Santa Maria Magdalena Postel
En Saint-Sauveur-le-Vicomte, pueblo de Normandía, en Francia, santa María Magdalena Postel, virgen, la cual, durante la misma revolución, al haber sido expulsados todos los sacerdotes, prestó toda clase de servicios a los enfermos y, en general, a todos los fieles. Vuelta la paz, fundó en la más completa pobreza la Congregación de las Hijas de la Misericordia, para la formación de las jóvenes pobres.
Nació en Barfleur, en la Normandía francesa, el 28 de noviembre de 1756. A los nueve años tomó la Primera Comunión; pocos años después murieron sus padres.
Estudió en la abadía benedictina de Valognes, la cual abandonó para dedicarse a la educación y formación cristiana de mujeres sin recursos. A los dieciocho años fundó su primera escuela. Al estallar la Revolución y ser disueltas las órdenes religiosas, le fue encomendada la misión de custodiar y administrar el Pan Eucarístico y guardar los vasos y ornamentos sagrados (1789).
Durante más de diez años dio asilo a sacerdotes perseguidos y continuó en la clandestinidad su labor catequística; por ello, debido a su caridad y por los dones especiales que en ella radicaban, fue nombrada «la Virgen sacerdote».
Cuando estaba en presencia del Santísimo Sacramento, se dice que «ni siquiera un rayo podría distraerla». En 1798 ingresó como terciaria franciscana. En 1807 fundó en Cherburgo el Instituto de las Hermanas de las Escuelas Cristianas de la Misericordia, de regla severa y vida muy austera.
En este lugar murió el 16 de julio de 1846. Durante su fecunda vida fundó más de treinta y siete conventos e iglesias.
Fue canonizada por Pío XI el 24 de mayo de 1926
San Antíoco de Anastasiópolis
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San Antíoco de Anastasiópolis, mártir
En Anastasiópolis, de Galacia, san Antíoco, mártir, hermano de san Platón.
Su «Pasión» cuenta que el médico Antíoco, originario de la ciudad de Sebaste y hermano del célebre mártir san Platón, mientras estaba curando enfermos en las ciudades de Galacia y de la Capadocia, fue arrestado como cristiano por el prefecto Adriano. Fue sometido a varios tormentos: puesto en una caldera de agua hirviendo, arrojado a las fieras, y de todas salía indemne y, por el contrario, a su oración se rompían las estatuas de los ídolos. Finalmente fue decapitado y de su cuello manó sangre y leche. A la vista de este milagro, un tal Ciríaco se profesó cristiano y fue también inmediatamente decapitado. Este documento es legendario, y repite tópicos que encontramos en muchas «pasiones», y deja sin señalar la ciudad del martirio y la fecha del mismo. Sin embargo hay buenas evidencias de culto antiguo, y su nombre está presente en distintos días del Sinaxario Constantinopolitano.
En la Vida de san Teodoro Siceota, del siglo VI, se cuenta un milagro ocurrido el 16 de julio, mientras Teodoro celebraba la solemne liturgia en honor de Antíoco, en la iglesia a él dedicada. Esta indicación permite ratificar que la fecha del 16 de julio es la más antigua de las que presentan los sinaxarios, y que la ciudad donde probablemente ocurrió el martirio era de la san Teodoro -ya que en ella estaba la iglesia dedicada al mártir-, es decir, la ciudad de Dara, que en el 507 era llamada Anastasiópolis.
Extractado y traducido para ETF del artículo de Giovanni Lucchesi en Enciclopedia dei santi, que recogemos de Santi e beati.
fuente: Santi e Beati
San Atenógenes de Sebaste
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San Atenógenes de Sebaste, obispo y mártir
En Sebaste, de Armenia, san Atenógenes, corepíscopo y mártir, que dejó a sus discípulos un himno en el que habla de la divinidad del Espíritu Santo y murió arrojado al fuego por ser cristiano.
El título de «corepíscopo» se daba antiguamente a los auxiliares del obispo, que podían ser o no obispos. En el caso de Atenógenes, es tradición considerarlo obispo, aunque el elogio del Martirologio Romano actual no especifica ya si se trata de un obispo o no (la edición anterior lo ponía explícitamente). No conocemos el himno al Espíritu Santo del que habla el elogio, pero la referencia proviene del Tratado sobre el Espíritu Santo de san Basilio Magno, que alaba ese himno.
