martes, 17 de noviembre de 2015

Beato Lope Sebastián Hunot - Beato Eusebio Andrés - Santa Isabel de Hungría - Santos Alfeo y Zaqueo 17112015

Beato Lope Sebastián Hunot

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Beato Lope Sebastián Hunot, presbítero y mártir
En el mar, ante Rochefort, en Francia, beato Lope Sebastián Hunot, presbítero de Sens y mártir, que, por su condición de sacerdote, durante la Revolución Francesa fue encarcelado en una vieja nave allí anclada, donde padeció toda la dureza de la cautividad y completó el martirio víctima de las fiebres.
Lope Sebastián Hunot nació el 7 de agosto de 1745 en Brienon-L'Archevéque, Yonne, Francia, hijo de Juan Hunot, labrador, y de su esposa Juana Gibault. Ingresó en la carrera eclesiástica, y recibió la ordenación presbiteral el 18 de abril de 1772. Para entonces, y desde el 14 de noviembre de 1770, había recibido un canonicato en la colegiata de su pueblo natal, del que había tomado posesión el 15 de febrero siguiente. Su hermano Juan era también canónigo y tesorero de la misma iglesia y tenía a su cargo la parroquia, de la que Lope Sebastián fue nombrado vicario. Morirá mártir como él en Rochefort e igualmente su primo Francisco, también canónigo, siendo los tres Hunot beatificados en la misma ceremonia.

Llegada la Revolución prestó el juramento constitucional el 30 de enero de 1791, pero cuando el Papa condenó la constitución civil del clero, retractó su juramento (15 de julio de 1792), por lo que fue denunciado y obligado a devolver sus pagas. El 16 de abril de 1793 un juez del tribunal criminal mandó detener a los tres Hunot, y quedaron retenidos en la casa de Juan. Lope fue transferido a la casa de reclusión de Auxerre el 30 de octubre de 1793 por orden del Comité central de Saint-Florentin. El 27 de abril de 1794 es enviado a la deportación bajo la acusación de no juramentado. Muy enfermo, resistió hasta el 17 de noviembre de 1794, habiendo pedido a sus compañeros sacerdotes que le diesen la absolución y la recomendación del alma y mostrando una gran entrega a la voluntad de Dios y confianza en su misericordia. Fue beatificado el 1 de octubre de 1995 por el papa Juan Pablo II.
fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003


Beato Eusebio Andrés

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Mártires del siglo XX en España
El 6 de noviembre del 2007 fueron beatificados en Madrid 498 mártires de España en época de la Guerra Civil. En esta misma fecha se celebran litúrgicamente esos testigos de la fe, junto a los 522 beatificados en Tarragona en 2013, y todos los demás mártires de la misma persecución que no tienen otra fecha litúrgica.
Esta celebración es propia de la Iglesia española; por tratarse de una celebración de carácter exclusivamente local, figura al final de la lista del 6 de noviembre.
Aunque la fecha hace alusión a la beatificación realizada en Roma en 2007 de 498 mártires, litúrgicamente agrupa a todos los mártires de la misma persecución que no son celebrados en otra fecha, lo que hace que de los 1523 mártires elevados a los altares entre 1987 y 2013, la mayor parte (más de mil), sean conmemorados hoy.
Transcribimos la homilía del Card. Angelo Amato pronunciada en Tarragona el 13 de Octubre de 2013 con ocasión de la beatificación del último grupo de 522 mártires de diversas partes de España, en la que el Cardenal hace también un breve recuento de los distintos prcesos que se han realizado. 
Nota provisoria: se van realizando las incorporaciones individuales de mártires a sus respectivas fechas (es decir, a la de la muerte de cada uno de ellos), mientras tanto se coloca tras la homilía el listado de los 498 beatificados en Roma, y el de los 522 de Tarragona, ya que todavía la mayoría de ellos no estarán en otras partes del Santoral.


Homilía del Card. Amato, SDB


l. La Iglesia española celebra hoy la beatificación de quinientos veintidós hijos mártires, profetas desarmados de la caridad de Cristo. Es un extraordinario evento de gracia, que quita toda tristeza y llena de júbilo a la comunidad cristiana. Hoy recordamos con gratitud su sacrificio, que es la manifestación concreta de la civilización del amor predicada por Jesús: «Ahora -dice el libro del Apocalipsis de San Juan- se cumple la salvación, la fuerza y el reino de nuestro Dios y la potencia de su Cristo» (Ap 12, 10). Los mártires no se han avergonzado del Evangelio, sino que han permanecido fieles a Cristo, que dice: «Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Quien quiera salvar la propia vida, la perderá, pero quien pierda la propia vida por mí, la salvará» (Lc 9, 23-24). Sepultados con Cristo en la muerte, con Él viven por la fe en la fuerza de Dios (cf. Col 2, 12).
España es una tierra bendecida por la sangre de los mártires. Si nos limitamos a los testigos heroicos de la fe, víctimas de la persecución religiosa de los años 30 del siglo pasado, la Iglesia en catorce distintas ceremonias ha beatificado más de mil. La primera, en 1987, fue la beatificación de tres Carmelitas descalzas de Guadalajara. Entre las ceremonias más numerosas recordamos la del 11 de marzo de 2001, con doscientos treinta y tres mártires; la del 28 de octubre de 2007, con cuatrocientos noventa y ocho mártires, entre los cuales los obispos de Ciudad Real y de Cuenca; y la celebrada en la catedral de la Almudena de Madrid, el 17 de diciembre de 2011, con veintitrés testigos de la fe.
Hoy, aquí en Tarragona, el Papa Francisco beatifica quinientos veintidós mártires, que «vertieron su sangre para dar testimonio del Señor Jesús» (Carta Apostólica). Es la ceremonia de beatificación más grande que ha habido en tierra española. Este último grupo incluye tres obispos: ­Manuel Basulto Jiménez, obispo de Jaén; Salvio Huix Miralpeix, obispo de Lleida y Manuel Borrás Ferré, obispo auxiliar de Tarragona, y además numerosos sacerdotes, seminaristas, consagrados y consagradas, jóvenes y ancianos, padres y madres de familia. Son todos víctimas inocentes que soportaron cárceles, torturas, procesos injustos, humillaciones y suplicios indescriptibles. Es un ejército inmenso de bautizados que, con el vestido blanco de la caridad, siguieron a Cristo hasta el Calvario para resucitar con Él en la gloria de la Jerusalén celestial.

2. En el periodo oscuro de la hostilidad anticatólica de los años 30, vuestra noble nación fue envuelta en la niebla diabólica de una ideología que anuló a millares y millares de ciudadanos pacíficos, incendiando iglesias y símbolos religiosos, cerrando conventos y escuelas católicas, detruyendo parte de vuestro precioso patrimonio artístico. El Papa Pío XI, con la encíclica Dilectissima nobis, del 3 de junio de 1933, denunció enérgicamente esta libertina política antirreligiosa.
Recordemos de antemano que los mártires no fueron caídos de la guerra civil, sino víctimas de una radical persecución religiosa, que se proponía el exterminio programado de la Iglesia. Estos hermanos y hermanas nuestros no eran combatientes, no tenían armas, no se encontraban en el frente, no apoyaban a ningún partido, no eran provocadores. Eran hombres y mujeres pacíficos. Fueron matados por odio a la fe, solo porque eran católicos, porque eran sacerdotes, porque eran seminaristas, porque eran religiosos, porque eran religiosas, porque creían en Dios, porque tenían a Jesús como único tesoro, más querido que la propia vida. No odiaban a nadie, amaban a todos, hacían el bien a todos. Su apostolado era la catequesis en las parroquias, la enseñanza en las escuelas, el cuidado de los enfermos, la caridad con los pobres, la asistencia a los ancianos y a los marginados. A la atrocidad de los perseguidores, no respondieron con la rebelión o con las armas, sino con la mansedumbre de los fuertes.
En aquel periodo, mientras se encontraba en el exilio, Don Luigi Sturzo, diplomático y sacerdote católico italiano, en un artículo de 1933, publicado en el periódico El Matì de Barcelona, escribía con intuición profética que las modernas ideologías son verdaderas religiones idolátricas, que exigen altares y víctimas, sobre todo víctimas, miles, e incluso millones. Y añadía que el aumento aberrante de la violencia hacía que las víctimas fueran con mucho más numerosas que en las antiguas persecuciones romanas.(1)

3. Queridos hermanos, ante la respuesta valiente y unánime de estos mártires, sobre todo de muchísimos sacerdotes y seminaristas, me he preguntado muchas veces: ¿cómo se explica su fuerza sobrehumana de preferir la muerte antes que renegar la propia fe en Dios? Además de la eficacia de la gracia divina, la respuesta hay que buscarla en una buena preparación al sacerdocio. En los años previos a la persecución, en los seminarios y en las casas de formación los jóvenes eran informados claramente sobre el peligro mortal en el que se encontraban. Eran preparados espiritualmente para afrontar incluso la muerte por su vocación. Era una verdadera pedagogía martirial, que hizo a los jóvenes fuertes e incluso gozosos en su testimonio supremo.

4. Ahora planteémonos una pregunta: ¿por qué la Iglesia beatifica a estos mártires? La respuesta es sencilla: la Iglesia no quiere olvidar a estos sus hijos valientes. La Iglesia los honra con culto público, para que su intercesión obtenga del Señor una lluvia beneficiosa de gracias espirituales y temporales en toda España. La Iglesia, casa del perdón, no busca culpables. Quiere glorificar a estos testigos heroicos del evangelio de la caridad, porque merecen admiración e imitación.
La celebración de hoy quiere una vez más gritar fuertemente al mundo, que la humanidad necesita paz, fraternidad, concordia. Nada puede justificar la guerra, el odio fratricida, la muerte del prójimo. Con su caridad, los mártires se opusieron al furor del mal, como un potente muro se opone a la violencia monstruosa de un tsunami. Con su mansedumbre los mártires desactivaron las armas homicidas de los tiranos y de los verdugos, venciendo al mal con el bien. Ellos son los profetas siempre actuales de la paz en la tierra.

