domingo, 23 de agosto de 2015

Beatas Rosario Quintana Argos y Serafina Fernández Íbero - Beato Francisco Dachtera (108 Mártires polacos durante la ocupación nazi (1939 - 1945)) 23082015

Beata Rosario Quintana Argos

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En la localidad de Puzol, también cerca de Valencia, beatas Rosario (Petra María Victoria) Quintana Argos y Serafina (Manuela Justa) Fernández Íbero, vírgenes del Instituto de Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia y mártires, que en el furor de la citada persecución alcanzaron la gracia del martirio.

Beata Rosario de Soano (Petra María Victoria Quintana Argos) (1866-1936).

Nació el 13 de mayo de 1866, en Soano (Santander), hija de Antonio Quintana y Luisa Argos, de familia piadosa, creció ayudando a la familia en los trabajos del hogar y del campo. A los 14 años murió su madre y ella hubo de hacerse cargo de la casa, educar a sus hermanos y hermanas menores y ayudar a su padre. Se hizo terciaria franciscana y frecuentaba el convento capuchino de Montehano, donde, escuchando un sermón del P. Luis Amigó, decidió hacerse religiosa. El 8 de mayo de 1889, venciendo la oposición de su familia, ingresó en la Congregación de las Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia en el Santuario de Montiel (España). Hizo su primera profesión en 1891. Adquirió los conocimientos que no había podido adquirir en su pueblo. Fue maestra de novicias, consejera y de 1914 a 1926, Superiora General. Jovial, afable, de fácil relación, austera en su vida, muy sensible a las necesidades de los pobres, a quienes acogía y servía siempre con simplicidad y humildad. Se preocupó grandemente por la formación y el progreso espiritual de las religiosas. Como Vicaria general acompañó a las hermanas durante la guerra civil española, les buscó refugio y las animó a la perseverancia. Se distinguió en la práctica de la caridad, la fidelidad a Dios y al prójimo y su profunda devoción a la Eucaristía. Su último gesto fue un testimonio de fe: quitándose el anillo, signo de alianza perpetua con el Señor, lo entregó a su verdugo y le dijo: “Tómalo en señal de mi perdón”.


Beata Serafina de Ochovi (Manuela Justa Fernández Ibero) (1872-1936)

Nacida el 6 de agosto de 1872 en Ochovi, Navarra, España, hija de Hilarión Fernández y Juana Francisca Ibero. De familia numerosa, profundamente cristiana y sencilla, pobre y trabajadora. Tuvo otros dos hermanos Capuchinos y dos Terciarias Capuchinas. A los 15 años ingresó en la Congregación de Hermanas Terciarias Capuchinas recién fundada por el P. Luis Amigó. Hizo su profesión temporal el 14 de mayo de 1891. Trabajó en la educación de las niñas huérfanas, en la recolección de limosnas para el sostenimiento de las mismas, y los trabajos domésticos, fue superiora local y por treintaiséis años consejera general. Ejemplar en su consagración, paciente, comprensiva, humilde, amante de los pobres, siempre disponible para el servicio, justa, firme y sincera, muy devota del Santísimo Sacramento. Cuando estalló la guerra civil vivía en Masamagrell. Organizó refugio seguro para las postulantes y novicias y luego, apresada con Sor Rosario, con ella sufrió el martirio.

Fueron beatificadas en noviembre de 2001
fuente: «Franciscanos para cada día» Fr. G. Ferrini O.F.M.




Beato Francisco Dachtera

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108 Mártires polacos durante la ocupación nazi (1939 - 1945)
El papa Juan Pablo II ha beatificado, el 13 de junio de 1999 en Varsovia, durante su séptimo viaje apostólico a Polonia, a 108 mártires, víctimas de la persecución contra la iglesia polaca, ocurrida durante la ocupación alemana nazi, de 1939 a 1945.
Extracto de la homilía en la ceremonia de beatificación:
«Fortaléceme, Señor Jesucristo (...), con el signo de tu santísima cruz, y concédeme (...) que así como llevo sobre mi pecho esta cruz, que encierra reliquias de tus santos, de la misma manera siempre tenga presente en mi mente el recuerdo de tu pasión y las victorias de tus santos mártires»: ésta es la oración que reza el obispo al ponerse la cruz pectoral. Esta invocación ha de ser hoy la oración de toda la Iglesia en Polonia que, al llevar desde hace mil años el signo de la pasión de Cristo, siempre se regenera con la semilla de la sangre de los mártires y vive del recuerdo de la victoria que lograron en esta tierra.
Precisamente hoy estamos celebrando la victoria de los que, en nuestros tiempos, dieron la vida por Cristo; dieron la vida temporal, para poseerla por los siglos en su gloria. Es una victoria particular, porque la han conseguido representantes del clero y laicos, jóvenes y ancianos, personas de todas las clases y estados. Entre ellos podemos recordar al arzobispo Antoni Julián Nowowiejski, pastor de la diócesis de Plokc, torturado hasta la muerte en Dzialdowo, y a monseñor Wladyslaw Goral, de Lublin, torturado con especial odio sólo porque era obispo católico. Hubo también sacerdotes diocesanos y religiosos, que prefirieron morir con tal de no abandonar su ministerio, y otros que murieron atendiendo a sus compañeros de prisión enfermos de tifus; algunos fueron torturados hasta la muerte por defender a los judíos. En ese grupo de beatos había religiosos no sacerdotes y religiosas, que perseveraron en el servicio de la caridad, ofreciendo sus tormentos por el prójimo. Entre estos beatos mártires había también laicos. Había cinco jóvenes formados en el oratorio salesiano; un activista celoso de la Acción católica, un catequista laico, torturado hasta la muerte por su servicio, y una mujer heroica, que dio libremente su vida en cambio de la de su nuera, que esperaba un hijo. Estos beatos mártires son inscritos hoy en la historia de la santidad del pueblo de Dios que peregrina desde hace mil años en Polonia.
Si hoy nos alegramos por la beatificación de 108 mártires, clérigos y laicos, lo hacemos ante todo porque son un testimonio de la victoria de Cristo, el don que devuelve la esperanza. En cierto sentido, mientras realizamos este acto solemne se reaviva en nosotros la certeza de que, independientemente de las circunstancias, podemos obtener una plena victoria en todo, gracias a aquel que nos ha amado (cf. Rm 8, 37). Los beatos mártires nos dicen en nuestro corazón: Creed que Dios es amor. Creedlo en el bien y en el mal. Tened esperanza. Que la esperanza produzca como fruto en vosotros la fidelidad a Dios en cualquier prueba.

fuente: Vaticano




 
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