
Charles de Foucauld
Charles de Foucauld (1858-1916), el gran explorador francés y testigo del Evangelio entre los tuaregs del Sahara.. Nacido en Estrasburgo (Francia) el 15 de septiembre de 1858, Charles de Foucuald, emprendió en 1883 una afortunada expedición en el desierto de Marruecos que la valió la medalla de oro de la Sociedad de Geografía.
Su conversión religiosa se produjo en 1886 y tiene como consecuencia la peregrinación a Tierra Santa realizada en 1888. Tras la experiencia como trapense en Siria y como eremita en Nazaret, en 1901 fue ordenado sacerdote.
Estudió el árabe y el hebreo. «Vivió en la pobreza, en la contemplación, en la humildad, testimoniando fraternalmente el amor de Dios entre los cristianos, los judíos y los musulmanes», recordó ante Juan Pablo II durante la ceremonia de promulgación del decreto de reconocimiento de un milagro atribuido a su intercesión el cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.
«Para imitar la vida oculta de Jesús en Nazaret, se fue a vivir en el corazón del desierto del Sahara, en Tamanrasset» (Hoggar), añadió el purpurado portugués el 20 de diciembre pasado. Los beréberes le llamaban «marabut». Escribió varios libros sobre los tuaregs, en particular una gramática y un diccionario francés-tuareg, tuareg-francés. Surgió en torno a él la comunidad de los Hermanitos de Jesús, empeñados en la evangelización de los tuaregs del Sáhara.
El 1 de diciembre de 1916, a la edad de 58 años, Charles de Foucauld muere por un disparo de fusil en medio de una escaramuza entre los beréberes de Hoggar. Diez congregaciones religiosas y ocho asociaciones de vida espiritual han surgido de su testimonio y carisma.
Entre ellos, se encuentran las Hermanitas del Sagrado Corazón, las Hermanitas de Jesús, las Hermanitas del Evangelio, las Hermanitas de Nazaret, los Hermanitos de Jesús, los Hermanitos del Evangelio; así como la Fraternidad Jesús Caritas, o la Fraternidad Charles de Foucauld. Fue beatificado el 15 de mayo 2005, junto a tres religiosas y a siete mártires de la persecución religiosa española En la misma celebración serían elevados a los altares el padre Josep Tàpies y otros seis sacerdotes de la diócesis de Urgel fusilados durante la persecución religiosa que tuvo lugar en España de 1936 a 1939.
Junto a ellos, tres religiosas serán beatificadas en la Plaza de San Pedro del Vaticano: la fundadora de las Hermanas de la Santa Faz, María Pía Mastena; la cofundadora y primera superiora general de las Hermanas Misioneras Dominicas del Rosario, Ascensión del Corazón de Jesús; y la religiosa de las Hermanas de la Orden Terciaria de San Francisco, María Ana Barbara Cope.
Santa María de la Cabeza
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Santa María de la Cabeza
María de la Cabeza nació en Madrid . Sus padres, piadosos y honestos, pertenecían al grupo de los llamados mozárabes. Fue esposa de san Isidro Labrador. No es fácil decir con qué santidad y trabajos llevó su vida de mujer casada. Sus ocupaciones eran arreglar la casa, limpiarla, guisar la comida, hacer el pan con sus propias manos, todo tan sencillo que lo único que brillaba en su vida eran la humildad, la paciencia, la devoción, la austeridad y otras virtudes, con las cuales era rica a los ojos de Dios.
Con su marido era muy servicial y atenta. Vivían tan unidos como si fueran dos en una sola carne, un solo corazón y un alma única. Le ayudaba en los quehaceres rústicos, en trabajar las hortalizas, y en hacer pozos no menos que en el oficio de la caridad, sin abandonar nunca su continua oración. Como ambos esposos no tenían mayor ilusión que llevar una vida pura y fervorosamente dedicada a Dios, un día se puso de acuerdo para separarse, después de criar su único hijo, quedándose él en Madrid, y ella marchándose a una ermita, situada en un lugar próximo al río Jarama. Su nuevo género de vida solitaria, casi celeste, consistía en obsequiar a la Virgen, hacer largas y profundas meditaciones, teniendo a Dios como maestro, limpiar la suciedad de la capilla, adornar los altares, pedir por los pueblos vecinos ayuda para cuidar la lámpara, y otros menesteres.
