lunes, 16 de noviembre de 2015

Santa Margarita de Escocia - Santa Inés de Asís - Santa Gertrudis - San Agustín de Capua 16112015

Santa Margarita de Escocia

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Santa Margarita de Escocia, reina
Santa Margarita, nacida en Hungría y casada con Malcolm III, rey de Escocia, que dio a luz ocho hijos, y fue sumamente solícita por el bien del reino y de la Iglesia; a la oración y a los ayunos añadía la generosidad para con los pobres, dando así un óptimo ejemplo como esposa, madre y reina.
Margarita era una de las hijas de Eduardo d'Outremer («El Exilado»), pariente muy cercano de Eduardo el Confesor, y hermana del príncipe Edgardo. Este último, cuando huía de las acechanzas de Guillermo el Conquistador, se refugió junto con su hermana, en la corte del rey Malcolm Canmore, en Escocia. Una vez allí, Margarita, tan hermosa como buena y recatada, cautivó el corazón de Malcolm y, en el año de 1070, cuando ella tenía veinticuatro años de edad, se casó con el rey en el castillo de Dunfermline. Aquel matrimonio atrajo muchos beneficios para Malcolm y para Escocia. El rey era un hombre rudo e inculto, pero de buena disposición, y Margarita, atenida a la gran influencia que ejercía sobre él, suavizó su carácter, educó sus modales y le convirtió en uno de los monarcas más virtuosos de cuantos ocuparon el trono de Escocia. Gracias a aquella admirable mujer, las metas del reino fueron, desde entonces, establecer la religión cristiana y hacer felices a los súbditos. «Ella incitaba al monarca a realizar las obras de justicia, caridad, misericordia y otras virtudes», escribió un antiguo autor, «y en todas ellas, por la gracia divina, consiguió que él realizara sus piadosos deseos. Porque el rey presentía que Cristo se hallaba en el corazón de su reina y siempre estaba dispuesto a seguir sus consejos». Así fue por cierto, ya que no sólo dejó en manos de la reina la total administración de los asuntos domésticos, sino que continuamente la consultaba en los asuntos de Estado.

Margarita hizo tanto bien a su marido como a su patria adoptiva, donde dio impulso a las artes de la civilización y alentó la educación y la religión. Escocia era víctima de la ignorancia y de muchos abusos y desórdenes, tanto entre los sacerdotes como entre los laicos; pero la reina organizó y convocó a sínodos que tomaron medidas para acabar con aquellos males. Ella misma estuvo presente en aquellas reuniones y tomó parte en los debates. Se impuso la obligación de celebrar los domingos, los días de fiesta y los ayunos. A todos se les recomendó que se unieran en la comunión pascual y se prohibieron estrictamente muchas prácticas escandalosas, como la simonía, la usura y el incesto. Santa Margarita se esforzó constantemente para obtener buenos sacerdotes y maestros para todas las regiones del país y formó una especie de asociación de costura entre las damas de la corte, a fin de proveer de vestiduras y ornamentos a las iglesias. Junto con su esposo, fundó y edificó varias iglesias, entre las que destaca, por su grandiosidad, la de Dunfermline, dedicada a la Santísima Trinidad.

