PEDRO
CASALDÁLIGA
Obispo
de São Felix do Araguaia
LA
MUERTE
QUE DA
SENTIDO
A MI
CREDO
Diario
1975 - 1977
DESCLÉE
DE BROUWER
Colección
TERCER MUNDO/TERCERA IGLESIA
CRÓNICA
PROLOGO
A
DOS VOCES DESDE MATO GROSSO
Junio
de 1977. En un lugar tranquilo de este inmenso y trágico Mato Grosso, Pedro
Casaldáliga escribe nuevas páginas para su libro «¡Yo creo en la Justicia, y en
la Esperanza!». Lo edita en francés “Editions du Cerf” y piden al autor que añada
en la primera parte («La vida que da sentido a mi credo»), cuanto ha sucedido
desde que cerró el relato en el verano de 1975.
Han
ocurrido desde entonces demasiadas cosas graves que afectan vitalmente al
obispo Pedro y a toda su Iglesia, al pueblo sertanejo y al pueblo indio
sembrados por las codiciadas tierras de esta «Prelatura de São Félix», al
entero país brasileño y a toda esta América Latina que «está pasando por el
fuego y por la sangre». Y que afectan a cuantos, desde cualquier parle del
mundo, se hagan sensibles a este dolor continental.
Pedro
refleja todas esas cosas en su nuevo relato trenzado de vivencias, confesiones,
fragmentos de su Diario, documentos, testimonios y denuncias; escrito, lógicamente,
en el estilo de la primera parte de su citado libro.
En
francés sale todo en la primera edición de su «credo». En España seria
defraudar a los lectores de las tres ediciones de la versión original,
privarles del nuevo capítulo; y sería una falta de respeto añadir estos
cincuenta folios a la cuarta edición.
He
llegado junto a Pedro cuando él redacta los últimos folios, y le parece ideal
ofrecer este escrito en español en un nuevo libro, que abre la colección «Tercer
Mundo/Tercera Iglesia». Pedro Calsaldáliga es hoy uno de los mejores testigos
de esa Tercera Iglesia que nace en el Tercer Mundo. No sin razón «confesaron» y
«anunciaron» a todas las Iglesias, los veinte obispos brasileños que concelebraron
en São Félix una Eucaristía de «solidaridad» con su obispo y su pueblo
brutalmente perseguidos:
«Con
sencillez reconocemos y acogemos el testimonio de la Iglesia de São Félix,
asumida como instrumento de Dios para alertarnos e iluminamos en la hora
presente» (Mensaje desde São Félix, 19 agosto 1973).
Aquí,
en el Brasil, arde aún el tiroteo público que abrió hace cinco meses el obispo
y terrateniente Dom Geraldo Proença Sigaud, al acusar de comunistas a sus
hermanos en el episcopado Tomás Balduino y Pedro Casaldáliga, y al pedir para éste
-como si él fuera un juez militar- la inmediata expulsión del país. Desde la
televisión y la prensa, y desde el sigilo diplomático de la Nunciatura que hizo
llegar las «pruebas» al Vaticano, el debate ha saltado a la calle y al mismísimo
Parlamento. Los periódicos están publicando las múltiples declaraciones
personales y colectivas cursadas a diario a los protagonistas y a los centros
del poder militar y eclesiástico: El acusador es acusado, y los acusados están
siendo absueltos y aclamados «públicamente». Los poemas de Pedro y su libro «¡Yo
creo en la Justicia y en la Esperanza!», escritos «utilizados» como flagrante «cuerpo
del delito», son perseguidos por unos pocos y buscados por muchos para leer en
su integridad el valiente testimonio que Dom Sigaud ha mutilado y tergiversado
en un montaje indigno que termina por ser la mejor campaña de propaganda
gratuita que se le puede hacer a un libro.
Entre
unas y otras cosas -el clamor popular, la presión internacional y la prudencia
de Roma rectamente informada por la autoridad del episcopado brasileño, que
apoya decididamente a los dos calumniados- la expulsión de Pedro
se hace inviable.
¿Qué
nuevo período se abre ahora?
Al
encontrar a Pedro escribiendo las páginas de este libro, me ha dicho
confiadamente: «Presiento que se me concede dejar las cosas claras por escrito.
Como si esto fuese mi testamento».
Yo
temo -y Pedro espera- que al cerrársele al Enemigo la vía de la expulsión, se
abra una nueva oportunidad para la muerte. Aquí, el omnipotente poder injusto
(el Enemigo) dispone a capricho de la última injusticia.