5. y ahora una segunda pregunta: ¿por qué la beatificación de los mártires de muchas diócesis españolas adviene aquí en Tarragona?
Hay dos motivos. Ante todo el grupo más numeroso de los mártires es el de esta antiquísima diócesis española, con ciento cuarenta y siete mártires, incluido el obispo auxiliar Manuel Borrás Ferré y los jóvenes seminaristas Joan Montpeó Masip, de veinte años, y Josep Gassol Montseny de veintidós.
El segundo motivo nos viene del hecho de que, en los pnmeros siglos cristianos, aquí en Tarragona, ecclesia Pauli, sedes Fructuosi, patria martyrum, tuvo lugar el martirio del obispo Fructuoso y de sus dos diáconos, Augurio y Eulogio, quemados vivos en el 259 d.C. en el anfiteatro romano de la ciudad.
Recordemos brevemente el martirio de estos dos primeros testigos tarraconenses, porque repropone la dinámica esencial de toda persecución, que, por una parte, muestra la arbitrariedad de las acusaciones y la atrocidad de las torturas, y, por otra, la fortaleza sobrehumana de los mártires en el aceptar la pasión y la muerte con serenidad y con el perdón en los labios.
Tarragona, sede de una floreciente comunidad cristiana, en el siglo III d.C. fue objeto de una violenta persecución, por obra del emperador Valeriano. Fueron víctimas de ella el obispo Fructuoso y los diáconos Augurio y Eulogio. De su martirio tenemos las Actas, que nos transmiten los protocolos notariales del proceso, del interrogatorio, de las respuestas, de la condena y de la ejecución(2). La captura de Fructuoso y de sus diáconos tuvo lugar la mañana del domingo del 16 de enero del 259. Llevado a la cárcel, Fructuoso rezaba continuamente y daba gracias al Señor por la gracia del martirio. Además, también allí continuó su obra de pastor y de evangelizador, confortando a los fieles, bautizando y proclamando el Evangelio a los paganos. Después de algunos días, el 21 de enero, los tres fueron convocados por el cónsul Emiliano para el interrogatorio. Fructuoso y los dos diáconos se negaron a ofrecer sacrificios a los ídolos, reafirmando su fidelidad a Cristo. Los tres fueron entonces condenados a ser quemados vivos. Llevados al anfiteatro, el santo Obispo gritó con fuerza que la Iglesia no quedaría nunca sin pastor y que Dios mantendría la promesa de protegerla en el futuro.

6. ¿Qué mensaje nos ofrecen los mártires antiguos y modernos? Nos dejan un doble mensaje. Ante todo nos invitan a perdonar. El Papa Francisco recientemente nos ha recordado que «el gozo de Dios es perdonar!… Aquí está todo el Evangelio, todo el Cristianismo! No es sentimiento, no es “buenismo”! Al contrario, la misericordia es la verdadera fuerza que puede salvar al hombre y al mundo del “cáncer” que es el pecado, el mal moral, el mal espiritual. Sólo el amor colma los vacíos, la vorágine negativa que el mal abre en el corazón y en la historia. Sólo el amor puede hacer esto, y este es el gozo de Dios!»(3)
Estamos llamados pues al gozo del perdón, a eliminar de la mente y del corazón la tristeza del rencor y del odio. Jesús decía «Sed misericordiosos, como es misericordioso vuestro Padre celestial» (Lc 6, 36). Conviene hacer un examen concreto, ahora, sobre nuestra voluntad de perdón. El Papa Francisco sugiere: «Cada uno piense en una persona con la que no esté bien, con la que se haya enfadado, a la que no quiera. Pensemos en esa persona y en silencio, en este momento, recemos por esta persona y seamos misericordiosos con esta persona».(4)
La celebración de hoy sea pues la fiesta de la reconciliación, del perdón dado y recibido, el triunfo del Señor de la paz.

7. De aquí surge un segundo mensaje: el de la conversión del corazón a la bondad y a la misericordia. Todos estamos invitados a convertirnos al bien, no sólo quien se declara cristiano sino también quien no lo es. La Iglesia invita también a los perseguidores a no temer la conversión, a no tener miedo del bien, a rechazar el mal. El Señor es padre bueno que perdona y acoge con los brazos abiertos a sus hijos alejados por los caminos del mal y del pecado.
Todos -buenos y malos- necesitamos la conversión. Todos estamos llamados a convertirnos a la paz, a la fraternidad, al respeto de la libertad del otro, a la serenidad en las relaciones humanas. Así han actuado nuestros mártires, así han obrado los santos, que -como dice el Papa Francisco- ­siguen «el camino de la conversión, el camino de la humildad, del amor, del corazón, el camino de la belleza».(5)
Es un mensaje que concierne sobre todo a los jóvenes, llamados a vivir con fidelidad y gozo la vida cristiana. Pero hay que ir contra corriente: «Ir contra corriente hace bien al corazón, pero es necesario el coraje y Jesús nos da este coraje! No hay dificultades, tribulaciones, incomprensiones que den miedo si permanecemos unidos a Dios como los sarmientos están unidos a la vid, si no perdemos la amistad con Él, si le damos cada vez más espacio en nuestra vida. Esto sucede sobretodo si nos sentimos pobres, débiles, pecadores, porque Dios da fuerza a nuestra debilidad, riqueza a nuestra pobreza, conversión y perdón a nuestro pecado.»(6)
Así se han comportado los mártires, jóvenes y ancianos, Sí, también jóvenes como, por ejemplo, los seminaristas de las diócesis de Tarragona y de Jaén y el laico de veintiún años, de la diócesis de Jaén. No han tenido miedo de la muerte, porque su mirada estaba proyectada hacia el cielo, hacia el gozo de la eternidad sin fin en la caridad de Dios. Si les faltó la misericordia de los hombres, estuvo presente y sobreabundante la misericordia de Dios.
Perdón y conversión son los dones que los mártires nos hacen a todos. El perdón lleva la paz a los corazones, la conversión crea fraternidad con los demás.
Nuestros Mártires, mensajeros de la vida y no de la muerte, sean nuestros intercesores por una existencia de paz y fraternidad. Será este el fruto precioso de esta celebración en el año de la fe.
María, Regina Martyrum, siga siendo la potente Auxiliadora de los cristianos.
Amén.
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Notas:
1 Luigi Sturzo, Miscellanea londinese, vol. Il, Anni 1931-1933, Bologna 1967, p. 286. El artículo fue publicado en El Mati de Barcelona, el 19 de dicembre de 1933.
2 Véase el opúsculo, muy bien documentado, de Pedro Battle Y Huguet, Santos Fructuoso Obispo de Tarragona y Augurio y Eulogio diáconos. Las Actas de su Martirio, Tarragona 1959. Estas Actas fueron conocidas incluso fuera de la iglesia tarraconense; por ejemplo, el poeta español Aurelio Prudencio, hizo una transcripción detallada y fiel en el himno VI de su Peri Stephanon o Libro de las Coronas. El mismo san Agustín, en el sermón en el día de la fiesta de estos santos, comenta el texto.
3 Papa Francisco, Angelus del 15 de septiembre de 2013.
4 Ib.
5 Papa Francisco, Meditación del 19 de abril de 2013.
6 Papa Francisco, Homilía del 28 de abril de 2013.




Listas de los mártires:



Los 498 mártires beatificados en 2007:


