martes, 17 de noviembre de 2015

Beata Salomé de Cracovia - Santa Gertrudis la Magna - Beato León Saisho Shichiemon 17112015

Beata Salomé de Cracovia

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Beata Salomé, abadesa
Cerca de Cracovia, de Polonia, beata Salomé, reina de Halicz (Galizia), que, fallecido su esposo, el rey Colomano, profesó la Regla de las Clarisas y desempeñó santamente el cargo de abadesa en un monasterio fundado por ella misma.
Princesa de Polonia, hija de Leszek el Rubio, príncipe de Cracovia, Salomé nació en 1211. Es difícil seguir los primeros años de su vida, pues las fuentes históricas difieren bastante entre sí. Parece, sin embargo, que a los tres años fue confiada al obispo de Cracovia, el Beato Vicente Kadlubek, para que la condujera a Hungría. Según las costumbres de aquel tiempo, Lescek había concertado su matrimonio de su hija con el hijo del rey Andrés de Hungría, el príncipe Kálmán o Colomán, que sólo tenía 6 años.
Con autorización del papa Inocencio III, el obispo de Strigonia los coronó en el otoño de 1214, y gobernaron en Halicz durante menos de tres años, hasta que la ciudad fue ocupada por el príncipe Mistislaw de Rutenia, que los retuvo prisioneros. Durante la prisión, Salomé, que contaba entonces con nueve años, de común acuerdo con su prometido vivir en castidad. Cuando los húngaros reconquistaron la ciudad, los dos fueron liberados y por fin pudo celebrarse el matrimonio. Salomé, al parecer, había empezado a hacer vida de penitencia como terciaria franciscana, y se comprometió para que la corte fuese un modelo de vida cristiana. A pesar de su belleza, rehuía de la compañía de los hombres, vestía con modestia, no participaba en las fiestas y diversiones de la corte y dedicaba el tiempo libre a la oración.
Kálmán reinó en Dalmacia y Eslovenia, en vida de su padre, hasta el momento de su muerte, ocurrida en 1241, mientras combatía contra los tártaros. El primer año de viudez lo empleó Salomé en hacer buenas obras en la corte y en favorecer los conventos de franciscanos y dominicos, pero en 1242 prefirió regresar a su país. Se retiró en el monasterio de Sandomierz y vistió el hábito de las clarisas. Con la ayuda del hermano Boleslao emprendió en 1245 la fundación del monasterio de clarisas de Zawichost, el hospital y el monasterio de clarisas donde se recluyó.
Ante la amenaza de los Tártaros, parte de la comunidad se trasladó a Skala, donde Salomé fundó otro monasterio, dotándolo de utensilios y ornamentos litúrgicos. 28 años vivió en el monasterio, siendo para todos un ejemplo de penitencia, abnegación, humildad, inocencia y caridad. Durante muchos años fue abadesa buena, afable y servicial, amante del ideal franciscano de pobreza.
El 17 de noviembre de 1268, día de su muerte, tuvo una visión de la Virgen María con su Hijo. Entonces llamó a sus hermanas y las exhortó a vivir en caridad, pureza de corazón, obediencia y desapego de las cosas de este mundo. Sus hermanas vieron su alma como una pequeña estrella que desde su cuerpo subía hasta el cielo. TEnía 57 años. Sus restos fueron trasladados a la iglesia de San Francisco de Cracovia, donde aún se conservan. Por último, el papa Clemente X aprobó su culto inmemorial.


fuente: Frate Francesco



Santa Gertrudis la Magna

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Santa Gertrudis la Magna, virgen
En Helfta, en las cercanías de Eisleben, en Sajonia, aniversario de la muerte de santa Gertrudis, virgen, cuya memoria se celebra el día de ayer.
En 1258, las religiosas de Rossdorf, entre las que se encontraba santa Matilde, se trasladaron a un monasterio de Helfta, en Sajonia, de donde era originaria la noble familia de los Hackeborn; allí fue abadesa Gertrudis von Hackeborn, hermana de santa Matilde, y que no debe ser confundida con nuestra santa de hoy, que no fue abadesa. Tres años más tarde de la fundación, santa Gertrudis, que entonces tenía cinco, fue enviada a educarse con las religiosas. Nada sabemos acerca de sus padres ni del sitio en que nació. La superiora la confió al cuidado de santa Matilde y, pronto, las dos santas empezaron a unirse con los lazos del afecto. Gertrudis, que era muy atractiva e inteligente, llegó a ser una buena latinista. Con el tiempo, tomó el hábito en ese convento, del que probablemente no había salido desde la niñez.

