lunes, 16 de noviembre de 2015

Lo que el terror nunca podrá lograr

Lo que el terror nunca podrá lograr- DAVID JIMÉNEZ


Durante algún tiempo recorrí escuelas coránicas de Afganistán, Pakistán o Indonesia, movido por mi incapacidad para entender el terrorismo islámico. Había cubierto para el periódico atentados en los tres países y entrevistado a sus víctimas. Quería saber qué llevaba a alguien a ponerse un cinturón de explosivos, entrar en una discoteca y masacrar a personas de las que no conocía nada y que nada le habían hecho. Encontré una respuesta en Al Mukmin, un centro javanés donde padres sin recursos dejaban a sus hijos para que recibieran una formación islámica. Todo se podía explicar en una palabra: miedo. Más allá del Corán o la virtud, lo que se trataba de inculcar a los alumnos era miedo. Miedo a Occidente, que según los maestros quería destruir su comunidad. Miedo a los estadounidenses, que buscaban ultrajar a sus madres y hermanas. Miedo a todos los que no fueran musulmanes, que conspiraban para aplastar su religión. Poco a poco, aquellos chicos -no había, por supuesto, niñas- aprendían a deshumanizar al enemigo imaginario. Y así hasta que, convertidos en real, se convencían de que había algo heroico en eliminarlo. El niño había sido transformado en terrorista. La eficacia del adoctrinamiento quedaba demostrada en el hecho de que la mayoría de los participantes en la masacre de Bali, donde murieron más de dos centenares de personas en 2002, hubieran estudiado en la escuela Al Mukmin. No había improvisación alguna en los esfuerzos por levantar aquella fábrica de extremistas, pero sí ideología. Totalitaria, en su determinación de imponer su religión al resto del mundo; racista, en la creencia de que estaban tocados por una pureza inalcanzable para otros creyentes; y fascista, en su ambición de consolidar un poder absoluto donde la razón debía someterse a los líderes supremos. Estos organizaban los atentados suicidas, pero nunca se presentan voluntarios para el martirio.

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