martes, 3 de noviembre de 2015

Santos Valentín e Hilario - San Guenael de Bretaña - San Pirmino de Hornbach - San Juanicio de Antidio 03112015

Santos Valentín e Hilario

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Santos Valentín e Hilario, mártires
En Viterbo, del Lacio, santos Valentín, presbítero, e Hilario, diácono, mártires.
Al igual que muchos otros documentos que hablan de los mártires de los primeros siglos, también los correspondientes a los santos Valentí e Hilario son del siglo VIII, y por tanto con una certeza histórica hipotética, dada la gran distancia en el tiempo. La «Passio» compuesta en ese siglo dice que Valentín era un presbítero e Hilario un diácono que durante la persecución de Diocleciano (243-313) fueron asesinados y sepultados un 3 de noviembre, en un lugar llamado «Camillarius».

Es difícil saber quiénes fueron realmente, pero puede pensarse que se trataba de los sacerdotes encargados de alguna iglesia rural, que hubieran muerto allí mismo. En un documento del 788 hay una cierta confirmación de esta idea, pues habla de una «celda de san Valentín 'in Silice'», es decir, una pequeña iglesia con sepulcro situada en la Via Cassia, a dos kilómetros de Viterbo. Y, aunque san Hilario no se lo menciona en el documento, el abad de Farfa Sicardo (desde 831 hasta 842) transportó el cuerpo de lso dos a la iglesia abacial.

Los cuerpos de los dos mártires estuvieron en la famosa Abadía de Farfa hasta el siglo XV, aaunque algunas tradiciones de Viterbo dicen que sólo hasta 1303, cuando las reliquias fueron llevadas a la catedral de la ciudad. Algunos antiguos martirologios inscriben esta fiesta el 4 de noviembre, en vez de el día 3.
fuente: Santi e Beati



San Guenael de Bretaña

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San Guenael, abad

En la Bretaña Menor, san Guenael, venerado como abad de Landevenec.




San Pirmino de Hornbach

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San Pirmino, abad y obispo
En el monasterio de Hornbach, junto a Estrasburgo, en Burgundia, sepultura de san Pirmino, obispo y abad de Reichenau, que evangelizó a alamanes y bávaros, fundó muchos monasterios y compuso para sus discípulos un libro para catequizar a los campesinos.
La primera evangelización del antiguo gran ducado de Baden fue principalmente obra de varios monasterios, entre cuyos fundadores se distinguió san Pirmino. Probablemente era originario del sur de la Galia o de España y salió de allí huyendo de los moros. Pirmino restauró la abadía de Dissentis, en Grisons, que había sido destruida por los ávaros. Pero, sobre todo, es famoso porque fue el primer abad de Reichenau. En efecto, el santo fundó dicho monasterio el año 724, en una isla del lago de Constanza. Según se dice, fue la primera abadía benedictina en tierra alemana. En una época, la influencia de Reichenau rivalizó con la de Saint Gall. Por razones políticas, el fundador fue desterrado de allí y pasó a Alsacia, donde fundó el monasterio de Murbach, entre Tréveris y Metz. También fundó la abadía benedictina de Amorbac, en el sur de la Franconia. Se atribuye a san Pirmino un manual de instrucción popular, muy conocido en la época carolingia, llamado «Dicta Pirmini» (Palabras de Pirmino) o Scarapsus. Murió el año 753.


fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI


San Juanicio de Antidio

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San Juanicio, monje
En el cenobio de Antidio, en Bitinia, san Juanicio, monje, que, después de más de veinte años al servicio de las armas, vivió solitario en varias montañas del Olimpo, y solía acompañar su oración con estas palabras: «Dios es mi esperanza, Cristo mi refugio, el Espíritu Santo mi protector».
San Juanicio, que había tenido una juventud muy disoluta, alcanzó después, por la penitencia, tal grado de santidad, que los griegos le llaman «el grande», y le veneran como a uno de sus monjes más ilustres. Juanicio era originario de Bitinia, donde ejerció de niño el oficio de pastor. A los diecinueve años, pasó a formar parte de la guardia militar de Constantino Coprónimo. Se dejó llevar por la tendencia de la época y, el futuro santo apoyó a los perseguidores de las sagradas imágenes, pero un monje de gran santidad le apartó de los errores de su vida disoluta, y Juanicio llevó una existencia ejemplar durante seis años. A los cuarenta de edad, abandonó el ejército y se retiró al Monte Olimpo, en Bitinia. Allí se instruyó en los rudimentos de la vida monástica, aprendió a leer, a rezar de memoria el salterio y se ejercitó en los deberes de su nuevo estado. El santo llamaba a ese proceso «la maduración del corazón». Más tarde, se retiró a la vida eremítica y llegó a ser famoso por sus dones de profecía y milagros, así como por su prudencia en la dirección de las almas. Por uno de sus milagros, devolvió la libertad a cierto número de hombres que habían caído prisioneros de los búlgaros y, con otro prodigio, expulsó a un mal espíritu que atormentaba a san Daniel de Tasión.

San Juanicio ingresó después en el monasterio de Eraste, cerca de Brusa, donde defendió celosamente la ortodoxia contra el emperador León V y otros iconoclastas. Allí estuvo en estrecha relación con los famosos santos Teodoro el Estudita y Metodio de Constantinopla. Este último, por consejos de san Juanicio, calmó a aquellos de sus discípulos que se habían dejado llevar por un celo indiscreto y exigían que se invalidasen las órdenes conferidas por los obispos iconoclastas. Juanicio le dijo a Metodio: «Son hermanos nuestros que han caído en el error. Trátalos como tales en tanto que persisten en sus faltas, pero devuélveles sus antiguas dignidades cuando se arrepientan, a no ser que se trate claramente de herejes o perseguidores». San Juanicio se encaró con gran valentía, con el emperador Teófilo, el cual, además de prohibir las sagradas imágenes, había decretado que no se honrase a los santos con ese nombre. San Juanicio profetizó que Teófilo acabaría por restaurar las imágenes en las iglesias, pero tal vaticinio no se cumplió sino hasta el reinado de Teodora, la viuda del emperador, la cual nunca había traicionado la ortodoxia. Uno de los discípulos que tuvo san Juanicio en su ancianidad, fue san Eutimio de Tesalónica. Después de muchos años de conservar la reputación del más distinguido de los ascetas y profetas de su tiempo, san Juanicio se retiró a una ermita, donde murió el 3 de noviembre de 846. Tenía entonces noventa y dos años y había visto triunfar por dos veces a la ortodoxia sobre la herejía iconoclasta que él había practicado en su juventud y a la cual se había opuesto después tan vigorosamente.

En Acta Sanctorum, nov., vol. II, los bolandistas publicaron íntegramente dos biografías griegas muy detalladas y las tradujeron al latín. Sus autores, Pedro y Sabas, eran dos monjes griegos que habían sido discípulos de san Juanicio. Según parece, la biografía de Pedro es la más antigua, pero la de Sabas está mejor escrita y es más completa, en conjunto. Acerca de la fecha de la muerte del santo, cf, Pargoire, en Echos d'Orient, vol. IV (1900), pp. 75-80.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI


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