Beata Margarita Colonna, virgen
fecha: 30 de diciembre
n.: 1255 - †: 1284 - país: Italia
canonización: Conf. Culto: Pío IX 17 sept 1847
hagiografía: Frate Francesco
n.: 1255 - †: 1284 - país: Italia
canonización: Conf. Culto: Pío IX 17 sept 1847
hagiografía: Frate Francesco
Elogio: En Palestrina, del Lacio, beata Margarita Colonna, virgen, que a las
riquezas y placeres del siglo prefirió la pobreza por Cristo, a quien sirvió
profesando la Regla de santa Clara.
Oración: Oh Dios, que has hecho admirable en
el desprecio de los bienes terrenos a la Beata virgen Margarita, ardiente de
amor por ti: concédenos, por su intercesión, permanecer siempre unidos
solamente a ti mientras cargamos con nuestra cruz.
Derrama sobre nosotros, Señor, el espíritu de santidad que concediste a la Beata Margarita Colonna, para que podamos conocer el amor de Cristo, que supera todo conocimiento, y gozar de la plenitud de la vida divina. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
Derrama sobre nosotros, Señor, el espíritu de santidad que concediste a la Beata Margarita Colonna, para que podamos conocer el amor de Cristo, que supera todo conocimiento, y gozar de la plenitud de la vida divina. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
Margarita nació en 1255, en Palestrina,
hija de Odón, de los Príncipes Colonna, y de Mabilia o Magdalena Orsini, que
tenían otros dos hijos: Juan y Giacomo (Santiago). Corría en ella, por tanto,
la sangre de dos de las más poderosas familias romanas, protagonistas de
excepción de la historia de la ciudad de Roma, con fases de paz y fases de
enconados enfrentamientos. Palestrina era la plaza fuerte de la familia. Las
grandes familias romanas estaban estrechamente unidas al papado y a la curia.
Los años en los que vivió Margarita fueron
tumultuosos y complicados para la Iglesia. La sede papal quedó vacante durante
20 años, el periodo más largo de su historia. Los pontificados que salían del
cónclave eran demasiado breves, y eso perjudicaba su autoridad y prestigio, tan
necesarios para mantener el equilibrio entre las pretensiones de Francia y del
Imperio germano sobre el territorio italiano.
Desde la más tierna infancia había sido
educada en las virtudes cristianas por su madre, que había conocido a san
Francisco en la casa de su hermano Mateo. Pero ella y sus hermanos quedaron
pronto huérfanos, primero de padre, y luego de madre. Quedó bajo la tutela de
su hermano Juan, dos veces senador de Roma, quien le preparó un matrimonio
prestigioso y conveniente para las alianzas nobiliarias, mas ella sólo deseaba
ser esposa virginal de Jesucristo.
El 6 de marzo de 1273, apoyada por su otro
hermano, el cardenal Giacomo Colonna, se retiró con otras dos jóvenes piadosas
en la iglesia de Santa María de la Costa, en el Monte Prenestino, hoy llamado
Castel San Pietro, donde fundaron una comunidad religiosa, sin aprobación
canónica. Vistió el sayo de las damianitas, bajo el cual llevaba un cilicio
ceñido a sus carnes. Entre ayunos y penitencias pedía al Señor le concediese su
mayor deseo: ser clarisa. Así vivió unos años, siendo un escándalo para su
familia.
Hacía sólo 20 años que había muerto santa
Clara, y su ideal de vida y el de Francisco atraía a multitud de personas de
toda condición social. A petición de Margarita, el ministro general de los
frailes menores fray Jerónimo Masci, futuro papa Nicolás IV, le permitió entrar
en el monasterio de santa Clara de Asís, pero los planes del Señor eran otros,
y una enfermedad se lo impidió. Pensó entonces en retirarse con sus compañeras
en el convento de la Méntola sobre el monte Guadagnolo, entre Palestrina y
Tívoli, donde se veneraba una imagen de la Virgen a la que le tenía mucha
devoción, pero era un feudo del conde de Poli, que no veía con buenos ojos a
una Colonna en su territorio. Fue por eso que, al poco tiempo, se trasladó a
Roma, y pasó largo tiempo como huésped de una noble muy piadosa y generosa,
llamada Altrudis, apodada “de los pobres” por aquellos a quienes ella había
dado sus bienes. Hasta que, en 1278, con ayuda de su hermano cardenal, regresó
al monte Prenestrino, junto a su ciudad natal, para fundar un monasterio donde
se viviera pobremente y se alabara al Señor día y noche.
