jueves, 10 de noviembre de 2016

Decir al mundo: “Tú no morirás” (mi reflexión sobre el sentido del Año de la Misericordia) 10112016




Decir al mundo: “Tú no morirás”
(mi reflexión sobre el sentido del Año de la Misericordia)


Todo pasa y todo se queda, todo es una antinomia como este día otoñal cuya aparente quietud esconde un movimiento lleno de sentido. “Todo pasa”, “todo se repite”, “nada volverá” y “todo se queda” son unas afirmaciones muy ciertas, en cada de ellas se esconde su parte de la verdad. Ya estamos acercándonos a la fiesta del Cristo Rey, al fin de este año litúrgico proclamado por el Papa Francisco como el Año de la Misericordia. Y ya podemos ver a este año como algo entero, como un conjunto de la bondad realizada y también como todas las obras de amor y misericordia siempre estarán por cumplir.

En la bula “Misericordiae Vultus” el Papa nos propuso un reto de cambiar al mundo a la medida de nuestras fuerzas, “revestirse en el Cristo”. Este año era muy difícil en muchos sentidos: casi de declive político, económico y social. Pero nadie espera a los tiempos mejores para una apertura en la misericordia divina. El mundo necesita a nuestro servicio como un peregrinaje activo a través de las tragedias, dolores y desgracias. Nadie debe engañarse que vive en un mundo justo y bondadoso que se sostiene por sí mismo. Al contrario, es un mundo fraccionado y enfrentado que necesita una nueva conversión que había sido la idea principal del Concilio Vaticano II y de los últimos papados.

Dios dio vida a toda la creación dentro del Cristo y la salvó a través del Cristo. Ahora, después de la efusión del Espíritu Santo en la Resurrección, todos somos los hijos ungidos del Señor en el sentido adoptivo y por eso somos responsables por el mundo. De nosotros depende llevar la creación hacia su salvación, siguiendo el camino de Jesús, o rechazar a esta opción en una desobediencia egoísta como Adán. En la drama “Le mort de demain” de Gabriel Marcel un personaje pronuncia las palabras que dieron nombre a esta reflexión: “Amar a un ser es decir: tú no morirás”. Y amar al mundo y al próximo es negar la propia posibilidad de la muerte definitiva. El mundo no tiene ningún final absoluto, porque nada creado en el Cristo puede desaparecer. La propia escatología no es un aniquilamiento, sino la llegada de la plenitud criatural. Ninguna muerte no es la realidad absoluta, ella no puede destruir una existencia basada en el amor y en la misericordia divina, en la encarnación del Logos, de la Palabra. “Cielo y Tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”.






¿Qué es el amor? Es la apertura absoluta al Ser, una comprensión del sentido esencial de la otra persona. Por eso quizá ruso filosofo Vladimir Bibijin dijo que las personas que aman no ven con la claridad a los defectos de su ser querido, porque solo ven lo esencial, “su Ser”, entre la gente que ama no existe el espacio, “este espacio entre ellos está quemado por el amor”. Toda la muerte implica al tiempo, a la historia, a una mente racional y a una realidad práctica. Pero todo esto ya es casi el comienzo del olvido como escribía J. L. Borges en su poema “En memoria de Angélica”:

Un breve mármol cuida su memoria;

sobre nosotros crece, atroz, la historia.

Por eso el amor que niega a la muerte por su misma naturaleza quiere ser “para siempre” y simplemente escape todo el sentido común y de todos “los logros” de la psicología.

