domingo, 9 de agosto de 2015

Beato Claudio Richard - Santa Cándida María de Jesús - Santa Mariana Cope de Molokai - Beato Florentino Asensio Barroso 09082015

Beato Claudio Richard

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Beato Claudio Richard, presbítero y mártir
Un viejo navío situado en el mar frente a la costa de Rochefort, en Francia, beato Claudio Richard, presbítero de la Orden de San Benito y mártir, que, sacado de su monasterio durante la Revolución Francesa por su condición de sacerdote, fue confinado en una nave habilitada como prisión, donde murió contagiado de peste mientras ayudaba a los cautivos enfermos.
Claudio Richard nació el 19 de mayo de 1741 en Lérouville, La Meuse, Francia. Educado cristianamente, al llegar a la juventud ingresa en la abadía de San Hidulfo, de Moyen-Moutier, donde el 12 de mayo de 1760 hace la profesión religiosa y más tarde es ordenado sacerdote. Ejerció diversos cargos en varios monasterios de su Orden. Fue vicario en Ban-de-Sept (1783), subprior en Saint Mont (1784) y director de las Damas del SS. Sacramento como miembro de la abadía de San Leopoldo, de Nancy (1787). Al llegar la Revolución y la supresión de las órdenes monásticas, él opta por la vida común el 6 de enero de 1791, negándose a prestar el juramento constitucional, y quedándose en Nancy para la atención espiritual de las almas que se dirigían con él.

Por ser no-juramentado fue arrestado el 26 de noviembre de 1793 y encerrado en el exconvento llamado Des Tiercelins. Por el mismo motivo fue deportado a Rochefort, donde consta que ya estaba el 5 de mayo de 1794. Se ofreció para atender a los sacerdotes enfermos hasta que él mismo se contagió y murió el 9 de agosto de 1794, dejando a todos el suave olor de su dulzura, bondad, caridad y demás virtudes. Tuvo una larga y dolorosa agonía, que sobrellevó con gran paciencia. Fue beatificado por el papa Juan Pablo II el 1 de octubre de 1995.
fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003



Santa Cándida María de Jesús

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Santa Cándida María de Jesús Cipitria, fundadora
En Salamanca, en España, santa Cándida María de Jesús (Juana Josefa) Cipitria, fundadora de la Congregación de Hijas de Jesús, para colaborar en la labor de formación cristiana de los niños.

La Madre Cándida María de Jesús Cipitria y Barriola (9 de agosto), siendo aún joven, tuvo que cuidar de sus hermanos menores en una familia numerosa, a la vez que daba los primeros pasos en la vida de piedad, Después, en Valladolid, mientras servía en una familia, viviendo en actitud de penitencia y oración, que son dos caminos necesarios para tomar toda decisión importante, piensa en fundar una Congregación con el nombre de Hijas de Jesús, dedicada a la salvación de las almas. Finalmente en Salamanca da el paso definitivo bajo el amparo y particular protección de la Virgen María.

Con una firme aspiración a la santidad, la beata Cándida María de Jesús se entregó a Dios dedicándose a la formación cristiana de la infancia y juventud, respondiendo así a un imperativo pastoral de la Iglesia y a una necesidad de la sociedad de entonces. En efecto, la educación integral es condición indispensable para el crecimiento moral de las personas y para el progreso de los pueblos, lo cual forma parte de la acción evangelizadora de la Iglesia.

Uno de los primeros y más insignes frutos de esa acción educativa fue la figura de la beata María Antonia Bandrés Elósegui (27 de abril), que desde su juventud se ofreció a Dios, siguiendo fielmente los pasos de Madre Cándida y viviendo de forma alegre y fervorosa su servicio al Señor. Los pobres fueron sus predilectos: con ellos compartía ya de niña todo cuanto tenía. Lo había aprendido de sus padres, que le enseñaron que el amor a los otros era un deber, aunque ella supo llevar a cabo las obras de misericordia con sencillez y naturalidad para que nadie se sintiera herido. El desprendimiento de sí misma y de las cosas y el más completo abandono en la Providencia divina templaron su fortaleza y su esperanza. Así preparó su alma para ofrecer su vida por alguien a quien amaba y veía lejos de las prácticas de la fe.

