miércoles, 4 de noviembre de 2015

San Félix de Valois - Beata Elena Enselmini - Beata Francisca de Amboise - Beata Maria Luisa Manganiello 04112015

San Félix de Valois

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San Félix de Valois, fundador
En Cerfroid, en el territorio de Meaux, en Francia, san Félix de Valois, a quien, después de una larga vida de ermitaño, se le considera compañero de san Juan de Mata en la fundación de la Orden de la Santísima Trinidad, para la redención de los cautivos.
Algunos escritores de la Orden de la Santísima Trinidad afirman que san Félix llevaba el apellido de Valois, porque pertenecía a la familia real de Francia, pero en realidad el nombre proviene de la provincia de Valois, donde habitó originalmente. Según se dice, vivía como ermitaño en el bosque de Gandelu, en la diócesis de Soissons, en un sitio llamado Cerfroid. Tenía el propósito de pasar su vida en la oscuridad; pero Dios lo dispuso de otro modo. En efecto,san Juan de Mata, discípulo de san Félix, le propuso que fundase una orden para el rescate de los cautivos. Aunque Félix tenía ya setenta años, se ofreció a hacer y sufrir cuanto Dios quisiera por un fin tan noble. Así pues, los dos santos partieron juntos a Roma en el invierno de 1197, para solicitar la aprobación de la Santa Sede.

La vida de san Félix de Valois está tan oscurecida por la leyenda como la de san Juan de Mata, y como la historia primitiva de la orden de la Santísima Trinidad. En nuestro artículo sobre san Juan de Mata hablamos ya de esto. Según la tradición, en tanto que san Juan trabajaba en favor de los esclavos cristianos en España y el norte de África, san Félix propagaba la nueva orden en Italia y Francia. En París fundó el convento de San Maturino. Cuando San Juan volvió a Roma, san Félix, a pesar de su avanzada edad, administró la provincia francesa y la casa madre de la orden en Cerfroid. Allí murió, a los ochenta y seis años de edad, el 4 de noviembre de 1212. Alban Butler hace notar que, según la tradición de los trinitarios, los dos santos fueron canonizados por Urbano IV en 1262, pero «no se ha logrado encontrar la bula». Alejandro VII confirmó el culto de los dos fundadores en 1666. Veintiocho años más tarde, la fiesta de san Félix de Valois fue extendida a toda la Iglesia de Occidente.

Prácticamente no hay documentos sobre la vida de san Félix. A pesar de ello, el P. Calixte-de-]a-Providence escribió una Vie de St Félix de Valois, cuya tercera edición data de 1878. Véase nuestro artículo sobre San Juan de Mata; Mann, History ol the Popes, vol. XII, pp. 84 y 272; y cf. Baudot y Chaussin, Vies des saints, vol. XI (1954), pp. 669-670.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI


Beata Elena Enselmini

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Beata Elena Enselmini, virgen
En Padua, en la región de Venecia, beata Elena Enselmini, virgen de la Orden de las Clarisas, que sufrió con admirable paciencia multitud de dolores y hasta la pérdida del habla.
Elena Enselmini nació hacia 1208 de noble familia paduana. Cuando en 1220 san Francisco de Asís, al regresar del Oriente, se detuvo en Padua y fundó el monasterio de las clarisas de Santa María de Arcella, una de las primeras en entrar fue Elena, de apenas 13 años. Fue el mismo santo quien cortó las trenzas de la niña y recibió su profesión.

Llevaba diez años de vida en el claustro y de altísima perfección en la estricta observancia de la regla, era para sus cohermanas ejemplo de piedad, de penitencia y de laboriosidad, cuando en 1230 fue atacada por una gravísima enfermedad que la tuvo en cama durante 15 meses entre espasmos indecibles y fiebres altísimas. Cuando san Antoniollegó a Padua como ministro provincial, conoció a Elena, la cual, desde aquel momento gozó de la dirección y de los consuelos espirituales del ardiente predicador y superior. Entre las dos almas se formó de inmediato un nudo de santa amistad espiritual formada por intercambios y ayudas mutuas: Antonio daba a la heroica paciente la ayuda de su consejo; en cambio Elena en sus enfermedades corporales, el mérito de sus sufrimientos, haciéndose así ella misma misionera de deseo y de amor. En aquella situación tuvo el consuelo y la guía de san Antonio, el cual estuvo en Padua en los años 1227, 1229, 1230 y 1231 y en Arcella murió el 13 de junio de 1231. Poco después de la muerte del santo, la enfermedad quitó a Elena la palabra y la vista y le impidió recibir cualquier alimento, de modo que vivió los últimos tres meses sin alimento ni bebida. Conservó empero la conciencia. Podía por lo tanto seguir las lecturas de la Sagrada Escritura y de las vidas de los santos y darse cuenta de las solemnidades de la liturgia. De esta manera la meditación de las cosas oídas, especialmente de la Pasión de Cristo, se transformaba en visión que la abadesa le ordenaba hacer conocer de alguna manera a las cohermanas.

