miércoles, 25 de marzo de 2015

San Tarasio - San Dimas - Santa Lucía Filippini 25032015


San Tarasio

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 San Tarasio, (en griego: Ταράσιος), (c. 730–25 de febrero de 806) fue patriarca de Constantinopla desde el 25 de diciembre de 784 hasta su muerte en 806.
Tarasio nació y murió en Constantinopla. Hijo de un juez de alto rango, desde su infancia tuvo relación con otras familias importantes, como la del último patriarca, Focio. Tarasio desarrolló una carrera en la administración seglar y pasó a ser secretario imperial (asekretis). En este cargo, como mostró simpatías tanto por los Iconodulas como por la obediencia a las órdenes imperiales, la emperatriz Irene le nombró patriarca en 784, aunque en aquel tiempo era seglar. Sin embargo, como todos los bizantinos educados, estaba muy versado en teología. Para poder ser nombrado patrirca Tarasio fue ordenado apresuradamente sacerdote.
En 784 participó en el Concilio de Nicea, convocado para tratar la controversia iconoclasta. Mientras duraron las deliberaciones se produjeron varios tumultos. Finalmente se condenó la iconoclasia y se afirmó oficialmente la veneración de las imágenes.








CARTA APOSTÓLICA  DUODECIMUM SAECULUMDEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II  A LOS OBISPOS DE LA IGLESIA CATÓLICA AL CUMPLIRSE EL XII CENTENARIO DEL II CONCILIO DE NICEA






Calendario de Fiestas Marianas: Solemnidad de la Anunciación



San Dimas

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San Dimas, el buen ladrón


Sólo poseemos noticias ciertas acerca de su muerte y de su solemne  canonización -por parte del mismo Jesucristo-, no repetida en la  historia de la Santidad. En Marcos 15, 27s. y Lucas 23, 39-43 podemos  leer:


"Y con Él crucificaron dos ladrones, uno a la derecha y  otro a la izquierda de Él. Y fue cumplida la Escritura que dice: Y fue  contado entre los inicuos.

Uno de los malhechores le insultaba diciendo: ¿No eres Tú el Mesías?  Sálvate a Ti mismo y a nosotros.

Mas el otro, respondiendo, le reconvenía diciendo: ¿Ni siquiera temes tú  a Dios estando en el mismo suplicio? Nosotros, la verdad, lo estamos  justamente, pues recibimos el justo pago de lo que hicimos; mas Éste  nada ha hecho; y decía a Jesús Acuérdate de mí cuando vinieres en la  gloria de tu realeza.

Díjole: En verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el Paraíso".


Como hemos indicado al principio, nada más sabemos de San Dimas con  certeza histórica, pues son unas actas, aunque muy antiguas, apócrifas  las que iniciaron la leyenda sobre el mismo, que todos hemos oído  relatar alguna vez.
La Sagrada Familia, según nos narra la Biblia, se vio obligada a huir a  Egipto, debido al peligro que corría la vida de Jesús, por la  persecución de los niños menores de dos años que Herodes el Grande había  decretado.

En cierta ocasión en que los soldados del rey -y empieza aquí la  narración apócrifa- estaban sobre la pista de la Familia Santa, y cuando  ya les andaban muy cerca, José y María encontraron una casa en la que  fácilmente se podrían esconder, si les dejaban entrar.

Esta casa era la que habitaba Dimas con los suyos. José les pide que  los escondan, pues los soldados del rey con sus caballos, mucho más  veloces que el sencillo borrico que montan, ya casi les dan alcance.  Pero los habitantes de aquella casa se niegan a ello.

En este momento sale el joven Dimas, que seguramente por su carácter y  decisión gozaba entre sus camaradas de gran autoridad, y dispone que se  queden y les esconde en un lugar tan oculto que la policía romana no  consigue descubrirlos, ni puede detenerlos. Jesús promete a Dimas,  agradecido, que su acto no quedará sin recompensa, y le anuncia que  volverán a verse en otra ocasión y aún en peores condiciones, y entonces  será Él, Cristo, quien ayudará a su benigno protector.

De este modo terminan su narración las actas apócrifas. Explicación  suficiente, sin embargo, para observar en ella una diferencia total  entre las leyendas atribuidas a Jesús, y la sobriedad evangélica, aun en  los momentos más sublimes en que para confirmar su doctrina, Jesucristo  obra algunos de sus milagros. Por esta razón nos ceñiremos a  continuación al relato evangélico, Palabra Viva, que nos conduce a  importantes enseñanzas.

¿A qué fue debida la conversión de Dimas, un ladrón, un malhechor,  que seguramente en toda su vida no había visto a Jesús, aunque hubiera  oído hablar de Él, como de alguien grande, misteriosamente poderoso y  enigmático para muchos?

Porque en la cruz, Dimas se nos presenta ya convertido, como creyente  en la divinidad de Cristo: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el  mismo suplicio?».