Obispos: Cruz Laplana y Laguna, Narciso de Estenaga y Echevarria
Presbíteros diocesanos: Agrícola Rodríguez García de los Huertos, Bartolomé Rodríguez Soria, Domingo Sánchez Lázaro, Enrique Vidaurreta Palma, Félix González Bustos, Fernando Español Berdié, Fortunato Arias Sánchez, Francisco López-Gasco Fernández-Largo, Joaquín de la Madrid Arespacochaga, José María Cánovas Martínez, José Polo Benito, Julio Melgar Salgado, Justino Alarcón Vera, Justo Arévalo Mora, Liberio González Nombela, Mamerto Carchano Carchano, Miguel Beato Sánchez, Pedro Buitrago Morales, Ricardo Pla Espí, Rigoberto Aquilino de Anta y de Barrio, Saturnino Ortega Montealegre, Miguel Abdón Senén Díaz Sánchez, Juan Duarte Martín (Diácono)
Misioneros de los SS Corazones: Francesc Mayol Oliver, Miquel Pons Ramis, Pau Noguera Trías, Simò Reynés Solivellas
Carmelitas Descalzos: Alfonso Arimany Ferrer (Alfonso del Sagrado Corazón de María), Antonio Bonet Seró (Antonio María de Jesús), Antonio Bosch Verdura (Jorge de San José), Clemente López Yagüe (Clemente de los Sagrados Corazones), Daniel Mora Nine (Daniel de la Sagrada Pasión), Esteban Cuevas Casquero (Eliseo de Jesús Crucificado), Eufrasio Barredo Fernández (Eufrasio del Niño Jesús), Gregorio Sánchez Sancho (Tirso de Jesús María), Jaime Balcells Grau (Gabriel de la Anunciación), Jaime Gascón Bordas (Jaime de Santa Teresa), José Casas Juliá (Joaquín de San José), José Grijalvo Medel (Ramón de la Virgen del Carmen), José Guillamí Rodó (Romualdo de Santa Catalina), José Luis Collado Oliver (Plácido del Niño Jesús), José María Masip Tamarit (Marcelo de Santa Ana), José Mata Luis (Constancio de San José), José Tristany Pujol (Lucas de San José), Juan Páfila Monlláo (Juan José de Jesús Crucificado), Luis Gómez de Pablo (Félix de la Virgen del Carmen), Luis Minguell Ferrer (Luis María de la Virgen de la Merced), Mariano Alarcón Ruiz (José Mariano de los Ángeles), Melchor Martín Monge (Melchor del Niño Jesús), Nazario Del Valle González (Nazario del Sagrado Corazón), Ovidio Fernández Arenillas (Eusebio del Niño Jesús), Pedro de Alcántara Fortón y de Cascajares (Pedro Tomás de la Virgen del Pilar), Pedro Jiménez Vallejo (Pedro José de los Sagrados Corazones de Jesús y María), Pedro Ramón Rodríguez Calle (Hermilo de San Eliseo), Perfecto Domínguez Monge (Perfecto de la Virgen del Carmen), Ricardo Farré Masip (Eduardo del Niño Jesús), Tomás Mateos Sánchez (José Agustín del Santísimo Sacramento), Vicente Álamo Jiménez (José María de la Virgen Dolorosa)
Carmelitas de la Antigua Observancia: Ángel María Prat Hostench (Ángel María), Ángel Presta Batlle (Ángel María), Antonio Ayet Canós (Ludovico María), Eliseo María Maneus Besalduch (Eliseo María), Fernando María Llovera Puigsech (Fernando María), Gabriel Escoto Ruiz (José María), Ginés Garre Egea (Elías María), José Luis Raga Nadal (EufrosinoMaría), José Solé Rovira (Andrés Corsino María), Juan María Puigmitjá Rubió (Juan María), Juan Prat Colldecarrera (Pedro Tomás María), Luis Fontdecava Quiroga (Eliseo María), Manuel Serrano Buj (Eduardo María), María de Puiggraciós Josefa Francisca Badía Flaquer (María del Patrocinio de San José), Miguel María Soler Sala (Miguel María), Pedro Dorca Coromina (Anastasio María), Pedro Ferrer Marín (Pedro María)
Orden de Hermanos Menores Franciscanos: Alfonso Sánchez Hernández-Ranera, Anastasio González Rodríguez, Andrés MajadasMálaga, Ángel Remigio Hernández-Ranera de Diego (Ángel), Antonio RodrigoAntón, Benigno Prieto del Pozo, Catalina Caldés Socías (Catalina del Carmen), Domingo Alonso de Frutos, Federico Herrera Bermejo, Félix Echevarría Gorostiaga, Felix Gómez-Pinto Piñero, Felix Maroto Moreno, Francisco Carlés González (Francisco Jesús), José Álvarez Rodríguez, José De VegaPedraza, José Mariano Azurmendi de Larrínaga Mugarza (José María), Julián Navío Colado, León Zarragua Iturrízaga (Miguel), Luis Echevarría Gorostiaga, Marcelino Ovejero Gómez, Martín Lozano Tello, Miquela Rullàn Ribot (Miquela del Sacramento), Perfecto Carrascosa Santos (Perfecto del Santísimo Sacramento), Ramón TejadoLibrado, Ruperto Sáez de Ibarra López de Arcaute (Antonio), Santiago Maté Calzada, Saturnino Río Rojo, Simón Miguel Rodríguez, Valentín Díez Serna, Vicente MajadasMálaga, Víctor Chumillas Fernández
Dominicos: Abilio Sáiz López, Abraham Furones Furones (Luis), Adelfa Soro Bó (Adelfa Soro de Nuestra Señora del Rosario), Alfredo Fanjul Acebal, Amado Cubeñas Diego-Madrazo, Antonia Adrover Martí (María Rosa), Antonio Varona Ortega, Bernardino Irurzun Otermín, Buenaventura García Paredes, Buenaventura Sauleda Paulís (Josefina), Celestino José Alonso Villar, Cipriano Alguacil Torredenaida, Cristóbal Iturriaga-Echevarría Irazoia, Eduardo González Santo Domingo, Eleuterio Marne Mansilla, Eliseo Miguel Largo, Enrique Cañal Gómez, Enrique Izquierdo Palacios, Estanislao García Obeso, Eugenio Andrés Amo, Felix Alonso Muñiz, Francisco Fernández Escosura, Germán Caballero Atienza, Gregorio Díez Pérez, Higinio Roldán Iriberri, Inocencio García Díez, Isabelino Carmona Fernández, Isidro Ordóñez Díez, Jacinto García Riesco, Jesús Villaverde Andrés, José Delgado Pérez, José Gafo Muñiz, José Luis Palacio Muñiz, José Manuel Julián Mauro Gutiérrez Ceballos (Manuel), José María García Tabar, José María Laguía Puerto, José María López Carrillo, José María López Tascón, José María Palacio Montes, José Menéndez García, José Prieto Fuentes, José Santoja Pinsach, Juan Crespo Calleja, Juan Herrero Arroyo, Juan Mendibelzúa Ocerín, Juan Peña Ruiz (Vicente), Leoncio Arce Urrutia, Luciano Hernández Ramírez (Reginaldo), Manuel Álvarez Álvarez, Manuel Moreno Martínez, Manuel Santiago Santiago, María del Carmen Zaragoza y Zaragoza, Maximino Fernández Marinas, Miguel Menéndez García, Miguel Rodríguez González, Nicasio Romo Rubio, Otilia Alonso González (Otilia Alonso de Santa Rosa de Lima), Pedro Ibañez Alonso, Pedro Luis Luis, Ramona Fossas Románs (Ramona Fossas de Santo Domingo de Guzmán), Ramona Perramón Vila (Ramona Perramón del Dulce ombre de María), Reginalda Picas Planas, Rosa Jutglar Gallart, Santiago Franco Mayo, Santiago Vega Ponce (Pedro), Teófilo Montes Calvo, Teresa Prats Martí (Teresa Prats de San Vicente Ferrer), Vicente Álvarez Cienfuegos, Vicente Rodríguez Fernández, Víctor García Ceballos, Victoriano Santos Ibáñez Alonso (Victoriano), Vidal Luis Gómara
Agustinos: Agustín Renedo Martino, Alfredo Fernando Fariña Castro (José Agustín), Anastasio Díez García, Ángel Pérez Santos, Antolín Astorga Díez, Antonio María Arriaga Anduiza, Arturo García de la Fuente, Avelino Blas Rodríguez Alonso (Avelino), Balbino Villarroel Villarroel, Benito Alcalde González, Benito Garnelo Álvarez, Benito Rodríguez González, Benito Velasco Velasco, Bernardino Álvarez Melcón, Bernardino Calle Franco, Cipriano Polo García, Claudio Julián García San Román, Conrado Rodríguez Gutiérrez, Constantino Malumbres Francés, Dámaso Arconada Merino, Diego Hompanera París, Dionisio Terceño Vicente, Emilio Camino Noval, Enrique Bernardino Francisco Serra Chorro, Epifanio Gómez Álvaro, Esteban García Suárez, Eugenio Cernuda Febrero, Felipe Barba Chamorro, Florencio Alonso Ruiz, Fortunato Merino Vegas, Francisco Fuente Puebla, Francisco Marcos del Río, Froilán Lanero Villadangos, Gabino Olaso Zabala, Gerardo Gil Leal, Gerardo Pascual Mata, Heliodoro Merino Merino, Isidro Mediavilla Campo, Jacinto Martínez Ayuela, Jesús Largo Manrique, Joaquín García Ferrero, José Antonio Pérez García, José Aurelio Calleja del Hierro, José Dalmau Regás, José Gando Uña, José Gutiérrez Arranz, José Joaquín Esnaola Urteaga, José López Piteira, José Noriega González, José Peque Iglesias, Juan Baldajos Pérez, Juan Monedero Fernández, Juan Pérez Rodríguez, Juan Sánchez Sánchez, Julián Zarco Cuevas, Julio Marcos Rodríguez, Julio María Fincias, Leoncio Lope García, Lorenzo Arribas Palacio, Luciano Ramos Villafruela, Lucinio Ruiz Valtierra, Luis Abia Melendro, Luis Blanco Álvarez, Luis Gutiérrez Calvo, Luis Suárez-Valdés Díaz de Miranda, Macario Sánchez López, Manuel Álvarez Rego de Seves, Manuel Formigo Giráldez, Marcos Guerrero Prieto, Marcos Pérez Andrés, Mariano Revilla Rico, Matías Espeso Cuevas, Máximo Valle García, Melchor Martínez Antuña, Miguel Cerezal Calvo, Miguel Iturrarán Laucirica, Miguel Sanromán Fernández, Nemesio Díez Fernández, Nemesio García Rubio, Nicolás de Mier Francisco, Pedro Alonso Fernández, Pedro de la Varga Delgado, Pedro José Carvajal Pereda, Pedro Martínez Ramos, Pedro Simón Ferrero, Primitivo Sandín Miñambres, Ramiro Alonso López, Ricardo Marcos Reguero, Román Martín Mata, Sabino Rodrigo Fierro, Samuel Pajares García, Senén García González, Severiano Montes Fernández, Tomás Sánchez López, Ubaldo Revilla Rodríguez, Víctor Cuesta Villalba, Víctor Gaitero González, Vidal Ruiz Vallejo