Durante seis años la vida de la clarisa fue una experiencia luminosa y gozosa, a pesar de los rigores materiales, las privaciones y las durezas. Pero hacia los veinte años sobrevino el período de las tinieblas. Tinieblas aun en el sentido físico con malestares y enfermedades, pero sobre todo tinieblas del alma probada por la duda y la aridez espiritual. Era tentada a creer que todo era inútil, que la salvación eterna se le negaría para siempre. Pero aun en los momentos de mayor desorientación, Elena se aferró a las certezas, a la fe y a la obediencia. Con la tenacidad de una voluntad bien templada logró reconquistar la paz y la certeza de que la Providencia guiaba su destino hacia lo mejor. Murió en Padua el 4 de noviembre de 1242 a los 34 años de edad. Fue beatificada por Inocencio XII el 29 de octubre de 1695.


fuente: «Franciscanos para cada día» Fr. G. Ferrini O.F.M.

Beata Francisca de Amboise

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Beata Francisca de Amboise, religiosa
En el convento de Nuestra Señora des Cöts, de Nantes, en Francia, beata Francisca de Amboise, que, siendo duquesa de Bretaña, fundó en Vannes el primer Carmelo femenino francés, donde se retiró como sierva de Cristo al quedar viuda.
En 1431, Juan V, duque de Bretaña, negoció una alianza matrimonial entre su casa y la de Thouars. Con ese motivo, Luis de Amboise envió a su hija Francisca, que entonces tenía cuatro años, a educarse en la corte ducal. A los quince años, Francisca contrajo matrimonio con Pedro, el segundo de los hijos del duque. No resultó éste un marido muy agradable, pues era celoso, taciturno y violento. Francisca soportó las dificultades sin una queja, hizo cuanto pudo por mediar en las constantes disputas de familia y, a fuerza de paciencia y oración, consiguió mejorar notablemente el carácter de su esposo. Dios no les concedió hijos. En 1450, Pedro heredó el ducado, y Francisca aprovechó su alta posición para trabajar por la causa de Dios. En efecto, fundó un convento de clarisas pobres en Nantes, se interesó por la canonización de san Vicente Ferrer, y empleó cuantiosas sumas en socorrer a los pobres y en otras obras de misericordia. En 1457 murió su esposo. Como los sucesores de éste no viesen con buenos ojos la popularidad e influencia de la duquesa viuda, que no tenía más de treinta años, ésta se retiró paulatinamente de los negocios y supo resistir a los intentos que hizo Luis XI de Francia por casarla de nuevo. La beata pasaba la mayor parte del tiempo en el convento que había fundado en Nantes y, más tarde, en el de las carmelitas de Vannes. Este último convento lo fundó y dotó en 1463, con la ayuda y el apoyo del beato Juan Soreth, prior general de la orden.

La beata no se vio libre de la tendencia de las fundadoras a intervenir demasiado en los asuntos de sus fundaciones. Por ejemplo, en cierta ocasión Ilevó a una religiosa a un confesor extraordinario, sin solicitar antes el permiso de la superiora. Cuando ésta se lo echó en cara, Francisca tuvo el mérito de pedirle humildemente perdón, y le rogó que le impusiese la penitencia que su falta merecía. En 1468, la beata tomó el hábito en el convento de Vannes, de manos de Juan Soreth. Al principio se le confió el cuidado de las enfermas, pero cuatro años después de su profesión, fue elegida abadesa vitalicia. Bajo su gobierno, el convento de Vannes resultó demasiado pequeño para la cantidad de aspirantes a ingresar en él y la beata fundó otro en Couéts, cerca de Nantes. Allí murió en 1485. Gracias a la beata Francisca, pudo el beato Juan Soreth introducir a las carmelitas en Francia, de suerte que puede considerársela como cofundadora de la rama femenina de la Orden en dicho país. El pueblo empezó pronto a venerarla como santa, a causa de sus virtudes y de los milagros obrados en su sepulcro, pero el culto de la beata Francisca no fue confirmado sino hasta 1863.

