Santos Mexicanos: San Cristóbal Magallanes Jara
Según la Arquidiócesis de Puebla:

El 21 de mayo de 1927, mientras desempeñaba sus labores apostólicas dentro de su circunscripción eclesiástica, un grupo de militares, encabezados por el general de brigada Francisco Goñi, capturó al párroco. Ese mismo día el encargado del seminario de Totatiche, presbítero Agustín Caloca, también fue aprehendido. Acusado de sedición, el párroco desmintió los cargos presentando un artículo de su puño y letra, publicado un poco antes, donde exhortaba a sus feligreses a mantener la calma: “La religión ni se propagó ni se ha de conservar por medio de las armas. Ni Jesucristo, ni los apóstoles, ni la Iglesia han empleado la violencia con este fin. Las armas de la Iglesia son el convencimiento y la persuasión por medio de la palabra”.
Dos días después fueron trasladados a Momax, Zacatecas, y la mañana siguiente, sin ningún juicio, fueron fusilados en el patio de la presidencia municipal. Antes de ser ejecutado, el señor cura Magallanes distribuyó sus pertenencias entre los soldados del pelotón, dirigidos por el teniente Enrique Medina. Después, ambos sacerdotes se dieron la absolución sacramental. El señor cura pidió permiso para decir lo siguiente: “Soy y muero inocente, perdono de corazón a los autores de mi muerte y pido a Dios que mi sangre sirva para la paz de los mexicanos desunidos”. Sus restos, exhumados de Colotlán, yacen en la parroquia de Totatiche, Jalisco.
Según la Arquidiócesis de Jalisco:

Murió en San Julián, Jal. el 30 de marzo de 1927
Sus restos se encuentran en Mechoacanejo, Jal.
Se distinguió por ser amable y bondadoso con todos, comunicativo y sencillo, desprendido y generoso. Sus muchas habilidades las puso al servicio del prójimo; emprendedor y caritativo, llegó a regalar incluso la camisa que llevaba puesta a quien la necesitaba.
Don Julio, quien nació el 20 de diciembre de 1866 en Guadalajara, Jalisco, enseñó a sus feligreses el oficio de la sastrería y él mismo confeccionaba prendas para los pobres.
Su familia, encabezada por Atanasio Alvarez y Dolores Mendoza, carecía de recursos económicos, sin embargo la generosidad de unos bienhechores y la aplicación de Julio en los estudios, le permitieron formarse con suficiencia en un colegio de estudios superiores, antes de ingresar, en 1880, al Seminario Conciliar de Guadalajara.
Su arzobispo, don Pedro Loza y Pardavé, lo ordenó presbítero el 2 de diciembre de 1894. Una semana más tarde lo envió a su primer y único destino, la Capellanía de Mechoacanejo, misma que fue elevada a Parroquia y agregada al Obispado de Aguascalientes.
Desde su llegada a Mechoacanejo se distinguió por su celo pastoral. Cuando debía reprender las faltas de sus fieles, lo hacía con prontitud, firmeza y siempre de la mejor manera, sin herir los sentimientos de las personas.
Cuando los Obispos de México decretaron en agosto de 1926 la suspensión del culto público, el Padre Julio decidió permanecer en su Parroquia y a partir de entonces, administró los Sacramentos a hurtadillas, oculto en los ranchos. No creía poder ser uno de los “agraciados” sacerdotes que morían fusilados porque –decía- “Dios no escoje basura para el martirio”.
Sin embargo, el ejército federal implementó actitudes de represión extrema luego de que muchos católicos de la región se sublevaron contra las leyes anticlericales del Gobierno y finalmente, el 26 de marzo de 1927, a las 16:00 horas, una partida de soldados aprehendió al eclesiástico, quien junto con dos acompañantes, se dirigían al rancho El Salitre, a celebrar Misa. Descubierta su identidad, inició un penoso calvario para él y sus camaradas, fueron remitidos a San Julián, Jalisco, en donde en ayunas y con las manos atadas, se le prohibió descansar sentado; o se mantenía de pie o arrodillado.
El día 30 de marzo, a las 5:15 horas, un capitán de apellido Grajeda condujo al reo al paredón. ¿Siempre me van a matar? –“Esa es la orden que tengo”. – “Bien –repuso el mártir-, ya sabía que tenían que matarme porque soy sacerdote; cumpla usted la orden, sólo le suplico que me concedan hablar tres palabras: Voy a morir inocente porque no he hecho ningún mal. Mi delito es ser Ministro de Dios. Yo les perdono a ustedes; sólo les ruego que no maten a los muchachos porque son inocentes, nada deben”. Cruzó los brazos y de los soldados recibió la descarga fatal.
