viernes, 7 de noviembre de 2014

Ejercicio de fantasía (AUTOLIBERACIÓN INTERIOR) Anthony de Mello


Ejercicio de fantasía

Piensa en una persona conocida y date cuenta de las veces que le has exi­gido comportarse de determinada ma­nera, y pídele perdón por haber queri­do cambiarla. Habla con ella con sin­ceridad, sin miedos. Puedes decirle algo así: "Tú haz tu propia vida. Yo no voy a enfadarme porque obres de una manera distinta a como yo lo haría. En­tiendo que eres libre de hacerlo, pero eso no quiere decir que no voy a prote­germe de las consecuencias de tus ac­tos. Yo me protegeré cuando lo crea necesario, pero no voy a protegerte de ti mismo."

La persona libre es la que es capaz de decir sí o no con la misma sencillez en cualquier circunstancia. Si a veces dices sí por no desilusionar a la gente, eso no es amor, es cobardía. Un gran ejercicio para el amor es saber decir no.

Cuando alguien te pide algo insis­tentemente, como si le fuese la vida en ello, y tú no ves lo positivo de que ac­cedas, sé capaz de decir sencillamen­te, y todo lo enérgicamente que sea ne­cesario, que tú no sueles hacer regalos ni concesiones a las personas si no tie­nes claros los medios ni los motivos psicológicos para hacerlos. Porque, si no, te vas a quedar resentido de su im­posición, y él va a ser una víctima de ese resentimiento que provoca y, ade­más, estarás retrasando su crecimiento y su autonomía como persona.

Ser disponible, estar abierto, no es eso. Eso es miedo a perder la imagen y cobardía ante la verdad, porque decir la verdad es, a veces, difícil. No quie­res darle un remedio, pero quieres que se cure y, en cambio, no aguantas que se porte así. ¡Cobarde, egoísta, hipócri­ta!, ¿qué hay de bueno en tu actitud? Si hubieras estado completamente libre del sentido de culpabilidad, le hubie­ras dicho sencillamente que no. El egoísmo es exigir que el otro haga lo que tú quieras. El dejar que cada uno haga lo que quiera es amor.

En el amor no puede haber exigen­cias ni chantajes.

Algunos me han preguntado cuán­do voy a hablar de Dios. Y yo creo que, en lo dicho hasta ahora, lo único que he hecho es hablar precisamente de Dios. A Dios sólo se le puede conocer por la vida, que es su manifestación. Él está en la verdad, y de despertar a la verdad se trata.

Se cuenta que un árabe fue a visitar a un gran maestro y le dijo:

-Tan grande es la confianza que tengo en Alá que, al venir aquí, no he atado el camello.

Y el gran maestro le contestó: -¡Ve a atar el camello, idiota, que Dios no se ocupa de lo que tú puedes hacer!

Dios es Padre, pero un buen padre que ama en libertad, y quiere y propi­cia que su hijo crezca en fuerza, sabi­duría y amor. El niño que está apegado a sus padres es un niño enfermizo psi­cológicamente, por culpa de sus padres.

El niño es incapaz de amar, pero ne­cesita ser amado. Es un ser que nace espontáneo y libre para buscar y apren­der desarrollando su experiencia con sus cinco sentidos y la atención alerta para captar la vida. Si sus padres le con­dicionan el amor que necesita a una obediencia y a unas reglas, perderá su libertad, y por miedo a perder el amor de sus padres, su acogida y sus caricias, comenzará el apego. Tiene miedo a la angustia que le produce el rechazo de sus padres, y sólo por eso se someterá. Eso es un chantaje afectivo que va a pagar muy caro durante toda su vida. Ese niño crecerá creyendo que el amor, el cariño, hay que comprarlos, y ten­drá una dependencia y un apego que confundirá con el amor. Su mente es­tará programada.

Las personas programadas van bus­cando siempre hacer las cosas mejor. Van ansiosos de victorias, de conquis­tas, de logros y nunca están satisfechos, por eso sufren tanto cuando no alcan­zan las metas que su exigencia les im­pone. Son seres que no viven ni disfru­tan con lo real.

Estos seres extienden su exigencia a los demás y por eso están incapacita­dos para amar. Buscan la felicidad don­de no está.

Sólo en la libertad se ama. Cuando amas la vida, la realidad, con to­das tus fuerzas, amas mucho más li­bremente a las personas. Si disfrutas de mil flores, no te agarras ninguna; pero si agarras sólo una, no disfrutas del resto. La causa de mi felicidad no es el amigo, pero brota cuando estoy con él. Antes creía que la sinfonía sonaba sólo cuando estábamos juntos, pero ahora veo que la felicidad no es casual.

La felicidad es evidente siempre si no le pones estorbos. Los estorbos más grandes de la felicidad pueden ser los apegos. Lo que importa no es ni tú ni yo, sino la relación, libre de exigencias, del amor. Hagas lo que hagas no tengo miedo a que me ofen­das ni a ofenderte. No tengo ningún deseo de impresionarte. Prefiero ser sencillamente lo que soy, con mis for­mas, y deseo que me aceptes así.

Precisamente con esta relación tie­ne sentido el matrimonio, y no por las promesas ni los contratos. Ya que no te necesito para ser feliz, no te ato ni me ato. Tú eres mi instrumento favo­rito, pero no renuncio a escuchar los demás. El amor es una sensibilidad que te capacita para escuchar todos los instrumentos, precisamente por­que uno despertó más hondamente esa sensibilidad. Y la armonía se lo­gra cuando, juntos, estáis disponibles y sensibilizados para escuchar todas las melodías.

 

El amor y la felicidad están dentro de ti: eres tú mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario