domingo, 3 de mayo de 2015

LA MUERTE QUE DA SENTIDO A MI CREDO (Prólogo) (PEDRO CASALDÁLIGA)

PEDRO CASALDÁLIGA
Obispo de São Felix do Araguaia



LA MUERTE
QUE DA SENTIDO
A MI CREDO

Diario 1975 - 1977



DESCLÉE DE BROUWER

Colección TERCER MUNDO/TERCERA IGLESIA









CRÓNICA PROLOGO
A DOS VOCES DESDE MATO GROSSO



Junio de 1977. En un lugar tranquilo de este inmenso y trágico Mato Grosso, Pedro Casaldáliga escribe nuevas páginas para su libro «¡Yo creo en la Justicia, y en la Esperanza!». Lo edita en francés “Editions du Cerf” y piden al autor que añada en la primera parte («La vida que da sentido a mi credo»), cuanto ha sucedido desde que cerró el relato en el verano de 1975.
Han ocurrido desde entonces demasiadas cosas graves que afectan vitalmente al obispo Pedro y a toda su Iglesia, al pueblo sertanejo y al pueblo indio sembrados por las codiciadas tierras de esta «Prelatura de São Félix», al entero país brasileño y a toda esta América Latina que «está pasando por el fuego y por la sangre». Y que afectan a cuantos, desde cualquier parle del mundo, se hagan sensibles a este dolor continental.
Pedro refleja todas esas cosas en su nuevo relato trenzado de vivencias, confesiones, fragmentos de su Diario, documentos, testimonios y denuncias; escrito, lógicamente, en el estilo de la primera parte de su citado libro.
En francés sale todo en la primera edición de su «credo». En España seria defraudar a los lectores de las tres ediciones de la versión original, privarles del nuevo capítulo; y sería una falta de respeto añadir estos cincuenta folios a la cuarta edición.
He llegado junto a Pedro cuando él redacta los últimos folios, y le parece ideal ofrecer este escrito en español en un nuevo libro, que abre la colección «Tercer Mundo/Tercera Iglesia». Pedro Calsaldáliga es hoy uno de los mejores testigos de esa Tercera Iglesia que nace en el Tercer Mundo. No sin razón «confesaron» y «anunciaron» a todas las Iglesias, los veinte obispos brasileños que concelebraron en São Félix una Eucaristía de «solidaridad» con su obispo y su pueblo brutalmente perseguidos:
«Con sencillez reconocemos y acogemos el testimonio de la Iglesia de São Félix, asumida como instrumento de Dios para alertarnos e iluminamos en la hora presente» (Mensaje desde São Félix, 19 agosto 1973).
Aquí, en el Brasil, arde aún el tiroteo público que abrió hace cinco meses el obispo y terrateniente Dom Geraldo Proença Sigaud, al acusar de comunistas a sus hermanos en el episcopado Tomás Balduino y Pedro Casaldáliga, y al pedir para éste -como si él fuera un juez militar- la inmediata expulsión del país. Desde la televisión y la prensa, y desde el sigilo diplomático de la Nunciatura que hizo llegar las «pruebas» al Vaticano, el debate ha saltado a la calle y al mismísimo Parlamento. Los periódicos están publicando las múltiples declaraciones personales y colectivas cursadas a diario a los protagonistas y a los centros del poder militar y eclesiástico: El acusador es acusado, y los acusados están siendo absueltos y aclamados «públicamente». Los poemas de Pedro y su libro «¡Yo creo en la Justicia y en la Esperanza!», escritos «utilizados» como flagrante «cuerpo del delito», son perseguidos por unos pocos y buscados por muchos para leer en su integridad el valiente testimonio que Dom Sigaud ha mutilado y tergiversado en un montaje indigno que termina por ser la mejor campaña de propaganda gratuita que se le puede hacer a un libro.
Entre unas y otras cosas -el clamor popular, la presión internacional y la prudencia de Roma rectamente informada por la autoridad del episcopado brasileño, que apoya decididamente a los dos calumniados- la expulsión de Pedro se hace inviable.
¿Qué nuevo período se abre ahora?
Al encontrar a Pedro escribiendo las páginas de este libro, me ha dicho confiadamente: «Presiento que se me concede dejar las cosas claras por escrito. Como si esto fuese mi testamento».
Yo temo -y Pedro espera- que al cerrársele al Enemigo la vía de la expulsión, se abra una nueva oportunidad para la muerte. Aquí, el omnipotente poder injusto (el Enemigo) dispone a capricho de la última injusticia.
El conocido escritor cristiano Arturo Paoli, Hermanito del Evangelio comprometido con los pobres, huido de la trampa de la muerte que le tendió la represión en Argentina, me diría días después en las montañas venezolanas, donde ahora vive su compromiso con la contemplación y la liberación: «Pedro es un hombre que vive en peligro de muerte, y hay que ayudarle alertando a la opinión pública».