Amor no es una búsqueda de la satisfacción o de placer, no es algo que nos permite reforzar a nuestro orgullo. Es nuestra entrega al mundo y al próximo y para que esta entrega sea sincera y verdadera debemos “rebajar” a nuestro propio precio. En la bula papal aparece el tema del hijo prodigo y quizá cada uno de nosotros debe empezar este camino de la misericordia adoptando a una actitud de penitencia y arrepentimiento. Dios nos da todo, pero solo lo tenemos por su amor, no por nuestros derechos, ni merecimientos. Y el precio de nuestra Salvación y Gracia es tan alto que el mismo recuerdo sobre ello ya nos hace sentir más pequeños que todos los pobres y necesitados en el mundo.
En la bula papal aparecen los lugares, adonde los cristianos debemos llevar nuestro amor y nuestra misericordia, son los lugares de tristeza: cárceles, grupos criminales, instituciones corruptas. Y muchas veces el fracaso de nuestra evangelización consiste en la ausencia del amor verdadero. No debemos ir en ningún sitio como unos sabios portadores de la verdad, sino llevando a nuestro propio arrepentimiento en el interior. A veces llegamos a la gente con una falsedad didáctica y después descubrimos como lo dijo un misionario que “santa es esta tierra y justo es este pueblo”. O como lo dijo un sacerdote ortodoxo sobre un siberiano pagano: “Con su bondad ya está enganchado a la capa del Cristo”. Así habían sido las actitudes de Monseñor Romero o de la mencionada por el Papa Santa Faustina Kovalska que rezaba por un hombre para que no cometa el pecado diciendo: “¡Dame, Señor, todos los tormentos del infierno, pero que no peque esta persona!”. Los santos muy poco valoraban a su propia vida, quizá sabiendo que esta nunca les puede ser quitada. Muchas veces vemos a los santos como a algún ejemplo excepcional. Pero esto no siempre había sido así, San Isidoro de Sevilla les denominaba como unas metas en el camino en el pos del Cristo. El Papa empieza y acaba su bula con la Revelación de Jesucristo, porque desde que el Hijo de Dios se ha hecho el hombre verdadero él también se convirtió en la cumbre de nuestro desarrollo antropológico. Todos debemos ser uno “imitatio Christi”.

Sin embargo, el amor como una afirmación del ser de la persona no nos libra de la labor de discernimiento. Debemos saber discernir a las intenciones verdaderas, a las causas profundas de las situaciones difíciles, nunca excluyendo a sí mismos de la culpa, puesto que no somos unos observadores, sino siervos como todos. Durante todo el año el Papa subrayaba la importancia de la justicia, de la igualdad, del respeto hacia la dignidad de todos. Justicia siempre debe estar acompañada por la misericordia, pero sin ella no se sujeta el mundo. Una actitud misericordiosa no debe ser confundida con una bondad infantil y falsa, inerte e inmadura, puesto que ahora en todos los círculos existe su modo de hacer “la gracia barata” (Diertrich Bonohoeffer). Misericordia verdadera es una afirmación del ser, pero en el mismo tiempo es una mirada objetiva y sobria que permite dar consejo, comprender, corregir. La evangelización del mundo no es una tarea fácil y no será acogida por todos con alegría.

Tampoco tenemos derecho a culpar en algo a los que rechazan nuestros intentos. Por algo será. Un beato dijo cuando le llevaban en un camión para fusilar en la Guerra Civil: “Algo hemos hecho mal, si nos odian tanto”. Un santo o un beato nunca tienen razón en la historia, sino siempre se cargan con todo el peso de sus cadenas. Cuando escuchamos las frases como:
“Más fácil convertir a los lejanos que a los próximos”, también debemos pensar que quizá esto pasa porque los cercanos nos conocen mejor y nuestra propia vida no les parece ningún ejemplo para seguir. Solo a través de una bondad y de un amor verdadero se puede cambiar algo. Los trucos mágicos no existen. Y debemos aceptar el hecho que hasta la canonización después de la muerte nadie es ni un santo, ni un apóstol, sino todos somos “los pequeños de este mundo”. Muchas veces la gente que está en las situaciones de una desgracia extrema posee más sabiduría que nosotros y ve a nuestro corazón mejor que nadie. Esperar de una persona que pasó por la tragedia una rápida acogida solo puede un idealista. “Solo él que comía con nosotros la bazofia del mismo plato es el nuestro”, - escribía a Alexander Solzhenitsin una vieja presa de GULAG. “Ante el peligro de la muerte 98% de las personas hacen todo lo que sea para salvar a su pellejo”, - constataba Varlaam Shalamov en sus “Cuadernos de Kolima”. Para él estaríamos siempre entre estos 98%, hay que tenerlo en cuenta. Él que ya estaba en la situación de Job está por encima de nosotros en muchos sentidos y quien aquí es un verdaderamente elegido siempre se quedará como una cuestión sin respuesta.