El nombre de san Atenógenes y la antigüedad de su culto están atestiguados suficientemente por el martirologio sirio y el Hieronymianum. Hasta la última reforma del calendario romano había en él dos san Atenógenes, uno el 18 de enero y otro en la fecha presente; pero se llegó a ver que no era sino una duplicación del mismo, y se suprimió la del 18 de enero, que era una fecha adoptada más modernamente que la tradicional del 16 de julio. La fiesta fue instituida en Armenia, por san Gregorio el Iluminado, dicen que para consagrar una fiesta pagana.
Ver Butler, 16 de julio, y él cita a su vez como referencia a Delehaye, Les Orígenes du Culte des Martyrs, pp. 177-178. También Fabio Arduino, en Santi e beati, trata el tema casi en los mismos términos.
Santos Reinildis, Grimoaldo y Gondulfo
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Santos Reinildis, Grimoaldo y Gondulfo, mártires
En Saintes, en Hainaut, santos mártires Reinildis, virgen, Grimoaldo y Gondulfo, los cuales, según cuenta la tradición, fueron asesinados por unos salteadores.
Santa Reineldis era hija del conde Witger y de Amalberga, y a la vez hermana de santa Gúdula. La biografía de Santa Reineldis, que no es ciertamente anterior al siglo XI, carece de valor histórico. Los hechos fundamentales que transmite son que cuando sus padres abrazaron la vida religiosa y su hermana se retiró a Moorsel, siguió a su padre a la abadía de Lobbes, con la esperanza de ser admitida» también. Como no lo consiguiese, pasó tres días y tres noches en oración en la
iglesia. En seguida partió en peregrinación a Tierra Santa, de donde volvió siete años más tarde, y se estableció en Saintes, de la provincia de Hales, donde había nacido. Pasaba el tiempo consagrada a los actos de piedad y a las obras de misericordia, ayudada por un subdiácono llamado Grimoaldo y por su criado Gondulfo. Los tres murieron durante una invasión de los bárbaros, en Saintes de Hales o en Kontich de Amberes, y fueron venerados como mártires.
La biografía puede verse en Acta Sanctorum, julio, vol. IV. Sobre la translación de las reliquias de la santa, cf. Analecta Bollandiana, vol. XXII (1903), pp. 439-445. Acerca del sitio de su muerte, cf. Analecta Bollandiana, vol. LXIX (1951), pp. 348-387. Artículo reproducido del Butler con variantes.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
San Sisenando de Córdoba
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San Sisenando, diácono y mártir
En la ciudad de Córdoba, en la región hispánica de Andalucía, san Sisenando, diácono y mártir, decapitado por los sarracenos por su fe en Cri
«Un clérigo santísimo, Sisenando, nacido en Beja (Portugal), bajado a Córdoba, educado dignamente en la basílica de San Asisclo -donde descansan los cuerpos de los mártires-, estaba preparado para volver con su familia. Pero desde el cielo fue invitado por los beatísimos mártires Pedro y Walabonso, y también él se encaminó al martirio.»
Así, sin mayores preámbulos, nos coloca san Eulogio de Córdoba de lleno en la pequeña historia de san Sisenando, a quien pocas líneas más abajo, comparando con la brutalidad de los guardias, lo llamará «delicado efebo»; así que venimos a saber que se trata de un adolescente, clérigo -en la época se entraba en la clerecía ya con las órdenes menores, por lo que no sabemos si fue diácono, como afirma el Martirologio Romano (la palabra «levita», que utiliza Eulogio, puede entenderse específicamente como diácono, o con más frecuencia como el genérico «clérigo»)-, y que fue llamado al martirio.