«Me siento cada día más próximo a la esperada hora», escribe Pedro en su Diario. Y sigue: «De hecho, la muerte rondaba, como diría García Lorca. Y uno la sentía, sobre todo cuando llegaba la noche o por ciertos caminos o delante de ciertas miradas y uniformes».
Yo sé, desde hace tiempo, que Pedro vive asediado por la muerte. (Sabemos ciertamente de tres tentativas para matarle.) Y sé que él lo sabe. Y sé que no teme la muerte y que la espera. («Que te rondaré, morena...») Bromeando, muy seriamente, se lo he reprochado ahora de tú a tú: «Te va a contrariar Dios haciéndote vivir noventa años. Y tendrás que morir viejecito y con tranquilidad, bien asistido, en un sillón bien cómodo o en una señora cama». Él se ríe y repite aquello: «Que te rondaré, morena»...
He leído de un tirón este escrito de Pedro y veo que todo él lo atraviesa la muerte. La muerte real, desnuda, cruel, perseguida –esperada- por la esperanza de Pedro, que, nacida de la cruz de Jesús, es más implacable aún que la misma muerte. «Temida, llamada; vendida, comprada; sentida, mentida; callada, cantada»... La muerte que le llegó, inmerecida, al jesuita João Bosco que cayó a los pies de Pedro destrozado su cerebro por la bala dum-dum disparada a bocajarro por la mano del número llamado Ezy, el cual huyó, fue detenido luego y ya anda suelto. La muerte que asoló la aldea de los indios Bororo en Meruri, segando a balazos las vidas del misionero Rodolfo y del indio Simão. La misma muerte viene persiguiendo y alcanzando, desde antes, al pueblo de sertanejos, retirantes, peones e indios, que por eso se interponen entre el pueblo y la muerte esos hombres -Rodolfo, João..- y son matados. (Escribe Pedro en este libro: «La extrema derecha amenaza a varios obispos, con la muerte incluso. Es otra vez, quizás más que nunca, hora de martirio». Y «martirio» es testimonio-con-muerte. Sigue Pedro: «Que el Espíritu de Jesús nos llene de una alegre decisión de testimonio»}. Es la misma muerte que mata en el pueblo a los sin nombre. «Muchas muertes matadas -otra vez habla Pedro- dentro de la región de la Prelatura. No sé cómo enfrentar este doloroso misterio. Se mata exasperadamente».
Sin ninguna duda, se nos impone como título de este libro la frase que me asalta espontánea y absolutamente perfilada: «La muerte que da sentido a mi Credo». Se lo digo a Pedro y me dice con firmeza: «Sí, oye. Sí. Sí».
Por si no hubiera bastante, provocado por mis bromas -muy en serio-, Pedro, que es poeta, crea versos sobre la muerte que ronda. Su «Romancillo de la muerte» es voz suya -su alma- que canta en coplas el desafío de la Esperanza a la «muerte rondera». Pedro cerrará así esta crónica-prólogo tramada entre los dos, entre los dos hablada.
Y, por si aún fuera poco, días después dialogamos seriamente sobre esa muerte rondera (preparamos el libro «Diálogos» , y a la pregunta «¿Qué significan para tí ahora esas muertes, la muerte, tu propia muerte?», me responde Pedro: «Recordando la expresión española, diría que, por un lado, esas muertes, la muerte presente así en mi vida, en mi pueblo, me hace la pascua. No deja de ser muerte. Nunca he perdido -ni siquiera cuando pido el martirio- la sensibilidad de la muerte. La muerte continúa siendo para mí lo más serio de la vida. Me hace la pascua. En algunos momentos casi me ha desesperado y yo le he preguntado a Dios por qué tantas muertes estúpidas, sin sentido al parecer, muertes de hambre, por distancias, por no tener un mínimo de infraestructura, asistencia médica, etc.; por tanta injusticia; muertes matadas, como se dice aquí, muertes enloquecidas. Por otra parte, claro, es la Pascua del Señor. Yo tengo fe, tengo esperanza. A ti te he dicho varias veces que aquí mi esperanza se ha agudizado, se ha afilado como una cuchilla a medida que ha ido cortando la carne de la muerte presente. Sólo puedo tener esperanza; no existe otra posibilidad. ¿Cómo podría enfrentar yo tanta muerte, en mí y en los otros, en los pobres y en los pequeños, en los inocentes, muertes causadas sobre todo por la injusticia, si no fuese a fuerza de Esperanza? Es la Pascua del Señor: ¡en fin!: entonces es muerte pero también es resurrección. No veo muy bien cómo; costándonos mucho, al pueblo y a mí, pero es resurrección. Veo en la Esperanza, que es tan fuerte cuanto ciega».
Basta. Callo ya. Justificado y ambientado el presente libro con esta crónica-prólogo, dejo a Pedro la palabra, doy paso a sus versos y a su voz:


