lunes, 28 de septiembre de 2015

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San Wenceslao

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San Wenceslao  
La reina fue expulsada del trono, y Wenceslao fue proclamado rey por la voluntad del pueblo, y como primera medida, anunció que apoyaría decididamente a la Ley de la Iglesia de Dios.
Instauró el orden social al imponer severos castigos a los culpables de asesinato o de ejercer esclavitud y además gobernó siempre con justicia y misericordia.
Por oscuros intereses políticos, Boleslao -que ambicionaba el trono de su hermano-, invitó a Wenceslao a su reino para que participara de los festejos del santo patrono y al terminar las festividades,
Boleslao asesinó de una puñalada al santo rey. El pueblo lo proclamó como mártir de la fe, y pronto la Iglesia de San Vito -donde se encuentran sus restos- se convirtió en centro de peregrinaciones.
Ha sido proclamado como patrón del pueblo de Bohemia y hoy su devoción es tan grande que se le profesa también como Patrono de Checoslovaquia.










Oremos                       

Dios nuestro, que impulsaste al santo mártir Wenceslao a anteponer el reino de los cielos a un reino terrenal, concédenos, por su intercesión que tengamos valor para dejar lo que nos impida unirnos a ti de todo corazón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.



Venceslao (Wenceslao) de Bohemia, Santo
Venceslao (Wenceslao) de Bohemia, Santo

Patrono de la República Checa, 28 de septiembre


Fuente: ACIprensa.com / Archciócesis de Madrid 



Mártir

Martirologio Romano: San Wenceslao, mártir, duque de Bohemia, que, educado por su abuela santa Ludmila en sabiduría divina y humana, fue severo consigo, pacífico en la administración del reino y misericordioso para con los pobres, redimiendo para ser bautizados a esclavos paganos que estaban en Praga para ser vendidos. Después de sufrir muchas dificultades en gobernar a sus súbditos y formarles en la fe, traicionado por su hermano Boleslao fue asesinado por sicarios en la iglesia de Stara Boleslav, en Bohemia (929/935).

Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma, el Papa.

Breve Biografía

Hijo del rey de Bohemia, Ratislav, el joven príncipe nació en el 907 cerca de Praga. Su abuela, Santa Ludimila, se encargó de la educación de su nieto, inculcándole siempre el amor y servicio al Padre Celestial. Cuando era todavía muy joven, el santo perdió a su padre en una de las batallas contra los magiares; su madre asumió el poder e instauró -bajo la influencia de la nobleza pagana- una política anticristiana y secularista, que convirtió al pueblo en un caos total. Ante esta terrible situación, su abuela trató de persuadir al príncipe para que asumiese el trono para salvarguardia del cristianismo, lo que provocó que los nobles la asesinaran al considerarla una latente amenaza para sus intereses.

Sin embargo, por desconocidas circunstancias, la reina fue expulsada del trono, y Wenceslao fue proclamado rey por la voluntad del pueblo, y como primera medida, anunció que apoyaría decididamente a la Ley de la Iglesia de Dios. Instauró el orden social al imponer severos castigos a los culpables de asesinato o de ejercer esclavitud y además gobernó siempre con justicia y misericordia.

Por oscuros intereses políticos, Boleslao -que ambicionaba el trono de su hermano-, invitó a Wenceslao a su reino para que participara de los festejos del santo patrono y al terminar las festividades, Boleslao asesinó de una puñalada al santo rey. El pueblo lo proclamó como mártir de la fe, y pronto la Iglesia de San Vito -donde se encuentran sus restos- se convirtió en centro de peregrinaciones. Ha sido proclamado como patrón del pueblo de Bohemia y hoy su devoción es tan grande que se le profesa también como Patrono de Checoslovaquia.

¡Felicidades a los Venceslaos!
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Archciócesis de Madrid
El joven príncipe, que nació en Bohemia hacia el año 907, personifica el ideaI del héroe nacional, valientemente comprometido en la promoción cultural y religiosa del pueblo eslavo.

Cuando se derrumbó el reino moravio, en el 895 los príncipes bohemios, entrando en el juego diplomático de las potencies de ese entonces, se aliaron con el fuerte reino franco, y adoptando los principios de las antiguas civilizaciones comenzaron el proceso de europeización de los Estados de Europa central.