Trinitarios: José Vicente Ormaechea y Apoitia (José de Jesús y María), Juan Francisco Joya y Corralero (Juan de La Virgen de Castellar), Juan Otazuay Madariaga (Juan de Jesús y María), Luis de Erdoiza y Zamallora (Luis de San Miguel de los Santos), María Francisca Espejo y Martos (Francisca de la Encarnación), Melchor Rodríguez Villastrigo (Melchor del Espíritu Santo), Prudencio Gueréquiz y Guezuraga (Prudencio de la Cruz), Santiago AltolaguirreAltolaguirre (Mariano de San José), Santiago Arriaga y Arrien (Santiago de Jesús), Segundo García Cabezas (Segundo de Santa Teresa)
Salesianos de Don Bosco: Anastasio Garzón González, Andrés Gómez Sáez, Andrés Jiménez Galera, Antonio Cid Rodríguez, Antonio Dionisio Torrero Luque, Antonio Enrique Canut Isús, Antonio Mohedano Larriva, Antonio Pancorbo López, Antonio Rodríguez Blanco, Antonio Tomás Fernández Camacho, Carmelo Pérez Rodríguez, Dionisio Ullívarri Barajuán, Emilio Arce Díez, Enrique Sáiz Aparicio, Esteban Cobo Sanz, Esteban García García, Esteban Vázquez Alonso, Federico Cobo Sanz, Félix González Tejedor, Félix Paco Escartín, Florencio Rodríguez Güemes, Francisco Edreira Mosquera, Francisco José Martín López de Arroyave, Francisco Míguez Fernández, Germán Martín Martín, Heliodoro Ramos García, Higinio De Mata Díez, Honorio Hernández Martín, José Blanco Salgado, José Limón Limón, José María Celaya Badiola, José Villanova Tormo, Juan Codera Marqués, Juan Lorenzo Larragueta Garay, Juan Luis Hernández Medina, Justo Juanes Santos, Luis Martínez Alvarellos, Manuel Borrajo Míguez, Manuel Fernández Ferro, Manuel Gómez Contioso, Manuel Martín Pérez, Mateo Garolera Masferrer, Miguel Lasaga Carazo, Miguel Pascual Molina de la Torre, Nicolás de la Torre Merino, Pablo Caballero López, Pablo Gracia Sánchez, Pascual De Castro Herrera, Pedro Artolozaga Mellique, Pío Conde Conde, Rafael Rodríguez Mesa, Ramón Eirín Mayo, Sabino Hernández Laso, Salvador Fernández Pérez, Teódulo González Fernández, Tomás Alonso Sanjuán, Tomás Gil de la Cal, Valentín Gil Arribas, Victoriano Fernández Reinoso, Virgilio Edreira Mosquera
Marianistas: Florencio Arnáiz Cejudo, Joaquín Ochoa Salazar, Miguel Léibar Garay, Sabino Ayastuy Errasti
Congregacion de Religiosas Adoratrices: Aúrea González Fernández (Herlinda), Belarmina Pérez Martínez (Belarmina de Jesús), Concepción Iglesias del Campo (Cecilia), Concepción Vázquez Áreas (Ruperta), Dionisia Rodríguez de Anta (Sulpicia del Buen Pastor), Emilia Echeverría Fernández (Máxima de San José), Felipa Gutiérrez Garay (Felipa), Josefa Boix Riera (Josefa de Jesús), Juana Francisca Pérez de Labeaga García (Blasa de María), Lucía González García (Lucila María de Jesús), Luisa Pérez Adriá (Luisa de la Eucaristía), Magdalena Pérez (Magdalena), Manuela Arriola Uranga (Manuela del Sagrado Corazón), María Dolores Hernández Santorcuato (María Dolores de la Santísima Trinidad), María Dolores Monzón Rosales (María Dolores de Jesús Sacrificado), María García Ferreiro (María de la Presentación), María Prima Ipiña Malzárraga (María Prima de Jesús), María Zenona Aranzábal Barrutia (Borja de Jesús), Mercedes Tuní Ustech (Ángeles), Purificación Martínez Vera (Purificación de María), Rosa López Brochier (Rosaura de María), Sinforosa Díaz Fernández (Sinforosa de la Sagrada Familia), Teresa Vives y Missé (Casta de Jesús)
Carmelitas de la Caridad de Verdruna: Apolonia Lizárraga y Ochoa deZabalegui (Apolonia del Santísimo Sacramento)
Congregación de la Misión. Paúles: Francisca Pons Sardá (Gabriela de San Juan de la Cruz), María Roqueta Serra (María del Refugio de San Angelo), Teresa Subirá Sanjaume (Esperanza de la Cruz), Vicenta Achurra Gogenola (Daniela de San Bernabé)
Hijos del Inmaculado Corazón de María. Claretianos: Carmen Fradera Ferragut, Magdalena Fradera Ferragut, Rosa Fradera Ferragut (Rosa de Jesús)
Hermanos Maristas: Ángel Roba Osorno (Licarión), Aniceto Falgueras Casellas (Anselmo), Antonio Badía Andalé (Hermógenes), Antonio Roig (Antolín), Carlos Brengaret Pujol (Carlos Rafael), Feliciano Ayúcar Eraso (Ramón Alberto), Felipe Ruiz Peña (Gil Felipe), Félix Ayúcar Eraso (Félix León), Fermín Latienda Azpilicueta (Felipe José), Fernando Suñer Estrach (Epifanio), Florentino Redondo Insausti (Leopoldo José), Fortunato Ruiz Peña (Fortunato Andrés), Gregorio Faci Molins (José Carmelo), Isidro Serrano Fabón (Martiniano), Jaime Morella Bruguera (Jaime Ramón), Jerónimo Messegué Ribera (Leónides), Jesús Menchón Franco (Juan de Mata), José Ambrós Dejuán (Víctor Conrado), José Blanch Roca (Victorino José), José Cesari Mercadal (Dionisio Martín), José Miguel Elola Arruti (Vito José), José Mir Pons (Prisciliano), Juan Núñez (Vivencio), Juan Pelfort Planell (Juan Crisóstomo), Juan Tubau (Gaudencio Juan), Julio García Galarza (Frumencio), Leocadio Rodríguez Nieto (Miguel Ireneo), Leoncio Pérez Gómez (Porfirio), Lucio Izquierdo López (Ángel Andrés), Lucio Zudaire Aramendía (Teódulo), Mariano Alonso Fuente (Laurentino), Néstor Vivar Valdivielso (Alberto María), Nicolás Pereda Revuelta (José Federico), Nicolás Ran Goñi (Ismael), Pedro Ciordia Hernández (Baudilio), Pedro Sitjes Puig (Laureano Carlos), Plácido Juan José Fábrega Julià (Bernardo), Ramón Mill (Vulfrano), Santiago Sáiz Martínez (Santiago María), Santos Escudero Miguel (Santos), Segismundo Hidalgo Martínez (Gabriel Eduardo), Serafín Zugaldía Lacruz (Santiago), tr>Casimiro Riba Pi (Bernabé), Trifón Nicasio Lacunza Unzu (Virgilio), Víctor Gutiérrez Gómez (Lino Fernando), Victoriano Gómez Gutiérrez (Silvio), Victoriano Martínez Martín (Isaías María)
Hermanos de las Escuelas Cristianas (Lasallanos): Agustín Pedro Calvo (Honorato Alfredo), Antolín Martínez Martínez (Dámaso Luis), Antonio Jaume Secases (Jaime Bertino), Antonio Serra Hortal (Adolfo Jaime), Antonio Tost Llavería (Francisco Magín), Baldomero Margenat (Esiquio José), Cecilio Manrique Arnáiz (Cirilo Pedro), Crisógono Cordero Fernández (Estanislao Víctor), Dalmacio Bellota Pérez (Carlos Jorge), Diodoro López Hernando (Teodosio Rafael), Emilio Martínez de la Pera y Álava (Lorenzo Santiago), Esteban Anuncibay Letona (Ovidio Bertrán), Eudaldo Rodas Saurína (Olegario Ángel), Eugenio Cuesta (Hilarión Eugenio), Eusebio Roldán Vielva (Eusebio Andrés), Félix España Ortiz (Benito Clemente), Francisco Del Valle Villar (León Justino), Francisco Malle (Francisco Alfredo), Francisco Pujol Espinalt (Honesto María), Germán García García (Luciano Pablo), Isidro Muñoz Antolín (Ladislao Luis), Ismael Barrio Marquilla (Celestino Antonio), Jaime Mases Boncompte (Lamberto Carlos), Jaime Puigferrer Mora (Miguel de Jesús), Jesús Juan Otero (Arnoldo Julián), José Bardalet Compte (Benedicto José), José Casas Lluch (Ildefonso Luis), José Enrique Chamayou Auclés (Jacob Samuel), José Figueras Rey (Lorenzo Gabriel), José Llorach Bretó (Crisóstomo), José Luis Carrera Comas (Agapio José), José María Aragonés Mateu (Leonardo José), José Mas Pujolrás (José Benito), José Plana (Emerio José), José Ruiz de la Torre (Cándido Alberto), José Trilla Lastra (Felix José), Joseph-Louis Marcou Pecalvel (Louis de Jésus), Juan Delgado (Hugo Julián), Luis Villanueva Montoya (Eustaquio Luis), Marcos Morón Casas (Indalecio de María), Mariano Anel Andreu (Adolfo Mariano), Martín Anglés Oliveras (Victorio), Mateo Molinos Coloma (Dionisio Luis), Modesto Sáez Manzanares (Hermenegildo Lorenzo), Narciso Serra Rovira (Raimundo Eloy), Nicolás Alberich Lluch (Valeriano Luis), Pedro Juan Álvarez Pérez (Felipe José), Pedro Masó (Edmundo Ángel), Ramón Colom (Leónides), Ramón Palos Gascón (Cayetano José), Remigio Ángel Olalla Aldea (Agapito León), Ruperto García Arce (Florencio Miguel), Salvio Tolosa Alsina (Onofre), Santos López Martínez (Mariano León), Urbano CorralGonzález (Josafat Roque), Valeriano Ruiz Peral (Julio Alfonso), Vicente Alberich Lluch (Eliseo Vicente), Vicente Fernández Castrillo (Vicente Justino)
Seminaristas: Francisco Maqueda López, José Casas Ros
Laicos: Álvaro Santos Cejudo, Bartolomé Blanco Márquez, Juan De Mata Díez, Prudencia Canyelles I Ginestà, Teresa Cejudo Redondo, Vicente Toledano Valenciano, Antero Mateo García, Miguel Peiró Victorí