Dios bendijo a los reyes con seis varones y dos hijas, a quienes su madre educó con escrupuloso cuidado; ella misma los instruyó en la fe cristiana y, ni por un momento dejó de vigilar sus estudios. Su hija Matilde se casó después con Enrique I de Inglaterra y pasó a la historia con el sobrenombre de «Good Queen Maud» («la buena reina Maud», por este matrimonio, la actual Casa Real Británica desciende de los reyes de Wessex y de Inglaterra, anteriores a la conquista), mientras que tres de sus hijos, Edgardo, Alejandro y David, ocuparon sucesivamente el trono de Escocia; al último de los nombrados se le veneraba localmente como santo. Los cuidados y la solicitud de Margarita se prodigaban entre los servidores de palacio, en el mismo grado que entre su propia familia. Y todavía, a pesar de los asuntos de Estado y las obligaciones domésticas que debía atender, mantenía su espíritu en total desprendimiento de las cosas de este mundo y enteramente recogido en Dios. En su vida privada, observaba una extrema austeridad: comía frugalmente y, a fin de que le quedara tiempo para sus devociones, se lo robaba al sueño. Cada año observaba dos cuaresmas: una en la fecha correspondiente y la otra antes de la Navidad. En esas ocasiones, dejaba el lecho a la media noche y asistía a la iglesia para oír los maitines; a menudo, el rey la acompañaba. Al regreso a palacio, lavaba los pies a seis pobres y les daba limosnas. También durante el día empleaba algunas horas en la oración y sobre todo, en la lectura de las Sagradas Escrituras. El librito en que leía los Evangelios, cayó en cierta ocasión al río; pero no quedó dañado en lo más mínimo, aparte de una mancha de agua en la cubierta; ese mismo volumen se conserva todavía entre los tesoros más preciados de la Biblioteca Bodleiana en Oxford. Quizá la mayor virtud de la reina Margarita era su amor hacia los pobres. Con frecuencia salía a visitar a los enfermos y los cuidaba y limpiaba con sus propias manos. Hizo que se construyeran posadas para los peregrinos y rescató a innumerables cautivos, sobre todo a los de nacionalidad inglesa. Siempre que aparecía en público, lo hacía rodeada por mendigos y ninguno de ellos quedaba sin una generosa recompensa. Nunca llegó a sentarse a la mesa, sin haber dado de comer antes a nueve niños huérfanos y a veinticuatro adultos. Muchas veces, especialmente durante el Adviento y la Cuaresma, el rey y la reina invitaban a comer en palacio a trescientos pobres y ellos mismos los atendían, a veces de rodillas, y con platos y cubiertos semejantes a los que usaban en su propia mesa.

En 1093, el rey Guillermo Rufus tomó por sorpresa el castillo de Alnwick y pasó por la espada a toda la guarnición. En el curso de la contienda que siguió a aquel suceso, el rey Malcolm fue muerto a traición y su hijo Eduardo pereció asesinado. Por aquel entonces, la reina Margarita yacía en su lecho de muerte. Al enterarse del asesinato de su marido, quedó embargada por una profunda tristeza y, entre lágrimas, dijo a los que estaban con ella: «Tal vez en este día haya caído sobre Escocia la mayor desgracia en mucho tiempo». Cuando su hijo Edgardo regresó del campo de batalla de Alnwick, ella, en su desvarío, le preguntó cómo estaban su padre y su hermano. Temeroso de que las malas noticias pudiesen afectarle, Edgardo repuso que se hallaban bien. Entonces, la reina exclamó con voz fuerte: «¡Ya sé lo que ha pasado!». Después alzó las manos hacia el cielo y murmuró: «Te doy gracias, Dios Todopoderoso, porque al mandarme tan grandes aflicciones en la última hora de mi vida, Tú me purificas de mis culpas. Así lo espero de Tu misericordia». Poco después, repitió una y otra vez estas palabras: «¡0h, Señor mío Jesucristo, que por tu muerte diste vida al mundo, líbrame de todo mal!». El 16 de noviembre de 1093, cuatro días después de muerto su marido, Margarita pasó a mejor vida, a los cuarenta y siete años de edad. Fue sepultada en la iglesia de la abadía de Dunfermline, que ella y su marido habían fundado. Santa Margarita fue canonizada en 1250 y se la nombró patrona de Escocia en 1673.