Lider de esta política de visión hacia el futuro fue el joven duque de Bohemia, Wenceslao. El había sido educado cristianamente por la abuela Ludmila, venerada como santa. Tan pronto tuvo la edad requerida, sucedió al padre después de la breve regencia de la madre Draomira. Mujer intrigante, Draomira prefería al segundo hijo, Boleslao, y fomentó con todos los medios a su alcance la rivalidad entre los dos, hasta el punto de llevar al segundo a mancharse con el grave delito del fratricidio.

En la mañana del 28 de septiembre del 935, mientras Wenceslao salía de case para ir a Misa, Boleslao, que lo esperaba en un lugar solitario con un grupo de cómplices, le saltó encima para herirlo por la espalda. El joven rey, que todavía no tenía treinta años, detuvo el golpe y echó mano a su espada, pero cuando se dio cuenta que el asesino era su hermano bajó el arma, murmurando: “Podría matarte, pero la mano de un siervo de Dios no debe mancharse con el fratricidio”. Fue asesinado por los sicarios de Boleslao.

Este ejemplarísimo príncipe cristiano anteponía sus deberes religiosos a los de soberano, hasta el punto de llegar tarde a una importante asamblea de Worms, convocada por el emperador Otón, porque estaba en Misa. No era raro ver al joven rey mezclado con los otros fieles, con los pies descalzos, durante las procesiones penitenciales. Impuso a su cuerpo la dura disciplina del cilicio y las diarias mortificaciones.

Fue considerado como un rey renunciatario por haber buscado la alianza con los poderosos francos limítrofes, pero el mismo hermano Boleslao, que le sucedió, después de haberlo mandado asesinar, comprendió esa política realistica y la siguió. Boleslao comprendió el error de valoración respecto de su hermano, hacia quien la devoción popular creció de día en día, por los prodigios que se obraban sobre la tumba del mártir, venerado inmediatamente como santo, el primero de los pueblos eslavos.

Oración
Dios nuestro,
que impulsaste al santo mártir Wenceslao
a anteponer el reino de los cielos a un reino terrenal,
concédenos, por su intercesión
que tengamos valor para dejar lo que nos impida unirnos a ti de todo corazón.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Amén