Aparte que el enfrentamiento con la injusticia o ayuda a un necesitado no es ninguna acción gloriosa y excepcional que debemos demostrar farisaicamente en la esquena de cada iglesia, sino simplemente una postura normal y adecuada para un cristiano. Nada más. Hay que tener más modestia y menos ostentación para no espantar a la gente con nuestra actitud ético – moralista. Y en ningún momento debemos pensar que somos más sabios porque “salimos al mundo”. No nos llamaba nadie. La misericordia y el amor son nuestras necesidades. Para nada sirve nuestra fe y todos los ayunos y misas, si no rompemos a las cadenas de un preso, como lo decía el profeta Isaías. Papa Francisco nos llama a medir a nosotros mismos con la medida de la Cruz. Pero todos con esta medida vamos a ser corruptos y pecadores. En la luz del sufrimiento del Cristo más se ve la propia oscuridad. Por eso todo el camino empieza con la propia penitencia y con el trabajo inalcanzable que es simplemente nuestro deber. La Gracia llega como un regalo y Don, inmerecido e inesperado.

Todos nosotros somos unos peregrinos, hijos pródigos y esclavos despiadados y desde este escalón debemos subir al Padre y a la Trinidad, siguiendo al Cristo. Nadie entra solo en el Reino, sino llevando a un herido como el buen samaritano. Amor al próximo no es nuestro deber, sino la propia naturaleza redimida de nuestra Iglesia, una necesidad vital que revela a la presencia del Señor en nuestra vida: “En el Dios trinitario la Infinitud coincide con el amor (la Esencia única común)”; “Dios es en sí mismo un Ser dinámico, vivo, eternamente amante y, en cuanto tal, inductor de amor y sentido de la creación, en quien el Ser coincide con el Amor” (Santiago Arzubialde “Humanidad de Cristo, lógica del amor y Trinidad”). En amor y misericordia la Iglesia revela a su esencia, a su núcleo pascual. Nosotros damos la respuesta a Dios a través de nuestras obras. Karl Rahner definía al hombre como una pregunta acerca de Dios a través de la cual el Dios da la respuesta a sí mismo. Esta respuesta radical es Jesucristo en su encarnación y para entrar en el dialogo con el Padre debemos ir en pos de su Hijo (la idea es de Á. Cordovilla Pérez “Gramática de la encarnación”).

Dios de Nuevo Testamento es un continuo diálogo y una continua relación, su Unidad es la Trinidad en el amor. La propia “ousia” de cada de las personas divinas es su relación hacia las otras (aquí las ideas del P. Arzubialde están mezcladas con las conclusiones de L. F. Ladaria
“El Dios vivo y verdadero”). Por eso nadie no se salva a través de sí mismo. Nosotros debemos al próximo toda nuestra salvación, el ser que nos permite amar es nuestro desierto y nuestra Tierra Prometida. Nosotros necesitamos a nuestros hermanos como un mendigo a su limosna. Él que acoja a nuestra misericordia y amor nos regala el Reino. No somos los bienhechores, sino los eternos deudores de los que aceptaron a nuestra ayuda. Amor es fácil, natural y necesario, es un modo de la vida:
Será como esa dulce sencillez de las cosas

que anima la espontánea sucesión de los días.

Será cual los rosales se iluminan de rosas

y las tardes se mueren en guedejas sombrías.

Será sencillamente; sin palabras vacías

ni artificios inútiles; como mana la fuente.

Señor, ¡es tan hermoso amar sencillamente!

Como vuelan los pájaros, como pasan los días…

(Leopoldo de Luis, “Será sencillamente”)

Todos vamos a ser juzgados en justicia y misericordia, cuando otra vez se revestirán con la carne los huesos y eterno se tornará este mundo creado en el Cristo. El Papa Francisco nos llamaba abrir el corazón a la misericordia este año, pero el Año de la Misericordia no se acabará nunca. Porque el Cristo es un Rey eterno y cada día es la Fiesta de su Reinado.


Fotos: Pozerkis, MacCulin, Bortwick

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