Los 522 mártires de Tarragona


Obispos: Manuel Basulto Jiménez, Manuel Borrás Ferré, Salvio Huix Miralpeix.
Presbíteros: Agapito Gorgues Manresa, Agustí Ibarra Anguela, Agustín Bermejo Miranda, Alejo Miquel Rosell, Andreu Prats Barrufet, Antoni Pedro Jaime Nogués Martí, Antoni Pedró Minguella, Antoni Prenaferta Soler, Antonio Mateo Salamero, Dalmau Llebaría Tomé, Damián Gómez Jiménez, Eladi Péres Bori, Enric Gispert Domènech, Estanislao Sans Hortoneda, Félix Pérez Portela, Francesc Antonio Mateo  Vidal Sanuy, Francesc Mercader Randé, Francesc Vives Antich, Francesco Company Tarrellas, Francisco López  Navarrete, Francisco Solís Pedrajas, Fulgencio Martínez  García, Isidre Fabregas Gils, Isidre Torres Balsells, Jaume Sanromá Solé, Jaume Tarragó Iglesias, Jerónimo Ramiro Luis Fabregas Camí, Joan Farriol Sabaté, Joan Roca Vilardell, Joan Rofes Sancho, Joan Salvador José Gibert Galofré, Joan Tomás Gibert, Joan Vernet Masip, Joaquín Balcells Bosch, Jocundo Juan José Bonet Mercadé, José Badía Minguella, José García Librán, José Jordán y Blecua, José Antonio Moro Briz, José Nadal y Guiu, Josep Bru Boronat, Josep Bru Ralduá, Josep Civit Timoneda, Josep Colom Alsina, Josep Gomis Martorell, Josep Guardiet Pujol, Josep Juan Salvador Garriga Ferrer, Josep Mª Panadés Tarré, Josep Mañé March, Josep Mª Salvador Antonio Sancho Toda, Josep Masquef Ferrer, Josep Mestre Escoda, Josep Padrell Navarro, Josep Roselló Sans, Juan Bautista Ceró Cedó, Juan Mesonero Huerta, Lluís Domingo Mariné, Lluís Janer Riba, Lluis Sans Viñas, Magín Albaigés Escoda, Magín Isidro Roque Civit Roda, Miquel Grau Antolí, Miquel Juan Antonio Saludes Ciuret, Miquel Luis Bernardo Vilatimó Costa, Miquel Rué Gené, Narcís Tomás Juan Feliu Costa, Juan Huguet Cardona, Pablo Figuerola Rovira, Pablo Salvador Ramón Bertrán Mercadé, Pablo Segalá Solé, Pau Gili Pedrós, Virgili Monfá, Pau Ramón Francisco, Pau Roselló Borgueres, Pedro Sánchez Barba, Pere Luis Juan Farrés Valls, Pere Rofes Llauradó, Pius Salvans Corominas, Rafael Martí Figueras, Ramón Artiga Aragonés, Ramón Martí Amenós, Sebastià Tarragó Cabré, Tomás Capdevila Miquel.
Seminaristas: Joan Montpeó Masip, Josep Gassol Montseny, Manuel Aranda Espejo.
Sacerdotes Operarios del Sagrado Corazón: Amadeo Monge Altés, Cristobal Baqués Almirall, Joaquín Jovaní Marín, José Manuel Claramonte Agut, José Mª Tarín Curto, José Piquer Arnáu, José Pla Arasa, José Prats Sanjuán, Juan Vallés Anguera, Lorenzo Insa Celma, Mateo Despons Tena, Miguel Amaro Ramírez, Sebastián Segarra Barberá, Tomás Cubells Miguel, Vicente Jovaní Ávila.
Hermanos de las Escuelas Cristianas: Adalberto Juan, Agapito Modesto, Agustín María, Alberto Joaquín, Alejandro Antonio, Alejandro Juan, Alejo Andrés, Alfeo Bernabé, Anastasio Lucas, Anastasio Pedro, Andrés Sergio, Ángel Amado, Ángel Gregorio, Anselmo Pablo, Anselmo Félix, Antonio Gil , Aquilino Javier, Arístides Marcos, Arnoldo Cirilo, Arturo, Augusto María , Benildo José, Benito Juan, Benjamín León, Braulio Carlos, Braulio José, Buenaventura Pío, Claudio José, Clemente Adolfo, Clemente Faustino, Crisólogo, Crisóstomo Albino, Daciano, Daniel Antonio, Eladio Vicente, Eleuterio Román, Elías Paulino, Elmo Miguel, Esteban Vicente, Exuperio, Fausto Luis, Félix Adriano, Floriano Félix, Fulberto Jaime, Gilberto de Jesús, Honorio Sebastián, Hugo Bernabé, Ireneo Jacinto, Ismael Ricardo, Jacinto Jorge, Javier Eliseo, Jenaro, José Alfonso, Juan Pablo, Junián Alberto, Justino Gabriel, Leoncio Joaquín, Luis Alberto, Luis Victorio, Magín Pedro, Marciano Pascual, Mariano Pablo, Mario Félix, Nicolás Adriano, Norberto José, Orencio Luis, Oseas, Pablo de la Cruz, Rafael José, Rogaciano, Sinfronio, Sixto Andrés, Vidal Ernesto, Virginio Pedro.
Hermanos Maristas: Abdón, Adrián, Alipio José, Anacleto Luis, Andrés José, Ángel Hipólito, Aquilino, Aureliano, Benedicto Andrés, Benedicto José, Benigno José, Berardo José, Bruno José, Camerino, Cipriano José, Columbanus Paul, Crisanto, Domingo Ciriaco, Eduardo María, Egberto, Eloy José, Emiliano José, Euquerio, Evencio, Fabián, Feliciano, Felipe Neri, Félix Amancio, Félix Lorenzo, Fernando María, Gaspar, Guzmán, Herminio Pascual, Javier Benito, Jean Marie, Jerónimo, Jorge Camilo, Jorge Luis, José Ceferino, José de Arimatea, José Teófilo, Julián José, Julián Marcelino, Julio Fermín, Justo Pastor, León Argimiro, Ligorio Pedro, Luciano, Luis Alfonso, Luis Damián, Luis Daniel, Luis Fermín, Marino, Millán, Narciso, Néstor Eugenio, Pablo Daniel, Pedro, Pedro Jerónimo, Roque, Severino, Teófilo Martín, Teógenes, Timoteo José, Valente José, Victorico María.
Benedictinos: Ambrosio María Busquets Creixell, Ángel Fuertes Boira, Ángel María Rodamilans Canals, Anselmo Palau Sin, Aurelio Boix Cosials, Bernardo Vendrell Olivella, Domingo Caballé Bru, Domingo González Millán, Emiliano María Guilá Ximénes, Eugenio María Erausquín Aramburu, Fernando Salinas Romeo, Francisco María Sánchez, Fulgencio Albareda Ramoneda, Hildebrando María Casanovas Vilá, Honorato Suárez Riu, Ildefonso Civil Castellví, Ildefonso Fernández Muñiz, José María Fontseré Masdéu, José María Jordá Jordá, Juan Roca Boch, Leandro Cuesta Andrés, León Alesanco Maestro, Lorenzo Ibáñez Caballero, Lorenzo Santolaria Ester, Lorenzo Sobrevía Cañardo, Luis Palacios Lozano, Mariano Sierra Almázor, Mauro Palazuelos Maruri, Narciso María Vilar Espona, Odilio María Costa Canal, Pedro Vallmitjana Abarca, Plácido María Felíu Soler, Raimundo Lladós Salud, Ramiro Sanz de Galdeano Mañeru, Roberto Grau Bullich, Rosendo Donamaría Valencia, Santiago Pardo López, Vicente Burrel Enjuanes.
Capuchinos: Alejandro de Sobradillo, Alejo de Terradillos, Ambrosio de Santibáñez, Andrés de Palazuelo, Ángel de Cañete la Real, Arcángel de Valdavida, Aurelio de Ocejo, Berardo de Visantoña, Carlos de Alcubilla, Carmelo de Coloma, Crispín de Cuevas de San Marcos, Diego de Guadilla, Domitilo de Ayoó, Eloy de Orihuela, Eusebio de Saludes, Eustaquio de Villalquite, Fernando de Santiago de Compostela, Gabriel de Aróstegui, Gil del Puerto de Santa María, Gregorio de la Mata, Honorio de Orihuela, Ignacio de Galdácano, Ildefonso de Armellada, José de Chauchina, José María de Manila, Juan Crisóstomo de Gata de Gorgos, Luis de Valencina, Miguel de Grajal, Norberto Cembranos de Villalquite, Pacífico de Ronda, Primitivo de Villamizar, Ramiro de Sobradillo, Saturnino de Bilbao.
Hijas de la Caridad: Andrea Calle González, Carmen Rodríguez Barazal, Concepción Pérez Giral, Dolores Úrsula Caro Martín, Estefanía Irisarri Irigaray, Estefanía Saldaña Mayoral, Gaudencia Benavides Herrero, Isidora Izquierdo García, Joaquina Rey Aguirre, Josefa Gironés Arteta, Josefa Laborra Goyeneche, Josefa Martínez Pérez, Juana Pérez Abascal, Lorenza Díaz Bolaños, Mª Asunción Mayoral Peña, Mª del Rosario Ciércoles y Gascón, Mª Luisa Bermúdez Ruiz, María del Pilar Nalda Franco, María Dolores Barroso Villaseñor, María Severina Díaz-Pardo Gauna, Martina Vázquez Gordo, Melchora Adoración Cortés Bueno, Micaela Hernán Martínez, Modesta Moro Briz, Pilar Isabel Sánchez Suárez, Ramona Cao Fernández, Victoria Arregui Guinea.
Hermanos de San Juan de Dios: Avelino Martínez de Arenzana Candela, Baltasar Del Charco Horques, Cristóbal Pérez del Barrio, Cruz Ibáñez López, Estanislao de Jesús Peña Ojea, Feliciano Martínez Granero, Gaudencio Íñiguez de Heredia Alzola, Gumersindo Sanz Sanz, Honorio Ballesteros Rodríguez, Jaime Oscar Valdés, José Miguel Peñarroya Dolz, Juan José Orayen Aizcorbe, Leandro José Aloy Domenech, Leoncio Rosell Laboria, Leopoldo de Francisco Pío, Luís Beltrán Solá Jiménez, Matías Morín Ramos, Mauricio Íñiguez de Heredia Alzola, Publio Fernández González, Raimundo García Moreno, Salustiano Alonso Antonio, Segundo Pastor García, Silvestre Pérez Laguna, Trinidad Andrés Lanas.
Claretianos: Abelardo García Palacios, Andrés Felíu Bartomeu, Ángel López Martínez, Ángel Pérez Murillo, Antonio Capdevilla Balcells, Pablo Castellá Barberá, Antonio Lasa Vidaurreta, Antonio Orrego Fuentes, Cándido Catalán Lasala, Claudio López Martínez, Federico Vila Bartrolí, Antonio Vilamassana Carulla, Felipe González de Heredia Barahona, Gabriel Barriopedro Tejedor, Jaime Mir Vime, Jesús Aníbal Gómez Gómez, José María Ruiz Cano, Melecio Pardo Llorente, Otilio del Amo Palomino, Primitivo Berrocoso Maillo, Sebastián Balcells Tonijuan, Tomás Cordero Cordero, Vicente Robles Gómez.
Carmelitas de la Antigua Observancia: Adalberto María Vicente Muñoz, Alberto María Marco Alemán, Ángel María Reguilón Lobato, Ángel María Sánchez Rodríguez, Antonio María Martín Povea, Aurelio María García Antón, Bartolomé Fanti María Andrés Vecilla, Carmelo María Moyano Linares, Daniel María García Antón, Eliseo María Camargo Montes, Eliseo María Durán Cintas, Francisco María Pérez Pérez, Jaime María Carretero Rojas, José María González Delgado, José María Mateos Carballido, José María Ruiz Cardeñosa, Pedro Velasco Narbona, Ramón María Pérez Sousa, Silvano María Villanueva González.
Hijos de la Sagrada Familia: Antonio Mascaró Colomina, Eduardo Cabanach Majem, Fermín Martorell Vies, Francisco Llach Candell, Jaime Llach Candell, Jaume Puig Mirosa, José Vila Barri, Juan Cuscó Oliver, Juan Franquesa Costa, Narciso Sitjà Basté, Pedro Roca Toscas, Pedro Ruiz Ortega, Pedro Sadurní Raventós, Pedro Verdaguer Saurina, Ramón Cabanach Majem, Ramón Llach Candell, Ramón Oromí Sullà, Roberto Montserrat Beliart, Segismundo Sagalés Vilà.
Mercedarios: Amancio Marín Mínguez, Antonio González Penín, Antonio Lahoz Gan, Enrique Morante Chic, Francisco Gargallo Gascón, Francisco Llagostera Bonet, Francisco Mitjá Mitjá, Jaime Codina Casellas, Jesús Massanet Flaquer, José Reñé Prenafeta, José Trallero Lou, Lorenzo Moreno Nicolás, Manuel Sancho Aguilar, Mariano Alcalá Pérez, Mariano Pina Turón, Pedro Esteban Hernández, Serapio Sanz Iranzo, Tomás Campo Marín, Tomás Carbonell Miquel.
Paúles: Amado García Sánchez, Andrés Avelino Gutiérrez Moral, Antonio Carmaniú y Mercader, Fortunato Velasco Tobar, Gregorio Cermeño Barceló, Ireneo Rodríguez González, Leoncio Pérez Nebreda, Luis Aguirre Bilbao, Narciso Pascual Pascual, Pelayo José Granado Prieto, Ricardo Atanes Castro, Salustiano González Crespo, Tomás Pallarés Ibáñez, Vicente Vilumbrales Fuente.
Carmelitas descalzos: Ángel de San José, Bartolomé de la Pasión, Carlos de Jesús María, Damián de la Santísima Trinidad, Elipio de Santa Teresa, Francisco de la Asunción, José Cecilio de Jesús María, Juan de Jesús, Pedro de San Elías, Silverio de San Luis Gonzaga, Vicente de la Cruz.
Mínimas: Asunción, De Santa Margarita de Alacoque de San Ramón, Enriqueta, Filomena de San Francisco de Paula, Josefa del Purísimo Corazón de María, María de Jesús, María de las Mercedes, María de Montserrat, Trinidad.
Redentoristas: Ciriaco Olarte Pérez de Mendiguren, José Javier Gorosterratzu Jaunarena, Julián Pozo y Ruiz de Samaniego, Miguel Goñi Áriz, Pedro Romero Espejo, Victoriano (Víctor) Calvo Lozano.
Trinitarios: Antonio de Jesús y María Salútregui, Buenaventura de Santa Catalina Gabika-, Esteban de San José Barrenechea Arriaga, Francisco de San Lorenzo Euba y Gorroño, Hermenegildo de la Asunción Iza y Aregita, Plácido de Jesús Camino Fernández.
Religiosos de los Sagrados Corazones: Eladio López Ramos, Gonzalo Barrón Nanclares, Isidro Íñiguez de Ciriano Abechuco, Mario Ros Ezcurra, Teófilo Fernández de Legaria Goñi.
Siervas de María: Agustina Peña Rodríguez, Aurelia Arambarri Fuente, Aurora López González, Daría Andiarena Sagaseta.
Hermanos Carmelitas de la enseñanza: Buenaventura Toldrá Rodón, Isidro Tarsá Guibets, Julio Alameda Camarero, Luis Domingo Oliva.
Franciscanas Misioneras de la Madre del Divino Pastor: Gertrudis, Isabel, María Asumpta.
Dominicos: José María González Solís, Raimundo Joaquín Castaño González.
Franciscanos: Antonio Faúndez López, Buenaventura Muñoz Martínez.
Hijos de la Divina Providencia (orionistas): Antonio Isidoro Arrué Peiró, Ricardo Gil Barcelón.
Calasancias: Victoria Valverde González.
Jerónimos: Manuel de la Sagrada Familia.
Laicos: Dolores Broseta Boner, José Gorostazu Labayen, José Mª Povatos Ruiz, Julián Aguilar Martín, Lucrecia García Solanas, Ramón Emiliano Hortelano Gómez, Sebastián Llorens Telarroja.

