Qué pensar de las nuevas formas de
cohabitación
2018-01-19
Al lado de las
familias-matrimonio que se constituyen en el marco jurídico-social y
sacramental, surgen más y más familias de simple cohabitación, y uniones
libres, que se forman consensuadamente fuera del marco tradicional y perduran
mientras dura el consenso, dando origen a la familia consensual no conyugal.
Crecen
en todo el mundo las uniones entre personas homoafectivas (hombres y mujeres),
que luchan por la constitución de un marco jurídico que les garantice
estabilidad y reconocimiento social.
No
es lícito emitir un juicio ético sobre estas formas de cohabitación sin antes
tratar de comprender el fenómeno. Concretamente: ¿cómo conceptuar la familia
ante las varias formas en las que se está estructurando actualmente?
Un
especialista brasileño, Marco Antônio Fetter –el creador de la primera
Universidad de la Familia, en Porto Alegre (Brasil), con todos los grados
académicos–, la define así: «la familia es un conjunto de personas con
objetivos comunes y con lazos y vínculos afectivos fuertes, cada una de ellas
con un papel definido, donde naturalmente aparecen los papeles de padre, de
madre, de hijos y hermanos» (Correio Riograndense, 29/10/2003,11).
Por
otra parte, una transformación importante se ha dado en la familia con la
aparición de los preservativos y los anticonceptivos, hoy incorporados ya a la
cultura como algo normal, y que ayudan a evitar el sida y otras dolencias
transmisibles sexualmente. Además, con los preservativos y la píldora, la
sexualidad ha quedado separada de la procreación y del amor estable.
Cada
vez más, la sexualidad, así como el matrimonio, son vistos como oportunidad de
realización personal, incluyendo la no procreación. La sexualidad conyugal gana
en intimidad y espontaneidad, pues, mediante los contraceptivos y la planificación
familiar, queda liberada de embarazos imprevistos no deseados. Los hijos/as son
queridos y decididos de común acuerdo.
El
énfasis en la sexualidad como realización personal ha posibilitado el
surgimiento de formas de cohabitación no estrictamente matrimoniales. Expresión
de esto son las uniones consensuales y libres, sin otro compromiso que la mutua
realización de los compañeros o de cohabitación homoafectivos.
Tales
prácticas, por nuevas que sean, deben incluir también una perspectiva ética y
espiritual. Importa tener cuidado para que sean expresión de amor y de mutua
confianza. Desde una lectura cristiana del fenómeno, si hay amor, tiene que ver
con Dios, pues Dios es amor (1Jn 4,12.16). Entonces, no cabe tener prejuicios
ni hacer discriminaciones. Más bien, hay que tener respeto y apertura, para
entender tales hechos y ponerlos también delante de Dios. Si las personas
comprometidas lo hacen así y asumen esa relación con responsabilidad, no se
puede negar a esa relación relevancia religiosa y espiritual. Surge una
atmósfera que ayuda a superar la tentación de la promiscuidad, se refuerza la
estabilidad, y hace disminuir los prejuicios sociales.
Si
hay sexo sin procreación, puede haber procreación sin sexo. Es el complejo
problema de la procreación in vitro, de la inseminación artificial
y del «útero de alquiler». Toda esta cuestión es extremadamente polémica en
términos éticos y espirituales, y parece no haber consenso.
Generalmente
la posición oficial católica tiende a una visión naturista, que exige, con
respecto procreación, la relación sexual directa de los esposos, cuando, en
realidad, es razonable que se admita la legitimidad de la unión de un óvulo de
la esposa con un espermatozoide del esposo de forma artificial, e implantar después
el óvulo fecundado en el útero, siempre que tal procedimiento esté justificado
desde el amor.
Sobre
esta compleja cuestión, nos valemos de la opinión de un especialista holandés
católico:
«La
tecnificación de la procreación humana no está libre de problemas. La
inseminación artificial en sus diferentes formas, la fecundación in
vitro y el trasplante de embriones nos permiten realizar un embarazo
fuera de los cuadros seguros del casamiento tradicional. Así, es posible que
una mujer quede grávida por inseminación artificial del esperma de un donador
anónimo; se puede unir in vitro espermatozoides y óvulos, e
implantarlos después en la mujer; se puede tener un hijo por medio de una
«madre de alquiler». Estos medios técnicos no están a nuestra disposición de
forma neutra, como una capacidad meramente instrumental: en su utilización debe
estar presente una responsabilidad ética» (revista «Concilium», 260 [1995] 36).
Son medios al servicio del amor parental.
No
es suficiente la procreación artificial. El ser humano tiene derecho a nascer
humanamente, de un padre y de una madre que en su amor lo desearon. Si por
cualquier problema se recurre a una intervención técnica, nunca se puede faltar
una inspiración verdaderamente humana y un recto propósito ético.
El
hijo/a que de ahí procede debe poder tener nombre y apellido, y ser recibido
socialmente. La identidad social, en estos casos, es más importante,
antropológicamente, que la identidad biológica. Además, es importante que la
criatura sea inserida en un entorno familiar, para que, en su proceso de
individuación, pueda realizar exitosamente el complejo de Electra en relación a
la madre o de Edipo en relación al padre. Así se evita psicológicamente daños
irreparables.
Finalmente,
la vida debe ser entendida siempre como la culminación de la cosmogénesis y el
mayor don del Creador.
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