San Paris de Treviso


San Paris, monje y presbítero
En Treviso, en el territorio de Venecia, san Paris, presbítero de la Orden de los Camaldulenses, que fue director espiritual de religiosas durante setenta y siete años, y falleció a la edad de ciento ocho.
Tanto Bolonia como Treviso reclaman el honor de haber sido la cuna de san Paris. Las investigaciones de los bolandistas han venido a demostrar, con certeza casi absoluta, que fue natural de Treviso, donde pasó toda su larga existencia. Desde su infancia, Paris demostró una vocación tan evidente hacia la vida religiosa que, a la edad de doce años, se le permitió recibir el hábito de los camaldulenses. A pesar de su juventud, desde un principio entró de lleno en la existencia del claustro y muy pronto se convirtió en un modelo de fervor y obediencia a la regla. En 1190 fue ordenado sacerdote, a la edad de treinta años, e inmediatamente después se le nombró director espiritual de las monjas de Santa Cristina; se dice que ejerció ese puesto, con abundantes y magníficos frutos para la comunidad, durante setenta y siete años. Parece que la existencia del santo no tuvo acontecimientos fuera de lo común y probablemente se le habría olvidado, a no ser por sus profecías y los milagros que ocurrieron durante su vida y después de su muerte. Se cree que vivió hasta la edad de ciento ocho años. Su cadáver fue sepultado en la iglesia del convento al que había servido durante tanto tiempo, y las gentes comenzaron a rendirle culto desde su muerte; su sucesor, Alberto, obispo de Treviso, extendió su devoción.
Los bolandistas, que escribían en el año de 1698, se quejaban de que no podían obtener informaciones satisfactorias respecto al santo, entre las autoridades camaldulenses, ni tampoco sobre el supuesto proceso que se elaboró para su canonización. Los investigadores tuvieron que referirse al mediocre relato de A. Florentinus, impreso en la Historiae Camaldulenses (1575). No proporciona muchos detalles más G. B. Mittarelli en su Memorie della Vita di San Parisio (1748).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Beato Bardón de Maguncia | |
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Beato Bardón de Maguncia, abad y obispo
En Maguncia, lugar de Franconia, beato Bardón, obispo, el cual, siendo abad del monasterio de Heresfeld, fue elevado al orden episcopal y trabajó con suma solicitud pastoral para bien de su iglesia.
Bardo nació alrededor del año 982 en la ciudad de Oppershofen, en la comarca de Welterau, sobre la ribera derecha del Rin. Sus padres, que estaban emparentados con la emperatriz Gisela, le enviaron a la abadía de Fulda para que se educara; ahí mismo tomó el hábito. Posteriormente, sus antiguos compañeros de estudio recordaban que a menudo le encontraban absorbido por la lectura de los escritos de san Gregorio relacionados con los deberes de los pastores (Regula Pastoralis) y, en esas ocasiones, solía indicar a sus sorprendidos amigos: «Pues ya lo veis; es posible que algún día se le ocurra a uno de tantos reyes tontos hacerme obispo, si no encuentran a otro mejor para desempeñar el puesto: por lo tanto, procuro aprender cómo ser obispo, por si llega el caso». Alrededor del año 1029, el emperador Conrado II le nombró abad de Kaiserswerth y, poco después, superior en Horsfeld. Pero aún se le reservaban puestos más altos. En 1031, después de la muerte de Aribo, fue elegido para ocupar la importante sede metropolitana de Mainz (Maguncia). En su alto cargo conservó la sencillez y la austeridad del monje, sin dejar por ello de distribuir espléndidas limosnas y ofrecer magnífica hospitalidad, como correspondía a un obispo. Todas las clases sociales le tenían en grande estima, pero le amaban sobre todo los pobres que entraban a la residencia episcopal como a su casa y a quienes Bardo protegió y defendió siempre contra sus opresores.
El arzobispo desempeñó un papel sobresaliente en dos sínodos realizados en Mainz y que presidió el papa León IX, para refrenar la simonía e imponer el celibato eclesiástico. En una de aquellas visitas, el Papa convenció a Bardo para que redujese sus mortificaciones y austeridades, puesto que afectaban su salud y amenazaban con acortarle la vida. Si bien siempre fue extraordinariamente severo para consigo mismo, mostraba una misericordia inagotable hacia los demás; nunca expresó una palabra de reconvención o resentimiento contra los que le insultaron o le hicieron daño deliberadamente. Cierta vez, en su propia mesa, hablaba contra el vicio de la intemperancia, cuando advirtió a un jovenzuelo que se mofaba de él e imitaba sus gestos y ademanes. Calló el arzobispo y se quedó mirando fijamente al majadero durante unos instantes; luego, en vez de pronunciar la amonestación indignada que todos los comensales esperaban, tomó uno de sus platos más finos y hermosos, puso en él algunos alimentos y lo extendió al jovenzuelo al tiempo que le instaba a comer y a quedarse con el precioso recipiente. Un hombre de tan buen corazón como Bardo no podía dejar de ser compasivo con los animales. Tenía una colección de aves raras; a muchos de sus pajarillos los domesticó, y era de verse cómo todos acudían a comer en su mano. Murió el 10 de junio de 1053 y su desaparición fue lamentada por todos los habitantes de la comarca, lo mismo cristianos que herejes y judíos.
Fulkold, capellán del sucesor de Bardo en la sede de Mainz. Pertz la editó en MGH., Scriptores, vol. XI, pp. 317-321. Véase a H. Bresslau, en Jahrbücher des Deutschen Reichs linter Konrad II (1879), pp. 473-479.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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