“Dolor humano… camino de
salvación”
De los
muchos milagros que Jesús hizo cuando estaba con nosotros, me quiero parar en
uno, pues siempre me ha llamado la atención de cómo Jesús, siendo Dios hecho
hombre, sabía ver el corazón humano de cada persona y no era indiferente al
sufrimiento que Él veía en cada alma que se le acercaba.
Me refiero
al milagro del ciego de nacimiento: esta vez no fueron los fariseos quienes le
preguntaron a Jesús, sino sus mismos discípulos, quienes necesitaban saber
quién había pecado, siguiendo así lo que
establecía la tradición judía, para que fuera ciego de nacimiento… “¿Quién ha
pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?”
La
respuesta de Jesús, nos sigue dejando hoy todavía descolocados: “Ni él ni sus
padres han pecado, respondió Jesús: nació así para que se manifiesten en él las
obras de Dios”…
Todo lo
que crea Dios lo hace por amor: nos hace hombres desde el primer momento por
amor, con un proyecto de vida y amor hasta que nos manda llamar de nuevo ante
su presencia, una vez concluida nuestro peregrinaje por la Tierra. En este
envío o misión individual que todos tenemos, se nos dan unos regalos, para
poder llevarla a cabo (reflejados en la parábola de los talentos) y de ellos se
habrá de responder al final, siendo el amor, amor a Dios y al prójimo, la clave
de nuestra misión sobre la Tierra.
Los dones
o capacidades que nos expone Jesús en esa parábola de los talentos, son
“fácilmente” entendibles, desde el razonamiento humano, pero nos resulta más
difícil comprenderlos, cuando a algunos hombres sus talentos, no son como los
demás, o más bien, o no los tienen, o no somos capaces de verlos con nuestra
condición y criterio humano: sabiendo
que Dios es justo e infinitamente misericordioso con cada una de sus criaturas,
y que nos ama individualmente de una manera especial, ¿Por qué no le
entendemos?¿Porque no los vemos como dones o regalos? Podemos llegar a pensar
incluso que son desgracias.
En los tiempos
actuales, siguiendo esa visión humana de la vida como un accidente o un azar
caprichoso y no como un proyecto de Dios que debemos respetar, nos hemos
permitido llegar a condicionar cuando no
a terminar la vida de muchos de nuestros semejantes, antes incluso de que
nacieran, sencillamente porque serían diferentes y sus talentos o su “falta de
talentos” nos hace señalarlos como indignos de vivir con nosotros…
La
pregunta de los discípulos vuelve a interpelarnos: ¿Pecó él o pecaron sus padres? Ahora sabemos que, por
Jesús, no pecaron ninguno, sino para que se manifiesten las obras de Dios en
él… y aunque no lo entendamos, así Dios lo quiere: siendo lo que somos, todos
Hijos de Dios, ¿Quiénes somos nosotros para erigirnos jueces de las obras de
Dios? Si lo hacemos, negamos así la manifestación del amor de Dios con
nosotros… y ahora sí, somos nosotros los que pecamos contra su voluntad.
“Mientras
es de día debemos trabajar en las obras del que me ha enviado…” dice Jesús más
adelante: Jesús nos habla de trabajar en las obras de Dios Padre, haciéndose
presente, en este caso, en el ciego de
este pasaje del Evangelio, como también en el resto de los hermanos, en los
impedidos, en las gentes necesitadas que siempre están con nosotros, cerca o
lejos, para que en nosotros se manifieste el amor de Dios hacia ellos, su obra
y hagamos entre todos el Reino de Dios aquí en la Tierra.
Al hacer
presente este amor de Dios a nuestro prójimo más pequeño, nosotros mismos, nos
acercamos al misterio de salvación de nuestra alma, pero si los ignoramos o nos
declaramos jueces para decidir su vida antes de nacer, ¿Quién nos dará “ese
trabajo” de las obras de Dios con nuestro prójimo para santificarnos?, ¿Cuántas
personas ahora no nacidas podrían haber salvado multitud de almas, al tener que
atenderlas, cuidarlas, amarlas, como Jesucristo hizo con tantos ciegos,
paralíticos, leprosos etc..? y nosotros mismos nos hemos privado de nuestros
camino de salvación.
El amor a
Dios no se concibe sin el amor al prójimo, y especialmente, al más necesitado,
al más débil, aquellos cuyos “talentos” o “no talentos” son menos comprendidos
por el mundo actual: precisamente, son nuestros hermanos menores, los más
apreciados por Dios para la salvación de cada uno… como dice Jesús en el
Evangelio “Y el Rey les dirá: En verdad
os digo que cuantas veces lo hicisteis a uno de mis hermanos menores, a Mi me
lo hicisteis” …
En el otro
lado de la balanza, están los “ricos” de este mundo, aquellos cuyos dones no
los utilizan para las obras de Dios, sino para enriquecerse, para gastar su
vida inútilmente, no aportando nada a los demás: lo tienen más difícil, pues son pobres para las obras de Dios,
llegando a decir Jesús “Es más fácil que un camello entre por el ojo de una
cerradura, que un rico entre en el Reino de Dios”
Por eso,
sin llegar a saber lo “rico” o “pobres” que podamos ser, debemos trabajar y
esforzarnos en las obras de Dios, según nuestras capacidades y oportunidades
que tengamos, antes de que se nos eche la noche encima … “cuando nadie puede
trabajar” y no podamos hacer nada ya para remediarlo.
Eduardo JB
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