Santa Isabel de Hungría

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Santa Isabel de Hungría, viuda
Memoria de santa Isabel de Hungría, que siendo casi niña se casó con Luis, landgrave de Turingia, a quien dio tres hijos, y al quedar viuda, después de sufrir muchas calamidades y siempre inclinada a la meditación de las cosas celestiales, se retiró a Marburgo, en la actual Alemania, en un hospital que ella misma había fundado, donde, abrazándose a la pobreza, se dedicó al cuidado de los enfermos y de los pobres hasta el último suspiro de su vida, que fue a los veinticinco años de edad.
Dietrich de Apolda refiere en la biografía de esta santa que, una noche del verano de 1207, Klingsohr de Transilvania anunció al landgrave Herman de Turingia, que el rey de Hungría acababa de tener una hija que había de distinguirse por su santidad y contraería matrimonio con el hijo de Herman. En efecto, esa misma noche, Andrés II de Hungría y su esposa, Gertrudis de Andech-Meran, tuvieron una hijita que nació en Presburgo (Bratislava) o en Saros-Patak. El matrimonio profetizado por Klingsohr ofrecía grandes ventajas políticas, por lo cual, la recién nacida Isabel fue prometida en matrimonio al hijo mayor de Herman. Cuando la niña tenía unos cuatro años, sus padres la enviaron al castillo de Wartburg, cerca de Eisenach, para que se educase en la corte de Turingia con su futuro esposo. Durante su juventud, Isabel hubo de soportar la hostilidad de algunos miembros de la corte que no apreciaban su bondad; pero en cambio, el joven Luis se enamoró cada vez más de ella. Se cuenta que siempre que Luis pasaba por una ciudad compraba un regalo para su prometida, ya fuese una navaja, o una bolsa, o unos guantes, o un rosario de coral. «Cuando se acercaba el momento de la llegada de Luis, Isabel salía a su encuentro; el joven le daba el brazo amorosamente y le entregaba el regalo que le había traído». En 1221, cuando Luis tenía veintiún años y había heredado ya de su padre la dignidad de landgrave e Isabel tenía catorce, se celebró el matrimonio, a pesar de que algunos habían aconsejado a Luis que hiciese volver a Isabel a Hungría, pues la unión no le convenía. El joven declaró que estaba dispuesto a perder una montaña de oro antes que la mano de Isabel. Según los cronistas, Isabel era «muy hermosa, elegante, morena, seria, modesta, bondadosa en sus palabras, fervorosa en la oración, muy generosa con los pobres y llena siempre de bondad y de amor divino». Se dice también que era bella y «modesta como una doncella», prudente, paciente y leal; los hombres tenían confianza en ella y su pueblo la amaba. Pero la vida de matrimonio de la santa sólo duró seis años.

Un escritor inglés califica ese lapso de «idilio de arrebatado amor, de ardor místico, de felicidad casi infantil, como rara vez se encuentra en las novelas que se leen, ni en la experiencia humana». Dios concedió tres hijos a la pareja: Herman, que nació en 1222 y murió a los diecinueve años, Sofía, que fue más tarde duquesa de Brabante, y la beata Gertrudis de Aldenhurg. A diferencia de otros esposos de santas, Luis no opuso obstáculo alguno a las obras de caridad de Isabel, a su vida sencilla y mortificada, ni a sus largas oraciones. Una de las damas de compañía de Isabel escribió: «Mi señora se levanta a orar por la noche y mi señor la tiene por la mano, como si temiera que eso le haga daño y le suplica que no abuse de sus fuerzas y que vuelva a descansar. Ella solía decir a sus doncellas que fuesen a despertarla sin ruido cuando él estuviese durmiendo y las doncellas tenían algunas veces la impresión de que él fingía estar dormido». La liberalidad de Isabel era tan grande, que en algunas ocasiones provocó graves críticas. En 1225, el hambre se dejó sentir en aquella región de Alemania, y la santa acabó con todo su dinero y con el grano que había almacenado en su casa para socorrer a los más necesitados. El landgrave estaba entonces ausente. Cuando volvió, algunos de sus empleados se quejaron de la liberalidad de santa Isabel. Luis preguntó si su esposa había vendido alguno de sus dominios y ellos le respondieron que no. Entonces el landgrave declaró: «Sus liberalidades atraerán sobre nosotros la misericordia divina. Nada nos faltará mientras le permitamos socorrer así a los pobres». El castillo de Wartburg se levantaba sobre una colina muy empinada, a la que no podían subir los inválidos. (La colina se llamaba «Rompe-rodillas»). Así pues, Santa Isabel construyó un hospital al pie del monte, y solía ir allí a dar de comer a los inválidos con sus propias manos, a hacerles la cama y a asistirlos en medio de los calores más abrumadores del verano. Además, acostumbraba pagar la educación de los niños pobres, especialmente de los huérfanos. Fundó también otro hospital en el que se atendía a veintiocho personas y, diariamente alimentaba a novecientos pobres en su castillo, sin contar a los que ayudaba en otras partes de sus dominios. Por lo tanto, puede decirse con verdad que sus bienes eran el patrimonio de los pobres. Sin embargo, la caridad de la santa no era indiscreta. Por ejemplo, en vez de favorecer la ociosidad entre los que podían trabajar, les procuraba tareas adaptadas a sus fuerzas y habilidades. Existe un incidente tan conocido que apenas habría por qué repetirlo aquí; sin embargo, vamos a citarlo, porque el P. Delehaye lo trae como un ejemplo de la forma en que los hagiógrafos suelen embellecer la verdad histórica para impresionar a sus lectores:
«Todo el mundo conoce la leyenda donde se relata que santa Isabel de Hungría acostó a un leproso en el lecho que compartía con su marido ... El landgrave, furioso, penetró en la habitación y arrancó las sábanas de la cama. 'Pero -para decirlo con las nobles palabras del historiador-, en ese instante Dios le abrió los ojos del alma y, en vez del leproso vio a Jesucristo crucificado sobre su lecho.' Los biógrafos posteriores encontraron demasiado sencillo este admirable relato de Dietrich de Apolda y transformaron esta sublime visión de fe en una aparición material. 'Tunc aperuit Deus interiores principis oculos', había escrito el historiador (cuando abrió Dios los ojos interiores del príncipe). En cambio los hagiógrafos posteriores afirman que en el sitio en que había descansado el leproso sangraba un crucifijo con los brazos abiertos.» (Delehaye, Leyenda de los Santos, p. 90).

Por entonces se predicó en Europa una nueva Cruzada, y Luis de Turingia tomó el manto marcado con la cruz. El día de san Juan Bautista, se separó de santa Isabel y fue a reunirse con el emperador Federico II en Apulia. El 11 de septiembre de ese mismo año murió en Otranto, víctima de la peste. La noticia no llegó a Alemania sino hasta el mes de octubre, cuando acababa de nacer su segunda hija. La suegra de santa Isabel, para darle la funesta nueva en forma menos violenta, le habló vagamente de «lo que había acontecido» a su esposo y de «la voluntad de Dios». La santa entendió mal y dijo: «Si está preso, con la ayuda de Dios y de nuestros amigos conseguiremos ponerlo en libertad». Cuando le explicaron que no estaba preso sino que había muerto, la santa exclamó: «El mundo y cuanto había de alegre en el mundo está muerto para mí». En seguida echó a correr por todo el castillo, gritando como una loca. Lo que sucedió después es bastante oscuro. Según el testimonio de Isentrudis, una de sus damas de compañía, Enrique, el cuñado de santa Isabel, que era el tutor de su único hijo, echó fuera del castillo a la santa, a sus hijos y a dos criados, para apoderarse del gobierno. Se cuentan muchos detalles de la forma degradante en que la santa fue tratada, hasta que su tía Matilde, abadesa de Kitzingen, la sacó de Eisenach. Unos afirman que fue despojada de su casa de Marburgo de Hesse, y otros que abandonó voluntariamente el castillo de Wartburg. Desde Kitzingen fue a visitar a su tío Eckemberto, obispo de Bamberga, quien puso a su disposición su castillo de Pottenstein. La santa se trasladó allí con su hijo Herman y su hijita de brazos, dejando a Sofía al cuidado de las religiosas de Kitzingen. Eckemberto, movido por la ambición, proyectaba un nuevo matrimonio, pero santa Isabel se negó absolutamente, pues antes de la partida de su esposo a la Cruzada se habían prometido mutuamente no volver a casarse.

