lunes, 27 de febrero de 2017

“Dolor humano… camino de salvación” (reflexión de Eduardo Jiménez Becerro)

“Dolor humano… camino de salvación”
De los muchos milagros que Jesús hizo cuando estaba con nosotros, me quiero parar en uno, pues siempre me ha llamado la atención de cómo Jesús, siendo Dios hecho hombre, sabía ver el corazón humano de cada persona y no era indiferente al sufrimiento que Él veía en cada alma que se le acercaba.
Me refiero al milagro del ciego de nacimiento: esta vez no fueron los fariseos quienes le preguntaron a Jesús, sino sus mismos discípulos, quienes necesitaban saber quién había pecado,  siguiendo así lo que establecía la tradición judía, para que fuera ciego de nacimiento… “¿Quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?”
La respuesta de Jesús, nos sigue dejando hoy todavía descolocados: “Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús: nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios”…
Todo lo que crea Dios lo hace por amor: nos hace hombres desde el primer momento por amor, con un proyecto de vida y amor hasta que nos manda llamar de nuevo ante su presencia, una vez concluida nuestro peregrinaje por la Tierra. En este envío o misión individual que todos tenemos, se nos dan unos regalos, para poder llevarla a cabo (reflejados en la parábola de los talentos) y de ellos se habrá de responder al final, siendo el amor, amor a Dios y al prójimo, la clave de nuestra misión sobre la Tierra.
Los dones o capacidades que nos expone Jesús en esa parábola de los talentos, son “fácilmente” entendibles, desde el razonamiento humano, pero nos resulta más difícil comprenderlos, cuando a algunos hombres sus talentos, no son como los demás, o más bien, o no los tienen, o no somos capaces de verlos con nuestra condición y criterio humano:  sabiendo que Dios es justo e infinitamente misericordioso con cada una de sus criaturas, y que nos ama individualmente de una manera especial, ¿Por qué no le entendemos?¿Porque no los vemos como dones o regalos? Podemos llegar a pensar incluso que son desgracias.
En los tiempos actuales,  siguiendo  esa visión humana de la vida como un accidente o un azar caprichoso y no como un proyecto de Dios que debemos respetar, nos hemos permitido  llegar a condicionar cuando no a terminar la vida de muchos de nuestros semejantes, antes incluso de que nacieran, sencillamente porque serían diferentes y sus talentos o su “falta de talentos” nos hace señalarlos como indignos de vivir con nosotros…
La pregunta de los discípulos vuelve a interpelarnos: ¿Pecó él  o pecaron sus padres? Ahora sabemos que, por Jesús, no pecaron ninguno, sino para que se manifiesten las obras de Dios en él… y aunque no lo entendamos, así Dios lo quiere: siendo lo que somos, todos Hijos de Dios, ¿Quiénes somos nosotros para erigirnos jueces de las obras de Dios? Si lo hacemos, negamos así la manifestación del amor de Dios con nosotros… y ahora sí, somos nosotros los que pecamos contra su voluntad.
“Mientras es de día debemos trabajar en las obras del que me ha enviado…” dice Jesús más adelante: Jesús nos habla de trabajar en las obras de Dios Padre, haciéndose presente,  en este caso, en el ciego de este pasaje del Evangelio, como también en el resto de los hermanos, en los impedidos, en las gentes necesitadas que siempre están con nosotros, cerca o lejos, para que en nosotros se manifieste el amor de Dios hacia ellos, su obra y hagamos entre todos el Reino de Dios aquí en la Tierra.
Al hacer presente este amor de Dios a nuestro prójimo más pequeño, nosotros mismos, nos acercamos al misterio de salvación de nuestra alma, pero si los ignoramos o nos declaramos jueces para decidir su vida antes de nacer, ¿Quién nos dará “ese trabajo” de las obras de Dios con nuestro prójimo para santificarnos?, ¿Cuántas personas ahora no nacidas podrían haber salvado multitud de almas, al tener que atenderlas, cuidarlas, amarlas, como Jesucristo hizo con tantos ciegos, paralíticos, leprosos etc..? y nosotros mismos nos hemos privado de nuestros camino de salvación.
El amor a Dios no se concibe sin el amor al prójimo, y especialmente, al más necesitado, al más débil, aquellos cuyos “talentos” o “no talentos” son menos comprendidos por el mundo actual: precisamente, son nuestros hermanos menores, los más apreciados por Dios para la salvación de cada uno… como dice Jesús en el Evangelio  “Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuantas veces lo hicisteis a uno de mis hermanos menores, a Mi me lo hicisteis” …
En el otro lado de la balanza, están los “ricos” de este mundo, aquellos cuyos dones no los utilizan para las obras de Dios, sino para enriquecerse, para gastar su vida inútilmente, no aportando nada a los demás: lo tienen más difícil,  pues son pobres para las obras de Dios, llegando a decir Jesús “Es más fácil que un camello entre por el ojo de una cerradura, que un rico entre en el Reino de Dios”
Por eso, sin llegar a saber lo “rico” o “pobres” que podamos ser, debemos trabajar y esforzarnos en las obras de Dios, según nuestras capacidades y oportunidades que tengamos, antes de que se nos eche la noche encima … “cuando nadie puede trabajar” y no podamos hacer nada ya para remediarlo.


Eduardo JB

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