domingo, 9 de agosto de 2015

Beato Guillermo Plaza Hernández - Beato Germán Garrigues Hernández - Beato Francisco Jägerstätter - San Román de Roma 09082015

Beato Guillermo Plaza Hernández

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Beato Guillermo Plaza Hernández, presbítero y mártir
En el lugar de Argés, cerca de Toledo, igualmente en España, beato Guillermo Plaza Hernández, presbítero de la Sociedad de Sacerdotes Operarios Diocesanos y mártir, que el mismo día y en la misma prueba entregó su espíritu.
Nació en Yuncos (Toledo) el 25 de junio de 1908. Cursó Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toledo, continuando sus estudios en el de Tortosa (Tarragona), como alumno de la Casa de Probación de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, en la que ingresó el 12 de agosto de 1932. Había sido ordenado sacerdote el 26 de junio de ese mismo año y fue destinado al seminario de Zaragoza, como Prefecto, donde permaneció hasta 1935, en que fue enviado a su seminario de Toledo. Se entregó desde un principio con gran entusiasmo a la formación de los seminaristas.

La revolución le sorprendió en Toledo y estuvo oculto del 22 de julio hasta el 9 de agosto de 1936 en casa de un seminarista, quien testificó que lo vio «siempre lleno de ánimo y entusiasmo por el martirio inculcando a todos que habíamos de estar alegres y contentos si teníamos la suerte de ser escogidos para el martirio». El día 9 de agosto la madre del seminarista lo envió a Cobisa, un pueblecito cercano a la capital, por creer que allí sería más fácil que pasara desapercibido. Pero al llegar al pueblo, una joven lo reconoció y dijo: «Con este sacerdote me he confesado yo en el seminario». Fue suficiente para que lo detuvieran, siendo conducido al Ayuntamiento. Interrogado, declaró que era sacerdote. Le sacaron fuera del pueblo maltratándole con bofetadas y golpes de fusil. Pidió a los milicianos que lo trasladaran a su pueblo, para despedirse de su madre, pero no se lo concedieron. Don Guillermo preguntó quién le había de matar, pues deseaba arrodillarse a sus pies y besarle la mano en señal de perdón. No se lo consintieron, sino que dispararon todos a una sobre él. Aquel mismo día falleció en Yuncos (Toledo) su madre. No le habían dejado despedirse de ella y Dios, para premiarle más cumplidamente, le otorgó la gracia de que su santa madre le recibiese en el cielo. Era el 9 de agosto de 1936. Tenía 28 años. Sus reliquias se veneran desde 1947 en el Templo de Reparación de Tortosa. Fue beatificado el 1 de octubre de 1995.

Tomado de Clerus.org, que trae como referencia «González Rodríguez, Mª E., Los primeros 479 santos y beatos mártires del siglo XX en España. Quiénes son y de dónde vienen. Editorial EDICE, Madrid 2008, p.239.»


Beato Francisco Jägerstätter

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Beato Francisco Jägerstätter, mártir
En Brandeburgo, Alemania, beato Francisco Jägerstätter, campesino austríaco mártir, que murió guillotinado por negarse, en obediencia al Evangelio, a servir militarmente a un régimen contrario a la dignidad humana.
Franz Jägerstätter nació el 20 de mayo de 1907 en la aldea de St. Radegung, Austria, a pocos kilómetros de la frontera con Baviera. Durante su adolescencia y su juventud se distinguió por su alegría y vitalidad. A pesar de las tentaciones propias de su edad, permaneció siempre firmemente arraigado en los principios de la fe. Rezaba todos los días y recibía con frecuencia los sacramentos. En 1931 su padre, propietario de una granja, enfermó gravemente, y Franz se vio obligado a ocuparse de ella para mantener a la familia. En 1936 contrajo matrimonio con Franziska Schwaniger. Tuvieron tres hijas: Rosalía, María y Luisa. Los esposos eran católicos practicantes, profundamente devotos y recibían diariamente la sagrada Comunión.

