domingo, 3 de mayo de 2015

Beata Marie Leonie Paradis - Beata Bicchieri - Santa Duda - Beato Rosaz 03052015

Beata Marie Leonie Paradis

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Su amor a la Sagrada Familia, que denominó «Trinidad de la tierra», junto con la Eucaristía, fue el pedestal sobre el que se alzó la virtud de esta mujer que quiso sostener la vida sacerdotal acompañando en silencio y entregando lo mejor de sí en una cotidiana asistencia a los presbíteros, sin más satisfacción que la de saber que con ello estaba alentándolos en su misión pastoral. Un rasgo, podríamos decir maternal, que no siempre ha sido comprendido por sus congéneres. Ya Juan Pablo II cuando la beatificó en Canadá tuvo que salir al paso de quienes consideraban que con esta acción Marie Leonie empequeñecía a la mujer. No la entendieron. Tal vez no estuvieron al tanto de que ésta fue una decisión emprendida por ella con plena libertad, teniendo claro el objetivo que se proponía. Vino envuelto en un cariz espiritual, lo que significa que no podía ser contestado por nadie. Forma parte de la conciencia y de la voluntad de cada cual responder a Dios en los términos exactos que Él inspira. Pero aquél brillante día 11 de septiembre de 1984, en la ceremonia de beatificación el pontífice aplacó las críticas haciendo notar que el papel desempeñado por Marie Leonie no es el único reservado a una mujer canadiense.
La bautizaron con el nombre de Virginie-Alodie. Nació en el seno de una humilde y creyente familia de L'Acadie, Quebec, Canadá el 12 de mayo 1840. Persiguiendo un futuro mejor para la familia, su padre, que había intentado sostenerla inútilmente trabajando en un molino, partió a California, como otros hicieron, seducido por la fiebre del oro. Al regresar se encontró con que su pequeña, que había dejado interna con 9 años en el convento de las Hermanas de Notre-Dame en Laprairie, ya formaba parte de la comunidad de las Marianitas de San Lorenzo fundadas por el P. Basile Moreau. Era una adolescente de 14 años. De los seis hijos tenidos por Joseph Paradis y Émilie Grégoire, dos habían fallecido, el resto eran varones, por tanto, ella era la única niña. Joseph, hombre afable y bondadoso, pensó que podría disuadirla. Pero no logró hacerla desistir; tampoco la forzó a hacerlo. Muy segura de lo que quería para su vida, Marie Leonie profesó en 1857 amparada por el fundador a pesar de su frágil salud, y se dedicó a la docencia. Interiormente se sentía llamada a sostener la vida de los sacerdotes. Durante unos años impartió clases en Montreal y en el orfanato San Vicente de Paul de Nueva York.
En 1874 llevó a cabo su misión en el colegio de San José, en Memramcook, New Brunswick, Indiana, al frente del cual se hallaba el P. Camille Lefebvre, de la Santa Cruz. Muchas jóvenes de L’Acadie sin recursos y con dificultades para expresarse en inglés, que desempeñaban labores domésticas, albergaban el deseo de establecer un compromiso religioso. Marie Leonie que había comenzado enseñando francés estaba en condiciones de dar clases de inglés porque ya dominaba la lengua. Pero juzgó conveniente propiciar la apertura de un noviciado francófono en L’Acadie para evitar que las jóvenes tuvieran que ir a Indiana a realizar el noviciado. Su propuesta no fue acogida. Y en 1880 impulsó el Instituto de las Pequeñas Hermanas de la Sagrada Familia, aún siendo ella todavía religiosa de la Santa Cruz. El objetivo no era otro que colaborar y apoyar a los religiosos de la misma Orden en su labor educativa. Ellos fueron los que ese año de 1880, en su capítulo general, autorizaron a que las integrantes de este nuevo movimiento hiciesen votos privados y bajo el amparo de Marie Leonie actuasen con autonomía. Su labor sería ocuparse de los trabajos domésticos de los colegios de Santa Cruz extendidos por Canadá.
María y José estaban tan fuertemente anclados en su corazón que no se cansaba de decir: «Mi confianza es ilimitada en nuestra buena Madre. Conoce nuestras necesidades y tiene un poder tan grande sobre el corazón de su divino Hijo». Dentro de las advocaciones conferidas a la Virgen ella se inclinaba por Nuestra Señora de los Siete Dolores y Nuestra Señora del Rosario. Respecto al Santo Patriarca igualmente se dejaba llevar por esa devoción sin cota alguna, recurriendo a él en cualquier situación. Para ello peregrinó en distintas ocasiones al santuario de santa Ana. Sencilla, de gran corazón, extrajo su peculiar forma de consagrar su vida a la atención de los sacerdotes de su contemplación de la Eucaristía y la Sagrada Familia de Nazaret. Humilde, orante, activa, siempre dispuesta a colaborar con generosidad, al igual que María había hecho, serían las claves de su quehacer y fundación. Su lema fue «piedad y dedicación». No dejó de trabajar en ningún instante. Fue una de las características de su vida. Siempre animosa, decía a las suyas: «¡Trabajemos, mis hijas, descansaremos en el cielo!». Mons. Paul LaRocque, prelado de Sherbrooke, Québec precisaba personas de confianza para su seminario y el obispado. Y la beata, que tuvo noticias de ello en 1895, vio la ocasión de trasladar allí la comunidad, siendo acogidas por él en su diócesis. Ese año falleció el P. Lefebvre que había sido sostén de la comunidad. En 1896 obtuvieron la aprobación diocesana. Pero fue pasando el tiempo y Marie Leonie que continuaba vistiendo el hábito de la Santa Cruz, veía aumentar su anhelo de convertirse en otro miembro más de la Sagrada Familia. En 1905 Pío X le concedió la autorización que precisaba quedando liberada del compromiso que había establecido con la anterior Congregación. Quedó como superiora general al frente de la Orden fundada por ella dedicándose todas a servir como «auxiliares» y «cooperadoras» domésticas a comunidades de religiosos y de sacerdotes. Fue la artífice de las constituciones, y justamente cuando se disponía a imprimirlas, el 3 de mayo de 1912, murió repentinamente tras la cena. Poco antes había dicho a una enferma: «¡Adiós hasta el cielo!».