Un autor moderno atribuye la conversión de Dimas a la mirada de  Jesucristo, la mirada clara de Cristo; en su cara abofeteada, escupida y  demacrada, la mirada que había obrado tantos prodigios y que convertía  al que se adentraba en ella con corazón limpio, en seguidor y discípulo...

Y el corazón de Dimas debía ser limpio, a pesar de todos sus delitos.  Inclinado al robo quizá por circunstancias externas, circunstancias tal  vez de tipo social, había sabido conservar, empero, cierto cariño a los  que le rodeaban, y un respeto sincero a sus padres y a las vidas de los  demás.

Y Dios, por la Sangre de su Hijo que estaba a punto de derramarse, le  premiaba lo bueno que había hecho y le perdonaba lo malo. Y en su Amor  insondable -Dios es Amor- le había concedido las gracias suficientes y  necesarias para aquel acto profundo de fe.

Y a continuación el gran acto de sometimiento a la Voluntad de Dios y  a la justicia de los hombres: «Nosotros, la verdad, lo estamos  justamente, pues recibimos el justo pago de lo que hicimos»; y después,  en aquellos momentos solemnes, alrededor de los cuales gira toda la  Historia, quiera el hombre reconocerlo o no, la petición confiada,  anhelante a su Dios, que por él, con él y también por nosotros moría en  una cruz: «Acuérdate de mí, cuando vinieres en la gloria de tu realeza».

Y de labios del mismo Cristo oye Dimas las palabras santificadoras:  «En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso».

He aquí un Santo original: hasta poco antes de morir, un ladrón, un  malhechor, de familia seguramente innoble, sin ningún milagro en su  haber, que puede ser, para nosotros, un magnífico tema de profunda  meditación.

En la Iglesia Ortodoxa Rusa, tanto las cruces como los crucifijos se  representan con tres barras horizontales, la más alta es el titulus crucis (la inscripción que Poncio Pilatos mandó poner sobre la  cabeza de Cristo en latín, griego y hebreo: "Jesús de Nazaret, Rey de  los Judíos"), la segunda más larga representa el madero sobre el que  fueron clavados las manos de Jesús y la más baja, oblicua, señala hacia  arriba al Buen Ladrón y hacia abajo al Mal Ladrón.









Oremos

Oh Padre del cielo, en memoria de San Dimas el buen ladrón, que en su  último momento despertó la consciencia del valor que tienen los bienes  del cielo, y que rechazó su vida pasada en el final de su vida, te  encomendamos con nuestra más sincera suplica, que fortalezcas nuestro  corazón, para reconocer el valor que tiene el seguir tu mensaje de  Salvación, y despiertes nuestra mente al reconocimiento de las cosas mas  valiosas, que són las que tu nos dejaste como herencia. Por Nuestro  Señor Jesucristo que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu  Santo. Amén



Santa Lucía Filippini

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El 29 de enero del 2001, el Papa se dirigió a las Maestras Filipinas que celebraron un capítulo en Roma. Le decía:"Desde hace años desarrolláis vuestra actividad en diversos países del mundo y os ponéis con amor al servicio del Evangelio...Sea esto una premisa feliz para una estación más fecunda de la vida consagrada y apostólica".
Lucía nació en 1672, y a los pocos meses perdió a su madre. Al padre le sucedió lo mismo pocos años después.
Todo esto no hundió a Lucía en una depresión. Se entregó con mayor confianza a Dios mediante la práctica de las virtudes que son, al fin y al cabo, las que dan alegría al corazón.
Comenzó con un grupo de amigas a hacer campañas contra el vicio que envenena el alma.
Vivía tan unida a Dios que, gracias a este contacto diario con él, podía llevar a cabo estas campañas y otras tantas actividades, hechas siempre bajo la óptica divina. Era una contemplativa de la naturaleza. Le encantaba el mar, el cielo y las campiñas de su Tarquinia natal.
Otra de sus actividades fue la enseñanza del catecismo a los niños y niñas. En esta actividad sintió la llamada de Dios.
A los 16 años tuvo la fortuna de encontrarse con el cardenal Barbarigo. Hablaron largo tiempo. Después de escuchar sus consejos, decidió hacerse monja.
Ya en el monasterio, tuvo por ideal el siguiente:"Iluminar las inteligencias, levantar los corazones".
Inspirada por Dios y con la ayuda de personas buenas y santas, concibió la feliz idea de fundar “Las Madres Pías Filipinas.”
Abrió escuelas por muchos lugares dentro y fuera de Italia. Y cansada, murió el 25 de marzo de 1732.









Oremos

Señor Dios todopoderoso, que de entre tus fieles elegiste a Santa Lucía Filippini para que manifestara a sus hermanos el camino que conduce a ti, concédenos que su ejemplo nos ayude a seguir a Jesucristo, nuestro maestro, para que logremos así alcanzar un día, junto con nuestros heramnos, la gloria, de tu reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.


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