San Simón de Rojas

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 Nació en Valladolid, España, el 28 de octubre de 1552. Sus padres se habían afincado allí y regentaban una carnicería. Era el tercero de cinco hermanos. Heredó de Constanza, su madre, el amor a la Virgen. Tanto es así que los cronistas aseguran que «Ave María» fueron las primeras palabras que pronunció cuando tenía catorce meses. Fueron también las que escoltaron su entrada en el cielo, puesto que ellas sellaron sus labios al final de su vida. Siendo un adolescente, y obviando la oposición familiar, solicitó el ingreso en la orden trinitaria. Cumplió este sueño en 1566. Más adelante, tras cuatro años de noviciado, profesó en 1572.
Fue tartamudo hasta esta época de su vida, ya que antes de llegar a Salamanca para continuar su formación se detuvo en Paradinas de San Juan y en el desaparecido santuario-convento se veneraba a la Virgen de las Virtudes; le dedicó una novena y se curó de manera instantánea. Fue el lugar que eligió para oficiar su primera misa. Después partió a Toledo porque el capítulo provincial le había encomendado impartir las materias de filosofía y teología como lector de artes del convento. Ejerció la docencia hasta 1587, simultaneando esta actividad con la de formador; uno de los novicios era san Juan Bautista de la Concepción. También desempeñó el oficio de visitador apostólico en Castilla y en Andalucía de manera edificante, aceptando por obediencia estas misiones ya que por tendencia natural hubiera declinado las que revestían alta responsabilidad.
La inocencia evangélica del santo, figura señera en la corte de los Austrias, conmovió al monarca español Felipe III –quien lo escogió como consejero y preceptor de sus hijos–, y a su esposa Margarita de Austria. Ambos tomaron contacto con él a través de la condesa de Altamira que conoció a Simón cuando pasó por el convento trinitario madrileño en 1601. El juicio personal del rey, después de haberlo observado en las distancias cortas, era sin duda esclarecedor; sintetizaba la admirable virtud que había apreciado en él: «No he visto hombre que menos sepa a mundo». Que su devoción a la Virgen fue proverbial lo prueban las numerosas obras que emprendió en su honor. Entre otras cosas, logró que el «Ave María» fuese esculpida en el frontispicio del Palacio Real de Madrid. Por esta jaculatoria que continuamente brotaba de sus labios fue denominado «Padre Avemaría». Este saludo lo plasmó en la multitud de estampas que repartió dentro y fuera de España. Fiel observante del santo rosario, tuvo a la Virgen como modelo para su vida, y transmitió por doquier su anhelo de ser esclavo suyo considerando que todos los que se abrazasen a Ella podrían unirse más estrechamente con la Santísima Trinidad.
En 1612, con el beneplácito del rey Felipe III, fundó la Congregación de Esclavos del Dulcísimo Nombre de María que aglutinaba personas de todas condiciones, incluidos los miembros de la realeza y nobleza; éstos, que fueron los primeros afiliados, en nombre de la Virgen asistían a los pobres. «Si a Dios, que pide en el pobre, no le das, no recibirás», decía.En este afán de transmitir su devoción por la Madre de Dios, escribió un oficio para la festividad del Santo Nombre de María destinado a su Orden, que fue aprobado por la Santa Sede. Inocencio XI lo hizo extensivo después a toda la Iglesia. A Simón se debe también el rosario de 72 cuentas blancas y cordón azul en honor de la Inmaculada Concepción que realizaba con sus propias manos y repartía a diestro y siniestro. Con el número de cuentas significaba los años que pudo vivir la Virgen.
Además de su incansable tarea de difundir el amor a María y a la confesión, se ocupó de los cautivos a los que enviaba las cantidades que recaudaba para ellos. Se sentía profundamente conmovido por la muerte a manos de violentos berberiscos de tres hermanos religiosos que habían emprendido viaje para la redención de estos prisioneros. Los enfermos, los pobres, los presos de la cárcel de Madrid, los condenados, los niños abandonados para los que fundó una casa de acogida y, en general, los marginados por cualquier causa, estaban en su orden de preferencia; ejercitaba con todos su acción caritativa y misericordiosa. Fue un gran confesor y maestro de la oración. A ella le dedicaba expresamente varias horas diarias, aunque vivía en una constante presencia de Dios. Por eso se ha dicho que «todo cuanto predicaba, todo lo alcanzaba en la oración». Ensambló maravillosamente contemplación y acción apostólica.
Felipe IV, que subió al trono en 1621, lo nombró confesor de su esposa, la reina Isabel de Borbón, y de su hermana Ana María Mauricia; ésta contraería matrimonio más tarde con Luís XIII de Francia. Simón se comprometió con el monarca a cumplir el compromiso, siempre y cuando no contraviniese los que conllevaba su condición religiosa, ni cercenar su acción apostólica con los pobres y esclavos. Además, no quiso ser tratado con deferencias, ni ser remunerado por ello. En julio de 1624 fue testigo de un hecho deleznable, sacrílego, que sucedió en un templo donde se profanó una Sagrada Forma. El inmenso dolor que le produjo pudo ser el detonante de su imparable declive. Hasta que se produjo su deceso, acaecido el 29 de septiembre de ese año, mantuvo una intensa actividad. Dos días antes de quedar postrado con carácter irreversible, los religiosos le vieron en el coro orando unos instantes ante un cuadro de la Virgen de los Desamparados. Ya se había despedido de todos ellos. Clemente XIII lo beatificó el 19 de mayo de 1766. Juan Pablo II lo canonizó el 3 de julio de 1988, Año Mariano.