El cadáver fue abandonado en un tiradero de basura, próximo al templo parroquial, hasta que los habitantes de San Julián, enterados de que habían matado a un sacerdote, procedieron a velarlo y darle sepultura.
En el sitio donde lo aprehendieron se colocó una lápida y una cruz; lo mismo se hizo en el lugar del martirio. Sus restos, años más tarde, fueron trasladados a Mechoacanejo. Todos estos lugares son meta de peregrinación de numerosos fieles, atraídos por el recuerdo de la vida ejemplar y muerte edificante del Beato Julio Álvarez.
https://defendiendomife.wordpress.com/2014/08/02/san-cristobal-magallanes-jara/
MAGALLANES JARA, San Cristóbal
(Totatiche, 1869 - Colotán, 1927)
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Sacerdote, Mártir
El P. Cristóbal Magallanes encabeza la lista de los santos mártires mexicanos canonizados por S.S. Juan Pablo II el 21 de mayo del 2000. Murió fusilado en Colotán de Jalisco el 25 de mayo de 1927 a los 58 años.
Cristóbal Magallanes Jara nació en un rancho de Totatiche, Jalisco, el 30 de julio de 1869. Antes de ser sacerdote había sido pastor y labrador. Entró en el Seminario de Guadalajara en 1888, a los 19 años de edad.
“Un sacerdote conforme al corazón de Dios”
“Un sacerdote conforme al corazón de Dios”, así calificó el jalisciense San Miguel de la Mora a Cristobal Magallanes Jara[1] , sacerdote y mártir. Tras su ordenación sacerdotal fue destinado a trabajar como capellán de la Escuela de Artes y Oficios de Guadalajara. Lo mandaron luego a Totatiche como vicario coadjutor y posteriormente como párroco durante veintidós años, hasta el día de su martirio.
Se convirtió en padre del pueblo: fundó escuelas, centros de catecismo para niños y adultos, un periódico local, formó comunidades cristianas entre los indígenas huicholes de Azqueltán, cooperativas agrarias con terrenos adquiridos que dedicó a los peones sin tierra; fomentó la agricultura mediante la construcción de presas de regadío, canales de agua, distribución de abonos y de semillas de maíz. Estableció talleres de carpintería y zapatería, así como una planta de energía eléctrica para el suministro de luz y energía para los molinos. Finalmente fundó una cooperativa de consumo, un sindicato interprofesional y llegó a promover las semanas sociales regionales, siguiendo las indicaciones de la Rerum Novarum de León XIII. En el campo cultural, dotó a la amplia parroquia de Totatiche de escuelas, de un orfanato y de una biblioteca; organizó en el pueblo todo un abanico de actividades culturales para promover la vida de la gente: teatro, bandas de música, etc. Edificó numerosas capillas-escuela en los ranchos más lejanos. Cristóbal Magallanes continuaba así en aquellas regiones de México la tradición viva de los antiguos misioneros como Don Vasco de Quiroga, fundador de los "pueblos hospitales” de Michoacán. Fue un párroco, misionero andariego entre el disperso rebaño que el Señor le había encomendado en numerosas rancherías.
Párroco y formador de sacerdotes en Totatiche
Cuando el gobierno masónico clausuró todos los seminarios diocesanos en 1914, el dinámico párroco de Totatiche recogió a los seminaristas dispersos y fundó un nuevo seminario en junio de 1915. Lo dedicó a Santa María de Guadalupe, la Madre de México. Allí lo encontró el 21 de noviembre de 1916 el arzobispo de Guadalajara Don Francisco Orozco y Jiménez, tras uno de sus largos y penosos destierros. El pequeño cenáculo de seminaristas eran 12, como los apóstoles. El arzobispo le envió dos colaboradores para formarles: al P. José Garibi Rivera, quien sería el primer cardenal de México y futuro sucesor del arzobispo Orozco y Jiménez, y al P. José de Jesús Angulo.
