
San Marcelo de Apamea, obispo y mártir
Apamea, en Siria, san Marcelo, obispo y mártir, que, por haber abatido un templo dedicado a Júpiter, murió a manos de los enfurecidos gentiles.
Una de las grandes empresas del emperador Teodosio el Grande fue el intento de cristianizar a fondo el Imperio Romano. Para eso, el año 380, junto con el emperador Graciano, publicó un decreto por el que mandaba que todos sus súbditos profesaran la fe de los obispos de Roma y Alejandría. Ocho años más tarde, envió a un legado a Egipto, Siria y Asia Menor para que exigiese la ejecución del edicto de destrucción de todos los templos paganos. Tal edicto fue aplicado en forma brutal, de suerte que provocó naturalmente el resentimiento y la cólera de los paganos. Cuando el prefecto imperial llegó a Apamaea, en Siria, mandó a sus soldados que destruyesen el templo consagrado a Júpiter. Pero se trataba de un templo muy grande y bien construido, y los soldados, que carecían de experiencia en la demolición sistemática, avanzaban muy lentamente. El obispo de la ciudad, que se llamaba Marcelo, dijo al prefecto que pusiese a sus soldados a trabajar en otro templo y que él se encargaría de la demolición del templo de Júpiter. Al día siguiente, un albañil se presentó al obispo y le ofreció derribar el templo de Júpiter a cambio de doble paga. San Marcelo aceptó. Entonces el albañil procedió a la demolición de la siguiente manera: excavó un agujero debajo de una de las columnas principales, lo llenó de leña y le prendió fuego. El templo se vino abajo.
San Marcelo empleó el mismo método en la demolición de otros templos. Pero en cierta ciudad, cuyo nombre desconocemos, el santo encontró un templo defendido por los paganos, de suerte que «hubo de retirarse a un paraje situado lejos de la escena del conflicto y fuera del alcance de las flechas, ya que sufría de gota y no podía pelear ni huir». En tanto que el santo obispo contemplaba la batalla desde ese puesto de observación, unos paganos le hicieron prisionero y le quemaron vivo. Más tarde, los hijos de san Marcelo intentaron vengar su muerte; pero el consejo de la provincia se lo prohibió, diciéndoles que más bien debían regocijarse de que Dios hubiese juzgado a su padre digno de morir por su causa.
No hay que confundir a este san Marcelo con el otro santo del mismo nombre, originario de Apamaea y abad de Constantinopla, cuya fiesta se celebra el 29 de diciembre. En el artículo de Acta Sanctorum, agosto, vol. IV, se encontrarán todos los datos que poseemos sobre el santo. La principal fuente es la Hist. Eccl. de Teodoreto, lib. V, c. 21. Dada la actitud belicosa de Marcelo, es difícil considerarle como mártir.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
San Eusebio de Roma
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San Eusebio de Roma, fundador
En Roma, san Eusebio, fundador de la iglesia de su título en el monte Esquilino.
San Eusebio vivió en Roma durante la segunda mitad del siglo IV. Desgraciadamente, lo que sabemos acerca de su vida procede de unas «actas» que carecen de valor histórico. Según ellas, Eusebio era un sacerdote que se opuso al emperador arriano Constancio, apoyó al antipapa «san» Félix II, y siguió celebrando en su casa los sagrados misterios cuando se le prohibió hacerlo en las iglesias. Por ello, fue encarcelado en una reducida habitación de su propia casa, donde murió siete meses más tarde. Se dice que fue sepultado en el cementerio de Calixto, en la Vía Apia, y que en su tumba se colocó la siguiente inscripción: «Eusebio, el varón de Dios». Tal vez este dato es verdadero, pero la tumba no ha sido descubierta hasta hoy.
Es éste uno de los casos en los que poseemos ciertas pruebas de la existencia histórica de una persona a la que se tributó algún culto, aunque la leyenda que narra su vida no merece ningún crédito. Está fuera de duda que Eusebio -no necesariamente sacerdote- fundó en Roma lo que podríamos llamar una parroquia, conocida con el nombre de «titulus Eusebii». Por esa razón, se celebraba anualmente una misa por el descanso de su alma. Con el tiempo, el pueblo empezó a creer que se trataba de una misa en su honor; así, el año 595 se llamaba ya a la parroquia «Titulus Sancti Eusebii».
Ver Delehaye, Sanctus (1927), p. 149; J. Wilpert, en Römische Quartalschrift, vol. XXII, pp. 80-82; J. P. Kirsch, Die römischen Titelkirchen, pp. 58-61. En Comentario sobre el Martirologium Hieronymianum, pp. 443-444, se presentan todos los argumentos. Cuadro: Antón Raphael Mengs: la glorificación de Eusebio, fresco de 1757, en la Iglesia de San Eusebio, en Roma.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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San Arnulfo de Soissons
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San Arnulfo de Soissons, monje y obispo
En Altenburg (Oudenburg), en Flandes, muerte de san Arnulfo, obispo de Soissons, que, se hizo monje después de haber sido soldado y, elevado al episcopado, se esforzó siempre por la paz y la concordia, y murió, finalmente, en el monasterio que él mismo había fundado.
Arnulfo nació en Flandes hacia 1040. En su juventud, se distinguió en los ejércitos de Roberto y Enrique I de Francia. Pero Dios le llamó a una batalla más noble, y Arnulfo decidió consagrar a su Creador las energías que hasta entonces había empleado en el servicio de los hombres. Ingresó, por lo tanto, en el gran monasterio de San Medardo de Soissons. Después de ejercitar su virtud en la vida comunitaria, se enclaustró en una estrecha celda en la más estricta soledad y se entregó asiduamente a la oración y penitencia. En esta forma de vida prosiguió hasta que fue llamado a ejercer el cargo de abad del monasterio. En 1081, a instancias del clero y del pueblo, un concilio le eligió obispo de Soissons. Amoldo dijo a los mensajeros que fueron a anunciarle la noticia: «Dejad a este pecador ofrecer a Dios algunos frutos de penitencia; no obliguéis a un insensato como yo a ocupar un cargo que exige tanta prudencia». A pesar de su resistencia, se vio obligado a aceptar la sede.
Desde el primer momento se consagró con gran celo al cumplimiento de su deber, pero, al ser arrojado de su diócesis por un usurpador, obtuvo permiso para renunciar a su cargo. Más tarde, fundó un monasterio en Oudenburg, en Flandes, donde murió en 1087. En un sínodo que tuvo lugar en Beauvais en 1120, el obispo que ocupaba entonces la sede de Soissons presentó una biografía de san Amoldo a la asamblea y pidió que su cuerpo fuese trasladado a la iglesia, diciendo: «Si el cuerpo de mi predecesor estuviese en mi diócesis, tiempo ha que lo hubiéramos trasladado del atrio al interior de la iglesia». Al año siguiente, se efectuó la translación de los restos del santo a la iglesia abacial de Oudenburg.
Los bolandistas y Mabillon editaron la biografía escrita por Hariulfo; pero es mejor la edición crítica que se encuentra en MGH., Scriptores, vol. XV, pte. 2, pp. 872-904. Ver también E. de Moreau, Histoire de l´Eglise en Belgique, vol. II (1945), pp. 433-437.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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