Su testimonio debe ayudar a las jóvenes y a los jóvenes a descubrir la belleza de la vida consagrada totalmente al Señor, a comprender mejor el sentido de la oración y la fecundidad del sufrimiento, ofrecido a Cristo por amor a los demás.

fuente: Discurso de SS Juan Pablo II el lunes 13 de mayo de 1996, a los peregrinos que habían acudido a Roma para la beatificación de las dos religiosas, celebrada el día anterior: Vaticano



Santa Mariana Cope

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Santa Mariana Cope de Molokai, virgen
En Molokai, Hawai, santa Mariana Cope, virgen, que sirvió a Cristo en los leprosos.
Nació en Heppenheim, Hessen-Darmstadt (Alemania), el 23 de enero de 1838. Sus padres fueron Peter Kobb, agricultor, y Bárbara Witzenbacher. La bautizaron con el nombre de Bárbara. Al año siguiente, la familia emigró a Estados Unidos y se estableció en Útica, Estado de Nueva York. Su padre obtuvo la ciudadanía norteamericana y la dio a sus hijos. La familia adoptó el apellido Cope. Bárbara estudió en la escuela parroquial de San José, en Útica; hizo la primera comunión en 1848.
Siendo aún adolescente, aceptó un puesto en una fábrica de ropa para ayudar económicamente a la familia. A los 15 años quería entrar en el convento, pero, al ser la hija mayor y tener a su cargo a su madre impedida, a sus tres hermanos menores y a su padre inválido, tuvo que esperar nueve años para cumplir su deseo. Durante esos años de espera se pusieron claramente de manifiesto su paciencia y su espíritu alegre.

En 1860 una rama independiente de las Hermanas de San Francisco de Filadelfia se estableció en Útica y Syracuse, ciudades ubicadas en el área central de Nueva York. Dos años más tarde, a la edad de 24 años, Bárbara ingresó en la orden y posteriormente emitió la profesión religiosa, tomando el nombre de Mariana. El apostolado de la orden consistía en la educación de los hijos de inmigrantes alemanes. Aprendió el alemán, la lengua de sus padres, y fue destinada a abrir y dirigir nuevas escuelas.

Dotada de cualidades naturales de gobierno, pronto formó parte del equipo directivo de su comunidad, que en 1860 estableció dos de los primeros cincuenta hospitales generales de Estados Unidos, que alcanzaron gran renombre: Santa Isabel de Útica (1866) y San José de Syracuse (1869). Los dos siguen siendo en la actualidad florecientes centros médicos. Ambos hospitales, equipados con medios extraordinarios para su tiempo, ofrecían sus servicios a todos los enfermos sin distinción de nacionalidad, credo o color. A menudo criticaban a la madre Mariana por atender a los «excluidos» de la sociedad: los alcohólicos y las madres solteras.

En medio de las dificultades más serias, la madre Mariana logró realizar un servicio apostólico sobresaliente con los más pobres de entre los pobres. Fue elegida provincial de su congregación en 1877 y, de nuevo, por unanimidad en 1881. En 1883, cuando las islas Hawai eran una lejana monarquía en el océano Pacífico, sólo la madre Mariana respondió a una petición urgente de los reyes de Hawai: se necesitaban enfermeras para los leprosos del país. «No tengo miedo a la enfermedad -aseguró-. Para mí será la alegría más grande servir a los leprosos desterrados...». Más de cincuenta comunidades religiosas habían declinado la petición de los reyes.

Al llegar al hospital de leprosos de Kakaako, Honolulú, se encontró con problemas muy serios. Su intención era volverse a Syracuse después de establecer la misión en Hawai. Sin embargo, las malas condiciones higiénicas del hospital, la falta de alimentación adecuada y la precaria atención médica, la impulsaron a cambiar sus planes. Las autoridades eclesiásticas y el Gobierno de Hawai pronto se convencieron de la importancia de su presencia para el éxito de la misión. Fueron numerosos sus logros en favor de los enfermos y de las personas sin hogar en Hawai. En 1884 el Gobierno le pidió que estableciera el primer hospital general en la isla de Maui. En 1885, cuando sólo las Hermanas Franciscanas podían hacerse cargo de los hijos de los pacientes leprosos, abrió un albergue para ellos en los terrenos del hospital de Oahu. El rey la condecoró con una preciada medalla en reconocimiento de su acción en favor del pueblo de Hawai.

