Las mujeres en la vida de Jesús
y su compañera Miriam de Magdala
2018-03-02
Jesús es judío, y no
cristiano, pero rompió con el antifeminismo de su tradición religiosa.
Considerando su gesta y sus palabras se percibe que se mostraba sensible a todo
lo que pertenece a la esfera de lo femenino, en contraposición a los valores de
lo masculino cultural, centrado en la sumisión de la mujer. En él encontramos,
con frescor originario, sensibilidad, capacidad de amar y perdonar, ternura con
los niños, con los pobres y compasión con los sufridores de este mundo;
apertura indiscriminada a todos, especialmente a Dios, al que llama Papá (Abba ).
Vive rodeado de discípulos, hombres y mujeres. Desde que inicia su
peregrinación de predicador, ellas lo siguen (Lc 8,1-3; 23,49; 24,6-10; cf. E.
Schlüsser-Fiorenza, Discipulado de iguales, 1995).
En
razón de la Utopía que predica –el Reino de Dios, que es la liberación de todo
tipo de opresión–, rompe varios tabús que pesaban sobre las mujeres.
Mantiene una profunda amistad con Marta y María (Lc 10,38). Contra el ethos del
tiempo, conversa públicamente y a solas con una hereje samaritana, causando
asombro a los discípulos (Jn 7,53-8,10). Se deja tocar y ungir los pies por una
conocida prostituta, Magdalena (Lc 7,36-50). Son varias las mujeres que se
beneficiaron de su cuidado: la suegra de Pedro (Lc 4,38-39); la madre del joven
de Naín, resucitado por Jesús (Lc 7,11-17); la hijita muerta de Jairo, un jefe
de la sinagoga (Mt 9,18-29); la mujer encorvada (Lc 13,10-17); la pagana
sirofenicia, cuya hija psíquicamente enferma fue liberada (Mc 7,26); y la mujer
que sufría de un flujo de sangre desde hacía doce años (Mt 9,20-22). Todas
fueron curadas.
En
sus parábolas aparecen muchas mujeres, especialmente mujeres pobres, como la
que perdió la moneda (Lc 15,8-10), la viuda que echó dos centavos en el cofre
del templo y era todo lo que tenía (Mc 12,41-44), la otra viuda, valiente, que
se enfrentó al juez (Lc 18,1-8)... Nunca son presentadas como discriminadas,
sino con toda su dignidad, a la altura de los varones. La crítica que hace de
la práctica social del divorcio por los motivos más fútiles y la defensa del
lazo indisoluble del amor (Mc 10,1-10) tienen su sentido ético de salvaguarda
de la dignidad de la mujer.
Si
admiramos la sensibilidad femenina de Jesús (la dimensión anima), su profundo
sentido espiritual de la vida, hasta el punto de ver su acción providente en
cada detalle de la vida como en los lirios del campo, entonces debemos también
suponer que él profundizó esta dimensión a partir de su contacto con las
mujeres con las que convivió. Jesús aprendió, no sólo enseñó. Las mujeres con
su anima completaron su masculino, el animus.
En
resumen, el mensaje y la práctica de Jesús significan una ruptura con la
situación imperante y la introducción de un nuevo tipo de relación, fundado no
en el orden patriarcal de la subordinación, sino en el amor como mutua donación
que incluye la igualdad entre el hombre y la mujer. La mujer irrumpe como
persona, hija de Dios, destinataria del sueño de Jesús y convidada a ser, junto
con los varones, también discípulas y miembros de un nuevo tipo de
humanidad.
Un
dato de la investigación reciente viene a confirmar esta constatación. Dos
textos, llamados evangelios apócrifos, el Evangelio de María (edición
de Vozes 1998) y el Evangelio de Felipe (Vozes 2006) muestran
una relación claramente afectiva de Jesús. Como varón él vivió profundamente
esta dimensión.
Allí
se dice que él mantenía una relación especial con María de Magdala, llamada
“compañera” (koinónos ). En el evangelio de María, Pedro confiesa:
“Hermana, nosotros sabemos que el Maestro te amó de modo diferente a las otras
mujeres” (op. cit., p. 111) y Leví reconoce que “el Maestro la amó más que a
nosotros”. Ella es presentada como su interlocutora principal, comunicándole
enseñanzas no disponibles para los discípulos. De las 46 preguntas que los
discípulos hacen a Jesús después de su resurrección, 39 son hechas por María de
Magdala (cf. Traducción y comentario de J.Y. Leloup, Vozes 2006, p.
25-46).
El
Evangelio de Felipe dice todavía: “Tres acompañaban siempre al Maestro, María
su madre, la hermana de su madre y Miriam de Magdala, que es conocida como su compañera
porque Miriam es para Él una hermana, una madre y una esposa” (koinónos:
Evangelio de Felipe, Vozes 2006, p. 71). Más adelante particulariza afirmando:
“El Señor amaba a María más que a todos los demás discípulos y la besaba
frecuentemente en la boca. Los discípulos, al ver que la amaba, le preguntaban:
¿por qué la amas a ella más que a todos nosotros? El Redentor les respondió
diciendo: ¿Y qué?, ¿no debo amarla a ella tanto como a vosotros?” (Evangelio
de Felipe, op. cit., p. 89).
Aunque
tales relatos puedan ser interpretados en el sentido espiritual de los
gnósticos, pues esa es su matriz, no debemos –dicen reconocidos exégetas (cf.
A. Piñero, El otro Jesús: la vida de Jesús en los apócrifos,
Córdoba 1993, p. 113)–, excluir un fondo histórico verdadero, a saber, una
relación concreta y carnal de Jesús con María de Magdala, base para el sentido
espiritual. ¿Por qué no? ¿Hay algo más sagrado que el amor efectivo entre un
hombre (el Hijo del Hombre, Jesús) y una mujer?
Un
antiguo dicho de la teología afirma «todo aquello que no es asumido por
Jesucristo no está redimido». Si la sexualidad no hubiese sido asumida por
Jesús, no habría sido redimida. La dimensión sexuada de Jesús no quita nada de
su dimensión divina. Antes bien, la hace concreta e histórica. Es su lado
profundamente humano.
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