VIRGEN DE GUADALUPE
12 de diciembre de 1977
Queridos Hermanos:
Está terminando en la
Basílica de Nuestro Señora de Guadalupe la tradicional procesión que recorre
todos los pueblos de América Latina en pos de una Virgen que es muy nuestra.
Apenas ingresado nuestro continente a la civilización, María acudió a la
montaña del Tepeyac para presentarnos una presencia de la Iglesia, con
fisonomía muy propia. No era una mujer europea, ni una india de nuestro
continente recién descubierto, es la expresión del mestizaje, la raza nueva que
en aquel momento surgía en la Historia. Y así la dulce morenita del Tepeyac va
a ser desde entonces también la que da la fisonomía propia a la Iglesia de este
continente. A mí me interesa mucho, queridos católicos, que tengamos de nuestra
religión el concepto auténtico, ahora tan falseado, tan calumniado y que
tengamos la idea de un Dios que al traernos la cruz de su Cristo a nuestro
continente quiso personificar esta religión redentora en la figura bendita de
María bajo esa fisonomía propia de América Latina.
Y así surge una Iglesia,
principalmente, me parece a mí, con estas tres características que marcan la
fisonomía propia de nuestra idiosincrasia, de una Iglesia que redime al
continente latinoamericano, con la potencia del Evangelio pero con
característica propia. Son estas tres:
1º. El espíritu de pobreza
2º. Su inserción en la historia de nuestros pueblos
3º. El connubio inseparable entre la evangelización y la promoción.
1º. El espíritu de pobreza
2º. Su inserción en la historia de nuestros pueblos
3º. El connubio inseparable entre la evangelización y la promoción.
Tratemos de explicar
brevemente, en honor de la Virgen de Guadalupe, para utilidad de nuestra fe,
estas tres notas que le dan la fisonomía propia al catolicismo latinoamericano.
1º. EL ESPÍRITU DE POBREZA
En primer lugar digo que
se caracteriza María y la Iglesia en América por la pobreza. María, dice el
Concilio Vaticano II, se destaca entre los pobres que esperan de Dios la
redención. María aparece en la Biblia como la expresión de la pobreza, de la
humildad, de la que necesita todo de Dios y, cuando viene a América, su diálogo
de íntimo sentido maternal hacia un hijo lo tiene con un indito, con un
marginado, con un pobrecito.
Así comienza el diálogo
de María en América, en un gesto de pobreza. Pobreza que es hambre de Dios,
pobreza que es alegría de desprendimiento. Pobreza es libertad, pobreza es
necesitar al otro, al hermano y apoyarse mutuamente para socorrerse mutuamente.
Esto es María y esto es la Iglesia en el continente. Si traicionó alguna vez la
Iglesia su espíritu de pobreza, no fue fiel al Evangelio que la quería
destacada de los poderes de la tierra, no apoyada en el dinero que hace felices
a los hombres. Apoyada en el poder de Cristo, apoyada en el poder de Dios: esta
es su grandeza. Por eso María le enseña a la Iglesia, principalmente en América
Latina, entre los pueblos pobres, entre la gente descalza, entre la gente
marginada, la necesidad de esa Virtud para salvarse. No es que están condenados
los que tienen, sino que tienen que hacerse humildes, tienen que hacerse
pobres, necesitados de Dios, si quieren encontrar el perdón y la gracia de la
salvación. No hay otro camino y en América Latina la Virgen y la Iglesia marcan
este grito de redención. "Bienaventurados los pobres de espíritu porque de
ellos es el reino de los cielos". Le damos gracias a María por haber
marcado, desde el inicio de nuestra civilización cristiana en el continente,
con esa marca bendita de la pobreza evangélica, a la cual nos está invitando
esta noche para ser felices con la felicidad del Evangelio.
2º. SU INSERCIÓN EN LA
HISTORIA DE NUESTROS PUEBLOS
En segundo lugar,
queridos hermanos, María es la imagen de una Iglesia que no quiere sentirse al
margen de la historia, sino que quiere estar en plenitud en la vida de los pueblos.