Pero será el señor cura Cristóbal Magallanes quien cuide y se preocupe de la vida de aquel cenáculo apostólico. El gobierno no lo podía tolerar y por ello en seguida fue clausurado nuevamente. En aquel año de 1915, las medidas persecutorias contra la Iglesia en Jalisco fueron particularmente violentas, pero el P. Cristóbal no cesó por ello en su empeño. Decidió abrir el seminario bajo otro nombre. No obstante, en 1917 se desató de nuevo la persecución. Los seminaristas tuvieron que esconderse en las casas particulares. Abrió entonces una casa en los arrabales del pueblo, casi un tendejón, sin apariencia alguna de ser un seminario en la forma tradicional, y ello para defenderlo de la persecución. Lo llamó "Familia Silvestre" o “El Silvestre”. Los cinco primeros frutos de aquel seminario fueron ordenados entre 1923 y 1926. “Madre Santísima, dijo el padre Cristóbal predicando en la primera misa de uno de ellos, el padre Salvador Casas, tú me has concedido ya muchas satisfacciones; acuérdate que soy pecador y no tengo méritos para el cielo; mándame ya el sufrimiento, amarguras, tribulaciones y aún el martirio”[2] . La Virgen escucharía su ofrecimiento y su petición.
El P. Cristóbal cuidó de aquel seminario hasta la vigilia de su muerte, la cual al perecer veía cerca, por lo que ocho meses antes de su martirio escribió su testamento y lo distribuyó impreso a sus fieles. Empieza así: "Guardad íntegra e inmaculada la Fe Católica, Apostólica y Romana evitando con cuidado toda ocasión o peligro de perderla (...) Perdonad a vuestro enemigos y a todos los que os quieran mal, y no fomentéis odios ni rencores en el pueblo. Rezad con fervor y constancia (...) dedicaos diariamente al trabajo (...) respetad a las autoridades públicas."[3] . El testamento parece un eco de las cartas de San Pablo a su discípulo Timoteo desde la cárcel romana, poco antes de su martirio.
Totatiche: las razones de un pueblo en vilo
Totatiche aparece frecuentemente en la historia de la persecución y en la historia de la Cristiada. Muchos en el pueblo se habían unido al movimiento de los cristeros, cansados de ver pisoteada la libertad religiosa y hollados todos los derechos. El dolor llegó a la gente al verse privada de la celebración de la santa Misa. Con el apagón de la lámpara que ardía ante el Sagrario vacío, la gente empezaba a experimentar el viernes santo de la pasión y el silencio tumbal del sábado santo. El P. Cristóbal quiso oponerse, como lo hacían otros muchos sacerdotes, a que la gente se levantase en armas. Fundaba su gesto en el ejemplo de Cristo mismo, de los apóstoles y de los mártires. Mucha gente de aquel pueblo sencillo no entendía razones. Y estaban en su derecho de defenderlo por todos los medios lícitos, como el mismo Pío XI y los obispos reconocían por aquel entonces. Además, la federación y el gobierno tampoco entendían razones.
El P. Magallanes se vio obligado a esconderse, a escapar, pues si la federación lo agarraba lo habrían pasado por las armas. Tales eran las órdenes del gobierno contra todos los sacerdotes que se negaban a dejar los pueblos y concentrarse en las ciudades o que continuaban ejerciendo su ministerio clandestinamente. Él se daba cuenta del riesgo que corría. Lo escribía a un seminarista suyo, Margarito Ortega: “Mi vida, desde hace cuatro meses ha sido andar por cerros y barrancas, huyendo de la persecución gratuita de nuestros enemigos y de los rebeldes entre quienes júzgale gobierno que andamos, nomás porque nos ha tocado vivir en la región de los alzados; sin embargo miles y miles de habitantes de estos pueblos que nos conocen desde hace muchos años, saben que somos inocentes y nos calumnian infamemente”[4] .
El martirio
Al final lo encontraron. Las tropas federales del general Francisco Goñi, lo detuvieron a las once de la mañana del 21 de mayo de 1927, cuando iba a celebrar la Eucaristía al rancho lejano de Santa Rita. Iba montado en un macho, casi como un campesino, un ranchero o un arriero, cuando topó con la tropa. Lo pararon los soldados y le preguntaron quién era. Contestó simplemente: "Soy Cristóbal Magallanes, párroco de Totatiche"[5] . Lo obligaron a bajarse del mulo. Le amarraron los brazos y se lo llevaron como a un criminal a la cárcel de Totatiche, a donde llegaron a la una de la tarde. La gente de Totatiche hizo lo imposible para librarlo: lloró, suplicó, ofreció todo lo que tenía para lograrlo. Pero la federación cerró su corazón, que quizá ya había perdido, su razón y su sentido común. Agarraron también entonces a su compañero de ministerio y maestro en aquel pequeño seminario clandestino, el padre Agustín Caloca. El 23 de mayo se los llevaron a los dos presos a Momaz, Zacatecas, y el 24 los arrastraron a Colotlán, en Jalisco.
