lunes, 16 de noviembre de 2015

Santa Hilda de Whitby - San Florino de Rémus - San Lázaro de Constantinopla - San Hugo de Novara 17112015

Santa Hilda de Whitby

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Santa Hilda, abadesa
En Whitby, en Northumbria, santa Hilda, abadesa, la cual, después de abrazar la fe y recibir los sacramentos de Cristo, puesta al frente de su monasterio, tanto se entregó a la formación de los monjes y monjas en la vida regular, al mantenimiento de la paz y la armonía, al trabajo y a la lectura de las divinas Escrituras, que parecía realizar en la tierra tareas celestiales.
Seguramente que el culto de esta santa abadesa comenzó muy poco después de su muerte, pues su nombre figura ya en el calendario de san Wilibrordo, escrito a principios del siglo VIII. Hilda era hija de Hererico, sobrino de Edwino, rey de Nortumbría. Fue bautizada por san Paulino junto con Edwino, a los trece años de edad. Según dice Beda, los primeros treinta y tres años de su vida «los pasó noblemente en el estado secular y, todavía más noblemente, dedicó la otra mitad de su vida al servicio de Dios en la religión». Santa Hilda se trasladó al reino de Anglia del este. Tenía la intención de retirarse al monasterio de Celles, en Francia, donde se hallaba su hermana Hereswita, pero san Aidán la convenció para que volviese a Nortumbría, donde fundó una pequeña abadía junto al río Wear. Más tarde, fue nombrada abadesa del monasterio mixto de Hartlepool, donde lo primero que hizo fue establecer el orden, guiada «por su prudencia innata y su amor al servicio divino». Unos diez años después fue trasladada a Streaneshalch (que se llamó más tarde Whitby), ya fuese para reformar una abadía o para fundarla. Se trataba también de una abadía mixta. Los religiosos y las religiosas vivían completamente separados, pero se reunían en la iglesia para el canto del oficio divino. Según la costumbre, la abadesa era superiora en todo, excepto en lo estrictamente espiritual. Beda escribe que Santa Hilda desempeñó su oficio con tanto tino, «que no sólo las gentes del pueblo, sino aun los reyes y príncipes solían consultarla y seguir sus consejos. A aquéllos que estaban bajo su dirección, los obligaba a leer con asiduidad la Sagrada Escritura y a ejercitarse constantemente en las buenas obras, de suerte que llegasen a ser aptos para las funciones eclesiásticas y el servicio del altar».

Algunos de los monjes de santa Hilda llegaron a ser obispos, como san Juan de Beverly. El poeta Caedmon, que servía en el monasterio, tomó finalmente el hábito por consejo de la santa y fue venerado localmente como santo, después de su muerte. Santa Elfleda, discípula de Hilda, fue su sucesora en el gobierno de la abadía. El éxito con que la santa supo gobernar la abadía y ganarse el afecto de sus súbditos puede verse en las páginas que le dedica Beda en su Historia Ecclesiástica. Probablemente por razón de su magnífica situación, se escogió la abadía de Whitby para el sínodo convocado en el año 664 para discutir la fecha en que debía celebrarse la Pascua y otros problemas espinosos. Santa Hilda y sus súbditos se aliaron con los escoceses en favor de las costumbres célticas, pero triunfó el partido opuesto, encabezado por san Wilfrido, y el rey Oswy impuso en Nortumbría la costumbre romana. Sin duda que santa Hilda obedeció a la decisión del sínodo, pero es posible que haya quedado un poco resentida por la actitud de San Wilfrido, ya que más tarde apoyó decididamente a san Teodoro de Canterbury contra él en la cuestión de las diócesis del norte. Siete años antes de su muerte, Santa Hilda contrajo una enfermedad de la que no volvió a sanar. Sin embargo, en ese lapso «no dejó nunca de dar gracias al Creador y de instruir en privado y en público a sus súbditos. Con su ejemplo exhortaba a todos a servir fielmente a Dios en la salud y a darle gracias en la enfermedad y en la adversidad». Santa Hilda murió probablemente al amanecer del 17 de noviembre de 680. Como dice Beda, una religiosa «que la amaba apasionadamente» y que no pudo asistir a su muerte porque estaba encargada de las postulantes, tuvo una visión de lo sucedido y lo refirió a las religiosas que estaban con ella. Otra religiosa, llamada Begu, que se hallaba en la casa de Hackness, a veinte kilómetros de distancia, oyó en sueños el tañido de unas campanas y vio el alma de su abadesa partir al cielo. Inmediatamente, convocó a sus hermanas y pasaron toda la noche orando en la iglesia. Al amanecer «llegaron los hermanos desde el sitio en que la santa había pasado a mejor vida, con la noticia de su muerte». Cuando los daneses destruyeron el monasterio de Whitby, las reliquias de santa Hilda se perdieron o fueron trasladadas a un sitio desconocido. Su fiesta se celebra todavía en la diócesis de Middlesbrough.

