miércoles, 28 de diciembre de 2016

“No tenían sitio en la posada” (Lc 2,7) (Mater Dei) 29 de diciembre

“No tenían sitio en la posada” (Lc 2,7)

Por aquellos días el albergue de Belén estaba lleno de viajeros que se dirigían hacia Jerusalén y otras ciudades vecinas. Como ciudadanos del Imperio, debían cumplir con aquel edicto de César Augusto que mandaba empadronarse en su ciudad natal a todos aquellos que residían en territorio imperial. Siendo José del linaje de David, también José y María se pusieron en camino hacia Belén, la ciudad de David, cuando se le cumplieron a María los días del parto. En el albergue de la pequeña ciudad todos refunfuñaban y criticaban con enojo y desagrado aquellas caprichosas órdenes con las que del emperador pretendía hacer alarde de su imperio y poder.
Aquella posada de Belén, que dio cobijo a las ambiciones y planes caprichosos de un emperador no podía albergar en sí la simplicidad y ocultamiento del misterioso plan de Dios que comenzaba ya a cumplirse en lo escondido y oculto del seno de una Virgen Madre. Un abismo incomprensible separa los planes de Dios y los planes de los hombres, la lógica humana y la lógica de Dios, el estilo del mundo y la forma de hacer de Dios. No hay sitio para Dios allí donde la ambición, la soberbia, el engreimiento, el egoísmo, la comodidad, la crítica o la vanidad de uno mismo ocupan el lugar que sólo corresponde a Dios.
Si en la posada de tu alma das cabida a todo eso no habrá sitio para que los planes de Dios sobre tu vida se cumplan y realicen en ti. Si en esa posada interior das rienda suelta a los edictos y sugerencias del pecado, tu mismo te convertirás en emperador y tirano de ti mismo. Y aunque construyas en torno a ti el más poderoso imperio a los ojos de los hombres, nunca será esa posada de tu alma suficiente pesebre para que en él pueda nacer Dios. El pecado nunca tendrá sitio para Dios. Tú, en cambio, has de hacerte pesebre, has de simplificar tu vida espiritual, si quieres que Dios tenga sitio en tu alma. Dios siempre busca esas pajas que el mundo no sabe apreciar, ese establo que nunca tendrá brillo y relumbrón ante los demás, ese rincón de Belén que pasó desapercibido a los ojos de tantos que por allí pasaron.
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Juan Pedro Ortuño, El silencio del pesebre

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