Las bellas memorias de santa Margarita, que probablemente debemos a Turgot, prior de Durham y posteriormente obispo de Saint Andrews, quien conoció bien a la reina, puesto que, durante toda su vida oyó sus confesiones, nos hacen una inspirada descripción de la influencia que ejerció sobre la ruda corte escocesa. Al hablarnos sobre su constante preocupación por tener bien provistas a las iglesias con manteles y ornamentos para los altares y vestiduras para los sacerdotes, dice:

Aquellas labores se confiaban a ciertas mujeres de noble linaje y comprobada virtud, que fueran dignas de tomar parte en los servicios de la reina. A ningún hombre se le permitía el acceso al lugar donde cosían las mujeres, a menos que la propia reina llevase un acompañante en sus ocasionales visitas. Entre las damas no había envidias ni rivalidades, y ninguna se permitía familiaridades o ligerezas con los hombres; todo esto, porque la reina unía a la dulzura de su carácter un estricto sentido del deber y, aun dentro de su severidad, era tan gentil, que todos cuanto la rodeaban, hombres o mujeres, llegaban instintivamente a amarla, al tiempo que la temían, y por temerla, la amaban. Así sucedía que, cuando ella estaba presente, nadie se atrevía a levantar la voz para pronunciar una palabra dura y mucho menos a hacer algún acto desagradable. Hasta en su mismo contento había cierta gravedad, y su cólera era majestuosa. Ante ella, el contento no se expresaba jamás en carcajadas, ni el disgusto llegaba a convertirse en furia. Algunas veces señalaba las faltas de los demás -siempre las suyas-, con esa aceptable severidad atemperada por la justicia que el Salmista nos recomienda usar siempre, al decirnos: «Encolerízate, pero no llegues a pecar». Todas las acciones de su vida estaban reglamentadas por el equilibrio de la más gentil de las discreciones, cualidad ésta que ponía un sello distintivo sobre cada una de sus virtudes. Al hablar, su conversación estaba sazonada con la sal de su sabiduría; al callar, su silencio estaba lleno de buenos pensamientos. Su porte y su aspecto exterior correspondían de manera tan cabal a la firme serenidad de su carácter, que bastaba verla para sentir que estaba hecha para llevar una vida de virtud. En resumen, puedo decir que cada palabra que pronunciaba, cada acción que realizaba, parecía demostrar que la reina meditaba en las cosas del cielo.

 Acta Sanctorum, junio, vol. V, debe consultarse, lo mismo que una excelente traducción del mismo al inglés, hecha por Fr. W. Forbes-Leith (1884). El resto del material nos lo proporcionan cronistas como Guillermo de Malmesbury y Simeón de Durham: la mayoría de estas crónicas han sido resumidas con provecho por Freeman, en Norman Conquest. Se encontrará un interesante relato sobre la historia de sus reliquias, en Dictionary of National Biography, vol. XXXVI. Hay modernas biografías de Santa Margarita, como la de S. Cowan (1911) , L. Menzies (1925), J. R. Barnett (1926) y otras.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI





oración:

Señor Dios nuestro, que hiciste de santa Margarita de Escocia un modelo admirable de caridad para con los pobres, concédenos, por su intercesión, que, siguiendo su ejemplo, seamos nosotros fiel reflejo de tu bondad entre los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén



Santa Inés de Asís

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Santa Inés de Asís, virgen
En Asís, población de Umbría, en el convento de san Damián, santa Inés, virgen, que en la flor de la juventud, siguiendo a su hermana santa Clara, se abrazó de todo corazón a la pobreza, bajo la dirección de san Francisco.
Cuando santa Clara abandonó la casa paterna para hacerse monja bajo la dirección de su hermano san Francisco, su hermana Inés, que tenía entonces quince años, fue a reunirse con ella en el convento de las benedictinas de Sant'Angelo di Panzo, donde Clara estuvo algún tiempo. En la «Crónica de los Veinticuatro Generales» hay un relato muy detallado sobre la forma brutal con que los parientes de santa Inés trataron de hacerla volver atrás, así como de los milagros que sostuvieron a la santa y obligaron a sus parientes a dejarla en paz. Sin embargo, la bula de canonización de santa Clara, escrita por Alejandro IV, no dice una palabra sobre ello.