Llamado a cumplir el servicio militar en 1943, en pleno conflicto mundial, declaró que como cristiano no podía servir a la ideología nazi y combatir una guerra injusta. Su vida y su elección reflejaban su radicalismo evangélico, que no admitía réplicas, sino que provocaba e interpelaba. El padre José Karobath, su párroco, tras una conversación con él pocos días antes de que lo reclutaran, escribió: «Me ha dejado sin palabras, porque tenía las argumentaciones mejores. Queríamos que desistiera, pero se imponía siempre citando las Escrituras». En el siervo de Dios se reflejaba su serenidad sufrida y su adhesión al significado pleno del mensaje evangélico: en él la coherencia era una señal distintiva, no por prejuicios ideológicos o por un pacifismo abstracto, sino porque manifestaba con sencillez y firmeza su fidelidad a los valores en los que creía.

Ante el terror nazi, ante la oscuridad de las conciencias y el consiguiente olvido de Dios, Franz elevó su voz sin alardes, pero con gran valor, para defender a la Iglesia de la furia anticlerical y para anunciar con su ejemplo el amor al prójimo, hermano en Cristo y no un enemigo contra el cual combatir. A este propósito, son clarificadoras las palabras del cardenal Christoph Schönborn, O.P., arzobispo de Viena: «Considerar el martirio como una participación en el combate escatológico contra las fuerzas del poder no era simplemente una fantasía delirante de la Iglesia de los orígenes. Una figura tan límpida como la del mártir Franz Jägerstätter, campesino de Austria, nos permite comprender cuán actual es esta concepción. Su testimonio franco, que lo llevó a rechazar el servicio militar en el ejército del Reich de Hitler, desvela las fuerzas que aquí luchan entre sí».

Franz fue procesado por insumisión por un tribunal militar reunido en Berlín, que el 6 de julio de 1943 lo condenó a muerte. Permaneció detenido desde marzo hasta mayo de 1943 en la prisión militar de Linz; desde allí fue trasladado a una cárcel en Brandeburgo, en espera de la ejecución de la sentencia. Quienes compartieron con él aquellos meses testimoniaron que soportó las pruebas con infinita paciencia, en particular el profundo dolor de la despedida de su esposa y de sus hijas. A su esposa envió una serie de cartas, en las que destaca continuamente su entrañable e inquebrantable amor a la familia, a la Iglesia y a Dios, así como su petición de perdón por todos los sufrimientos que podía haber ocasionado con su decisión de oponerse a la guerra.

El 9 de agosto de 1943, poco antes de ser guillotinado, el P. Jochmann le administró los últimos sacramentos y le preguntó si necesitaba algo. El siervo de Dios le respondió con gran entereza: «Tengo todo, tengo las Sagradas Escrituras, no necesito nada». Fue beatificado el 26 de octubre de 2007 en Linz (Austria), y en la ceremonia, que convocó cerca de 5000 personas, estuvieron presentes su viuda, Francisca Jägerstätter, y sus tres hijas.
fuente: Vaticano


Beato Germán Garrigues Hernández

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233 Mártires de la persecución religiosa en Valencia (1936)
El 11 de marzo de 2001 SS Juan Pablo II beatificó a 233 mártires de la Guerra Civil Española, que tienen en común, además, que fueron ejecutados en la región de Valencia, España, o por proceder de esa región su causa de beatificación fue cursada en este grupo.
El nombre del beato José Aparicio Sanz encabeza la lista de 233 mártires pertenecientes a distintos subgrupos que dieron testimonio cruento de su fe en Valencia, España, en el contexto histórico de la Guerra Civil española. Cada uno de ellos está inscripto en la fecha de su martirio, pero puesto que fueron beatificados todos juntos por SS Juan Pablo II el mismo día, 11 de marzo de 2001, reseñamos aquí con la información del sitio del Vaticano, al par que en cada fecha correspondiente se podrá encontrar -en la medida en que la consigamos- la información individual.


