¿La Curia de Roma es reformable?
2013-08-18
La Curia Romana está formada por el conjunto de los organismos que ayudan al
Papa a gobernar la Iglesia dentro de las 44 hectáreas que rodean la basílica de
San Pedro. Son algo más de tres mil funcionarios. Nació pequeña en el siglo
XII, pero se transformó en un cuerpo de peritos en 1588 con el Papa Sixto V,
forjada especialmente para hacer frente a los reformadores, Lutero, Calvino y
otros. En 1967 Pablo VI y en 1998 el Papa Juan Pablo II trataron, sin éxito, de
reformarla.
Está considerada como una de las
administraciones gubernativas más conservadoras del mundo y tan poderosa que en
la práctica retrasó, archivó y anuló los cambios
introducidos por los dos papas anteriores y bloqueó la línea progresista del
Concilio Vaticano II (1962-1965).
Continúa
incólume, como si trabajase no para el tiempo sino para la eternidad. Sin
embargo, los escándalos morales y financieros ocurridos dentro de su espacio
han sido de tal magnitud que ha surgido el clamor de toda la Iglesia pidiendo
una reforma, a ser realizada, como una de sus misiones, por el nuevo Papa
Francisco. Como escribía el príncipe de los vaticanólogos lamentablemente ya
fallecido, Giancarlo Zizola (Quale Papa 1977): «cuatro siglos de
contrarreforma habían casi extinguido el cromosoma revolucionario del
cristianismo original, la Iglesia se estableció como un órgano
contrarrevolucionario» (p. 278), y negadora de todo lo nuevo que aparece. En un
discurso a los miembros de la Curia el 22 de febrero de 1975, el Papa Pablo VI
llegó a acusar a la Curia romana de tomar «una actitud de superioridad y
orgullo ante el colegio episcopal y el Pueblo de Dios».
Combinando la sensibilidad franciscana con el rigor jesuita
¿conseguirá el Papa Francisco darle otro formato? Sabiamente se ha rodeado de
ocho cardenales experimentados, de todos los continentes, para acompañarlo a
realizar esta ciclópea tarea con las purgas que necesariamente deberán ocurrir.
Detrás de todo hay un problema
histórico-teológico que dificulta en gran medida la reforma de la Curia. Se
expresa por dos visiones contradictorias. La primera, parte del hecho de que,
después de la proclamación de la infalibilidad del
Papa en 1870, con la consiguiente romanización (uniformización) de toda la
Iglesia, hubo una concentración máxima en la cabeza de la pirámide: es el
papado con poder «supremo, pleno, inmediato» (canon 331). Esto implica que en
él se concentran todas las decisiones, un fardo que es prácticamente imposible
de llevar por una sola persona, aunque sea con poder monárquico absolutista. No
se acepta ninguna descentralización, porque significaría una disminución del
supremo poder del Papa. La Curia, entonces, se cierra en torno al Papa, al que
convierte en su prisionero; a veces bloquea las iniciativas desagradables a su
conservadurismo tradicional o simplemente deja de lado los proyectos hasta que
son olvidadas.
La otra vertiente conoce el peso
del papado monárquico y busca dar vida al Sínodo de
Obispos, organismo colegial creado por el Concilio Vaticano II, para asistir al
Papa en el gobierno de la Iglesia Universal. Pero sucede que Juan Pablo II y
Benedicto XVI, presionados por la Curia que veía en ello una forma romper el
centralismo del poder romano, lo convirtieron en un órgano solamente consultivo
y no deliberativo. Se celebra cada dos o tres años, pero sin ningún efecto real
sobre la Iglesia.
Todo apunta a que el Papa
Francisco, al convocar a los ocho cardenales
para con él y bajo su dirección proceder a la reforma de la Curia, cree un
órgano con el cual pretende presidir la Iglesia. Ojala amplíe este órgano
colegiado con representantes no sólo de la jerarquía sino de todo el Pueblo de
Dios, también con mujeres, que son la mayoría de la Iglesia. Tal paso no parece
imposible.
La mejor manera de reformar la
Curia, a juicio de los expertos en las cosas del Vaticano y también de algunos
jerarcas, sería una gran descentralización de sus funciones. Estamos en la era de la planetización y de la comunicación
electrónica en tiempo real. Si la Iglesia Católica quiere adaptarse a esta
nueva etapa de la humanidad, nada mejor que operar una revolución organizativa.
¿Por qué el dicasterio (ministerio) para la Evangelización de los Pueblos no
puede transferirse a África? ¿El del Diálogo Interreligioso a Asia? ¿El de
Justicia y Paz a América Latina? ¿El de la Promoción de la Unidad de los
Cristianos a Ginebra, junto al Consejo Mundial de Iglesias? Algunos, para las
cosas más inmediatas, permanecerían en el Vaticano. A través de
videoconferencias, skype y otras tecnologías de
la comunicación, podrían mantener un contacto diario inmediato. Así se evitaría
la creación de un anti-poder, en el cual la Curia tradicional es gran experta.
Esto haría a la Iglesia Católica realmente universal y no más occidental.
Como el Papa Francisco vive
pidiendo que recen por él, tenemos que, efectivamente, rezar y mucho para que
este deseo se transforme en realidad para beneficio de todos.
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