Ése es el punto fundamental que le interesa a Eulogio transmitir, y que a nosotros nos puede chocar un tanto, e incluso contradecir nuestro modo de entender el martirio. Sisenando, al igual que la mayoría de los mártires eulogianos, se presenta espontáneamente al Juez islámico para confesar la verdadera fe y desenmascarar la falsedad del Profeta. Incluso en algún caso, como san Abundio, hace apenas unos días, el autor dedica una reflexión específica a mostrar que, aunque Abundio no se presentó espontáneamente al martirio, hizo «de la necesidad virtud», y una vez frente al Juez, se hizo acreedor de la palma de la victoria. Sin duda que a Eulogio y a muchos escritores antiguos nuestra doctrina firmemente establecida de que al martirio no debe llegarse por propia voluntad les sonaría casi ridícula. Sin embargo, no se trata de mera voluntad humana: para que el mártir conciba el deseo de serlo, debe estar específicamente llamado a ello: hay, para Eulogio, una auténtica vocación al martirio, que se valida por signos del cielo, y se expresa literariamente, por ejemplo, en escenas como la que leímos al comenzar esta nota: dos mártires se le acercan de alguna manera (visión, sueño, no lo sabemos), y lo invitan a acompañarlos en la gloria del martirio.
Eulogio no cede a la fácil tentación de adornar su escena con excesivo sobrenaturalismo, ¡ni siquiera con el esperable naturalismo!: no sabemos cómo fue esa invitación de los mártires, no sabemos siquiera cómo fue la primera confesión de Sisenando ante el Juez, ya que en el fragmento siguiente al que leímos, ya está en la cárcel:
«Mientras permanecía en la cárcel, inspirado por un espíritu profético, anunció con antelación el momento de su patíbulo. Así, cuando llegó el tiempo de responder a cierto amigo que deseó preguntarle, le escribió una tres o cuatro pequeños versos: atacado subitamente por una gran hilaridad -vivificado ya, en cierto modo, por la alegría celeste-, se levantó del lugar donde estaba, y al niño portador de la misiva (a quien todos los soldados de Cristo entregaban sus mensajes), le entregó el medioescrito tal como estaba, que se dice que muchos lo escucharon: retrocede hijo, que no aplastes con la fuerza de la compañía, porque ya las potencias de las tinieblas me vienen a sacar, ahora será exhibido degollado.»
Recuérdese que son unos «medios versos», apenas articulados, así que Eulogio los consigna sin completa concordancia gramatical, pero su sentido es perfectamente claro: así como lo invitaron al martirio los dos mártires Pedro y Walabonso, ahora un espíritu de profecía hace saber al resto del mundo la veracidad de la elección divina, y por tanto la impiedad de la compasión humana por su muerte. La primera escena era para Sisenando, la profética es para los espectadores, y entre ellos, nosotros.
Como la profecía contiene ya la descripción de cuál será el modo concreto de la muerte (por degollamiento), no necesita detenerse en detalles de la escena -Eulogio no abunda en imágenes sangrientas ni se recrea en torturas-, y más bien se explaya en reafirmar su doctrina del martirio como una vocación específica:
«Después de esta profecía, mientras él permanecía quieto en el lugar, llegaron en ese mismo momento guardias gritando, y lo condujeron con furia al lugar donde se consumaría el martirio, dándole bofetadas y puñetazos. Proseguía el siervo de Dios glorificando en su alma, cierto de la corona de la victoria, puesto que había sido invitado al celeste banquete por los santos que le habían exhortado. Y así, presentado al juez, permaneciendo en la misma santa confesión que al principio, el delicado joven recibió una gloriosa muerte, y sus restos fueron arrojados fuera del palacio -el 16 de julio, jueves-, al descampado.»
Finalmente, tal como tras estos santos que lo invitaron y tras este espíritu profético que interpreta su muerte, está el Dios verdadero atestiguado en el martirio, el mismo Dios corona el sentido de esta joven vida, que en criterios puramente humanos fue prematuramente segada, señalando milagrosamente sus huesos para que puedan formar parte del tesoro de los santos, y así como en San Asisclo comenzó la formación de este mártir, en San Asisclo descansa su corona:
«Tras muchos días, le dio Dios a unas mujeres descubrir los huesos escondidos entre las piedras; y los llevaron a la camara de los mártires de la basílica de San Asisclo.»
Sólo resta agregar por nuestra cuenta, que las religuias de san Sisenando, junto con las demás que se suponen pertenecientes a los mártires de Córdoba, se veneran hoy en la parroquia de San Pedro, en la misma ciudad.
