martes, 17 de noviembre de 2015

San Juan del Castillo - Santos Jordán Ansalone y Tomás Hioji Rokuzayemon Nishi 17112015

San Juan del Castillo

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San Juan del Castillo, presbítero y mártir
En Asunción, en Paraguay, san Juan del Castillo, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús y mártir, que, en el poblado de las reducciones fundado aquel mismo año por san Roque González y encomendado a sus cuidados, por instigación de un individuo aficionado a artes mágicas fue maltratado con crueles suplicios y finalmente apedreado, lo que le llevó a la muerte dando testimonio de Cristo.
El p. Juan del Castillo, aunque en la liturgia propia que se celebra en Paraguay se conmemora junto a los otros dos, queda inscripto, naturalmente, dos días más tarde en el Martirologio. La presente hagiografía corresponde a los tres sacerdotes.
Los primeros mártires de América que alcanzaron el honor de los altares, murieron por Cristo en 1628. Ello no significa que hayan sido los primeros mártires de América, puesto que tres franciscanos habían perecido a manos de los caribes en las Antillas, en 1516; a esto siguieroo las matanzas en la América del Sur y, ya antes, Fray Juan de Padilla, el primer mártir de América del Norte, había muerto en 1544. No sabemos exactamente dónde tuvo lugar este martirio. A este propósito, se ha hablado del este de Colorado, del este de Kansas y de Texas. Pero ni Fray Juan, ni ninguno de los mencionados mártires ha alcanzado el honor de los altares, por falta de documentos suficientes sobre su martirio. No es imposible que tales documentos aparezcan algún día pero, hasta el momento, los mártires más antiguos de los que han sido elevados a los altares fueron tres jesuitas misioneros en el Paraguay. Uno de ellos había nacido en América.

Roque González de Santa Cruz era hijo de nobles españoles. Nació en Asunción, capital del Paraguay, en 1576. Recibió la ordenación a los veintitrés años, por más que se consideraba indigno del sacerdocio. Al punto, empezó a preocuparse por los indios, a quienes iba a predicar e instruir en las aldeas más remotas. Diez años más tarde, ingresó en la Compañía de Jesús con el objeto de evitar las dignidades eclesiásticas y de poder trabajar más eficazmente como misionero.

Por aquella época, los jesuitas instituían las famosas «reducciones» del Paraguay, y el P. Roque González desempeñó en ello un papel muy importante. Dichas reducciones eran colonias de indios gobernadas por los jesuitas, los cuales, a diferencia de tantos españoles que tenían indios en encomienda, no se consideraban como conquistadores y amos de los indios, sino como guardianes y administradores de sus bienes. Los jesuitas no veían en los indios una casta de esclavos, sino que los miraban como a hijos de Dios y respetaban su civilización y su forma de vida en todo lo que no se oponía a la ley de Dios. En una palabra, querían hacer de ellos «indios cristianos» y no una mala copia de los españoles. La resistencia que ofrecieron los jesuitas a la inhumanidad de los encomenderos españoles, a la esclavitud y a los métodos de la Inquisición, acabaron por acarrearles la ruina en la América Española, así como la desaparición de las reducciones. Ello tuvo lugar un siglo después de la muerte de san Roque González. Aun el irónico Voltaire admiraba la obra de los jesuitas y a este propósito escribió: «Cuando se arrebataron a los jesuitas las misiones del Paraguay, en 1768, los indios habían llegado al grado más alto de civilización que un pueblo joven puede alcanzar ... En las misiones se respetaba la ley, se llevaba una vida limpia, los hombres se consideraban como hermanos, florecían las ciencias útiles y aun algunas de las artes más bellas, y en todo reinaba la abundancia». Para conseguir eso, el P. Roque trabajó casi veinte años, enfrentándose, con paciencia y confianza, a toda clase de dificultades, peligros y reveses, con tribus salvajes y agresivas y con la oposición de los colonos europeos. El santo se entregó en cuerpo y alma a la tarea. Durante tres años dirigió la reducción de San Ignacio, que fue una de las primeras, y pasó el resto de su vida en establecer otra media docena de reducciones al este de los ríos Paraná y Uruguay. Fue el primer europeo conocido que penetró en algunas regiones vírgenes de América del Sur. Uno de sus contemporáneos, el gobernador español de la provincia de Corrientes, que conocía lo que era la vida en aquellas regiones, atestiguó que «podía adivinar lo que había costado al P. Roque la vida que llevó: hambre, frío, fatiga, ríos atravesados a nado, por no hablar de la molestia de los insectos y de otras incomodidades, que sólo un apóstol, un sacerdote santo como él, podía haber soportado con tal fortaleza». El P. Roque llegó a tener una influencia enorme sobre los indios; pero las autoridades civiles entorpecieron su trabajo en los últimos años, tratando de emplear su influencia para sus fines propios. En efecto, las autoridades insistieron en que en cada reducción hubiese representantes de la corona, y la brutalidad de esos europeos suscitó entre los indios el odio y la desconfianza hacia los europeos en general. Desgraciadamente eso se ha repetido en una forma o en otra, en la historia de las misiones de todo el mundo. ¡Cuántas veces la conducta de cristianos indignos ha echado a perder la obra de los misioneros!

