lunes
16 Marzo 2015
San Juan de Brébeuf
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Pertenecía a una acomodada familia de
terratenientes. En la Normandía oriental, donde nació el 25 de marzo de 1593,
imperaba el calvinismo, pero ellos profesaban la fe católica. Cursó estudios
de filosofía y teología en la universidad de Caen. A los 21 años entró en una
vía de discernimiento vocacional. Se dispuso a ingresar en la Compañía de
Jesús, pero asuntos familiares le obligaron a posponer su incorporación hasta
1617. Tenía 24 años. Realizó el noviciado en Rouen donde se le consideró como
una vocación tardía. Su dificultad para asimilar las materias se contrarrestó
con una formación personalizada. Profesó en 1619 y fue destinado a la
docencia. Contrajo la tuberculosis y tuvo que abandonar las aulas. Su estado
era tan grave que, ante el riesgo de muerte, el provincial propició su
ordenación en 1622. La mejoría fue tal que ese mismo año reanudó con brío las
misiones que le encomendaron: ayudante de ecónomo del colegio y después
ecónomo titular. Bajo su responsabilidad tenía 600 alumnos. Más tarde, por
indicación del provincial de Francia, asumió las misiones de la Nueva
Francia. La noticia, tan querida como inesperada, le llenó de alegría. Porque
sabiendo que los franciscanos requerían la presencia de jesuitas para atender
las fundaciones de Canadá, aún pensando que su ofrecimiento no sería acogido,
se prestó para viajar a ese país.
En 1625 partió a la misión de Quebec
acompañado de dos religiosos. Unos meses más tarde, después de haberse
familiarizado con la lengua de los algonquines, se apresuró a evangelizar a
los hurones. Informado de la alta peligrosidad de la zona, no temió por su
vida y se estableció en el lugar. Desde allí extendió su radio de acción a
otros lugares habitados también por los hurones. Fue una etapa de profunda
actividad y esfuerzo que le permitió asimilar sus condiciones de vida y
costumbres, acogidas por él como si fuera uno de ellos. Realizó viajes
extenuantes por bosques y lagos, soportó inclemencias, plagas, falta de
higiene de los indios, y muchos problemas de distinta índole. Otros
religiosos no fueron capaces de integrarse y regresaron. Al final se encontró
solo, pero se mantuvo firme en su misión. Sus ansias martiriales, vinculadas
a su celo apostólico, seguían intactas:«Dios mío, ¡cuánto me duele el que no seas conocido,
el que esta región extranjera no se haya aún convertido enteramente a ti, el
hecho de que el pecado no haya sido aún exterminado de ella! Sí, Dios mío, si
han de caer sobre mí todos los tormentos que han de sufrir, con toda su
ferocidad y crueldad, los cautivos en esta región, de buena gana me ofrezco a
soportarlos yo solo». En
1629 tuvo que retornar a Francia, momento en el que emitió sus votos
perpetuos. Develan irrevocable fidelidad: «Sea yo destrozado antes de violar
voluntariamente una disposición de las Constituciones. Nunca descansaré,
jamás he de decir: basta».
En 1633 regresó junto a los hurones de
Ihonatiria. Fundó la Misión de San José y emprendió otra intensa labor
apostólica. Tres años más tarde, los frutos eran visibles. Pudo enviar a 12
jóvenes hurones a Quebec para ser educados en la Misión de Nuestra Señora de
los Ángeles. Pero se desencadenaron varias epidemias, que una parte de los
hurones achacaron a la presencia de los misioneros, por lo que fueron
amenazados y Juan pensó que podría morir. Cuando se desató una de ellas en
San José, el único que se mantuvo indemne fue él, que había desafiado a los
hechiceros. En 1637 fundó en Ossosané, la capital hurona. Nueva plaga, en
este caso de viruela, contribuyó a incrementar la hostilidad. El
convencimiento de la gente era que los «sotanas negros» ocasionaban tales
desgracias. Juan escribió su voto de martirio que recitaba todos los días en
la misa. Parte de la población le quería. Por eso, en febrero de 1638 fue
nombrado jefe hurón. Siguió un periodo de altibajos en lo que concierne a las
bendiciones apostólicas hasta que en una de sus misiones sufrió una caída y
regresó a Quebec. En 1641 fue nombrado superior de Sillery. Hasta allí
llegaron evidencias de los atroces martirios contra los hermanos que había
enviado a evangelizar. Las huellas de las torturas de los que regresaban con
vida eran estremecedoras. Juan, vertiendo sus lágrimas por ellos, siguió
incansable, impulsando las misiones. Diez intensos años de entrega entre los
indígenas en los que había administrado el bautismo a 50 personas le
permitían trasladar con propiedad a sus superiores esta impresión: «Este campo de misión tendrá su fruto
más tarde, pero solo mediante una paciencia casi sobrehumana». Volvió con los hurones en 1644. Y cuando
llevaba veinte años en la región, encontró la palma del martirio. Sucedió en
1649. Después de fundar en el territorio de los iroqueses, muchos de los
cuales le perseguían a él y a la comunidad, un grupo de ellos le apresó en la
Misión de San Luís. Los suplicios fueron terribles. Él oraba: «Jesús, ten misericordia»; mientras, los hurones respondían: «Echon (era
el nombre que le daban),
ruega por nosotros». Su valentía ante tanta crueldad hizo
creer a los feroces verdugos que estaban frente a alguien que excediendo con
creces lo humano se hallaba cerca de lo sobrenatural. La tarde del 16 de
marzo de 1649 expiró. Pío XI lo canonizó el 29 de junio de 1930 junto a
varios misioneros jesuitas. Fueron declarados patronos de la evangelización
de América del Norte.
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lunes, 16 de marzo de 2015
San Juan de Brébeuf - Beato Cura Brochero 16032015
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