madre no
atiende a la pregunta. Dice que lloró cuando se casaron y se fueron a vivir a
aquel pisito oscuro en el que no se podían tener plantas.
Juan recuerda una pregunta que lleva haciéndose
desde que llegó. ¿Por qué compró papá la fábrica de puertas, con lo mal que
tenía los pulmones? Atraviesan una zona de baches. Lleva semanas sin llover y
las roderas que los grandes tractores han dejado en el barro durante las
últimas tormentas son demasiado profundas y duras para un coche tan endeble. La
mujer permanece callada hasta que vuelven a transitar por una zona sin baches.
Cuenta que cuando Isabel terminó COU, uno de sus profesores fue a casa para
hablarles de lo buena estudiante que era y para pedirles que la enviaran a
estudiar Biología a Madrid. Aquello iba a costar dinero. ¿Y no podía haber
estudiado en Toledo o en Talavera? Sí, dice la madre, podría haber estudiado en
Toledo pero ya ves, hijo, la vida es así de desagradecida. Criaros para que os
vayáis tan lejos los dos, que parece que os hemos hecho algo. El disgusto que
se cogió tu padre cuando te fuiste. Juan detiene el coche en medio del camino.
Es un día laborable, pleno invierno, por la mañana. Están solos en una planicie
en la que ya verdean los brotes del trigo. Visto a ras de suelo, parece que han
sembrado césped. ¿Cómo explicarle a su madre que en ese comentario está la
razón por la que, al menos él, se marchó? Que ya no podía seguir posponiendo su
vida porque se le terminaría acabando. Respira y le dice que ellos no han hecho
nada mal. Que han vivido su vida y han tenido hijos y que debe entender que los
hijos se van, como hicieron ellos en su día. La madre dice que claro que sí,
que cuando se casó con su padre empezó una nueva familia pero que no dejaron
atrás a sus mayores. Que su suegro vivió con ellos hasta que murió, que es como
tienen que morir las personas decentes, con su familia. Eso es lo que subyace
en el pensamiento de la madre: que el deber de los hijos es hacerse cargo de
los padres incluso renunciando a su propia vida, como hicieron ellos con los
suyos. También que esta renuncia tiene la muerte como fecha límite y que, por
tanto, solo es un aplazamiento de lo propio. El trato para preservar y, en
último término, la dignidad de lo humano es dar cobijo, sustento y cuidado en
el tramo final y luego continuar con la vida de uno con la conciencia tranquila
y la esperanza de que la siguiente generación haga lo propio.
La madre sigue mirando al frente, las manos
siempre recogidas en el regazo. Una postura que sugiere protección porque las
manos se interponen entre el mundo y el abdomen. El lugar del cuerpo donde las
tripas nos traen y nos llevan, donde los hijos se gestan y donde luego, de
mayores, golpean". Texto completo en las páginas 259-261.
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