A eso de los veintiséis años, santa Gertrudís tuvo la primera de las revelaciones que la hicieron famosa: cuando iba a acostarse, le pareció ver al Señor en forma de joven. «Aunque sabía yo que me hallaba en el dormitorio, me parecía que me encontraba en el rincón del coro donde solía hacer mis tibias oraciones y oí estas palabras: 'Yo te salvaré y te libraré. No Temas'. Cuando el Señor dijo esto, extendió su mano fina y delicada hasta tocar la mía, como para confirmar su promesa y prosiguió: 'Has mordido el polvo con mis enemigos y has tratado de extraer miel de las espinas. Vuélvete ahora a Mí, y mis delicias divinas serán para ti como vino'.» Entonces se interpuso un seto de espinos entre los dos. Pero Gertrudis se sintió como arrebatada por los aires y se encontró al lado del Señor:«Entonces vi en la mano que poco antes se me había dado como prenda, las joyas radiantes que anularon la pena de muerte que se cernía sobre nosotros.» Tal fue la experiencia de Gertrudis; tal fue lo que podría llamarse su «conversión», a pesar de que se trataba del alma más pura e inocente. A partir de entonces, se entregó con plena conciencia y toda deliberación a la conquista de la perfección y de la unión con Dios.

Hasta entonces, los estudios profanos habían sido sus delicias; en adelante, se dedicó a estudiar la Biblia y los escritos de los Padres, sobre todo de san Agustín y de san Bernardo, quien había muerto no hacía mucho tiempo. En otras palabras, «del estudio de la gramática pasó al de la teología»; y sus escritos muestran claramente la influencia de la liturgia y de sus lecturas privadas. Exteriormente, la vida de santa Gertrudis fue como la de tantas otras contemplativas, es decir, poco pintoresca. Sabemos que solía copiar pasajes de la Sagrada Escritura y componer pequeños comentarios para sus hermanas en religión, y que se distinguía por su caridad para con los difuntos y por su libertad de espíritu. El mejor ejemplo de esto último es su reacción ante las muertes súbitas e inesperadas. «Deseo con toda el alma tener el consuelo de recibir los últimos sacramentos, que dan la salud; sin embargo, la mejor preparación para la muerte es tener presente que Dios escoge la hora. Estoy absolutamente cierta de que, ya sea que tenga una muerte súbita o prevista, no me faltará la misericordia del Señor, sin la cual no podría salvarme en ninguno de los dos casos».

Después de la primera revelación, Gertrudis siguió viendo al Señor «veladamente», a la hora de la comunión, hasta la víspera de la Anunciación. Ese día, el Señor la visitó en la capilla durante los oficios de la mañana y, «desde entonces, me concedió un conocimiento más claro de Él, de suerte que empecé a corregirme de mis faltas mucho más por la dulzura de Su amor que por temor de su justa cólera». Los cinco libros del «Heraldo de la amorosa bondad de Dios» (comúnmente llamados «Revelaciones de Santa Gertrudis»), de los que la santa sólo escribió el segundo, contienen una serie de visiones, comunicaciones y experiencias místicas, que han sido ratificadas por muchos místicos y teólogos distinguidos. La santa habla de un rayo de luz, como una flecha, que procedía de la herida del costado de un crucifijo. Cuenta también que su alma, derretida como la cera, se aplicó al pecho del Señor como para recibir la impresión de un sello y alude a un matrimonio espiritual en el que su alma fue como absorbida por el corazón de Jesús. Pero «la adversidad es el anillo espiritual que sella los esponsales con Dios». Santa Gertrudis se adelantó a su tiempo en ciertos puntos, como la comunión frecuente, la devoción a san José y la devoción al Sagrado Corazón. Con frecuencia hablaba del Sagrado Corazón con santa Matilde y se cuenta que en dos visiones diferentes reclinó la cabeza sobre el pecho del Señor y oyó los latidos de su corazón.