El texto, emocionante como todos los relatos de Eulogio, se encuentra en el «Memoriale Sanctorum», la gran obra del santo, en el capítulo V del libro II. La biblioteca Cervantes virtual pone a nuestra disposición una edición latina antigua, de 1574, facsimilar, pero de buena legibilidad. He traducido el fragmento lo mejor que he sabido (no se trata de un latín demasiado académico), que espero llegue a transmitir algo del sabor original. En la Piadosa Hermandad del Santísimo Sacramento y Santos Mártires de Córdoba se sintetizan algunas historias de estos mártires (aunque realmente vale la pena tratar de leer directamente a Eulogio), y allí mismo hay algunas indicaciones bibliográficas.
Beata Irmengardis de Frauenwörth
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Beata Irmengardis, abadesa
En el monasterio de Frauenwörth, junto al lago Chiemsee, en Baviera, beata Irmengardis, abadesa, que desde su más tierna infancia, despreciando el esplendor de la corte, se entregó al servicio de Dios y consiguió que otras muchas vírgenes siguieran al Cordero.
Irmengardis nació alrededor del año 832. Era hija de Luis el Germánico (nieto de Carlomagno) y de la reina Ema. El nombre de Irmengardis figura, junto con el de sus tres hermanas y el de su madre, en el libro de la cofradía del monasterio de Saint-Gall. Luis el Germánico, después de nombrar abadesas a otras dos de sus hijas, según la costumbre de la época, eligió a Irmengardis para que gobernase el monasterio de Buchau y, más tarde, la real abadía de Chiemsee, en Baviera.
Irmengardis fue un modelo de virtud y de penitencia, y su gobierno se distinguió por la solicitud con que miraba por sus súbditas. Murió el 16 de julio de 866 y fue sepultada en la iglesia de su monasterio. Las monjas de la abadía y las gentes de los alrededores empezaron inmediatamente a venerar a Irmengardis como santa, y su culto persiste en nuestros días. Pío XI lo confirmó en 1928. El arzobispo de Munich y de Freising, a instancias de la comunidad de Chiemsee, había llevado previamente a cabo las investigaciones necesarias para la beatificación.
No hay que confundir a esta beata con la Irmgarda que se venera en la diócesis de Colonia (4 de septiembre), que murió poc antes del año 1100. En Acta Apostolicae Sedis, vol. XXI (1929), pp. 24-26, se halla el decreto de confirmación del culto, que incluye un breve esbozo biográfico.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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Beato Bartolomé de los Mártires Fernandes
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Beato Bartolomé de los Mártires Fernandes, obispo
En el monasterio de la Santa Cruz, en Viana do Castelo, en Portugal, beato Bartolomé de los Mártires Fernandes, obispo de Braga, que, eximio por su integridad de vida, se distinguió por la caridad pastoral en el cuidado de su grey y llenó de sólida doctrina sus numerosos escritos.
Bartolomeu Fernandes dos Mártires nació en Lisboa en maayo de 1514. Su nombre «de los Mártires» recuerda a la iglesia Santa María de los Mártires, donde fue bautizado. Recibió el hábito dominicano el 11 de noviembre de 1528, hizo el noviciado en el monasterio de Lisboa, y concluyó los estudios filosóficos y teológicos en 1538. Enseña en los conventos de Lisboa, «De la batalla» y Évora (1538 a 1557), pasando a prior de Benfica, en Lisboa, en 1557.
En 1558 es presentado por la reina Catalina para suceder a D. Frei Baltesar Limpo, O. Carm., Arzobispo de Braga, y el papa Paulo IV lo confirma con la bula Gratiae Divinae Praemium, fechada el 27 de enero de 1559. Es ordenado obispo en septiembre de ese mismo año, en Lisboa. Aceptó esa dignidad por obediencia a su prior provincial, el célebre Fray Luis de Granada, quien, habiendo sido designado primero por la Reina, le aconsejó que primero postulara a Bartolomé.
Su actividad apostólica en la vastísima arquidócesis es multifacética. Se destacó por la realización de las visitas pastorales, y por la constante evangelización del pueblo, para lo cual tenía preparado un catecismo de doctrina y prácticas espirituales (del qeu se hicieron 15 ediciones); la solicitud por la cultura y la santidad del clero le llevó a instituir aulas de teología moral en varios locales de la diócesis y escribir unas 32 obras doctrinales. Merece especial consideración la llamada «Stimulus Pastorum», distribuida a los Padres de los concilios Vaticano I y II, y que ya tuvo 22 ediciones.