ROMANCILLO DE LA MUERTE

Ronda la muerte rondera,
la muerte rondera ronda.
Lo dijo Cristo
antes que Lorca.

Que me rondarás, morena,
vestida de miedo y sombra.
Que te rondaré, morena,
vestido de espera y gloria.

(Frente a la Vida,
qué es tu victoria?
El, con su Muerte,
fue tu derrota)

Tú me rondas con silencio,
yo te rondo en la canción.
Tú me rondas de aguijón,
yo te rondo de laurel.
Que me rondarás,
que te rondaré.
Tú para matar,
yo para nacer.
Que te rondaré,
que me rondarás.
Tú con guerra a muerte,
yo con guerra a Paz.

(Que me rondarás en mí
o en los pobres de mi Pueblo,
o en las hambres de los vivos
o en las cuentas de los muertos.

Me rondarás bala,
me rondarás noche,
me rondarás ala,
me rondarás coche.
Me rondarás puente,
me rondarás río,
secuestro accidente,
tortura, martirio.
Temida,
llamada;
vendida,
comprada;
sentida,
mentida;
callada,
cantada..!)

Que me rondarás,
que te rondaré,
que te rondaremos,
todos,
yo
y Él.

Si con Él morimos,
con Él viviremos.

(Con Él muero vivo,
por Él vivo muerto)
¡Tú nos rondarás,
pero te podremos!

Pedro Casáldáliga


Yo pongo aquí mi firma como testigo de «testigos». Con inmensa gratitud a Pedro, a todos los suyos del Mato Grosso, equipo y pueblos, y «al Dios que da a los hombres tal poder» (tal amor) como ha dado, desde Jesús y por El, a los muchos profetas que ya murieron matados, a los que nos acompañan voceando el Juicio del Señor del Amor, y a los que serán profetas después aún, mientras sea necesario en este reino de la muerte, sombría tierra en que sembramos la vida (no sin morir) y la esperanza (no sin desesperarnos algunas veces), hasta que suceda que, por el amor y la justicia (¡háganse ya. Señor!), la vida de cada ser humano tenga el mismo sacratísimo valor para todos los nacidos. Mientras tanto, «ninguno de nosotros se siente muy lejos de la muerte en esta hora».
Pedro: quienes hacen su agosto a costa de la muerte que ronda a tu pueblo, se seguirán rasgando las vestiduras. Oligarcas y represores, y sus peones ciegos (siempre habrá algún obispo que se les una), te seguirán llamando subversivo, violento, comunista. Ensuciarán tu nombre, tal vez las Nunciaturas pacten con tus acusadores, y, ciertamente, continuarán, algunos, matando al pueblo. Frente a todo, porque la muerte ronda, mientras ella no nos quite la voz, hay que seguir gritando, Pedro. Que el Amor te administre la ira y la esperanza. Y la vida... No olvides mi «amenaza», que yo guardo tu réplica: «Si, como tú me amenazas. Dios me hace vivir más de noventa años, si muero, como dices, en un sillón bien cómodo o en una señora cama, en todo caso, la cercanía de esta muerte habrá sido para mí un formidable sacramento». Y me subrayaste las dos últimas palabras...
Contigo y tu pueblo, en Jesús, el Cristo, para todos.

Teófilo Cabestrero cmf

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