Beata Bicchieri

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Beata Emilia Bicchieri, de la Orden de la Penitencia de Santo Domingo, fundadora del monasterio de Santa Margarita, en las afueras del Verceli, Piamonte, 1314.
Fue una extática cuya vida está llena de revelaciones y apariciones de Cristo y de sus santos.


Santa Duda

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Unas 14.000 personas han peregrinado al Santuario de la Santa Duda, situado a las afueras del pueblecito español de Ivorra, durante el año jubilar, concedido con motivo del milenario del milagro eucarístico producido en ese lugar, que se clausuró ayer domingo 1 de mayo.
Los peregrinos procedían principalmente de Cataluña y de otras zonas de España, pero también han llegado desde otros países como Francia, Italia y Estados Unidos, informó  el párroco de Ivorra, Fermín Manteca.
“No esperábamos que viniera tanta gente a este lugar, situado en una zona rural en medio de Cataluña sin comunicaciones de transporte público”, confesó.
Manteca realizó un “balance muy positivo” del año jubilar y destacó que “la actividad más importante en estos meses ha sido acoger a la gente que ha venido”, ofreciendo un “testimonio del amor gratuito de Dios a todos”.
“Hemos ofrecido una pastoral de la amabilidad, del acogimiento, haciendo a los peregrinos partícipes de la historia del milagro eucarístico y de toda la historia que se ha ido desarrollando en torno a él durante mil años”.
Entre las iniciativas que se han llevado a cabo con motivo del milenario de la Santa Duda, destaca el estreno de un oratorio sobre la Santa Duda titulado Noces de Sang [Bodas de sangre, n.d.r] del compositor Valentín Miserachs Grau.
Músicos y corales de la zona ofrecerán tres conciertos de esta obra los próximos 6, 7 y 8 de mayo en la iglesia de Santa María de Cervera, en la catedral de Solsona y en la iglesia parroquial de Ivorra, respectivamente.
También se ha realizado una serie de fotografías de gran formato sobre el milagro de la Santa Duda que se han colocado en los seis altares laterales del santuario a modo de retablo moderno.
En las imágenes, aparecen personas del pueblo de Ivorra caracterizadas como los personajes que intervinieron en la historia del milagro y representando dramáticamente un momento de aquel acontecimiento.
“Hemos querido hacer una especie de retablo del siglo XXI -explicó el párroco- y cuando vienen visitantes nos sirve, igual que un retablo gótico o barroco, como un medio pedagógico para explicar el milagro”.
El sacerdote destacó que no sólo se ha celebrado el milenario del milagro eucarístico que sucedió en Ivorra en 1010, sino que “estamos cumpliendo mil años ininterrumpidos de devoción, de tradición y de conservación de las reliquias y de todos los documentos medievales”.
Además, según el sacerdote, el jubileo ha servido para dar a conocer más el milagro de la Santa Duda y revitalizar el lugar.
De hecho, diversos grupos de parroquias han comunicado ya que peregrinarán a Ivorra a venerar las reliquias y a rezar una vez acabado el jubileo.
Durante el año jubilar, un grupo de voluntarios ha mantenido abierto el Santuario de la Santa Duda por las mañanas y por las tardes y ha acogido a los peregrinos explicándoles la historia, celebrando la Eucaristía, acompañando a venerar las reliquias, etcétera.
También se han señalizado tres rutas para llegar caminando hasta el santuario desde localidades cercanas, y se ha creado el grupo de Amigos de la Santa Duda, al que se han apuntado numerosas personas que recibirán información sobre las actividades del santuario.
De entre los diversos milagros eucarísticos producidos en España, el de Ivorra es el primero documentado.
Sucedió en la entonces iglesia parroquial del pueblo de Ivorra, perteneciente a la diócesis de Solsona, en la actual provincia española de Lérida, que en aquel momento formaba parte de la Marca Hispánica, en la frontera con Al-Andalus.
Según una bula pontificia firmada por el papa Sergio IV, conservada en el archivo diocesano de Solsona, el vino consagrado se convirtió en sangre, que se derramó del cáliz, manchó los corporales y cayó hasta el suelo.
El sacerdote que estaba celebrando la Misa, el párroco Bernat Oliver, había dudado de la presencia eucarística de Jesucristo en las especies del pan y el vino, lo cual provocó el milagro.
El extraordinario acontecimiento se sitúa en plena reconquista y en un momento histórico marcado por la herejía de Berengario, que negaba la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
El obispo de Urgel san Ermengol, que se encontraba en la cercana localidad de Guissona, reconoció el hecho como milagroso y llevó a Roma el cáliz y una muestra de los corporales manchados de sangre.
El papa Sergio IV escuchó el relato del obispo, envió un comisionado a Ivorra y certificó el milagro.
Además, regaló al pueblo una serie de reliquias de santos que todavía se conservan en el relicario de la reciente restaurada iglesia de Sant Cugat, de Ivorra.