Apenas descubierta América, María se insiere, María vive con nuestra historia.
Aquí está la muestra. Nuestro pueblo siente que María es algo del alma de
nuestro pueblo, y así lo sienten todos los pueblos latinoamericanos. Nadie se
ha metido tan hondo en el corazón de nuestro pueblo como María. María, pues, es
la imagen también, un reclamo, de una Iglesia que está presente con la luz del
evangelio como Dios la quiere, en la civilización de los pueblos, en las
transformaciones sociales, económicas, políticas; no se puede prescindir de un
evangelio que nos amamantó, no podemos traicionar una Iglesia, un Dios que nos
ha dado los secretos de los verdaderos caminos por donde los hombres se hacen
felices.
Una Iglesia al margen de
la historia no sería la Iglesia redentora de los hombres. Una Iglesia que
quiere estar presente, como María, en el corazón de cada hombre y en el corazón
de cada pueblo es la verdadera y auténtica Iglesia de Cristo. Por eso
bendecimos a María de Guadalupe por habernos dejado este gesto sublime de vivir
tan hondo en el corazón de nuestro pueblo. Y hagamos entonces, queridos
católicos, porque ustedes y yo somos la Iglesia, que la Iglesia, que llevamos
por nuestra fe, sea luz del mundo, sal de la tierra, ejemplo en el hogar,
fidelidad al deber bien cumplido; ser salvadoreños que tratan de hacer honor a
su trabajo, a su honradez, a su fe para que no suceda aquello que dice el
Concilio: "El pecado más grave de nuestro tiempo es el divorcio entre la
fe y la vida". Que esa fe de nuestra Iglesia, que llevamos desde nuestro
bautismo, sea la sal y la luz en medio del mundo en que nos toca vivir.
3º. EL CONNUBIO
INSEPARABLE ENTRE LA EVANGELIZACIÓN Y LA PROMOCIÓN
Y finalmente, hermanos,
María es el modelo de una Iglesia que sabe conjugar la evangelización y la
promoción. Una evangelización sin el amor al hombre para promoverlo sería una
evangelización falsa, mutilada; una religión que no se preocupa de promover a
nuestro pueblo, de enseñar a leer a nuestros analfabetos, de incorporar a la
civilización tantas marginaciones de nuestra sociedad, no sería la verdadera
Iglesia redentora. Evangelizar y promover, he ahí la gran tarea, como María,
que no solamente cree y es feliz por su fe sino que al pie de la cruz, junto al
Redentor, es la colaboradora más íntima de la gran promoción de la renovación
cristiana de los hombres.
Esta es la verdadera
promoción, la verdadera liberación que la Iglesia aprendió de María y de los
grandes cristianos, a renovar al hombre porque no puede haber un continente
nuevo sin hombres nuevos, sin corazones renovados por la redención cristiana,
sin corazones y almas que sean como María, santos que, al pie de la cruz, saben
desparramar la sangre redentora de Cristo para salvar a las sociedades de
nuestro continente.
Bendito sea Dios,
hermanos, que la Virgen de Guadalupe es todo un signo de nuestra religión.
Tratemos de imitarla, que nuestra presencia aquí no sea solamente una procesión
folclórica sino que sea una reflexión profunda para vivir como Ella, insertos
en la sociedad, pero llevando a ella la sal de nuestra fe, y promoviendo esos
cambios profundos que nuestra sociedad exige para no vivir en un ambiente de
pecado sino para convertirnos a la verdadera redención.
Vamos a ofrecer, unidos
con María, la gran devota, la gran cristiana, la gran latinoamericana, la
Virgen de Guadalupe presente en el alma de cada uno de nosotros, para ofrecerle
a Dios el sacrificio inmaculado del cuerpo y de la sangre de Cristo que redime
a nuestros pueblos.
Creemos en un sólo
Dios...
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