El
conocido escritor cristiano Arturo Paoli, Hermanito del Evangelio comprometido
con los pobres, huido de la trampa de la muerte que le tendió la represión en
Argentina, me diría días después en las montañas venezolanas, donde ahora vive
su compromiso con la contemplación y la liberación: «Pedro es un hombre que
vive en peligro de muerte, y hay que ayudarle alertando a la opinión pública».
«Me
siento cada día más próximo a la esperada hora», escribe Pedro en su Diario. Y
sigue: «De hecho, la muerte rondaba, como diría García Lorca. Y uno la sentía,
sobre todo cuando llegaba la noche o por ciertos caminos o delante de ciertas
miradas y uniformes».
Yo
sé, desde hace tiempo, que Pedro vive asediado por la muerte.
(Sabemos ciertamente de tres tentativas para matarle.) Y sé que él lo sabe. Y sé
que no teme la muerte y que la espera. («Que te rondaré, morena...») Bromeando,
muy seriamente, se lo he reprochado ahora de tú a tú: «Te va a contrariar Dios
haciéndote vivir noventa años. Y tendrás que morir viejecito y con
tranquilidad, bien asistido, en un sillón bien cómodo o en una señora cama». Él
se ríe y repite aquello: «Que te rondaré, morena»...
He
leído de un tirón este escrito de Pedro y veo que todo él lo atraviesa la
muerte. La muerte real, desnuda, cruel, perseguida –esperada- por la esperanza
de Pedro, que, nacida de la cruz de Jesús, es más implacable aún que la misma
muerte. «Temida, llamada; vendida, comprada; sentida, mentida; callada, cantada»...
La muerte que le llegó, inmerecida, al jesuita João Bosco que cayó a los pies
de Pedro destrozado su cerebro por la bala dum-dum disparada a bocajarro por la
mano del número llamado Ezy, el cual huyó, fue detenido luego y ya anda suelto.
La muerte que asoló la aldea de los indios Bororo en Meruri, segando a balazos
las vidas del misionero Rodolfo y del indio Simão. La misma muerte viene
persiguiendo y alcanzando, desde antes, al pueblo de sertanejos, retirantes,
peones e indios, que por eso se interponen entre el pueblo y la muerte esos
hombres -Rodolfo, João..- y son matados. (Escribe Pedro en este libro: «La
extrema derecha amenaza a varios obispos, con la muerte incluso. Es otra vez,
quizás más que nunca, hora de martirio». Y «martirio» es testimonio-con-muerte.
Sigue Pedro: «Que el Espíritu de Jesús nos llene de una alegre decisión de
testimonio»}. Es la misma muerte que mata en el pueblo a los sin nombre. «Muchas
muertes matadas -otra vez habla Pedro- dentro de la región de la Prelatura. No
sé cómo enfrentar este doloroso misterio. Se mata exasperadamente».
Sin
ninguna duda, se nos impone como título de este libro la frase que me asalta
espontánea y absolutamente perfilada: «La muerte que da sentido a mi Credo». Se
lo digo a Pedro y me dice con firmeza: «Sí, oye. Sí. Sí».
Por
si no hubiera bastante, provocado por mis bromas -muy en serio-, Pedro, que es
poeta, crea versos sobre la muerte que ronda. Su «Romancillo de la muerte» es
voz suya -su alma- que canta en coplas el desafío de la Esperanza a la «muerte
rondera». Pedro cerrará así esta crónica-prólogo tramada entre los dos, entre
los dos hablada.
Y,
por si aún fuera poco, días después dialogamos seriamente sobre esa muerte
rondera (preparamos el libro «Diálogos» , y a la pregunta «¿Qué significan para
tí ahora esas muertes, la muerte, tu propia muerte?», me responde Pedro: «Recordando
la expresión española, diría que, por un lado, esas muertes, la muerte presente
así en mi vida, en mi pueblo, me hace la pascua. No deja de ser muerte. Nunca
he perdido -ni siquiera cuando pido el martirio- la sensibilidad de la muerte.
La muerte continúa siendo para mí lo más serio de la vida. Me hace la pascua.
En algunos momentos casi me ha desesperado y yo le he preguntado a Dios por qué
tantas muertes estúpidas, sin sentido al parecer, muertes de hambre, por
distancias, por no tener un mínimo de infraestructura, asistencia médica, etc.;
por tanta injusticia; muertes matadas, como se dice aquí, muertes enloquecidas.