En 1561 a 63 participa en el Concilio de Trento, donde presentó 268 peticiones como síntesis de las interpelaciones de reforma de la Iglesia. Y para concretar las reformas tridentinas en la diócesis convocó un sínodo diocesano en 1564 y otro provincial en 1566. Pocos años más tarde comienza la construcciónd el Seminario Conciliar en Campo da Vinha.
El 23 de febrero de 1582 renuncia al arzobispado para retirarse al convento dominico de Santa Cruz, en al ciudad de Viana do Castelo, que había sido establecido con su propio empeño por favorecer los estudios eclesiásticos y la oración. Ocho años más tarde, el 16 de julio de 1590 muere en ese mismo convento, con fama de santdad, y aclamado por el pueblo como padre de los pobres y de los enfermos. Fue beatificado por SS Juan Pablo II el 4 de noviembre de 2001, memoria de san Carlos Borromeo, con quien el beato había trabajado arduamente en la realización de los objetivos del Concilio de Trento.
fuente: Vaticano
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Beatos Juan Sugar y Roberto Grissold
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Beatos Juan Sugar y Roberto Grissold, mártires
En Warwick, en Inglaterra, beatos Juan Sugar, presbítero, y Roberto Grissold, mártires, que, condenados en tiempo del rey Jacobo I, el primero de ellos por haber entrado en Inglaterra siendo sacerdote, y el segundo por haberle prestado ayuda, alcanzaron la palma del martirio tras ser cruelmente atormentados.
En Warwick, Inglaterra, el 16 de julio de 1604 fueron ahorcados y descuartizados dos confesores de la fe que prefirieron dar la vida antes que renegar de la Iglesia de Jesucristo. El uno, Juan Sugar, era sacerdote, el otro, Roberto Grissold, era seglar. Al primero se le condenó a muerte como traidor por haberse ordenado sacerdote en el continente y haber vuelto a Inglaterra a ejercer su ministerio, y al otro por haber prestado ayuda al sacerdote, lo que era considerado igualmente delito de felonía. Ambos fueron beatificados por Juan Pablo II el 22 de noviembre de 1987.
Juan Sugar había nacido en Wambourne, no lejos de Volverhampton en el condado de Stafford, en el seno de una familia acomodada, de religión protestante, y fue educado en Oxford, en el Merton College, donde no obtuvo el doctorado porque tenía escrúpulos en prestar el juramento de acatamiento a la primacía religiosa de la reina. Era persona muy religiosa y su celo por la gloria de Dios le llevó a hacerse ministro protestante, ejercitando su ministerio en Cannock, en el mismo condado de Stafford. No se conoce por qué pasos y por medio de qué personas llegó a la religión católica, pero es un hecho que abandonó su ministerio protestante y su religión, se hizo católico y marchó a Douai a estudiar, donde fue ordenado sacerdote y enviado en 1601 a la misión inglesa. Trabajó por los condados de Warwick, Stafford, Wigorne, etc. Todos cuantos le trataron apreciaron en él enseguida singulares virtudes: de gran pureza e inocencia, manso y humilde, afanoso en socorrer a los pobres y mostrar con todos una gran caridad, muy austero y parco en su comida, alma de oración asidua y fervorosa.
Fue arrestado el domingo 8 de julio de 1603 junto con Roberto Grissold cuando iban de camino a Rowington, en el condado de Warwick, y fue llevado a esta ciudad y metido en la cárcel. Compareció ante el tribunal los días 13 y 14 de julio de 1604, presidiendo el juez Kingsmill, que lo condenó a muerte por ser sacerdote procedente de un seminario del continente y haber entrado en el reino inglés contra la ley que lo prohibía. Se fijó la ejecución para el día 16 de julio. En la mañana de la ejecución vinieron a verle unos amigos y les dijo: «Estad alegres, porque no tenemos motivo para entristecernos sino de alegrarnos, porque si me toca hoy un amargo almuerzo, me espera una dulcísima cena». Pidió a Dios que perdonase al juez y a todos los que lo habían perseguido y arrestado.