para mas información:



http://www.santdubte.com/es_index.htm


Beato Rosaz

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Eduardo Rosaz, obispo de Susa, miembro de la Orden Franciscana Seglar desde antes de su ordenación sacerdotal, fundador de la Congregación de las «Franciscanas Misioneras de Susa», se distinguió por su entrega al apostolado y por su celo pastoral; dedicó gran atención al clero, llevó vida de pobreza y demostró un exquisito amor a los pobres.

Edoardo Giuseppe Rosaz nació en Susa (Turín, Italia) el 15 de febrero de 1830. Recibió una educación cristiana sólida y genuina. A causa de su frágil salud, sus padres le pusieron un maestro en casa. Cuando tenía diez años, su familia se trasladó a Turín y entonces fue enviado al colegio Gianotti de Saluzzo. Tres años después murió su padre y, al año siguiente, un hermano. A los quince años volvió con su familia a Susa, donde se rodeó de amigos, escogiéndolos entre los jóvenes mejores de la ciudad. Durante las vacaciones instruía a los niños en las verdades religiosas. En 1847 ingresó en el seminario. En 1853 se inscribió en la Tercera Orden de San Francisco, cuyo ideal y espíritu promovió desde ese momento y al que permaneció siempre fiel.

Recibió la ordenación sacerdotal el 10 de junio de 1854. Sin preocuparse de trabajos y molestias, buscaba siempre con alegría el bien espiritual y material de los fieles, y colaboraba con celo y desinterés en el cuidado pastoral, cultivando diversas formas de apostolado: se dedicó con entusiasmo a la predicación, a la catequesis, al ministerio de la reconciliación y a las obras sociales. Alimentaba su vida espiritual con la oración, la meditación, la misa, la adoración eucarística, y fomentaba esto mismo en las religiosas por él fundadas, las Franciscanas Misioneras de Susa. En 1874 fue nombrado rector del seminario de Susa, en cuyo cargo tuvo como principio educativo: «firmeza dulce y dulzura firme», «prevención mejor que castigo».

El 26 de diciembre de 1877 fue nombrado obispo de Susa; recibió la consagración episcopal el 24 de febrero de 1878 en la catedral. En su nuevo cargo se distinguió por su celo, prudencia pastoral, abnegación y dinamismo misionero: dedicó gran atención al clero, para el que fue un buen pastor; potenció el seminario diocesano y visitó varias veces la diócesis, incluso las parroquias más aisladas. Era amigo íntimo de Don Bosco, a quien vio por última vez en Turín en 1888.

Murió la mañana del 3 de mayo de 1903. Fue beatificado por Juan Pablo II el 14 de julio de 1991 en Susa

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