En 1888 la madre Mariana respondió una vez más a la solicitud de ayuda del Gobierno. El hospital de Oahu se había cerrado y los pacientes leprosos eran enviados a la aislada colonia de Kalaupapa, en Molokai. El padre Damián de Veuster había contraído la lepra en 1884 y su muerte era ya inminente. En 1889, después de la muerte del padre Damián, aceptó la dirección del hogar para los varones, además del trabajo con las mujeres y las niñas.

La madre Mariana vivió treinta años en una lejana península de la isla de Molokai, exiliada voluntariamente con sus pacientes. Debido a su insistencia, el Gobierno dio leyes para proteger a los niños. La enseñanza, tanto de la religión como de las otras asignaturas, estaba al alcance de todos los residentes capaces de acudir a las clases. Dando ejemplo, promovió en aquella árida tierra la siembra y el cultivo de árboles, arbustos y flores. Conocía por su nombre a cada uno de los residentes en la colonia y cambió la vida de quienes se veían forzados a vivir allí, introduciendo la limpieza, el sentido de la dignidad y un sano esparcimiento. Les daba a conocer que Dios amaba y cuidaba con cariño de los abandonados.

Los historiadores de su tiempo se referían a ella como a "una religiosa ejemplar, de un corazón extraordinario". Era una mujer que no buscaba protagonismo. Su lema, según testificaron las hermanas, era: «Sólo por Dios». Murió el 9 de agosto de 1918.
fuente: Vaticano



Beato Florentino Asensio Barroso

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Beato Florentino Asensio Barroso, obispo y mártir
En Barbastro, España, beato Florentino Asensio Barroso, obispo y mártir, que fusilado por los milicianos durante el furor de la persecución contra la Iglesia, con su propia sangre dio testimonio de la fe que había predicado constantemente al pueblo que tuvo encomendado.
Nació en Villasexmir (Valladolid), entonces de la diócesis de Palencia, el 16 de octubre de 1877 y fue bautizado ocho días después. Era hijo de Jacinto, vendedor ambulante, y de Gabina, que atendía una pequeña tienda de pueblo. Una familia numerosa y modesta, de nueve hijos. Siendo todavía muy niño, sus padres regresaron al lugar de su procedencia, Villavieja del Cerro (Valladolid), donde transcurrió su infancia. Siendo joven, respondió a la llamada de Dios a la vida sacerdotal, ingresando en el Seminario de Valladolid. Ordenado Sacerdote el 1 de junio de 1901, fue destinado de Párroco a Villaverde de Medina (Valladolid). A los dos años, en 1903, pasó a la capital, Valladolid, como capellán de las Hermanitas de los Pobres, haciéndose cargo al mismo tiempo del archivo episcopal. En 1905 era capellán de las Siervas de Jesús, a la vez que profundizó los estudios de Teología, obteniendo el Doctorado, en Valladolid, en 1906. Por algún tiempo ejerció de profesor de Metafísica en el Seminario y de Teología en la Universidad de Valladolid, hasta que en 1910 tomó posesión de una canonjía de la Catedral, en la cual desempeñó activamente su apostolado ocupándose de la parroquia, de la que se hizo cargo en 1925, y predicando durante 10 años todos los domingos en las dos misas principales.

Además, su celo pastoral, ejercido en la confesión y en la predicación, se extendía por toda la ciudad. Fue consiliario del Sindicato Femenino desde 1923 a 1935 y confesor del Seminario también largos años. La fama de su celo sacerdotal llegó a la Nunciatura Apostólica en Madrid y el Nuncio, Mons. Federico Tedeschini, convocó a D. Florentino a la ciudad de Ávila el 5 de junio de 1935, para comunicarle la voluntad del papa Pío XI de nombrarle Obispo Administrador Apostólico de Barbastro, propuesta que, repetida de modo más apremiante el día 12 de octubre, fiesta de la Virgen del Pilar, fue asumida por él con gran confusión, y aceptada por obediencia a la voluntad del Papa. Fue nombrado Obispo el día 11 de noviembre y consagrado en la Catedral de Valladolid el 26 de enero de 1936, tomando posesión de la Sede de Barbastro, entonces administración apostólica, el 8 de marzo.