Cuando era llevado sobre un zarzo al lugar de la ejecución dio dinero a cincuenta pobres al tiempo que rezaba con gran piedad. Un ministro protestante le dijo al pie del patíbulo que tuviera fe y él le contestó: «Yo creo aquello que enseña mi madre la Iglesia católica». Y le preguntó al ministro le dijera quién había convertido aquel país, y le dijo el ministro que respondiera él. Y dijo el mártir que había sido el papa san Eleuterio que había enviado dos misioneros al rey Lucio de Bretaña y lo habían convertido a él y a su pueblo. Y añadió: «En cambio esta nueva religión la ha inventado Enrique VIII». Fue despojado de toda su ropa, menos de su camisa. Al empezar a subir los peldaños de la escalera dijo: «Gracias a Dios hoy puedo subir bastante biem». Bendijo la soga con la señal de la cruz y dijo: «Con la señal de la cruz vine al mundo y con la señal de la cruz salgo de él». El vice-sheriff le dijo que pidiera por el rey. El mártir constestó: «Dios bendiga al rey, a la reina y al pequeño príncipe y a todo el consejo. Dios perdone al magistrado, al señor juez Burgoyne y a todos aquellos que me capturaron y también a vos, y que Dios a mí también me perdone». Entonces, el verdugo se dirigió a él y le dijo: «Perdóneme también a mí, buen padre». Y el mártir respondió: «Hijo, te perdono de todo corazón». Y dirigiéndose al pueblo añadió: «Buena gente, muero con gusto porque iré a un sitio de gloria y suplico a Jesús que reciba mi alma, y pido a todos los ángeles, mártires y santos que acompañen mi alma a aquel bendito lugar. Deseo ser desatado para estar con Cristo y pido a Dios que todos los aquí presentes puedan participar de aquella felicidad a la que yo ahora voy. Jesús, Jesús, recibe mi alma». Y todo el pueblo respondió: «Amén, amén». Le dijeron que él no moría por su conciencia sino por traición, y respondió: «Estáis equivocados. Nadie puede inculparme de traición sino sólo de seguir mi conciencia». Entonces le dijeron: «¿Estás preparado para morir?». Y él respondió: «Estoy preparado en Jesús». Seguidamente fue ahorcado, pero aún no había muerto cuando fue bajado y en vivo se le empezó a descuartizar.
Roberto Grissold o Greswold nació en Rowington, junto a Knowle, en el condado de Warwick, hacia el año 1575. Era un católico fervoroso que no tenía reparo en ayudar a los sacerdotes católicos. Fue sorprendido y arrestado cuando acompañaba al padre Juan Sugar. Pudo haber salvado la vida tres veces. Primero, cuando lo arrestaron, porque uno de los que lo arrestaron era su primo Clement Grissold, quien le dijo que si quería siguiera su camino, que no lo arrestaban, pero él dijo que no se iba sin el sacerdote. Pudo también fugarse de la prisión, para lo cual le dejaron adrede la puerta abierta, pero él no quiso irse sin el sacerdote y, además, tenía deseos del martirio, y así se quedó con el sacerdote un año entero en la cárcel. Y su tercera oportunidad fue en el curso del proceso, cuando el juez Kingsmill le preguntó si estaba dispuesto a ir a una iglesia protestante y él respondió que no. Le dijo el juez que entonces iba a ser ahorcado. Se produjo este diálogo entre el juez y el mártir:
-Roberto: «Le ruego, milord, que haga que yo obtenga justicia y que el país sepa por qué razón muero».
-Juez: «Te garantizo que se te hará justicia; el país sabrá que mueres culpable de felonía».
-Roberto: «¿En qué cosa he cometido felonía?».
-Juez: «Tú has cometido una felonía por estar en compañía, por asistir y por ayudar a un sacerdote de un seminario, es decir a un traidor».
Se le volvió a ofrecer la vida si iba a la iglesia protestante y el mártir dijo que no. Entonces el juez, muy nervioso, lo condenó a muerte.