 Beda en su Historia Ecclesiastica. Véanse, sin embargo, las notas de la edición de C. Plummer y también Howorth, The Golden Days of Early English Church, vol. III, pp. 186-195 y passim, Cf. Stanton, Menology, pp. 551-552.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI



San Florino de Rémus

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San Florino, presbítero

En Rëmus, lugar de Recia, san Florino, presbítero, fielmente dedicado a la labor parroquial.


San Lázaro de Constantinopla

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San Lázaro, monje confesor
En Constantinopla, san Lázaro, monje, nacido en Armenia, el cual, insigne en la pintura artística de imágenes sagradas, fue atormentado con crueles suplicios al negarse a destruir sus obras por orden del emperador iconoclasta Teófilo, aunque después, apaciguadas las controversias sobre el debido culto a las imágenes, el emperador Miguel III le envió a Roma para afianzar la concordia y unidad de toda la Iglesia.
Lázaro, natural de Armenia, llegó desde muy joven a Constantinopla, donde se hizo monje. Aparte de practicar todos los ejercicios de la vida monástica, aprendió la pintura, un arte que era motivo de alto honor en los claustros, sobre todo después de que los iconoclastas declararan la guerra a las imágenes de santos. La reputación que adquirió Lázaro en su oficio motivó la persecución de que fue objeto. En el 829, el emperador Teófilo había sucedido a su padre, Miguel el Tartamudo; desde el comienzo de su reinado, decretó la pena de muerte para todos los pintores cristianos que se negasen a romper, desgarrar o pisotear las pinturas de los santos. Al poco tiempo, hizo traer a su presencia al monje Lázaro para obligarle a ejecutar su mandato; al principio creyó poderlo convencer con buenas maneras, pero como no obtuvo ningún resultado, echó mano de los métodos violentos. Los tormentos infligidos a Lázaro fueron particularmente crueles y se creyó que iba a expirar por la violencia de los suplicios. Con el cuerpo desgarrado, cubierto de llagas y quemaduras, fue arrojado a una charca inmunda, y abandonado allí para que muriese; pero al poco tiempo se anunció a Teófilo que el monje había recuperado las fuerzas y había reanudado su tarea de pintar cuadros religiosos. El emperador Teófilo mandó entonces que le quemaran las palmas de las manos con hierros candentes, Lázaro soportó este nuevo tormento, sin dar muestras de dolor o de impaciencia; sin embargo, cuando el calor había consumido la carne de sus manos hasta los huesos, cayó al suelo y pareció desmayado. La emperatriz Teodora, cuyas virtudes se pusieron a prueba por la impiedad de su marido, aprovechó esta circunstancia para hacer que dejaran en libertad a Lázaro. Ella misma ocultó al monje en la iglesia de San Juan Bautista y se preocupó de que le curaran las heridas. Al cabo de algún tiempo, Lázaro quedó nuevamente restablecido y, como una muestra de su agradecimiento pintó un hermoso cuadro con la imagen del santo Precursor; esa pintura, muy estimada, fue el instrumento de que Dios se valió para obrar muchos milagros.

Al morir Teófilo, en el 842, la emperatriz Teodora y su hijo, el emperador Miguel III, restablecieron el culto a las santas imágenes, hicieron volver del exilio y salir de la prisión a todos los que habían sufrido castigos por esta causa. Lázaro pintó la imagen del Salvador y la expuso a la veneración pública y, después, ya no pensó más que en santificarse en el retiro de su monasterio y en ejercer su ministerio de sacerdote, sacramento que le fue conferido por entonces. Teodora le visitó para pedirle que perdonara a su difunto marido y le recomendó que lo tuviese presente en sus oraciones; parece que el santo monje Lázaro respondió que ya era demasiado tarde para cambiar las decisiones de la justicia divina en favor del infortunado emperador.

En el año 856, el emperador Miguel III sacó a Lázaro de su claustro y lo envió como embajador ante el papa Benedicto III, luego de cargarle con ricos presentes para el Pontífice recientemente elegido. Al tiempo que cumplía con su misión, san Lázaro hacía gestiones ante el Papa para buscar los medios de afirmar la fe católica, hacer que desaparecieran los restos de las herejías y propiciar la unión de las Iglesias. Las otras actividades de este santo monje no fueron registradas; el resto de su existencia transcurrió en la quietud del claustro. Se dice que hacia el año 867 fue enviado a Roma por segunda vez y que murió en el camino, sin que se pueda precisar la fecha. Baronio insertó su nombre en el martirologio romano el 23 de febrero, pero los griegos lo conmemoran el 17 de noviembre, fecha a la que fue trasladado en la revisión actual del Martirologio.


fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI


San Hugo de Novara

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 San Hugo de Novara, abad

En Novara, de Sicilia, san Hugo, abad, que enviado por san Bernardo de Claraval estableció la Orden Cisterciense allí mismo y en Calabria.

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