San Francisco concedió el hábito a Inés y la envió con su hermana a San Damián. Ocho años más tarde, cuando san Francisco fundó el convento de Monticello, en Florencia. Inés fue elegida abadesa. Según se dice, supervisó desde allí las fundaciones de Mántua, Venecia, Padua y otras más. Bajo la sabia dirección de santa Inés, el convento de Monticello llegó a ser casi tan famoso como el de San Damián. La santa apoyó ardientemente a su hermana en su larga lucha para obtener el privilegio de la pobreza absoluta. En agosto de 1253, santa Inés fue a acompañar a santa Clara en sus últimos momentos y se dice que ésta predijo entonces que su hermana la seguiría en breve. Lo cierto es que Santa Inés murió el 16 de noviembre del mismo año y fue sepultada en San Damián.

En 1260, sus reliquias fueron trasladadas junto con las de su hermana a la nueva iglesia de Santa Clara de Asís. Dios glorificó el sepulcro de Inés con repetidos milagros. Benedicto XIV concedió a los franciscanos el privilegio de celebrar su fiesta. Se conserva todavía una conmovedora carta que santa Inés escribió a santa Clara en 1219, poco después de haberse trasladado de San Damián a Monticello.

Acerca del artículo de la Chronica XXIV Generalium, cf. Analecta Franciscana, vol. III (1897), pp. 173-182. También se habla varias veces de Santa Inés en los primeros volúmenes de los Annales Ordinis Minorum de Wadding. Naturalmente se habla de la santa en todas las vidas de su hermana, como, por ejemplo, en la de Locatelli. Véase León, Auréole Séraphique (trad. ingl), vol. IV, pp. 66-70. En el Directorio Franciscano puede consultarse fragmentos del escrito de Clara Augusta Lainati, O.S.C., «Santa Clara de Asís. Apuntes biográficos de Santa Inés de Asís», y otros escritos sobre la santa, donde se citan, y reproducen en algunos casos, los escasos materiales biográficos disponibles.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI



Santa  Gertrudis

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Santa Gertrudis
La abadía de Belfa, en Sajona, en la que Gertrudis fue consagrada por sus padres al Señor a los cinco años (1261) y donde vivió hasta su muerte (hacia el 1302), gozaba de un ambiente en el que se cultivaban las letras y las artes.   La joven Gertrudis se deleitó con el estudio de las lenguas y literatura latinas, así como con el canto y la pintura. Mas todo eso apenas si hacía entrever a la futura mística.
Acababa de cumplir veinticinco años cuando, en una visión, el Señor «la tomó, la levantó y la puso junto a sí»   Fue una auténtica conversión. Comenzó entonces para la monja una vida plena de humildad, de paciencia ante la enfermedad y de cuidado por los demás.
Gertrudis no renunció nunca a pesar de eso al trabajo intelectual, mas, como ha hecho ver su biógrafo, pasó «de la gramática a la teología»   Se dedicó a la meditación de la Escritura y de los textos litúrgicos y frecuentó la lectura de los Padres, en especial la de San Agustín y San Bernardo. Gertrudis ha dejado en sus Revelaciones y en sus Ejercicios Espirituales un testimonio sobre su propia vida de intimidad para con Dios, ligada por entero a la contemplación del Amor hecho carne, cuyo símbolo maravilloso cree ver en el costado abierto de Cristo en Cruz.
En una de sus oraciones dice Gertrudis al Señor: «Deseo amarte no sólo con ternura sino también con sabiduría». Se echa de ver en tales palabras a la hija de Agustín y Bernardo.





Oremos


Señor Dios, que hiciste del corazón de Santa Gertrudis una morada agradable a ti, te pedimos, por su intercesión, que ilumines las tinieblas de nuestra mente, para que experimentemos en nuestro interior el gozo de tu presencia y la acción de tu gracia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.



San Agustín de Capua

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  Santos Agustín y Felicidad, mártires

En Capua, de la Campania, santos Agustín y Felicidad, mártires, que, según la tradición, padecieron en tiempo del imperio de Decio.

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