lunes, 4 de mayo de 2015

La primera cristiana (Virtudes y Valores)

La primera cristiana

Como la primera cristiana, tuvo que recorrer un camino de madurez, la madurez del cristiano perfecto (cf Ef 4,13). Y esta madurez se realiza histórica, viva y existencialmente, en la fidelidad a la vocación.


Por: Florián Rodero, L.C. | Fuente: Catholic.net Virtudes y Valores








“En su cualidad de cristiana, María posee un derecho natural a nuestra simpatía y familiaridad por la sencilla razón de que es semejante a nosotros. Ella es nuestra gloria, la única incomparable gloria de nuestra naturaleza caída” (Newman, Carta a Pusey).

Estas palabras del cardenal Newman justificarían un modo de nuestra relación con María y a la vez iluminarían el camino de nuestra devoción.

Apenas abrimos las puertas del mes de mayo y en iglesias, santuarios, capillas, oratorios y ermitas entran a raudales en un inmenso coro polifónico las alabanzas que a María salmodia incansable el pueblo de Dios: los niños con sus cándidas y frescas flores que colocan a los pies de alguna imagen de la madre de Dios; los testimonios de los jóvenes cristianos valientes, los rosarios, novenas y oraciones tradicionales de la gente mayor; los cantos fervorosos de contenida alegría de las almas contemplativas y de los fieles cristianos consagrados al corazón de María en tantos movimientos marianos; las Misas votivas de los sacerdotes y las predicaciones de los grandes enamorados de la Virgen. Todo un estallido primaveral de devoción mariana que sintoniza y coincide, simbólicamente, con la explosión de vida de la naturaleza. La Iglesia por un mes se vuelve mariana.

Este panorama me recuerda los versos de Lope de Vega: “Mi Dios, de vuestro favor/ he visto los campos llenos./ Vamos con grande alegría/ en los ánimos cristianos/ a dar loores soberanos/ a la bendita María.

Sin querer disminuir el valor de esta manifestación, bulliciosa, espontánea y alegre, de piedad mariana, deseo explanar las palabras de Newman: es lícito cantar las glorias de María porque existe entre ella y nosotros una familiaridad connatural.

El mes de mayo surgió en Occidente al margen de la liturgia y en el mismo corazón del mes de las flores. Aprovechando este terreno natural, hombres y mujeres, celosos de la devoción a María, proponen dedicar el mes de mayo -en la cultura del cual prevalecía el amor cortesano- a María. No fue fácil esta conversión porque suponía suplantar las galanterías cortesanas, excesivamente naturales, con las expresiones del amor a María. Para conseguir esto se multiplican durante este mes los obsequios florales, las alabanzas y otras mil formas que el corazón humano se inventa para manifestar el amor a María.

La devoción a María no se contenta ni se agota, es verdad, en las flores, en los cantos, en las letanías, en las procesiones o en las novenas; sin embargo también la veneración a la madre de Dios necesita de este mes que “invita al pueblo a la oración pública y tanto más en cuanto las necesidades de la Iglesia y un peligro amenazador así lo exigen”, según las palabras de Paolo VI en la breve encíclica Mense Maio, 1965.

Este fervor mariano debe de incitarnos en este mes no solamente a cantar y elevar súplicas a María como madre intercesora y poderosa, sino a vivir, como decía el Padre J.M. Collin, fundador de los padres maristas, el “espíritu de María”: “si desean ser fieles hijos de María, deben sentirse inspirados de su espíritu: pensar como María, juzgar como María, sentir y actuar en todo como María”. Por vivir como María, la encíclica Marialis Cultus entiende no la imitación de María en la realidad sociocultural que ella vivió, sino la adhesión total a la voluntad de Dios. Esta conformidad con el querer de Dios es para todo cristiano un ejemplo “limpidísimo” de vida evangélica.

Por otra parte, el mes de mayo se encuentra dentro del tiempo pascual. En este contexto teológico y litúrgico, María se nos ofrece como el ejemplo de la nueva criatura nacida de la gracia y elegida, la primera, para ser santa e inmaculada antes de la creación del mundo (cf Ef 1,4). Ella fue la primera criatura nueva en Cristo (cf 2Cor 5,7). María se presenta así como la nueva creatura en su estado más puro. Con toda razón ya desde los primeros siglos se llamó a María, nueva Eva. S. Andrés, obispo de Creta, comentaba así el nacimiento de María: “En el día del nacimiento de María, el género humano recupera el carisma de la primitiva creación divina en todo el esplendor de su nobleza y en ese día se encuentra consigo mismo” (Homilía en el nacimiento de la Madre de Dios”). Desde esta misma perspectiva Juan XXIII afirmó que “la intimidad concedida en la creación a Adán y perdida tan rápidamente, vuelve a María a su perfección original” (Discurso del 7 de Diciembre de 1959).

Se tiene la impresión de que la catequesis actual ha olvidado frecuentemente la médula de la novedad del cristiano. Jesús en el discurso a Nicodemo insiste en explicarle en qué consiste esta novedad. Esta novedad es el don al que Jesús se refería en su diálogo con la samaritana (cf Jn 4,10). Novedad que es uno de los puntos cardinales de la teología paulina. A esto se refiere Juan Pablo II en la “novo millennio ineunte” al hablar de la “primacía de la gracia” (38).. Vida de gracia a la que todos estamos llamados, porque la plenitud de la vida cristiana consiste en la inserción en Cristo y la inhabitación del Espíritu.

Considerado esto así, parecería casi natural que María, la primera cristiana, fuese saludada por el ángel como llena de gracia. Es la gracia, particularmente en María, su nueva naturaleza.

Pero la gracia en María no es una realidad estática y pasiva. Todo lo contrario. María, por ser la primera cristiana, modelo, por lo tanto, de todos los cristianos, tenía que ser ejemplo, asimismo, de que esa vida de gracia debía de alcanzar la plenitud de la vida en Cristo, objetivo de la vida de todo cristiano (cf Ef 3,19).

Como la primera cristiana, tuvo que recorrer un camino de madurez, la madurez del cristiano perfecto (cf Ef 4,13). Y esta madurez se realiza histórica, viva y existencialmente, en la fidelidad a la vocación. En María, como hija y sierva del Señor, se exigía esta fidelidad. En los siervos del Señor lo que se requiere es que sean fieles (cf 1Cor 4,2). A esta luz parecería lógico que su respuesta fuera un sí definitivo y constante desde el inicio de su llamada hasta el final de su recorrido espiritual. Existe un vínculo inmediato que percibimos intuitivamente entre el fiat de la anunciación y el estar en pie junto a la cruz de Jesús.

María es, pues, modelo de vida de comunión con Dios en el Hijo por el Espíritu Santo. De esta unión surge natural en ella la exigencia de acoger la Palabra y ponerla en práctica ( cf Marialis Cultus 35)
Santidad de María y modelo de fidelidad de los que escuchan la palabra de Dios van, pues, íntimamente unidas y son para todo fiel un dechado de belleza y un modelo vivo y siempre actual de vida cristiana. Las flores y los cantos de este mes de mayo deben de convertirse en todo cristiano en frutos de verdad. Y así, de forma natural, como diría Newman, podemos sentirnos familiares de María.
 
¡Vence el mal con el bien!

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