domingo, 16 de noviembre de 2014

EL SER ES LO QUE VALE (AUTOLIBERACIÓN INTERIOR) Anthony de Mello


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EL SER ES LO QUE VALE

 

El hombre se afana en descubrir a Dios, pero no se afana en descubrirse a sí mismo. ¿Cómo es ese hombre que busca a Dios? Si no te conoces a ti mis­mo, no podrás conocer a nadie. Te mo­verás como un autómata. Si provienes de una familia que se deprimía, tú se­guirás deprimiéndote. Si tu familia ha sido agresiva, tú tomarás la agresividad como lo más corriente.

En otras culturas, cuando un hombre decide morir, elige al hijo mayor para que sea el que tenga el privilegio de tirar de la cuerda para ahorcarse, y los amigos y parientes celebran ese ahorcamiento con un banquete. Pues esto es una clase de programación como otra cualquiera. No es mejor ni peor que la que nosotros te­nemos. Si las cosas que consideras malas no las haces porque te programaron para no hacerlas, ¿Qué mérito tienes? El sentido de culpabilidad y el mie­do que te han metido en el cuerpo, son la causa de que evites hacer las cosas que consideras malas. Actúas como un robot programado. Si no te paras, bien despierto, cada vez que vayas a deci­dir una cosa, a sopesar la realidad y las consecuencias que puedan sobrevenir de lo que vas a hacer, ¿Cómo vas a ser responsable de lo que decidas?

De la otra manera, aun cuando no seas culpable de una programación que te han impuesto sin tu consentimiento, sí eres culpable de decidir por hábito sin preocuparte de las consecuencias. Tienes la obligación de despertar, y una vez despierto y consciente, ya eres li­bre para decidir lo que quieres.

Conócete bien a ti mismo y de dón­de proceden tus motivaciones antes de juzgar malo o bueno nada ni a nadie.

¡Dios nos libre de los que se creen san­tos! Decía santa Teresa: "A ese señor, si no fuese tan santo, sería más fácil convencerlo de que anda equivocado."

Los que mataron a Jesús, si nos cree­mos que eran malos, es que no hemos entendido para nada el Evangelio. Los fariseos eran los buenos, y los publica­nos eran considerados bandidos, por­que cobraban los impuestos a los po­bres y se sometían a los ricos. Se los consideraba -con razón- los expri­midores de los pobres, pues los ricos nunca pagaban. El recaudador era un hombre protegido por el Gobierno, y por eso se lo llamaba publicano. Pues bien, Jesús trataba con ellos, y de en­tre estos publicanos, Jesús sacó un ami­go, uno de sus Apóstoles.

Dicen que Gandhi hablaba primero y después practicaba, y que Jesús prac­ticaba antes de hablar, y por eso nadie podía prever lo que iba a hacer. Si hoy viviese con nosotros sería, a lo mejor, hasta capaz de ir a comer con Reagan (¡que ya es mucho!), escandalizándo­nos a todos los que creemos tenerlo todo claro.

Jesús desmontó y rompió todos los es­quemas y cuestionó las palabras sagra­das de la Biblia. Cuestionó su interpreta­ción y la manipulación que se hizo de ellas. A Jesús no le interesaba que lo re­conociesen como Mesías, el Mesías que ellos esperaban, sino que quería ser Él mismo fiel a la verdad.

En la presencia de Jesús todo ser queda desvelado; no hay medias tintas, porque Jesús es la plena autenticidad. "Si no odias a tu padre y a tu madre..." no eres tú mismo y no podrás seguirlo. Odiar la figura del padre y la de la ma­dre, no a la persona, es lo que está di­ciendo Jesús. Si aún vives de lo que tus padres grabaron en tu mente, y no eres capaz de emanciparte, es como si tus pa­dres y su cultura respondieran por ti. Más vale la conciencia que la adoración, por­ que la conciencia es, en sí, adoración, despertar a la verdad de Dios.

"Más vale el hombre que el sábado", dijo Jesús, contrariando la programa­ción más seguida por la religión judía. Y por eso mataron a Jesús, por blasfe­mo. ¡Cuántas veces habremos crucifi­cado a Jesús con nuestras buenas inten­ciones! Krisnamurti dice: "Todo cono­cimiento corrompe. Todo pensamiento y concepto corrompen. Somos esclavos de ellos." "Perdónalos, Padre, que no saben lo que hacen." No crucificaban a Jesús sino sus conceptos.

Al decir hombre, ¿a quién me refie­ro? Si nos referimos a la palabra "hom­bre", sin concepto, es un nombre ge­nérico, un hombre libre de toda añadi­dura, como cuando digo árbol. Estoy nombrando a un hombre sin historia, sin cultura, sin sexo, que se puede apli­car tanto al hombre cavernario como al de ahora; al niño y al viejo; a la mujer y al varón; al chino como al africano.

Cuando hablamos del hombre general, pues, hemos de desnudarlo de todo concepto. Ningún concepto puede de­finir a Dios. Santo Tomás dice que hay tres maneras de conocer a Dios: en la Creación, en la actividad (la vida) y en la oración, pero que la ma­nera más real es conocerlo como El Gran Desconocido.

 

Si no te conoces a ti mismo, no podrás conocer a nadie. Te moverás como un autómata.

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