San Simón de Rojas

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El Valladolid de 1552 fue el lugar del nacimiento del Beato. Allí, joven, vistió el hábito trinitario, al que se acogió con decidida vocación en el convento de la Orden. Este fue su primer peldaño en la escala hacia la santidad, si bien es verdad que su virtud se había delineado ya en aquellas sus aspiraciones en la adolescencia y en la niñez. Pero el anhelo de santidad cobra cuerpo cuando, joven, con plena responsabilidad, con valentía varonil, dispuesto a arrostrar y superar dificultades y contratiempos, se consagra a Dios en votos perpetuos, consagra su oblación en la primera misa y la reitera cada mañana en Ia subida diaria al altar del Señor que alegra su juventud, que es tanto como alegrar y sostener aquel primer y florido ofrecimiento de sus mejores años.
 Versado en esta asignatura de la santidad, nada bueno ni grande extraña en él: cargos de responsabilidad superior en la Orden; correrías sin cuento en los puestos designados por la obediencia; apostolados ininterrumpidos dondequiera que la gloria de Dios o el bien del prójimo le colocaban. ¿Cómo nos va a extrañar nada de ello? ¿Cómo extrañarnos por sus milagros? Ni precisamos contarlos, tantos como se cuentan en sus biografías: si Dios estaba con él y con él guardaba Dios aquella amistad perfecta, lo extraño hubiera sido la apatía en el servicio del Señor, la indiferencia ante la indigencia del prójimo; extraño hubiera resultado que el Señor de los cielos no le hubiese ayudado con el milagro en todas aquellas coyunturas en que se ventilaba un mayor rendimiento de la gloria de Dios o un mejor remedio de apuros humanos.
 Nada extraño se nos hace que, versado muy altamente en la práctica de las virtudes, pusiese su vista en él el rey Felipe III al objeto de que la compañía del Beato le resultase sedante piadoso entre los graves asuntos del reino y para que orientase la conciencia del futuro Felipe IV. Se explica su permanencia junto a los reyes y príncipes, y se explica el difícil equilibrio que supo guardar entre validos y palaciegos. Comprendemos, dada su virtud y santidad, se prestase a enjugar las lágrimas del de Lerma, caído en desgracia; supiese frenar la vanagloria del de Osuna, encumbrado, y consiguiese de don Rodrigo Calderón la aceptación resignada de la muerte en el cadalso ignominioso.
 Todo, todo: milagros; difíciles y acertados asesoramientos; apostolados incansables e ininterrumpidos —el centro y sur de España fueron testigos de ellos—; conversiones de duros pecadores; lucro abundante de almas para Cristo... Todo se explica y comprende a la luz de la lámpara de santidad que brillaba en su persona. Todo es el resultante de su virtud eximia; de su trato de intimidad con Dios, que da omnipotencia al brazo humano y sagacidad superior a la inteligencia creada.
 De por fuerza, el demonio le había de distinguir con preferencia particular de enemigo de talla excepcional y había de retarlo de continuo a singular batalla. Tampoco nos resulta extraño que demonio, mundo y carne se aliasen contra él, para contra el proceder en acción mancomunada: la tentación carnal, la intriga política, la sorna palaciega..., toda la gama de resortes de que el infierno dispone, se volcaron contra el Beato. Encontramos lógico este esfuerzo infernal. Pero siguió nuestro Beato firme en su "todo lo puedo en Aquel que me conforta", y —lo dijimos— acertó con el bálsamo bendito que fortalece a los atletas de Cristo, restaña las heridas de gloriosas pasadas batallas y proporciona armas eficaces para las venideras.
 "Hay demonios que no se lanzan sino con la oración y el ayuno", nos advirtió nuestro Señor Jesucristo; y a fe que nuestro Beato supo esgrimir con destreza estas armas"; fueron ásperos, muy ásperos, sus sacrificios, rígidas hasta el extremo sus penitencias; fue su cuerpo con frecuencia castigado por los duros golpes del cilicio, manejado por sus propios hermanos en religión, a quien él mismo impuso en virtud de obediencia aquella obligación. Fue rigurosa su observancia de la regla, austera su vida; su humildad le hizo sentirse gran pecador e indigno de los episcopados que se le ofrecieron. Su fuego de amor de Dios y del prójimo le llevó a la más exacta y rígida interpretación del mandamiento máximo de Dios, entendiendo en toda su precisión el amor de Dios como santidad, y el amor del prójimo como apostolado en toda la extensión e intensidad que entenderse pueda y en toda la infatigabilidad que el organismo humano se pueda permitir. Fue eximia su castidad, garantizada con protección especial de María.