Por otra parte, claro, es la Pascua del Señor. Yo tengo fe, tengo esperanza. A
ti te he dicho varias veces que aquí mi esperanza se ha agudizado, se ha
afilado como una cuchilla a medida que ha ido cortando la carne de la muerte
presente. Sólo puedo tener esperanza; no existe otra posibilidad. ¿Cómo podría
enfrentar yo tanta muerte, en mí y en los otros, en los pobres y en los pequeños,
en los inocentes, muertes causadas sobre todo por la injusticia, si no fuese a
fuerza de Esperanza? Es la Pascua del Señor: ¡en fin!: entonces es muerte pero
también es resurrección. No veo muy bien cómo; costándonos mucho, al pueblo y a
mí, pero es resurrección. Veo en la Esperanza, que es tan fuerte cuanto ciega».
Basta.
Callo ya. Justificado y ambientado el presente libro con esta crónica-prólogo,
dejo a Pedro la palabra, doy paso a sus versos y a su voz:
ROMANCILLO DE LA MUERTE
Ronda
la muerte rondera,
la
muerte rondera ronda.
Lo
dijo Cristo
antes
que Lorca.
Que
me rondarás, morena,
vestida
de miedo y sombra.
Que
te rondaré, morena,
vestido
de espera y gloria.
(Frente
a la Vida,
qué
es tu victoria?
El,
con su Muerte,
fue
tu derrota)
Tú
me rondas con silencio,
yo
te rondo en la canción.
Tú
me rondas de aguijón,
yo
te rondo de laurel.
Que
me rondarás,
que
te rondaré.
Tú
para matar,
yo
para nacer.
Que
te rondaré,
que
me rondarás.
Tú
con guerra a muerte,
yo
con guerra a Paz.
(Que
me rondarás en mí
o
en los pobres de mi Pueblo,
o
en las hambres de los vivos
o
en las cuentas de los muertos.
Me
rondarás bala,
me
rondarás noche,
me
rondarás ala,
me
rondarás coche.
Me
rondarás puente,
me
rondarás río,
secuestro
accidente,
tortura,
martirio.
Temida,
llamada;
vendida,
comprada;
sentida,
mentida;
callada,
cantada..!)
Que
me rondarás,
que
te rondaré,
que
te rondaremos,
todos,
yo
y
Él.
Si
con Él morimos,
con
Él viviremos.
(Con
Él muero vivo,
por
Él vivo muerto)
¡Tú
nos rondarás,
pero
te podremos!
Pedro
Casáldáliga
Yo
pongo aquí mi firma como testigo de «testigos». Con inmensa gratitud a Pedro, a
todos los suyos del Mato Grosso, equipo y pueblos, y «al Dios que da a los
hombres tal poder» (tal amor) como ha dado, desde Jesús y por El, a los muchos
profetas que ya murieron matados, a los que nos acompañan voceando el Juicio
del Señor del Amor, y a los que serán profetas después aún, mientras sea
necesario en este reino de la muerte, sombría tierra en que sembramos la vida
(no sin morir) y la esperanza (no sin desesperarnos algunas veces), hasta que suceda
que, por el amor y la justicia (¡háganse ya. Señor!), la vida de cada ser
humano tenga el mismo sacratísimo valor para todos los nacidos. Mientras tanto,
«ninguno de nosotros se siente muy lejos de la muerte en esta hora».
Pedro:
quienes hacen su agosto a costa de la muerte que ronda a tu pueblo, se seguirán
rasgando las vestiduras. Oligarcas y represores, y sus peones ciegos (siempre
habrá algún obispo que se les una), te seguirán llamando subversivo, violento,
comunista. Ensuciarán tu nombre, tal vez las Nunciaturas pacten con tus
acusadores, y, ciertamente, continuarán, algunos, matando al pueblo. Frente a
todo, porque la muerte ronda, mientras ella no nos quite la voz, hay que seguir
gritando, Pedro. Que el Amor te administre la ira y la esperanza. Y la vida...
No olvides mi «amenaza», que yo guardo tu réplica: «Si, como tú me amenazas.
Dios me hace vivir más de noventa años, si muero, como dices, en un sillón bien
cómodo o en una señora cama, en todo caso, la cercanía de esta muerte habrá
sido para mí un formidable sacramento». Y me subrayaste las dos últimas
palabras...
Contigo
y tu pueblo, en Jesús, el Cristo, para todos.
Teófilo
Cabestrero cmf
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