Durante el primer semestre de 1936, después del triunfo del Frente Popular, formado por socialistas, comunistas y otros grupos radicales, se produjeron atentados a la religión más graves que los que se venían produciendo desde el inicio de la Segunda República, con nuevos incendios de templos, derribos de cruces, expulsiones de párrocos, prohibición de entierros y procesiones, etc., y amenazas de mayores violencias.

Éstas se desataron, con verdadero furor, después del 18 de julio de 1936 (formal inicio de la guerra civil). España volvió a ser tierra de mártires desde esa fecha hasta el 1 de abril de 1939, pues en la zona republicana se desencadenó la mayor persecución religiosa conocida en la historia desde los tiempos del Imperio Romano, superior incluso a la de la Revolución Francesa. Fue un trienio trágico y glorioso a la vez, el de 1936 a 1939. Al finalizar la persecución, el número de mártires ascendía a casi diez mil: 13 Obispos; 4.184 Sacerdotes diocesanos y seminaristas, 2.365 Religiosos, 283 Religiosas y varios miles de seglares, de ambos sexos, militantes de Acción Católica y de otras asociaciones apostólicas, cuyo número definitivo todavía no es posible precisar.

El testimonio más elocuente de esta persecución lo dio Manuel de Irujo, ministro del Gobierno republicano, que en una reunión del mismo celebrada en Valencia -entonces capital de la República-, a principios de 1937, presentó el siguiente Memorándum:

«La situación de hecho de la Iglesia, a partir de julio pasado, en todo el territorio leal, excepto el vasco, es la siguiente: a) Todos los altares, imágenes y objetos de culto, salvo muy contadas excepciones, han sido destruidos, los más con vilipendio. b) Todas las iglesias se han cerrado al culto, el cual ha quedado total y absolutamente suspendido. e) Una gran parte de los templos, en Cataluña con carácter de normalidad, se incendiaron. d) Los parques y organismos oficiales recibieron campanas, cálices, custodias, candelabros y otros objetos de culto, los han fundido y aún han aprovechado para la guerra o para fines industriales sus materiales. e) En las iglesias han sido instalados depósitos de todas clases, mercados, garajes, cuadras, cuarteles, refugios y otros modos de ocupación diversos. f) Todos los conventos han sido desalojados y suspendida la vida religiosa en los mismos. Sus edificios, objetos de culto y bienes de todas clases fueron incendiados, saqueados, ocupados y derruidos. g) Sacerdotes y religiosos han sido detenidos, sometidos a prisión y fusilados sin formación de causa por miles, hechos que, si bien amenguados, continúan aún, no tan sólo en la población rural, donde se les ha dado caza y muerte de modo salvaje, sino en las poblaciones. Madrid y Barcelona y las restantes grandes ciudades suman por cientos los presos en sus cárceles sin otra causa conocida que su carácter de sacerdote o religioso. h) Se ha llegado a la prohibición absoluta de retención privada de imágenes y Objetos de culto. La policía que practica registros domiciliarios, buceando en el interior de las habitaciones, de vida íntima personal o familiar, destruye con escarnio y violencia imágenes, estampas, libros religiosos y cuanto con el culto se relaciona o lo recuerde.»


Y el cardenal arzobispo de Tarragona, Francisco Vidal y Barraquer (1868-1943), que se hallaba refugiado en Italia y fue invitado por el Gobierno republicano en 1938 para que regresara a su diócesis, dijo:

«¿Cómo puedo yo dignamente aceptar tal invitación, cuando en las cárceles continúan sacerdotes y religiosos muy celosos y también seglares detenidos y condenados, como me informan, por haber practicado actos de su ministerio, o de caridad y beneficencia, sin haberse entrometido en lo más mínimo en partidos políticos, de conformidad a las normas que les habían dado?». Y añadía: «Los fieles todos, y en particular los sacerdotes y religiosos, saben perfectamente los asesinatos de que fueron víctimas muchos de sus hermanos, los incendios y profanaciones de templos y cosas sagradas, la incautación por el Estado de todos los bienes eclesiásticos y no les consta que hasta el presente la Iglesia haya recibido de parte del Gobierno reparación alguna, ni siquiera una excusa o protesta.»