 Conversión de los pecadores, santificación mayor de los justos; redención purificativa de las almas del purgatorio: he aquí el tríptico apostólico de Simón de Rojas.
 Unos pocos, muy pocos, libros, encontramos en su biblioteca, la de su celda conventual, donde la cama era un mueble de lujo inservible —dormía en el suelo—: las obras de Santo Tomás, las de San Bernardo, santo de su especial devoción; el libro de Tomás de Kempis y su devocionario. No es dato pequeño: "non multa sed multum", nos legaron los antiguos: no muchas cosas, sino mucho; y de los libros reza el otro refrán de que hay que temer al hombre de un libro.
 Merece especial mención su acendrada devoción a María, devoción que he llamado arriba bálsamo que prepara eficazmente para la victoria, dulcifica las heridas, hace intrépida e invencible la virtud apostólica y fácil la misma santidad.
 Reza que te reza siempre a María: ¿Qué importa la calle pública o la soledad? ¿Qué la intriga o la paz? ¿Qué la dificultad o el riesgo? ¿Qué el sudor o la fatiga? ¿Qué suponen las asechanzas humanas, la tentación diabólica o la prueba divina? No pasa de ser todo un crisol en que probar la excelsitud del tesoro de virtud que acaparaba. Si omnipotente fue para todo con la gracia, todo le resultó suave y fácil con María. Ni esto está en contradicción con las asperezas que he señalado de sus penitencias: éstas fueron el camino para llegar a la Madre y para en estrecha unión con Ella mantenerse; éstas fueron el castigo a su cuerpo para completar en él lo que falta a la redención de Cristo, a fin de llevar su fruto salvador a otros.
 Ave María; Ave María: cientos, cientos de veces cada día estas dos palabras estuvieron en su boca. Ni tenía otro saludo, ni otro pensamiento anidaba; ni otro anhelo suspiraba que la idea y el nombre de María. Propagar a todos la devoción a la Virgen fue su empeño mayor y más decidido: "Mi mayor afán es fundar la Congregación de Esclavos del Dulce Nombre de María", dijo un día el Beato al rey de España: "Préstele Su Majestad su anuencia y apoyo y haga la merced de escribir al Papa para que la apruebe y bendiga". Con fecha 27 de noviembre de 1601 quedó solemnemente fundada en Madrid la Congregación del Ave María, que tan grande y fructífero historial nos había de legar.
 Simón de Rojas fue quien consiguió introducir el Oficio del Dulce Nombre de María, que había de rezarse primero en la Orden trinitaria, y que se extendió después a toda la Iglesia católica.
 Discurrió su vida por esta trayectoria del acercamiento a Dios por medio de María, hasta que un 29 de septiembre, el del año 1624, cambió su lugar de residencia y, dejando en la tierra su cuerpo, fue su alma a habitar en el cielo.
 Con su cuerpo quedó aquí el grato recuerdo de sus grandes hechos y virtudes; quedó su Orden trinitaria benemérita; quedaron los por él beneficiados testigos de su carrera en el mundo; se elevaron al Santo Padre de Roma continuadas peticiones y el día 13 de mayo de 1766 quedó Simón de Rojas proclamado Beato por el papa Clemente XIII.
 Tratado de la oración y sus grandezas: éste es el libro que nos ha quedado del Beato; escribió mucho más, pero no ha llegado a nosotros.
 Visitó Simón de Rojas a Santa Teresa de Jesús en Alba de Tormes; y en la Santa piensa el lector cuando repasa el Tratado del Beato; piensa en ella sobre todo el lector cuando ve al Beato explayarse en los altos conceptos de meditación y contemplación; cuando escribe el Beato sobre la oración, "universal escuela en la cual se enseña y aprende toda virtud y bondad".
 Además de en Santa Teresa piensa el lector, con el libro del Beato Simón de Rojas en la mano, en San Juan de la Cruz, contemporáneo también del Beato; piensa en el Beato Juan de Avila, que, a la distancia de unos pocos años, le había precedido en su apostolado por Andalucía. Cuando en el Beato Simón de Rojas se leen aquellas páginas sobre el amor divino "que dilata y ensancha el corazón" y sobre "cómo toda criatura nos enseña a amar", salta a la memoria el recuerdo de San Francisco de Asís, tan observador de la naturaleza y fino cantador de ella. Cuando se medita sobre el amor de nuestro Beato a los hombres, piensa el lector en San Juan de la Cruz, que moría cuando nacía aquél.


San Estacto

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San Estacto, mártir, Roma.


San Marcial África

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Santos Marcial, Lorenzo y otros veinte mártires, Africa.



San Marcos Antioquía

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Santos Marcos, pastor; Alfio, Alelandro y Zósimo, hermanos mártires, Antioquía.



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