Ella misma se ocupó de la formación de sus
compañeras; pero su caridad se extendía más allá, hasta los enfermos y pobres
de la comarca. Cada año, para la fiesta de San Juan Bautista, del que era muy
devota, organizaba para ellos una comida. Cuenta la tradición que, en cierta
ocasión, se presentaron Jesús y el Bautista a su mesa, pero desaparecieron
cuando los reconoció Margarita. Toda su rica dote fue a parar a manos de los
pobres y enfermos. Una vez agotado su patrimonio personal, no permitió que sus
hermanos le ayudasen, sino que prefirió vivir como franciscana, y no le importó
recurrir a la “Mesa del Señor”, pidiendo limosna de puerta en puerta, para
continuar su obra en favor de los pobres.
Practicó de manera heroica todas las
virtudes, edificando al pueblo con la oración asidua y el ejemplo de una
caridad heroica. Con ocasión de una epidemia, Margarita se hizo “toda para
todos” asistiendo maternalmente a los hermanos enfermos y corrió también en
ayuda de los franciscanos de Zagarolo. Otra vez acogió en casa a un leproso de
Poli, comiendo y bebiendo en el mismo plato y, en un ímpetu de amor, besó
aquellas repugnantes llagas. Sería demasiado prolijo recordar todas las
manifestaciones de la intensa vida mística de Margarita: la observancia
escrupulosa de la regla de Santa Clara, el amor a la pobreza, la continua unión
con Dios, los éxtasis, las efusiones de lágrimas, las frecuentes visiones
celestiales, el matrimonio místico con el Señor, quien se le apareció
colocándole un anillo en el dedo y una corona de lirios sobre la cabeza y le
imprimió la llaga del corazón.
Durante siete años sobrellevó
pacientemente una herida ulcerosa en el costado, como si llevara una llaga de
la pasión de Jesucristo. Aún no había cumplido los 30 años cuando murió al alba
del 30 de diciembre de 1284, a causa de la úlcera y de unas fiebres altísimas.
Su muerte fue en todo digna de una perfecta hija de San Francisco, el cual por
amor de dama pobreza quiso morir desnudo sobre la desnuda tierra. La noche de
Navidad se le había aparecido la Virgen con el Niño en brazos, y la dejó en un
estado de profunda exaltación. Después que hubo recibido el viático y la unción
de los enfermos, pidió a su hermano el cardenal Giacomo, que la colocaran en
tierra, deseando morir pobre como Jesús y el Seráfico Padre San Francisco. Fue
complacida, pero sólo por un breve espacio de tiempo, porque estaba demasiado
extenuada. Por último pidió que le dieran el crucifijo: habiéndolo besado con
intenso afecto, lo mostró a sus hermanas, exhortándolas a amarlo con todas sus
fuerzas. Se adormeció un poco y luego volviendo en sí exclamó con vigor: “He
ahí a la santísima Trinidad que viene, adoradla!”. Luego, cruzados los brazos
sobre el pecho, y fijando los ojos en el cielo, expiró serenamente.
Los funerales se desarrollaron el mismo
día, en la iglesia de San Pietro sul Monte Prenestino con gran concurso de
pueblo y de todos los franciscanos de la zona. El sepulcro de Margarita se
convirtió enseguida en meta de peregrinos, que recibían gracias por su
intercesión. Cuando el papa Honorio IV autorizó en 1285 el traslado de su
comunidad de clarisas al monasterio de San Silvestre in Cápite de Roma, éstas
se llevaron consigo el cuerpo de la beata, que permaneció allí hasta el año
1871. Hoy sus reliquias se veneran en la iglesia de Castel San Pietro, donde la
semilla sembrada por Margarita hace más de siete siglos sigue aún viva, gracias
a las clarisas del monasterio de Santa María de los Ángeles.
Sus primeros biógrafos fueron su hermano
Juan y la primera abadesa de San Silvestre. Pío IX aprobó su culto el 17 de
septiembre de 1847.
fuente: Frate Francesco
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Beata Eugenia Ravasco, virgen y fundadora
fecha: 30 de diciembre
n.: 1845 - †: 1900 - país: Italia
canonización: B: Juan Pablo II 27 abr 2003
hagiografía: Vaticano
n.: 1845 - †: 1900 - país: Italia
canonización: B: Juan Pablo II 27 abr 2003
hagiografía: Vaticano
Elogio: En Génova, en la Liguria, asimismo
en Italia, beata Eugenia Ravasco, virgen, que fundó el Instituto de Hermanas
Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y María, a las que encomendó la
educación de niñas y el cuidado de enfermos y de la infancia menesterosa.