A los sacerdotes, religiosos y seglares que entregaron sus vidas por Dios el pueblo comenzó a llamarles mártires porque no tuvieron ninguna implicación política ni hicieron la guerra contra nadie. Por ello, no se les puede considerar caídos en acciones bélicas, ni víctimas de la represión ideológica, que se dio en las dos zonas, sino mártires de la fe. Los mártires que hoy beatifica el Santo Padre demuestran la unidad y diversidad eclesial y esta celebración resulta pastoralmente significativa, porque ve unidos en un único rito a muchos mártires de una misma archidiócesis y tiene las siguientes características:

-la representatividad eclesial del grupo de mártires,pues hay sacerdotes, religiosos y seglares, que son expresión de los numerosos carismas y familias de vida consagrada;

-la representatividad de la Iglesia en España, porque este grupo representa 37 diócesis. Todos ellos se encontraban en Valencia desarrollando sus respectivos ministerios y actividades apostólicas y algunos de ellos han sido unidos en el proceso por competencia, en base a la normativa canónica vigente;

-el elevado número de sacerdotes seculares y de seglares, pues es la primera vez que son beatificados 40 miembros de los presbíteros diocesanos de Valencia (37) y Zaragoza (3), así como 22 mujeres y 20 hombres y jóvenes, miembros de la entonces floreciente Acción Católica Española y de otras asociaciones de apostolado seglar, de todas las edades, profesiones y estado social;

-el actual contexto pastoral favorable, que ha despertado interés en las diócesis españolas hacia esta página gloriosa de la reciente historia. Ésta había quedado un tanto olvidada, pero testimonia la fe y la fidelidad de la Iglesia en España y, más en concreto, en Valencia que tuvo sus orígenes a principios del siglo IV en el martirio del diácono Vicente. El desarrollo de los procesos, las correspondientes catequesis y la "fama martyrii" han llevado a las comunidades cristianas a un mayor interés y devoción hacia los mártires.

Por ello, la beatificación de todos ellos juntos es sumamente oportuna y es de desear que susciten una vida cristiana más intensa, un mayor fervor espiritual y un renovado interés por mantener viva la memoria de estos gloriosos testigos de la Fe.
fuente: Vaticano




Beato Francisco Jägerstätter

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Beato Francisco Jägerstätter, mártir
En Brandeburgo, Alemania, beato Francisco Jägerstätter, campesino austríaco mártir, que murió guillotinado por negarse, en obediencia al Evangelio, a servir militarmente a un régimen contrario a la dignidad humana.
Franz Jägerstätter nació el 20 de mayo de 1907 en la aldea de St. Radegung, Austria, a pocos kilómetros de la frontera con Baviera. Durante su adolescencia y su juventud se distinguió por su alegría y vitalidad. A pesar de las tentaciones propias de su edad, permaneció siempre firmemente arraigado en los principios de la fe. Rezaba todos los días y recibía con frecuencia los sacramentos. En 1931 su padre, propietario de una granja, enfermó gravemente, y Franz se vio obligado a ocuparse de ella para mantener a la familia. En 1936 contrajo matrimonio con Franziska Schwaniger. Tuvieron tres hijas: Rosalía, María y Luisa. Los esposos eran católicos practicantes, profundamente devotos y recibían diariamente la sagrada Comunión.

Llamado a cumplir el servicio militar en 1943, en pleno conflicto mundial, declaró que como cristiano no podía servir a la ideología nazi y combatir una guerra injusta. Su vida y su elección reflejaban su radicalismo evangélico, que no admitía réplicas, sino que provocaba e interpelaba. El padre José Karobath, su párroco, tras una conversación con él pocos días antes de que lo reclutaran, escribió: «Me ha dejado sin palabras, porque tenía las argumentaciones mejores. Queríamos que desistiera, pero se imponía siempre citando las Escrituras». En el siervo de Dios se reflejaba su serenidad sufrida y su adhesión al significado pleno del mensaje evangélico: en él la coherencia era una señal distintiva, no por prejuicios ideológicos o por un pacifismo abstracto, sino porque manifestaba con sencillez y firmeza su fidelidad a los valores en los que creía.