En 1628, fueron a reunirse con el P. Roque dos jóvenes misioneros españoles, Alonso Rodríguez y Juan de Castillo. Entre los tres fundaron una nueva reducción en las proximidades del río Ijuhi, y la consagraron a la Asunción de María. El P. Castillo se encargó de la dirección, en tanto que los otros dos misioneros partieron a Caaró, donde fundaron la reducción de Todos los Santos. Ahí tuvieron que hacer frente a la hostilidad de un poderoso «curandero», quien al poco tiempo logró que los naturales atacasen la misión. En el momento en que llegaron los atacantes, el P. Roque colgaba la campana de la iglesia. Un hombre se deslizó por detrás de él y le asesinó a golpes de mazo. Al oír el tumulto, el P. Rodríguez salió a la puerta de su choza, donde encontró a los indios con las manos ensangrentadas. Al punto le derribaron. El P. Rodríguez exclamó: «¿Qué hacéis?» Fue todo lo que pudo decir, pues los indios le acabaron a golpes. En seguida, incendiaron la capilla, que era de madera y arrojaron los dos cadáveres a las llamas. Era el 15 de noviembre de 1628. Dos días después, los indios atacaron la misión de Ijuhi, se apoderaron del P. Castillo, le maniataron, le golpearon salvajemente y le arrancaron la vida a pedradas.

Seis meses después, se redactó un relato de todo lo sucedido para introducir la causa de beatificación. Pero los documentos se perdieron en el viaje a Roma. La causa se interrumpió durante dos siglos y parecía destinada al fracaso. Felizmente, en Argentina se descubrió una copia de los documentos, y Roque González, Alonso Rodríguez y Juan de Castillo, fueron solemnemente beatificados en 1934. Entre los documentos figuraba la siguiente declaración de un jefe indio, llamado Guarecupí: «Todos los indios cristianos amaban al padre (Roque) y sintieron su muerte; era un padre para nosotros y así le llamaban los indios del Paraná.» El papa Juan Pablo II llevó a término la canonización de los tres misioneros, celebrándola en Paraguay, el 16 de mayo de 1988.