Llegada la mañana de la ejecución, mandó el juez de nuevo a ofrecerle la libertad y la vida si iba a la iglesia protestante. El mártir, deseoso del martirio, rehusó. Una mujer lloraba por él y el mártir le dijo: «Buena mujer, ¿por qué llora? No hay motivo para llorar sino para alegrarse porque hay que entrar en la cámara del Esposo no con lágrimas sino con alegría». Le dijo ella que esperaba le hubieran perdonado la vida, y él dijo que entonces se habría perdido la ocasión de morir por Dios, que se hiciera su voluntad. Y volviéndose a los católicos que habían acudido les pidió perseverancia. Llegado al lugar del suplicio, se arrodilló y empezó a orar, y aunque él había sido persona miedosa y hasta se había desvanecido una vez que se hirió, asistió con gran fortaleza moral al descuartizamiento del cuerpo del P. Sugar. Una mujer católica se puso delante de él para que no viera cómo descuartizaban al misionero, y él le dijo que podía quitarse pues por la gracia de Dios no estaba aterrorizado. Negó ser él el culpable de su muerte y, cuando lo acercaron al lazo de soga con que iba a ser ahorcado, tiñó la soga con la sangre del E. Sugar, y desde el patíbulo dijo a la gente: «Buena gente: sed testigos de que muero no por robo o por felonía sino por mi fe». Perdonó a sus perseguidores, también al verdugo, y recitó el Confiteor. Lo ahorcaron mientras invocaba el nombre de Jesús.
N.ETF: La fuente no menciona una bibliografía específica; el decreto de beatificación (AAS 79(1987), pág 607ss) menciona los nombres sumariamente, junto con el resto de los casi 90 mártires elevados a los altares por ese mismo decreto, así que no provienen de allí los detalles biográficos y, sobre todo, los diáalogos y frases de los mártires que, aunque en sí mismas no imposibles, parecen más bien un tanto convencionales.
fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003
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Beato Andrés de Soveral
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Beatos Andrés de Soveral y Domingo Carvalho, mártires
En la ciudad de Cunhaú, cerca de Natal, en Brasil, beatos Andrés de Soveral, presbítero de la Compañía de Jesús, y Domingo Carvalho, mártires, que, mientras celebraban la Misa, fueron retenidos en la iglesia ante la desesperación de los fieles y atrozmente asesinados por unos soldados.
La Iglesia del Brasil recuerda con emoción los primeros días de su establecimiento cuando determinados colonizadores querían establecerse en las tierras salvajes de la selva en busca de beneficios materiales y de mejor estilo de vida. Eran los días en los que desde Europa llegaban grupos de diversas creencias y actitudes religiosas. Con frecuencia coincidían en los mismos destinos colonizadores sin escrúpulos, resentidos contra los católicos si eran protestantes, y contra los cristianos si eran de otras religiones. Aconteció en América del Norte y también en Brasil.
El 25 de diciembre de 1597, solemnidad de Navidad, llegaron por primera vez al Brasil los miembros de una expedición colonizadora, acompañada por cuatro misioneros -dos jesuitas y dos franciscanos-, pioneros de la evangelización del Río Grande del Norte. Se establecieron en un lugar que llamaron Natal (Navidad) que hoy es próspera capital de la provincia de Río Grande del Norte. Poco a poco se dedicaron al trabajo; a la siembra del Evangelio en las tierras habitadas por los indios «potiguares».
Pronto surgió una cristiandad floreciente y los misioneros, además de predicar el mensaje cristiano, se dedicaron a proteger a los indígenas ante la voracidad de los colonizadores. Medio siglo después llegaron también colonos holandeses. Fue en diciembre de 1633 cuando la capitanía de Río Grande del Norte cayó en poder de los advenedizos y se produjo, por algún tiempo, la llamada «invasión holandesa de Brasil». Los recién venidos traían las consignas de su metrópoli de Europa, pues desde 1637 a 1644 Mauricio de Nassau había decretado la tolerancia religiosa, a pesar de las protestas del Sínodo de la reforma calvinista. Mas en las colonias tardaban en llegar y en cumplirse las órdenes de Europa y las decisiones emanadas de la autoridad se burlaban si otros intereses arrastraban a los aventureros de fortuna.
Por eso llegaron entre los «invasores» de Río Grande nutridos grupos de calvinistas, sobre todo reclutados como soldados sin entrañas, deseosos de enriquecerse y de combatir con cierto fanatismo contra los católicos portugueses ya establecidos en la región. Las tensiones entre portugueses y holandeses, entre los católicos y los calvinistas, estuvieron en la base de las matanzas que acontecieron en Río Grande.