San Isidro con sus propios ojos vio que su mujer, como de costumbre, con la mayor naturalidad, se acercó al río, que, aquel día bajaba lleno de agua, por las lluvias abundantes caídas y, con mucho ímpetu extendió su mantilla sobre la corriente y, como si fuera una barquilla, pasó tranquilamente a la otra orilla, sin dificultad alguna. En los últimos años de su vida regresó a Madrid y de nuevo empezó a vivir con la admirable vida santa de antes. Después de morir su marido, volvió a su querida casa de la Virgen, como si fuera una ciudad bien defendida por Dios.
En este lugar murió, llena de años y méritos. Presente una gran concurrencia de gentes de aquellos pueblos, fue enterrada piadosa y religiosamente en la misma ermita, en un lugar, especialmente escogido por miedo a una posible profanación de los sarracenos. Cuando éstos fueron expulsados a sus tierras africanas, vigente todavía el ejemplo de la vida santa de esta mujer, fueron localizados sus restos, gracias a una inspiración del cielo. Al sacarlos, todos advirtieron un olor especialmente agradable, nunca percibido. Hoy sus restos se veneran en Madrid. Muchos aseguran que hace incontables milagros, principalmente curaciones repentinas de dolores de cabeza. Todas esas circunstancias, examinadas por jueces apostólicos, hicieron que Inocencio XII aprobara su culto inmemorial y que últimamente Benedicto XIV le concediera Misa y Oficio propio, asignando la fiesta para un día de mayo en Madrid y en toda la diócesis toledana.
Las tradiciones orales de Madrid sitúan su casa en los arrabales mozárabes de san Andrés, (donde hoy se levanta el Museo de san Isidro). Allí se muestra el pozo donde cayera su hijo. Ante una persecución almorávide, que deportaba a los cristianos a Fez y Mequinez, el matrimonio huye de la Villa. A su vuelta, se cuenta de ella cómo trabajaba junto con su marido en las tierras allende el río hacia los Carabancheles, en el lugar donde Isidro hizo brotar un manantial en un lugar completamente seco y árido. De esta fuente relata la Bula de canonización de san Isidro que hay que reconocer en ella el poder divino, puesto que Dios, por intercesión de san Isidro, hace continuos prodigios con los enfermos que se acercan a ella.
Sobre ella, se levantó la Ermita, que inmortalizara Goya. El Papa Inocencio XII, confirmando y aprobando el culto inmemorial dado a la sierva de Dios, por la Bula Apostolicae servitutis officium del 11 de agosto de 1697, inscribe su nombre en el santoral. El 15 de abril de 1752, por decreto de Benedicto XIV, se concede en su honor Oficio y Misa de Santa María de la Cabeza.
oremos
Finísimo fue el lino con que ella fue tejiendo, a lo largo de su vida, esa historia de amor que la hace bella a los ojos de Dios y bendecida. Supo trenzar con tino los amores del cielo y de la tierra, y santamente hizo altar del telar de su labores, oración desgranada lentamente. Flor virgen, florecida en amor santo, llenó el hogar de paz y joven vida, su dulce fortaleza fue su encanto, la fuerza de su amor, la fe vivida. Una escuela de fe fue su regazo, todos fueron dichosos a su vera, su muerte en el Señor fue un tierno abrazo, su vida será eterna primavera. Amén
Señor Dios todopoderoso, que nos has revelado que el amor a Dios y al prójimo es el compendio de toda tu ley, haz que imitando la caridad de Santa María de la Cabeza, seamos contados un día entre los elegidos de tu reino. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Santa Dimpna
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Santa Dimpna, virgen y mártir, hija del rey de Irlanda. Bélgica, s. VII. Su martirio constituye una de las páginas más tenebrosas de la barbarie humana.
Pues a la muerte de su madre, los grandes aconsejaron al rey, su padre, se casase con su propia hija.
Para evitar tan horrendo propósito, la joven huyó al desierto. Encontrada por los esbirros de su padre, éste, llevado de su infame pasión, al no verse correspondido, mató a su propia hija.
Con ella, fue martirizado el sacerdote Gereberno, que la había escondido y guiado en la virtud.
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