Los encerraron en la presidencia municipal. Y allí, sin juicio alguno, sin mediar acusación o disculpa alguna, como era la praxis ya ordenada por el gobierno, ante varias personas civiles y militares, el teniente coronel Marcelino Mendoza Coronado y el coronel Enrique Medina ordenaron la muerte de ambos sacerdotes. Los colocaron junto a un paredón para fusilarles. El P. Cristóbal preguntó quiénes lo iban a fusilar y le presentaron a tres soldados, a uno le regaló unas monedas, a otro su reloj y al tercero su rosario[6] . El P. Cristóbal se hincó y le pidió a su antiguo discípulo que le absolviese. Luego se levantó y dijo al pelotón de ejecución: "Soy y muero inocente, perdono de corazón a los autores de mi muerte y pido a Dios que mi sangre sirva para la paz de los mexicanos desunidos"[7] .
El P. Caloca no podía evitar la emoción y la angustia del momento. El ya probado y maduro sacerdote padre Cristóbal lo envolvió con una mirada paternal y segura y le dijo: “Tranquilízate, padre, Dios necesita mártires; un momento y estaremos en el cielo”. A lo que el joven discípulo respondió mirando a sus ejecutores: "Nosotros por Dios vivimos y en El morimos"[8] . Les dispararon a bocajarro y cayeron los dos juntos mezclando su sangre de mártires. Era el mediodía del 25 de mayo de 1927.
El cínico atestado de sus muertes redactado por los verdugos quedó plasmado en el Registro Civil de Colotlán, Jalisco, que al referirse al P. Cristóbal así dice: “Falleció de lesiones causadas por armas de fuego y sin asistencia médica el sacerdote Cristóbal Magallanes, originario y vecino de Totatiche; se mandó inhumar el cadáver (…) en el panteón de Guadalupe”. Allí de hecho fue sepultado[9] . Los vecinos empaparon algodones en la sangre de los mártires que corrieron por doquier como reliquias preciosas de los testigos de Cristo, como había sucedido con los primeros mártires del cristianismo.
En 1977, el arzobispo de Guadalajara, el cardenal Don José Salazar, recordaba el martirio de los dos sacerdotes con estas palabras: “En el ejercicio de su ministerio sacerdotal fueron aprehendidos y se les sacrificó solamente por ser sacerdotes. Nuestra oración pide humildemente al Señor que sean glorificados en la Iglesia de Jesucristo quienes dieron con gozo la prueba suprema del amor. Dígnate elevar a tus siervos Cristóbal y Agustín al honor de los altares”[10] . Y lo fueron juntos: con su canonización el 23 de mayo del 2000 en San Pedro de Roma. Las reliquias del P. Cristóbal Magallanes se veneran en el templo parroquial de Totatiche donde él había sido como “el Buen Pastor que da su vida por sus ovejas” (cfr. Jn 10).
Notas
- ↑ Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, I, 125-131.
- ↑ González Fernández, Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo, Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008, p. 901.
- ↑ Positio Magallanes I, 128-129; III, 48-49.
- ↑ González Fernández, Fidel. Obra citada, p. 902.
- ↑ Positio Magallanes I, 129-130; II, 9, & 10; 11, & 17; 17, & 35; 21-22, & 47; III, 112.
- ↑ Positio Magallanes, I, 137; Summarium, 12, & 20.
- ↑ Positio Magallanes, I, 137; II, 26, & 63; 28, & 67; 36, & 91; III, 114.
- ↑ Positio Magallanes, I, 137; II, 36, & 91; 49, & 129; 26, & 63.
- ↑ Positio Magallanes I, 129-130; II, 21, & 47; 9, & 10; 11, & 17; 16-17, & 35, 32, & 78; 29, & 67; III, 50.
- ↑ González Fernández, Fidel. Obra citada, p. 903.
Biliografía
- González Fernández, Fidel. Sangre y Corazón de un Pueblo, Tomo II. Ed. Arquidiócesis de Guadalajara, México, 2008.
- Positio Magallanes et XXIV Sociorum Martyrum, tres volúmenes.
- López Beltrán, Lauro. La persecución religiosa en México. Tradición, México, 1987.
FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ
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