No se conserva ninguna biografía antigua de la beata. Los bolandistas previenen al lector contra los relatos publicados más tarde; por Alberto Le Gran de Morlaix y otros entusiastas panegiristas. En Acta Sanctorum, nov., vol. II sólo se encontrará un estudio general de los puntos dudosos y un extracto de los acontecimientos más importantes de la vida de la beata. La aprobación del culto, en 1863, se debió a los esfuerzos del P. F. Richard, quien fue más tarde cardenal arzobispo de París. Mons. Richard publicó en 1865 la Vie de la bse. Françoise d'Amboise (2 vols.). Existen en francés otras biografías, generalmente muy poco críticas, como la del vizconde Sioc'han de Kersabiec (1865). Véase también Zimmerman, Monumenta historica Carmelitana (1907), pp. 520-521.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI


Beata Maria Luisa Manganiello

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Beata Maria Luisa Manganiello, laica
En Montefusco, Avellino, beata Maria Luisa (Teresa) Manganiello, llamada la «analfabeta sabia de Montefusco», miembro de la Tercera Orden de San Francisco, en quien reconocen su origen la congregación de las Hermanas Francescanas Immaculatinas, fundada poco tiempo después de la muerte de la beata.
Teresa nació en un pequeño pueblo llamado Montefusco, en la provincia de Avellino, al sur de Italia. Fue la penúltima de 11 hijos. Nunca asistió a la escuela, y se dedicaba, como muchos niños campesinos de aquella época, a las labores de la casa y del campo. A los 18 años manifestó su deseo de consagrarse a Dios. El 15 de mayo de 1870 a los 21 años, vistió el hábito terciario franciscano y al año siguiente hizo la profesión de los votos tomando el nombre de hermana María Luisa. Recibió dirección espiritual del padre Ludovico Acernese, quien dejó numerosos escritos sobre las virtudes principales de Teresa.

Uno de los rasgos más admirables de Teresa fue la inocencia de la vida, la gran devoción al Señor crucificado con finalidad reparadora de los pecados del mundo, en espíritu de penitencia. Con un corazón noble y abnegado y con una capacidad de ponerse en el lugar de los demás, Teresa vivía siempre preocupada por los más pobres, tanto material como espiritualmente: no negaba nunca ayuda a quien pasara. Repartía panes, vestidos, tenía por iniciativa suya una especie de farmacia rudimentaria con hierbas cultivadas por ella para las pequeñas enfermedades que se difundían en aquel entonces. "A su puerta llamaban los pobres, los enfermos, los oprimidos de todo tipo y ella los acogía con una sonrisa y con una palabra cálida, dando remedios y amor, consejos, medicinas para la curación del cuerpo y del alma", según testimonia la hermana Daniela del Gaudio, miembro de la comunidad de las Hermanas franciscanas inmaculadinas.

Su vida no estuvo exenta de pruebas y sufrimientos como la incomprensión por su estilo de vida tan austero y por el proyecto de la nueva fundación de una comunidad religiosa que no todos aprobaban. Además, Teresa hacía siempre grandes mortificaciones y penitencias físicas. En la casa madre de esta comunidad se conservan los instrumentos con los que hacía estas penitencias. Ella decía constantemente que practicaba esto "porque me lo pide el Señor". Los momentos de oración eran su prioridad sobre cualquier cosa. No importa si llovía, nevaba o el sol de verano golpeaba fuerte, Teresa todos los días caminaba los tres kilómetros que separaban la iglesia más cercana con su casa.

Muchos la llamaban "la analfabeta sabia", y asegura el postulador de la causa que pese a su poca formación académica "Era muy sabia teológicamente y muy profunda. No era ingenua, era inocente. No sabía leer ni escribir pero conservaba todo lo que aprendía". "Tenía un espíritu de meditación y contemplación y cuando encontraba a la gente se presentaba con sencillez y profundidad y sorprendía a las personas cultas". Para el mismo postulador, se trata de una "sabiduría sobrenatural".

Tenía sólo 27 años cuando fue contagiada de tuberculosis. Enfermedad que la llevó a la muerte en 1876. Teresa supo transformar su lecho de muerte en una cátedra de sabiduría, de vida y de amor. Cinco años después de su partida, el padre Acernese fundó las hermanas Franciscanas Inmaculadinas, inspirado en la compañía que brindaba a Teresa y sabiendo que ella soñaba con ver nacer y florecer esta comunidad. Por ello, las religiosas de esta orden la llaman "piedra angular" de esta comunidad, aunque no fuera materialmente la fundadora.


fuente: Zenit.org

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