lunes, 20 de junio de 2016

CURSO “EL HOMBRE NUEVO” (MIRAR A LO ALTO, SE HACE SIEMPRE ESPERANZADO Y “DESDE ABAJO” (HN-24))

MIRAR  A  LO  ALTO,  SE  HACE  SIEMPRE ESPERANZADO Y “DESDE  ABAJO”  (HN-24)

            Continuamos con la kénosis; para seguir reflexionando sobre la grandeza del Dios doliente que, encarnado y “abajado” en “los agujeros profundos de la miseria humana”, es la base de nuestra esperanza. Para ello vamos a citar textos de Ernst Bloch, en su libro "El Principio Esperanza", donde nos dice que la esperanza es el principio de todo. Bloch, comunista convencido que no pertenecía a ningún partido, nos dice en este libro que todo lo que pertenece a la historia humana, todo lo que es invención humana –como la rueda, el vino...– o cualquier forma de cultura, todo eso tiene un principio elemental y fundamental: la esperanza. Nos dice que los hombres avanzan –y hasta se inmolan para avanzar– gracias a la esperanza que les impulsa desde dentro. Que la esperanza es el móvil de toda acción humana, y que si tú no esperases... no harías acción alguna; e incluso, que si no tuvieras alguna esperanza querrías morirte. Evidentemente cuando a un hombre se le mata la esperanza, se le encierra o ata para siempre; y este hombre lo que quiere entonces es morirse pronto o matarse. Y es en el libro citado, donde Bloch  –judío, pero no creyente según dice él equivocadamente– escribió y subrayó: “Se reza a un niño recién nacido en un establo, y...” ¿Lo van reconociendo? O sea, nos está diciendo –y nos lo dice un judío comunista e incrédulo– que no se puede rezar a un Dios más cercano y abajado que cuando rezamos a... Sigamos, para ver por dónde capta él este sentido. Al principio se le nota el comunismo, pero es ese mismo comunismo el que le hace decir mucho más de lo que pretendía decir; y además se le nota que es alemán. Su frase completa es: “Se reza a un niño recién nacido en un establo, y no cabe una mirada a las alturas hecha más de cerca”.  Si tú quieres mirar a las alturas, no cabe una mirada hacia ellas más cercana que orando a un niño en un establo ¡Qué bien dicho y qué maravilla! Si yo me montara en un avión y viajara cuatro millones de años hacia arriba seguiría mirando desde lejos las alturas, ¿verdad? En cambio, nunca hay una mirada a las alturas hecha desde tan cerca de ellas como cuando le rezas a un niño en un establo. Bien entendido que aquí hay dos kénosis, dos abajamientos: ser un niño recién nacido y estar este en un establo; pues un niño al que se ora, podría haber estado en una cuna de oro y bien cuidado en un palacio real. Ser bebé y permanecer en un establo, son dos desnudeces tremendas. No cabe mirada a las alturas (a Dios) hecha más de cerca, que la que hacemos “desde abajo”; que la que hacemos en nuestra casa natural de hombres mortales; porque en cada casa humana está Dios derramándose

Queda claro que desde un palacio no miras a Dios tan de cerca como desde un establo. Queda claro que, desde una teología olímpica y gloriosa no ves a Dios tan de cerca como desde un balbuceo. ¿Se acuerdan de San Juan de la Cruz en:… un no sé qué, que te deja balbuciendo? Esta es la forma de mirar a Dios de cerca: desde la pequeñez balbuceante del asombro, desde el niño pequeñón, “desde abajo”.

Bloch, que tiene páginas horribles, en lo que estamos analizando no solo es magistral sino también profeta. Fíjense lo que dice ahora: ...“no cabe una mirada a Dios más de cerca, más desde abajo, más desde casa; y por eso es verdadero lo del pesebre”.  O sea que, lo del pesebre es verdadero porque uno no se puede inventar un origen tan humilde para un fundador de algo tan importante.

Esto es lo mismo que ya conocemos de San Lucas –un convertido griego que no conoció a Jesús–, pues cuando escribió el Evangelio se dio cuenta de la gloria que envolvía a Cristo en las primeras comunidades: como Cristo resucitado, como Pantocrátor, como Señor Jesús que decían ellos. Por eso, Lucas se diría a sí mismo: toda esta gloria debió empezar como un terremoto colosal, y por tanto iré por la infancia de Jesús a ver qué descubro. Pero con hondo pesar sólo descubrió un pesebre y un niño, y no lo ocultó. Bien le hubiera gustado poder decirles a los griegos que Jesús había nacido en un terremoto, pero  tuvo que decir la verdad; y Bloch, que lo sabe, nos dice que lo del pesebre es verdadero. O sea, el pesebre es real, el origen de Jesús es una kénosis y al final Cristo nos salvó. Porque el final de Jesús también es otra monumental kénosis (como fracaso de su mensaje y de su vida en la Cruz), pero justo ahí nos salvó.


Continuando con la argumentación de Bloch, por la que entiende como cierta la presentación de Jesús rodeado de marginados y pecadores, dice: “Las sagas –leyendas– no pintan cuadros de miseria y menos aún los mantienen durante toda una vida (el pesebre, el hijo de un carpintero, el visionario que se mueve entre gente baja y, al final, el patíbulo). Todo esto está ciertamente hecho de material histórico inconfundible, y no con material dorado tan querido por las leyendas”. Bloch ha intuido la grandeza de Dios en el agujero de lo humilde, en la pequeñez y el vaciamiento. Éste es el camino: a Dios se llega por la experiencia, y no por la elucubración que solo ayuda. Experiencia que, si es como toca, producirá constantemente despojos propios; según vayamos desnudándonos de ataduras y haciéndonos pequeñones.

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