Eugenia Ravasco nació en Milán el 4 de
Enero de 1845, la tercera, entre seis hijos del banquero genovés Francisco
Mateo y de la noble Carolina Mozzoni Frosconi. Fue bautizada en la Basílica de
Santa María de la Pasión, con los nombres de Eugenia y María. La familia,
acomodada y religiosa, le ofreció un ambiente rico de afecto, de fe y educación
refinada. Luego de la muerte prematura de dos hijos pequeños y de su joven
esposa, el padre regresó a la Ciudad de Génova, llevando consigo al
primogénito, Ambrosio y a la menor, Elisa, quien contaba apenas año y medio de
edad.
Eugenia permaneció en Milán con la
hermanita Constancia, confiada a los cuidados de la tía Marieta Anselmi, quien,
como verdadera madre, la acompañó en su crecimiento, educándola con amor pero
también con firmeza. Eugenia, vivaz y expansiva, en su infancia la consideró su
verdadera madre y demostró hacia ella un afecto muy tierno, aunque en 1852 fue
vuelta al hogar paterno, en Génova. Al cabo de tres años falleció también su
padre. Luis Ravasco, banquero y cristiano convencido, se responsabilizó de los
tres sobrinos huérfanos cuidando de su formación: confió a una Institutriz
cualificada las dos niñas. Eugenia de carácter vivaz y exuberante sufrió
bastante bajo el régimen severo adoptado por la señora Serra, pero supo
aceptarlo con docilidad.
El 21 de junio de 1855, en la Iglesia de
San Ambrosio (hoy Iglesia «de Jesús») en Génova, a los 10 años, recibió la
primera Comunión y la Confirmación luego de una atenta preparación realizada
por el Canónigo Salvador Magnasco. Desde ese día se sintió atraída por el
misterio de la presencia Eucarística, de tal manera que no pasaba delante de
ninguna Iglesia sin entrar para adorar el SSmo. Sacramento. El culto a la
Eucaristía es en efecto uno de los goznes de su espiritualidad, junto al culto
de los Corazones de Jesús y de María Inmaculada. Movida por una compasión
connatural hacia los que sufren, desde su adolescencia donó abundantemente y de
todo corazón a los necesitados, muy contenta de hacer sacrificios personales
para lograrlo. En diciembre de 1862, la joven Eugenia perdió también el apoyo
del tío Luis, quien había sido para ella más que padre. Recibió de Él no
solamente la herencia moral de grande rectitud, coherencia cristiana y gran
liberalidad hacia los pobres, sino también la responsabilidad de la familia,
ahora en las manos de administradores no siempre fieles. No se acobardó.
Confiando en Dios y aconsejada por el canónigo Magnasco, futuro Arzobispo de
Génova, y por sabios abogados, tomó las riendas de los negocios de familia.
Eugenia oraba ardientemente en su corazón, para que Dios le mostrara el
verdadero camino por donde deseaba llevarla. El 31 de mayo de 1863, en la
Iglesia de Sta. Sabina en Génova, en donde entrara para saludar a Jesús
Eucarístico, mediante las palabras del Misionero P. Jacinto Bianchi, quien
estaba en ese momento dirigindose a los fieles, Eugenia Ravasco recibió la
invitación divina a «consagrarse para hacer el bien por amor al Corazón de
Jesús». Fue el acontecimiento que iluminó su futuro y cambió su vida. Bajo la
guía del Director espiritual, ella se puso sin reservas a disposición de Dios,
consagrándole a Él, a su gloria y al bien de las almas, sus energías de
inteligencia y de corazón y el patrimonio heredado de los suyos: «Este dinero
-acostumbraba repetir- no es mío, sino del Señor, yo soy solamente la
depositaria» (cfr. Positio C.I., 70)
Soportó con fortaleza las protestas de los
parientes, las críticas y el desprecio de las damas de su misma clase social e
inició con valor a «hacer el bien» a su alrededor. Dio clases de catecismo en
su Parroquia, N.S. del Carmen; colaboró con las Hijas de la Inmaculada en la
Obra de S. Dorotea, como asistenta de las niñas del barrio, enseñó costura y
bordado. Como «Dama de Caridad» de S. Catalina en Portoría, asistió a los
enfermos en el Hospital de Pammatone y de los Crónicos; visitó a los pobres en
sus casas, llevando el consuelo de su caridad. Sentía una gran pena viendo a
tantos niños y jovencitas abandonados a sí mismos, en medio de toda clase de
peligros y totalmente ignorantes de las cosas de Dios. El 6 de diciembre de
1868, a los 23 años, fundó la Congregación religiosa de las Hijas de los
Sagrados Corazones de Jesús y de María, con la misión de hacer el bien
especialmente a la juventud. Se iniciaron así las escuelas, la enseñanza del
catecismo, las asociaciones, los oratorios; el proyecto educativo de la Madre
Ravasco consistía en educar a los jóvenes y formarlos a una vida cristiana
activa y abierta, para que fueran «honestos ciudadanos en medio de la sociedad
y santos en el cielo»; educarlos a los valores trascendentes y al mismo tiempo
a la lectura de los acontecimientos en perspectiva histórico-salvífica. Les
propuso la santidad como meta de la vida.