A principios de 1228, se trasladó el cadáver de Luis a Alemania para sepultarlo en la iglesia abacial de Reinhardsbrunn (en Alemania recibe culto local, como santo, el 11 de septiembre). Los parientes de santa Isabel le proporcionaron lo necesario para vivir. El Viernes Santo de ese año, la viuda renunció formalmente al mundo en la iglesia de los franciscanos de Eisenach. Más tarde, tomó la túnica parda y la cuerda que constituían el hábito de la tercera orden de San Francisco. En todo ello desempeñó un papel muy importante Maese Conrado de Marburgo, quien ocupó un puesto de primera importancia en lo que quedaba de vida a santa Isabel. Dicho sacerdote había sustituido, desde 1225, al franciscano Rodinger en el cargo de confesor de la santa. Tanto el esposo de ésta, como el papa Gregorio IX y otros personajes, tenían una opinión muy alta de Maese Conrado, y el landgrave había permitido a su esposa hacer un voto de obediencia al sacerdote en todo aquello que no se opusiese a su propia autoridad marital. Sin embargo, hay que reconocer que la experiencia de Conrado como inquisidor contra los herejes, así como su carácter dominador y severo, por no decir brutal, hacían de él una persona muy poco apta para dirigir a la santa. Algunos críticos de Maese Conrado le han acusado más por instinto que por motivos sólidos y sus defensores y apologistas han hecho lo propio. Subjetivamente, se puede decir que Conrado ayudó realmente a Isabel a santificarse, oponiéndole obstáculos que la santa consiguió superar (aunque tal vez un director más humano la hubiese conducido a mayores alturas), pero, objetivamente, sus métodos eran injuriosos. Los frailes menores habían inculcado a santa Isabel un espíritu de pobreza que en sus años de landgravina no podía practicar plenamente. Ahora, sus hijos tenían todo lo necesario y la santa se vio obligada a abandonar Marburgo y a vivir en Wehrda, en una cabaña, a orillas del río Lahn. Más tarde, construyó una casita en las afueras de Marburgo y allí fundó una especie de hospital para los enfermos, los ancianos y los pobres y se consagró enteramente a su servicio
En cierto sentido, Conrado refrenó razonablemente el entusiasmo de la santa en aquella época, ya que no le permitió pedir de puerta en puerta, desposeerse definitivamente de todos sus bienes, dar más que determinadas limosnas, ni exponerse al contagio de la lepra y otras enfermedades. En eso, Maese Conrado procedió con prudencia y discernimiento. Pero, por otra parte, «probó su constancia de mil maneras, al obligarla a proceder en todo contra su voluntad», escribió más tarde Isentrudis; «para humillarla más, la privó de aquellos de sus criados a los que mayor cariño tenía. Una de ellas fui yo, Isentrudis, a quien ella amaba; me despidió con gran pena y con muchas lágrimas. Por último, despidió también a mi compañera, Jutta, que la había servido desde la niñez y a quien ella amaba particularmente. La bendita Isabel la despidió con lágrimas y suspiros. Maese Conrado, de piadosa memoria, hizo todo esto con buena intención, para que no le hablásemos de su antigua grandeza ni la hiciésemos echar de menos el pasado. Además, la privó del consuelo que nosotros podíamos darle para que sólo Dios pudiese consolarla». En vez de sus queridas damas de compañía, Conrado le dio dos «mujeres muy rudas», encargadas de informarle de las menores desobediencias de la santa a sus mandatos. Conrado castigaba esas desobediencias con bofetadas y golpes «con una vara larga y gruesa», cuyas marcas duraban tres semanas en el cuerpo de Isabel. La santa comentó amargamente con Isentrudis: «Si yo puedo temer tanto a un hombre mortal, ¡cuánto más temible será el Señor y Juez de este mundo!» El método de Conrado de quebrantar más bien que dirigir la voluntad, no tuvo un éxito completo. Refiriéndose a sus métodos, santa Isabel se comparaba a una planta arrastrada por las olas durante una inundación: las aguas la derribaban; pero, una vez pasado el período de lluvias, la planta vuelve a echar raíces y se yergue tan sana y fuerte como antes. En cierta ocasión en que Isabel hizo una visita contra la voluntad de Conrado, éste la mandó llamar. La santa comentó: «Soy como el caracol que se mete en su concha cuando va a llover. Por eso obedezco y no hago lo que iba a hacer». Como se ve, poseía la confianza en sí misma que se observa con frecuencia en aquéllos que unen a la entrega a Dios el sentido del humor.
Cierto día, un noble húngaro fue a Marburgo y pidió que le dijesen dónde vivía la hija de su soberano, de cuyas penas había oído hablar. Al llegar al hospital, encontró a Isabel sentada, hilando, vestida con su túnica burda. El pobre hombre casi se fue de espaldas y se santiguó asombrado: «¿Quién había visto hilar a la hija de un rey?» El noble intentó llevar a Isabel a Hungría, pero la santa se negó: sus hijos, sus pobres y la tumba de su esposo estaban en Turingia y ahí quería pasar el resto de su vida. Por lo demás, le quedaban ya pocos años en la tierra. Vivía muy austeramente y trabajaba sin descanso, ya fuese en el hospital, ya en las casas de los pobres o pescando en el río a fin de ganar un poco de dinero para sus protegidos. Cuando la enfermedad le impedía hacer otra cosa, hilaba o cardaba la lana. En cierta ocasión en que estaba en la cama, la persona que la atendía la oyó cantar dulcemente. «Cantáis muy bien, señora», le dijo. La santa replicó: «Os voy a explicar por qué. Entre el muro y yo había un pajarillo que cantaba tan alegremente que me dieron ganas de imitarlo». La víspera del día de su muerte, a media noche, entre dormida y despierta murmuró: «Es ya casi la hora en que el Señor nació en el pesebre y creó con su omnipotencia una nueva estrella. Vino a redimir el mundo, y me va a redimir a mí». Y cuando el gallo comenzó a cantar, dijo: «Es la hora en que resucitó del sepulcro y rompió las puertas del infierno, y me va a librar a mí». Santa Isabel murió al anochecer del 17 de noviembre de 1231, antes de cumplir veinticuatro años.

Su cuerpo estuvo expuesto tres días en la capilla del hospicio. Allí mismo fue sepultada y Dios obró muchos milagros por su intercesión. Maese Conrado empezó a reunir testimonios acerca de su santidad, pero murió antes de que Isabel fuese canonizada, en 1235. Al año siguiente, las reliquias de la santa fueron trasladadas a la iglesia de Santa Isabel de Marburgo, que había sido construida por Conrado, su cuñado. A la ceremonia asistieron el emperador Federico II y «una multitud tan grande, formada por gentes de diversas naciones, pueblos y lenguas, que probablemente no se había visto ni se volverá a ver en estas tierras alemanas algo semejante». La iglesia en que reposaban las reliquias de la santa fue un sitio de peregrinación hasta 1539, año en que el landgrave protestante, Felipe de Hesse, las trasladó a un sitio desconocido.

 Biblioteca Hagiográfica Latina, nn. 2488-2514,  Libellus de dictis IV ancillarum (que es un resumen de las deposiciones de las cuatro doncellas de Isabel); en las cartas de Conrado al Papa; en los relatos de milagros y otros documentos que se enviaron a Roma con miras a la canonización; en la biografía escrita por Cesáreo de Heisterbach, en la que hay también un sermón sobre la traslación (ambos documentos datan de antes de 1240); y en la biografía escrita por Dietrich de Apolda que data de 1297, pero es muy importante por la amplia difusión que alcanzó. Con motivo del séptimo centenario del nacimiento de Santa Isabel, Karl Wrenck y Huyskens publicaron varios de estos textos. Se encontrará una crítica muy detallada en Analecta Bollandiana, vols. XXVIII, pp. 493.497, y vol. XXVIII, pp. 333-335. 