El P. J. M. Blanco aprovechó casi todos los materiales disponibles en su Historia documentada de la vida y gloriosa muerte de los PP. Roque González ... (1929). 
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI



San Jordán Ansalone

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Santos Jordán Ansalone y Tomás Hioji Rokuzayemon Nishi, presbíteros y mártires
En Nagasaki, en Japón, santos Jordán (Jacinto) Ansalone y Tomás Hioji Rokuzayemon Nishi, presbíteros dominicos y mártires. El primero trabajó denodadamente por el Evangelio en las islas Filipinas antes de pasar a Japón, y el segundo, primero en la isla de Formosa, y después, en sus últimos años y en su misma patria, fue un incansable propagador de la fe en la región de Nagasaki, hasta que ambos, con ánimo invicto, por orden del gobernador Tokugawa Yemitsu fueron sometidos durante siete días a los crueles tormentos de la horca y del encierro en una hoya, hasta entregar su vida.
Jacinto Ansalone había nacido el año 1598 en S. Stefano Quisquina, en la provincia de Agrigento, en Sicilia. Ingresó en la Orden de Predicadores el año 1615 y profesó con el nombre de fray Jordán de San Esteban. Cuando supo la necesidad de misioneros que tenía Japón, envuelto en una fuerte persecución religiosa, pidió permiso para pasar de la Provincia dominicana de Sicilia a la del Santo Rosario, que era la de los misioneros de Oriente. Fue a España, al convento de Trujiilo, aquí se ordenó sacerdote y a pie y mendigando su sustento, marchó a Sevilla, donde embarcó en 1625. Cruzado el Atlántico, se hallaba en tierras americanas cuando se le preguntó si deseaba volver a su tierra natal, pero permaneció firme en su vocación misionera. Llegó a Manila en julio de 1626 y fue destinado a la misión del valle de Cagayán. En 1627 pasó al hospital de Gabriel de Binondo, dedicado al cuidado material y espiritual de los chinos. Aprendió el idioma chino y se dedicó a la labor misionera entre ellos con plena entrega. Cuando llegó en 1632 la oportunidad de viajar a Japón, se ofreció a hacerlo disfrazado de comerciante chino. Desembarcó en Nagasaki el 12 de agosto de 1632. Marchó a su destino, que fue una aldea, a fin de aprender el japonés. Lo aprendió pronto. Vio cómo los otros misioneros eran martirizados, y él, convertido en vicario, se multiplicó cuanto pudo por atender pastoralmente a tantos cristianos. Cayó enfermo, pero se curó y reemprendió su tarea. Y entonces lo visitó su compañero de hábito fray Tomás de San Jacinto (Tomás Hioki). Con él sería apresado el 4 de agosto, fiesta entonces de Santo Domingo de Guzmán.

Tomás Hioji Rokuzayemon Nishi había nacido en 1590 en Hirado, capital de la isla de Kyosho, de padres cristianos, que al poco tiempo recibieron la palma del martirio. Ingresó en el colegio de los jesuitas de Nagasaki para ser catequista, tarea que ejerció con mucho celo. Luego decidió ser sacerdote y se embarcó para Manila, donde estudió teología. El 15 de agosto de 1625 comenzó el noviciado en la Orden de Predicadores. En el momento oportuno se ordenó sacerdote. Pudo, después de un viaje providencial a Formosa, entrar camuflado en Japón: era el mes de noviembre de 1629. Se sabe que se encontró con el P. Erquicia y posteriormente con San Lucas del Espíritu Santo, pero no se tienen noticias muy pormenorizadas de su apostolado. Como queda dicho, estando con fray Jordán de San Esteban fue hecho prisionero.

Una vez arrestados, dejaron sus disfraces y vistieron ya de dominicos, declarando así quiénes eran y a qué habían ido al Japón. Encarcelados, mal alimentados, padecieron diferentes interrogatorios y les dieron el tormento del agua ingurgitada en busca de su apostasía, y también quisieron atraerlos con halagos y promesas. Les aplicaron el tormento de las cañas incrustadas en las uñas. Por fin fueron condenados a la muerte en el tormento llamado «de la horca y la hoya». Con ellos fueron condenados sesenta y nueve cristianos. Fueron beatificados el 18 de febrero de 1981 por el papa Juan Pablo II en Manila y canonÍ2ados el 18 de octubre de 1987, en el grupo de san Lorenzo Ruiz y quince compañeros, mártires, que se celebran litúrgicamente el 28 de septiembre.
fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003



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