lunes, 5 de marzo de 2018

De la corrupción política en España: unas breves consideraciones 05032018

De la corrupción política en España: unas breves consideraciones

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5 marzo 2018

 
            Que el de la corrupción es el problema español que más ha condicionado el voto en las últimas elecciones es algo que rebaten muy pocos analistas políticos. Sin embargo, ninguno de ellos ha incidido sobre el modo tan diferente en que el problema ha sido interiorizado en los dos grandes grupos en que, de modo muy grueso, grosero incluso, podemos segregar a la sociedad española: la derecha y la izquierda. Y ojo que voy a hablar de “derecha” e “izquierda” en términos sociológicos, porque lo que es a nivel ideológico, el poder del pensamiento único en nuestro país es tan omnímodo que desde tal punto de vista, derecha e izquierda han dejado prácticamente de existir.
 
            La primera diferencia se plantea sobre el modo en que los votantes actúan ante la corrupción de las personas a las que han votado, o con las que se sienten “electoralmente vinculados”. Pues bien, desde dicho punto de vista, la izquierda es mucho más complaciente con “su” corrupción que la derecha. Es más, algunas personas españolas que se autoidentifican con la izquierda son algo más que complacientes con la corrupción de los que, como ellos, se presentan como “de izquierdas”, y hasta parece que aprobaran su comportamiento: una especie de “ahora nos toca a nosotros” (frase que he oído en mi propio oído, y probablemente alguno de Vds. también, porque no es infrecuente), como si el pobre votante de izquierdas le fuera a llegar un solo céntimo del que además de la cartera, le ha robado el voto. La derecha sociológica es, en eso, mucho más implacable, y perdona mucho peor que quien le ha pedido el voto y a quien él se lo ha otorgado, aproveche su situación para enriquecerse a costa del erario público, vale decir, de su bolsillo.
 
            Puestos a brindar una explicación, y aun consciente que la voy a apuntar no aporta la totalidad de la misma sino sólo una parte, creo que los comportamientos expuestos se hallan estrechamente relacionados con el pecado capital que impulsa el comportamiento de unos y de otros, que es en la derecha el egoísmo, -la derecha es egoísta- y en la izquierda la envidia –la izquierda es envidiosa- (pinche aquí si quiere conocer por qué digo esto).

            Desde tal punto de vista, el egoísta votante de derechas lleva muy mal que alguien a quien él ha votado se lleve lo que es suyo (porque el erario público, contrariamente a lo que sostenía una señalada representante de la izquierda española, no sólo no es de nadie, sino que, bien al contrario, es de todos). El votante de izquierdas, que principalmente envidia y el objeto de su envidia es aquél al que él percibe como votante de derechas, no se siente tan mal cuando alguien que dice actuar en su nombre, perjudica al de derechas (aunque también lo perjudique a él mismo, lo que por desgracia, no interioriza como tal).
 
            En segundo lugar, y sin que ello deba sorprendernos mucho pues tiene algo de coherente con lo apuntado arriba, llama poderosamente la atención que los corruptos “de derechas” enseguida “tiren de la manta”, “pongan el ventilador” e intenten salpicar con su corrupción a cuantos les rodean, lo que, además, es bastante coherente con el abandono a su suerte con el que, dentro del mismo espíritu, les obsequian sus compañeros. Mientras que el corrupto de izquierdas por el contrario, continúa “sometido a la disciplina de partido” y no dice “ni mú”, al tiempo que sus compañeros de partido se precipitan a rodearlo y protegerlo, repitiendo incesantemente cantinelas exculpatorias y dilatorias de la asunción de responsabilidades.
 
            Quizás por todo ello, y en tercer lugar, tampoco llama excesivamente la atención que el tiempo dedicado por los medios de comunicación a los corruptos “de derechas” sea muy superior al que dedican a los corruptos “de izquierdas”, y ello aun cuando desde un punto de vista meramente matemático, las cantidades objeto de corrupción sean superiores en el bando de la izquierda que en el de la derecha, como, de hecho, parece ser el caso en España.
 
            Ni que decir tiene que en tanto que la corrupción existe, prefiero el tratamiento que recibe la “de derechas” que la que recibe la “de izquierdas”. Es decir, prefiero que el votante le dé la espalda al corrupto de su bando en lugar de justificarlo, o incluso defenderlo; prefiero que el corrupto base su defensa en dirimir responsabilidades y compartirlas con sus posibles cómplices, que en asumirla toda e "inmolarse" para que los cómplices corruptos “a los que no se ha pillado” se salven; prefiero que los compañeros de partido abandonen al corrupto a su suerte a que lo arropen fraternalmente; y puestos a preferir, prefiero un tratamiento de los medios de comunicación que peque por exceso, como el que acostumbra a otorgar a la corrupción “de derechas” (en la que se engloba también, por ejemplo, la relacionada con la Iglesia o la Casa Real), que aquél que peque por defecto, como el que a menudo otorga a la corrupción “de izquierdas” (en la que se engloba también, por ejemplo, la de ONGs, ciertas organizaciones internacionales y partidos nacionalistas).
 
            Y repito: todo esto dicho desde un punto de vista meramente sociológico, que no ideológico… que lo que es ideológicamente hablando, en España (y cada vez también en más países europeos) apenas existen ya diferencias entre derecha e izquierda, y el discurso de lo políticamente correcto cada vez nos presenta todo más disuelto en un batiburrillo espeso, pegajoso e incoherente de “pensamiento único” que, a lo que se ve, ha venido a España, a Europa, para quedarse.
 
            Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
 
 
 
            ©L.A.
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