En 1878, en un período de abierta hostilidad
a la Iglesia y de laicización de la vida social, Eugenia Ravasco, atenta a las
necesidades de su tiempo, dio inicio a una Escuela Normal femenina, con la
finalidad de darle a las jóvenes una instrucción orientada cristianamente y de
preparar «maestras cristianas» para la sociedad. Para llevar a cabo esta obra,
pupila de sus ojos, se enfrentó con fortaleza y confiando en Dios sólo, a los
ataques venenosos de la prensa de opinión laicista. Encendida de caridad
ardiente a imitación del Corazón de Jesús y animada por la voluntad de ayudar a
su prójimo, de acuerdo con los Párrocos, organizó Ejercicios Espirituale,
Retiros, Ceremonias religiosas y Sagradas Misiones Populares, hallando un gran
consuelo viendo a muchos corazones que retornaban a Dios para encontrar su
misericordia mediante la oración, el canto litúrgico y los Sacramentos. Oraba:
«Corazón de Jesús, concededme porder hacer este bien y niguno otro, en todas
partes».
Soñaba con poder ir a las misiones, pero
ello no se concretizó sino después de su fallecimiento. Promovió el culto del
Corazón de Jesús, de la Eucaristía, del Corazón Inmaculado de María; organizó
Asociaciones para las Madres de Familia, tanto pobres como acomodadas; a estas
últimas propuso ayudar a las jóvenes necesitadas y proveer a las Iglesias
pobres. Alcanzó con su caridad a los moribundos, encarcelados, los lejanos de
la Iglesia. Vivió de fe, de oración, de sufrimiento, de abandono en la Voluntad
de Dios.
En 1884, junto con otras cohermanas,
Eugenia Ravasco hizo su Profesión Perpetua. Siguió entregada al desarrollo y
fortalecimiento del Instituto, el cual, aprobado por la Iglesia Diocesana en
1882, obtendrá la aprobación pontificia en 1909. Fundó algunas Casas Filiales
que visitó no obstante su poca salud. Guió la Comunidad con amor, prudencia y
la mirada hacia el futuro, considerándose la última de las hermanas. Trabajó
para mantener encendida en sus hijas la llama de la caridad y gran celo por la
salvación del mundo, proponiéndoles como modelos los Corazones SS.mos de Jesús
y de María. «Arder en el deseo del bien ajeno, especialmente de la juventud»
fue su ideal apostólico; «Vivir abandonada en Dios y en las manos de María
Inmaculada» fue su programa de vida.
Purificada por la prueba de la enfermedad,
de la incomprensión y del aislamiento dentro de la misma Comunidad, Eugenia
Ravasco nunca desistió de actuar con pasión evangélica para la salvación de las
almas, especialmente de la juventud de toda edad y condición social. En 1892,
un año después de la Encíclica «Rerum Novarum» de S.S. el Papa León XIII, quiso
construir un edificio en la plaza de Carignano, en Génova, para hacer de él la
«Casa de las Obreras»: las jóvenes, quienes trabajaban en las fábricas y en los
talleres de artesanía, hallarían en el un hogar seguro y la posibilidad de una
formación cristiana. En 1898, para las jóvenes que trabajaban a servicio de las
familias, fundó la Asociación de Sta. Zita; al mismo tiempo construyó el
«pequeño teatro» para los momentos recreativos de las jóvenes del Oratorio y de
las numerosas Asociaciones que estaban organizadas en el Instituto, convencida
de que la alegría es la atmósfera educativa más eficaz: «Estad alegres
-acostumbraba repetir- divertios, pero santamente...» y a las religiosas:
«Vuestro gozo atraiga otros corazones para alabar a Dios» (de sus escritos).
Consumida por la enfermedad Eugenia
Ravasco falleció en Génova en vísperas de cumplir sus 56 años de vida, en la
Casa Madre del Instituto, en la madrugada del 30 de diciembre de 1900. «Os dejo
a todas en el Corazón de Jesús» fueron sus palabras de despedida de las hijas y
de sus queridas jóvenes.
fuente: Vaticano
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Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
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