En la actualidad, el pueblo cristiano conoce sobre todo a estas santa Matilde y a santa Gertrudis por una serie de oraciones que se les atribuyen. Fueron publicadas por primera vez en Colonia, a fines del siglo XVII. Sin meternos a juzgar el mérito de esas oraciones, lo cierto es que no fueron compuestas por Gertrudis y Matilde. Dom Castel fue el primero que publicó en francés una serie de plegarias entresacadas de las obras genuinas de ambas santas; el canónigo Juan Gray las tradujo al inglés en 1927. Alban Butler, refiriéndose al libro de santa Gertrudis, dice que es «probablemente, después de las obras de santa Teresa, el escrito más útil que una mujer ha dado a la Iglesia para alimentar la piedad en el estado contemplativo». Santa Gertrudis murió el 17 de noviembre de 1301 o 1302, alrededor de los cuarenta y cinco años, al cabo de diez años de penosas enfermedades. Aunque no fue canonizada formalmente, Inocencio XI introdujo su nombre en el Martirologio Romano en 1677. Clemente XII ordenó que se celebrase su fiesta en toda la Iglesia de Occidente, lo que equivale en los hechos a una canonización. Tanto los benedictinos como los cistercienses aseguran que el monasterio de Helfta pertenecía a sus respectivas órdenes y veneran especialmente a santa Gertrudis.

Las únicas fuentes sobre la vida de santa Gertrudis son sus propios escritos. La primera edición completa y aceptable fue hecha por los benedictinos de Solesmes, con el título de Revelationes Gertrudianae et Mechtildianae (1875), pero sin distinguir claramente las diversas obras. El Legatus divinae pietatis, se divide en cinco libros: el libro segundo fue ciertamente escrito por santa Gertrudis; los libros tercero, cuarto y quinto fueron compuestos bajo su dirección; el libro primero fue escrito por los amigos íntimos de la santa, después de su muerte. Esa obra es la principal fuente sobre la vida de Gertrudis, de la que sabemos muy poco; pero hay también algunos datos en el Liber specialis gratiae, que se refiere sobre todo a santa Matilde y se halla en el Iibro segundo de las Revelationes. La biografía inglesa de Dom G. Dolan, St Gertrude the Great (1912) es excelente, así como la obra francesa de G. Ledos (1901). E. Michel estudió con acierto la influencia de santa Gertrudis en el sentimiento religioso de su época, en Geschichte des deutschen Volkes vom dreizehnten Jahrhundert, vol. III , pp. 174-211. Se han escrito muchos libros y artículos sobre la devoción que santa Gertrudis profesaba al Sagrado Corazón, adelantándose a su tiempo. Véase, por ejemplo, A. Hamon, Histoire de la devotion au Sacre Coeur, vol. II; U. Berliére, La dévotion au Sacre Coeur dans l'Ordre de St Benoit (1920).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI



Beato León Saisho Shichiemon

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Beato León Saisho Shichiemon Atsutomo, mártir
En Hirasa, beato León Saisho Shichiemon Atsutomo, samurai de alto rango, mártir, cuya muerte tuvo lugar a los tres meses y medio después de haber recibido el bautismo. Su martirio tuvo lugar donde él mismo había pedido, en el cruce de caminos, por significar la cruz de Cristo.
Reproduzco aquí la parte pertinente del relato sobre los 188 mártires del Japón publicado en L'Osservatore Romano, con ocasión de la beatificación, en noviembre de 2008 (el escrito completo de Mons. Esquerda Bifet puede leerse en la página del grupo):
León Saisho Shichiemon Atsutomo, era un samurai de alto rango, nacido hacia 1569 in Jonai, Japón. Había recibido el bautismo el 22 de julio de 1608, de manos del futuro mártir beato Jacinto Orfanel, O.P. El samurai convertido se entregó a un camino de oración y perfección. Instado repetidamente por su señor a apostatar, León resistió con fortaleza y ánimo tranquilo. Fue condenado a muerte por haberse bautizado en contra de las órdenes de su señor. Decía que «estaba dispuesto a morir antes que dejar de ser cristiano» (Carta de Mons. Cerqueira a Pablo V, 5 de marzo de 1609).

Salió para el lugar del martirio habiendo dejado sus armas, vestido con traje de fiesta; se arrodilló sobre una estera de paja ante una imagen pequeña del descendimiento de la cruz, que luego metió en su pecho, mientras enrollaba en su mano derecha el rosario. Lo decapitaron el 17 de noviembre de 1608 en Hirasa, hoy Sendai, diócesis de Kagoshima. Su martirio tuvo lugar donde él mismo había pedido, es decir, en el cruce de caminos (por significar la cruz de Cristo). El hecho de morir «con tanta seguridad y alegría... era cosa nunca vista en aquel reino» (Cerqueira, o.c., fol. 482).
fuente: «L`Osservatore Romano»

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