fuente: Directorio Franciscano
 
 
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Su vida ha sido entretejida de leyendas, fruto de la veneración, de la admiración y de la fantasía, que plasman facetas importantes de su personalidad. Pero nos interesa más la historia que se esconde detrás de las leyendas. Queremos conocer su personalidad, su genio, su santidad única y provocativa. Las leyendas que envuelven su persona son los colores vivos de su imagen, son la metáfora de los hechos; no las podemos tampoco desechar.
¿Quién fue Isabel? Una princesa de Hungría que nació en 1207, hija del rey Andrés II y de Gertrudis de Andechs-Merano. Según la tradición húngara, nació en el castillo de Sárospatak, uno de los preferidos por la familia real, al norte de Hungría. Como fecha, la tradición suele indicar el 7 de julio. Podemos retener como seguro sólo el año.
Siguiendo los usos vigentes entre la nobleza medieval, Isabel fue prometida como esposa a un príncipe alemán de Turingia. A la edad de cuatro años (1211), fue confiada a la delegación germana que fue a recogerla en Presburgo, entonces la plaza fuerte más occidental del reino de Hungría.
Fue educada en la corte de Turingia, junto a los otros hijos de la familia condal y junto al que sería su esposo, como era costumbre entonces. Se casó a los catorce años con Luis IV, landgrave o gran conde de Turingia. Tuvo tres hijos. Enviudó a los veinte años. Murió a los 24, en 1231. Fue canonizada por Gregorio IX en 1235. Un récord de vida densa y crucificada, para escalar la santidad más elevada y ser propuesta como ejemplo imperecedero de abnegación y entrega.
Hay un malentendido arraigado entre el pueblo cristiano, debido a las leyendas y biografías populares poco rigurosas, que sostienen que Isabel fue reina de Hungría. Pues bien, jamás fue reina ni de Hungría ni de Turingia, sino princesa de Hungría y gran condesa o landgrave de Turingia, en Alemania. Tradicionalmente se representa a Isabel con una corona que usaba no como reina, sino como princesa o gran condesa.
Las compañeras y doncellas de Isabel nos cuentan que su peregrinación hacia Dios empezó en la tierna infancia: sus juegos, sus ilusiones, sus oraciones apuntan desde sus primeros años hacia un más allá.
En 1221, a los 14 años, se casó con el landgrave Luis IV de Turingia. Luis e Isabel habían crecido juntos y se trataban como hermanos. La boda tuvo lugar en la iglesia de San Jorge de Eisenach.
Hasta 1227, Isabel fue ejemplar esposa, madre y landgrave o gran condesa de Turingia, una de las mujeres de más alta alcurnia del imperio.
Las relaciones matrimoniales entre ellos no fueron según el estilo común de la época, de ordinario marcadas por razones políticas o de conveniencia, sino de afecto auténtico, conyugal y fraterno.
De casada, Isabel dedicaba mucho tiempo a la oración en las altas horas de la noche, en la misma cámara matrimonial. Sabía que se debía a Luis totalmente, pero había oído ya la invitación del "otro esposo": "Sígueme". De este amor con dos vertientes manaba, sin embargo, un profundo gozo y plena satisfacción, no el conflicto de una escisión interior. Dios era el valor supremo e incondicional que alentaba todos los otros amores al esposo, a los hijos, a los pobres.
El milagro de las rosas que ha tejido la leyenda, no expresa bien estas relaciones matrimoniales. Cuando Isabel se vio sorprendida por su esposo con la falda cargada de panes, no tenía motivo alguno para esconder sus propósitos misericordiosos al marido. No tenía razón de ser que aquellos panes se convirtieran en rosas. Dios no hace milagros inútiles.
Isabel tuvo tres hijos: Germán, el heredero del trono, Sofía y Gertrudis; ésta última nació cuando ya había muerto su esposo (1227), víctima de la peste, como cruzado camino de Tierra Santa. Ella contaba solamente 20 años.
Con la muerte de Luis, murió también la gran condesa y se acentuó la hermana penitente. Se discute entre los biógrafos si fue echada del castillo de Wartburgo o se marchó. La respuesta a su soledad y al abandono fue el canto de agradecimiento que pidió entonar en la capilla de los Franciscanos, el Te Deum.
Isabel de Hungría es la figura femenina que más genuinamente encarna el espíritu penitencial de Francisco. Había ya numerosos penitentes franciscanos; muchos hombres y mujeres del pueblo seguían la vida penitencial marcada por san Francisco y predicada por sus frailes.
Los hermanos menores llegaron a Eisenach, la capital de Turingia, a finales de 1224 o principios de 1225. En el castillo de Wartburgo residía la corte del gran ducado, presidida por Luis e Isabel.
La predicación de los frailes menores entre el pueblo, predicación que habían aprendido de Francisco de Asís, consistía en exhortar a la vida de penitencia, es decir, a abandonar la vida mundana, a practicar la oración y la mortificación, y a ejercitarse en las obras de misericordia. Este estilo de vida lo describe Francisco en la Carta a todos los fieles penitentes.
Un tal fray Rodrigo introdujo en la vida de penitencia a Isabel, ya predispuesta para los valores del espíritu. Los testimonios de su franciscanismo, que aparecen en las fuentes isabelinas, son innegables:
-- Consta que Isabel cedió a los frailes franciscanos una capilla en Eisenach.
-- También, que hilaba lana para el sayal de los frailes menores.
-- Cuando fue expulsada de su castillo, sola y abandonada, acudió a los Franciscanos para que cantaran un Te Deum en acción de gracias a Dios.
-- El Viernes Santo día 24 de marzo de 1228, puestas las manos sobre el altar desnudo, hizo profesión pública en la capilla franciscana. Asumió el hábito gris de penitente como signo externo.
-- Las cuatro doncellas, interrogadas en el proceso de canonización, también tomaron este hábito gris. Esta "túnica vil", con la que Isabel quiso ser sepultada, significaba que la profesión religiosa le había conferido una nueva identidad.
-- El hospital que fundó en Marburgo (1229) lo puso bajo la protección de san Francisco, canonizado pocos meses antes.
-- El autor anónimo cisterciense de Zwettl (1236), afirma que "vistió el hábito gris de los Frailes Menores".
El empeño demostrado por Isabel en vivir la pobreza, regalarlo todo y dedicarse a la mendicidad, ¿no eran las exigencias de Francisco a sus seguidores?
Estos testimonios vienen corroborados por otras fuentes que ilustran la vida penitencial de Isabel, tales como las reglas y otros documentos franciscanos, el Memoriale propositi o regla antigua de los penitentes, las semejanzas o conformidades entre Isabel y Francisco.
En las fuentes biográficas encontramos dos profesiones de Isabel y dos maneras de hacer la profesión que estaban en uso entonces. Con la primera entró en la Orden de la Penitencia, todavía en vida de su esposo. Con sus manos en las manos del visitador, Conrado de Marburgo, prometió obediencia y continencia. Conrado era un predicador de la cruzada, pobre y austero, probablemente sacerdote secular. Isabel, con el consentimiento de Luis, lo eligió personalmente porque era pobre. Los visitadores no tenían que ser necesariamente franciscanos. San Francisco, en la Regla no bulada (1221), ordena que "ninguna mujer en absoluto sea recibida a la obediencia por algún hermano, sino que, una vez aconsejada espiritualmente, haga penitencia donde quiera" (1 R 12).
Con Isabel profesaron además tres de sus doncellas o compañeras, que formaron una pequeña fraternidad de oración y vida ascética bajo la guía de su superior-visitador Conrado.
Después de la muerte de Luis su esposo, las doncellas acompañaron a Isabel en su exilio del castillo hacia el reino de los pobres. Fueron su aliento en las horas amargas de soledad y abandono. Junto con ella emitieron una segunda profesión pública el Viernes Santo de 1228, viniendo a formar así una fraternidad religiosa. Sus doncellas recibieron como ella el hábito gris y se empeñaron en el mismo propósito de testimoniar la misericordia de Dios; comían y trabajaban juntas, salían juntas a visitar las casas de los pobres o a buscar alimentos para repartirlos a los necesitados. Al regresar, se ponían a orar.
Se trataba de una verdadera vida religiosa para mujeres profesas, sin clausura estricta y dedicadas a una labor social: servicio a los pobres, marginados, enfermos, peregrinos... Era una forma de vida consagrada en el mundo.
Pero la aprobación canónica de semejante estilo de vida comunitaria femenina, sin clausura estricta, tuvo que esperar siglos para ser reconocido por la Iglesia. La vida en el monasterio era entonces la única forma canónica admitida por la Iglesia para las comunidades religiosas de mujeres.
Isabel, sin duda, supo coordinar ambas dimensiones de vida, la de la intimidad con Dios y la del servicio activo a los pobres: "Mariam induit, Martham non exuit", vistió el hábito de María, pero no se despojó del de Marta.
Hoy las congregaciones femeninas de la TOR son unas 400, con más de cien mil religiosas profesas, que siguen las huellas de Isabel en la vida activa y contemplativa, y pueden llamarse sus herederas.
La breve vida de Isabel está saturada de servicio amoroso, de gozo y de sufrimiento. Su prodigalidad y trato con los indigentes provocaba escándalo en la corte de Wartburgo; no encajaba en su medio. Muchos vasallos la tenían como una loca. Aquí encontró una de sus grandes cruces: vivió crucificada en la sociedad a la que pertenecía y entre aquellos que desconocían la misericordia.
En el ejercicio pleno de su autoridad, cuando era todavía la gran condesa y en ausencia de su marido, tuvo que afrontar la emergencia de una carestía general que hundió al país en el hambre. No dudó en vaciar los graneros del condado para socorrer a los menesterosos. Isabel servía personalmente a los débiles, los pobres y los enfermos. Cuidó leprosos, la escoria de la sociedad, como Francisco. Día tras día, hora tras hora, pobre con los pobres, vivió y ejerció la misericordia de Dios en el río de dolor y de miseria que la envolvía.
En los desventurados Isabel veía la persona de Cristo (Mt 25,40). Esto le dio fuerza para vencer su repugnancia natural, tanto que llegó a besar las heridas purulentas de los leprosos.
Pero Isabel no sólo usó del corazón, sino también de la inteligencia en su obra asistencial. Sabía que la caridad institucionalizada es más efectiva y duradera. En vida de su marido, contribuyó en la erección de hospitales en Eisenach y Gotha. Luego construyó el de Marburgo, la obra predilecta de su viudedad. Para atenderlo fundó una fraternidad religiosa con sus amigas y doncellas.
Trabajaba con sus propias manos en la cocina preparando la comida, en el servicio de los indigentes hospitalizados; fregaba los platos y alejaba las sirvientas cuando éstas se lo querían impedir. Aprendió a hilar lana y a coser vestidos para los pobres y para ganarse el sustento.
La santidad aparece en la historia de la Iglesia como una locura, la locura de la cruz. Y la de Isabel es una espléndida locura. En su vida brilla con singular esplendor la virtud de la caridad. Su persona es un canto al amor, compuesto de servicio y abnegación, volcado a sembrar el bien.
Se propuso vivir el Evangelio sencillamente, sin glosa diría Francisco, en todos los aspectos, espiritual y material. No dejó nada escrito, pero numerosos pasajes de su vida sólo pueden entenderse desde una comprensión literal del Evangelio. Hizo realidad el programa de vida propuesto por Jesús en el Evangelio:
-- El que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda por amor a mí o al Evangelio, la recobrará (Lc 17,33; Mc 8,35).
-- Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mc 8,34-35).
-- Si quieres ser perfecto ve, vende lo que tienes, dáselo a los pobres y sígueme (Mt 19,21).
-- El que ama a su padre, madre e hijos más que a mí, no puede ser digno de mí (Mt 10,37).
La ardiente fuerza interior de Isabel brotaba de su relación con Dios. Su oración era intensa, continua, a veces, hasta el éxtasis. La conciencia constante de la presencia del Señor era la fuente de su fortaleza y alegría, y de su compromiso con los pobres. Pero también el encuentro de Cristo en los pobres estimulaba su fe y su oración.
Su peregrinación hacia Dios está jalonada por gestos decididos de desprendimiento interior hasta llegar al despojo total, como Cristo en la cruz. Al final de su vida no le quedó para sí nada más que la túnica gris y pobre de penitencia, que quiso conservar como símbolo y mortaja.
Isabel irradiaba gozo y serenidad. El fondo de su alma era el reino de la paz. Vivió realmente la perfecta alegría enseñada por Francisco, en la tribulación, en la soledad y en el dolor. "Debemos hacer felices a las personas", les decía a sus doncellas, sus hermanas.
Isabel pasó por esta vida como un meteoro luminoso y esperanzador. Hizo resplandecer la luz en el corazón de muchas almas. Llevó el gozo a los corazones afligidos. Nadie podrá contar las lágrimas que secó, las heridas que vendó, el amor que supo despertar.
Su santidad fue una novedad rica en matices y eminentes virtudes. Desde entonces ya no fueron solamente las mártires o las vírgenes las elevadas al honor de los altares, sino también las esposas, las madres y las viudas.
Isabel recorrió el camino del amor cristiano como seglar, en su condición de esposa y de madre; pero, después de la segunda profesión, fue una mujer plenamente consagrada a Dios y al alivio de la miseria humana.
La Tercera Orden de san Francisco, tanto la Regular como la Secular, se propone reavivar la memoria de su santa Patrona en el octavo centenario de su nacimiento y desea proponerla como luz y modelo de compromiso evangélico. La Familia Franciscana quiere honrar a la primera mujer que alcanzó la santidad en el seguimiento de Cristo según la "forma de vida" de Francisco.
Si evocamos su nacimiento, su personalidad singular y su sensibilidad, es para que, a través del conocimiento y de la admiración, también nosotros nos convirtamos en instrumentos de paz, y aprendamos a verter un poco de bálsamo en las heridas de los marginados de nuestro tiempo, a humanizar nuestro entorno, a secar algunas lágrimas. Derramemos la bondad del corazón allá donde falta la misericordia del Padre. Que el compromiso que vivió Isabel estimule nuestro propio compromiso. Su ejemplo e intercesión iluminarán nuestro camino hacia el Padre, fuente de todo amor: el bien, todo bien, sumo bien; la quietud y el gozo.

Fuentes
1. Conrado de Marburgo, Epístola, llamada también Summa Vitae, una síntesis biográfica, 1232.
2. Dicta quatuor ancillarum [Declaraciones de las cuatro doncellas].
3. Cesáreo de Heisterbach, cisterciense, Vita sancte Elysabeth lantgravie, [Vida de Santa Isabel, gran condesa] 1236.
4. Anónimo de Zwettl, cisterciense, Vita Sanctae Elisabeth, Landgravie Thuringiae [Vida de santa Isabel, gran condesa de Turingia] 1236.
5. Crónica de Reinhardsbrun, monasterio benedictino.
6. Anónimo Franciscano, Vita beate Elisabeth, [Vida de santa Isabel] de finales del s. XIII.
7. Dietrich de Apolda, dominico, Vita S. Elisabeth, [Vida de Sta. Isabel] entre 1289 y 1291.

San Alfeo Palestina

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Santos Alfeo y Zaqueo, mártires
En Cesarea de Palestina, santos Alfeo y Zaqueo, mártires, que por confesar con todas sus fuerzas a Dios y a Jesucristo Rey, después de muchos tormentos fueron condenados a muerte, en el primer año de la persecución ordenada por el emperador Diocleciano.
En el primer año de la persecución de Diocleciano, al acercarse la fecha de la celebración de los juegos conmemorativos del vigésimo aniversario de su acceso al trono, el gobernador de Palestina consiguió que el emperador perdonase a todos los criminales, excepto a los cristianos. Precisamente entonces, fue arrestado en Gadara el diácono Zaqueo. Los guardias le azotaron brutalmente, le desgarraron con garfios de hierro y le encerraron en la prisión con las piernas casi descoyuntadas en el potro. A pesar de esa postura tan dolorosa, Zaqueo alababa a Dios gozosamente noche y día.

Pronto fue a reunirse Alfeo con él en la prisión. Era éste un lector de la iglesia de Cesarea, originario de Eleuterópolis y de familia distinguida. Durante la persecución, había arriesgado la vida por exhortar a los cristianos a permanecer firmes. Finalmente fue arrestado. El prefecto, que no fue capaz de rebatir sus réplicas durante el interrogatorio, le envió a la prisión. La segunda vez que Alfeo compareció ante su juez, éste le mandó azotar y desgarrar con garfios de acero. Después, le envió a la mazmorra en que se hallaba Zaqueo, con la orden de que también a él se le descoyuntase en el potro. Los mártires fueron condenados a muerte la tercera vez que comparecieron ante el juez. Fueron decapitados el 17 de noviembre del 303.

Eusebio cuenta en Mártires de Palestina, lib. I, c. 5. Véase Delehaye, Comentario sobre el Martirologium Hieronymianum, pp. 604-605.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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