Estaba en Zaragoza dispuesto para hacer su entrada solemne en Barbastro el domingo día 15, cuando recibió noticia del sabotaje que se preparaba para desbaratar la manifestación de acogida que le habían organizado. Suspendió la marcha aquel día y llegó al siguiente, en forma privada, a las mismas puertas de la Catedral sin boato externo, limitando la solemnidad de su entrada a los ritos litúrgicos prescritos, dentro de la Catedral. Los 4 meses y 23 días que duró su episcopado en la Diócesis, fueron a la vez intensos y trágicos. Impulsó la pastoral diocesana, predicando todos los domingos en la misa de 12 en la Catedral porque quería enseñar al pueblo él mismo el catecismo; alentó y patrocinó la implantación de la C.E.S.O. (Confederación Española de Sindicatos Obreros), organización promovida por D. Ángel Herrera Oria, desde su periódico El Debate. El paro obrero, gran azote de la sociedad española de aquellos días, encontraba remedio en la acogida generosa por parte del Obispo D. Florentino a cuantos pudieran necesitarle. En una de las reuniones de la Adoración Nocturna, conoció a Ceferino Giménez Malla, «El Pelé», un gitano también mártir, beatificado con él.

Al enterarse el obispo de que muchos sacerdotes estaban siendo detenidos, elevó una protesta al Ayuntamiento, de la que obtuvo como respuesta el confinamiento en su residencia el día 20 de julio de 1936. El 22 fue formalmente detenido y llevado al colegio de los PP. Escolapios, habilitado para prisión del clero y religiosos. Desde las ventanas del que había sido salón de actos del colegio, que daban a la plaza del Ayuntamiento, pudo ver y oír todo género de tumultos callejeros y cómo los sacerdotes y los religiosos eran conducidos a la cárcel o a la muerte. El 25, fiesta de Santiago Apóstol, pudo celebrar Misa en el oratorio del colegio pero, enterados los vigilantes, les prohibieron todo acto de culto. Al atardecer del día 8 de agosto, fue trasladado a una celda solitaria de la cárcel del ayuntamiento, en la misma plaza. En los interrogatorios a que fue sometido, le ocasionaron toda suerte de vejaciones, hasta el punto de cortarle los genitales en medio de todos los allí reunidos, que entre zarandeos y empujones le decían «no tengas miedo. Si es verdad eso que predicáis, irás pronto al cielo», a lo que el Siervo de Dios, les contestó «sí, y allí rezaré por vosotros». A la madrugada del día 9, junto con otros doce detenidos, le llevaron al cementerio en un camión. Durante el trayecto, dicen que D. Florentino no dejaba de repetir: «¡Qué hermosa noche para mí!». Los del pelotón del fusilamiento, extrañados, le preguntaron si sabía dónde iban, a lo que respondió: «Me lleváis a la casa de mi Dios y Señor, me lleváis al cielo». Se cree que hacia las 2 de la mañana lo fusilaron. Una vez abatido, le dieron tres tiros de gracia. Murió rezando y perdonando a sus ejecutores, a los 58 años de edad. Su cadáver fue arrojado a una fosa común. Al terminar la guerra, se identificó a los allí enterrados y D. Florentino, a quien encontraron incorrupto, fue fácilmente reconocible por las iniciales que marcaban su ropa interior. Exhumados los restos se depositaron en la cripta bajo el presbiterio de la Catedral. Con motivo de su beatificación, sus reliquias, incorruptas, fueron trasladadas a la capilla de San Carlos Borromeo en la Catedral, detrás del altar, en un sepulcro nuevo, donde actualmente se veneran. En la sacristía de esta capilla se puede visitar también un pequeño museo con objetos y escritos del obispo mártir. Fue beatificado en Roma el 4 de mayo de 1997.

Tomado de Clerus.org, que remite a González Rodríguez, Mª E., «Los primeros 479 santos y beatos mártires del siglo XX en España. Quiénes son y de dónde vienen». Editorial EDICE, Madrid 2008, pp.273-274.



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