Ante el terror nazi, ante la oscuridad de las conciencias y el consiguiente olvido de Dios, Franz elevó su voz sin alardes, pero con gran valor, para defender a la Iglesia de la furia anticlerical y para anunciar con su ejemplo el amor al prójimo, hermano en Cristo y no un enemigo contra el cual combatir. A este propósito, son clarificadoras las palabras del cardenal Christoph Schönborn, O.P., arzobispo de Viena: «Considerar el martirio como una participación en el combate escatológico contra las fuerzas del poder no era simplemente una fantasía delirante de la Iglesia de los orígenes. Una figura tan límpida como la del mártir Franz Jägerstätter, campesino de Austria, nos permite comprender cuán actual es esta concepción. Su testimonio franco, que lo llevó a rechazar el servicio militar en el ejército del Reich de Hitler, desvela las fuerzas que aquí luchan entre sí».

Franz fue procesado por insumisión por un tribunal militar reunido en Berlín, que el 6 de julio de 1943 lo condenó a muerte. Permaneció detenido desde marzo hasta mayo de 1943 en la prisión militar de Linz; desde allí fue trasladado a una cárcel en Brandeburgo, en espera de la ejecución de la sentencia. Quienes compartieron con él aquellos meses testimoniaron que soportó las pruebas con infinita paciencia, en particular el profundo dolor de la despedida de su esposa y de sus hijas. A su esposa envió una serie de cartas, en las que destaca continuamente su entrañable e inquebrantable amor a la familia, a la Iglesia y a Dios, así como su petición de perdón por todos los sufrimientos que podía haber ocasionado con su decisión de oponerse a la guerra.

El 9 de agosto de 1943, poco antes de ser guillotinado, el P. Jochmann le administró los últimos sacramentos y le preguntó si necesitaba algo. El siervo de Dios le respondió con gran entereza: «Tengo todo, tengo las Sagradas Escrituras, no necesito nada». Fue beatificado el 26 de octubre de 2007 en Linz (Austria), y en la ceremonia, que convocó cerca de 5000 personas, estuvieron presentes su viuda, Francisca Jägerstätter, y sus tres hijas.
fuente: Vaticano



San Román de Roma

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San Román, mártir
En Roma, en el cementerio de san Lorenzo, en la vía Tiburtina, san Román, mártir.
Según el Liber Pontificalis, san Román era «ostiario», esto es: una de las cuatro órdenes menores, correspondiente a portero, de la Iglesia de Roma, que sufrió el martirio en la misma época que san Lorenzo. Esta es la información posiblemente cierta y fiable que tenemos sobre él.
Las «actas» de su martirio, que carecen totalmente de valor histórico, le transformaron en uno de los soldados encargados de vigilar a San Lorenzo. Al ver el gozo y la constancia de ese mártir, Román se convirtió al cristianismo y fue instruido y bautizado en prisión por el propio San Lorenzo. Como confesase la fe cristiana, fue juzgado, condenado y decapitado la víspera de la ejecución de san Lorenzo y alcanzó así la corona antes que su maestro. Fue sepultado en el cementerio de Ciriaca, en el camino de Tívoli, y los itinerarios del siglo VII hablan de su sepulcro.
Cf. la nota de la edición de Duchesne del Liber Pontificalis, vol. I, p. 156, donde se hallan reunidos todos los datos que poseemos; y Comentario sobre el Martirologium Hieronymianum, p. 428. Aunque sea más probable la escueta noticia del Pontificalis que las de las supuestas actas, éstas deben conocerse, ya que como gozaron de gran popularidad, dieron pie a la  iconografía del santo, que es siempre representado como soldado.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI



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