El párroco Andrés de Soveral y el presbítero Ambrosio Francisco Ferro y sus grupos parroquiales de fieles, perdieron la vida por odio a la fe. Se conocen centenares de portugueses asesinados en diversas matanzas. Con el tiempo se recogieron los nombres de 28 laicos, hombres, mujeres y niños, a quienes mataron sólo por ser católicos y que sirvieron de cimiento de aquella Iglesia del Brasil. Los hechos acontecieron en el año de 1645. Ellos fueron los protomártires del Brasil, miembros de parroquias pacíficas, establecidas en Cunhaú y luego en Uruaçú, en la ribera del río Potengi.
Hubo dos matanzas, una el 16 de julio de 1645, y otra el 3 de octubre del mismo año, con muchos muertos en cada una; sin embargo, por las dificultades para recoger los nombres y asegurarse de las muertes que fueron «in odium fidei», se han beatificado, en marzo del año 2000, 30 protomártires del Brasil. Dos sacerdotes, que perdieron la vida el 16 de julio, se celebran en esa fecha, y los 28 restantes en la fecha de la segunda matanza, 3 de octubre del mismo año. En el lugar de las matanzas se levantó pronto una iglesia y un monumento a los mártires, cuya veneración comenzó pronto a convocar peregrinos de toda la región.
El primer hecho martirial ocurrió en la localidad de Cunhaú, el 16 de julio de 1645. El día anterior llegó a la localidad, a 73 kilómetros de Natal donde se hallaba la capitanía del Río Grande, el enviado del gobierno holandés, el aventurero Jacob Rabbi. Venía acompañado de un regimiento de soldados y de un centenar de indios. Dijo ser portador de órdenes que debería comunicar al día siguiente, cuando los colonos de las haciendas cercanas se reunieran para la misa dominical. Se convocó a todos para que acudieran al sacrificio. Las órdenes se anunciaron como procedentes del Gran Consejo holandés de Recife, que había tomado aparentemente el mando en la región de la que dependía Natal y todo el territorio de Río Grande.
La mayor parte de los colonos se reunieron para la misa en la capilla de Nuestra Señora de las Candelas, bajo la presidencia del párroco el P. Andrés de Soveral. No todos cayeron en la trampa pues algunos colonos desconfiados se quedaron en sus haciendas para ver qué acontecía o para defenderlas si eran asaltadas. Ellos fueron quienes luego relataron los acontecimientos.
Estaban en la eucaristía y al momento de la consagración, cuando la sagrada forma se elevó en las manos del sacerdote, el traidor Rabbi dio orden de cerrar las puertas de la iglesia y comenzó con los soldados y los indios «tupaias» y «potiguares» acompañantes una sangrienta carnicería de las 69 personas reunidas: hombres desarmados, mujeres y niños. Los soldados dispararon con saña contra los indefensos católicos. Los indígenas se cebaron en ellos con sus machetes y espadas sobre los aterrorizados hombres que cubrían con sus cuerpos a los niños y a sus mujeres.
El cuerpo del sacerdote fue con el que más se ensañaron cuando ya estaba en la agonía. Los fieles asumieron la muerte con resignación y muchos de ellos recitaban plegarias de perdón para los asesinos y pedían perdón a Dios por sus pecados. No ofrecieron resistencia alguna, según los testimonios posteriores de algunos de los que contemplaron la sangrienta escena.
Los asesinos recorrieron otros lugares matando a gentes indefensas. Mientras tanto, la noticia de la matanza de Cunhaú se difundió entre los habitantes de Río Grande del Norte. Los moradores del entorno de Natal, atemorizados por la doble amenaza de los indios y de los holandeses, buscaron lugares más seguros: primero en Fortaleza de los Reyes Magos; luego emigraron hacia el río Uruaçú y a otros lugares. Unos grupos se refugiaron en las orillas del río Potengi.
El 3 de octubre tuvo lugar la segunda matanza, en Uruaçú, realizada explícitamente por odio a los católicos. Fueron asesinadas cerca de 80 personas, entre las que resalta un grupo de 12 más influyentes, reunidos en torno a otro párroco, el P. Ambrosio Francisco Ferro. Desde la matanza de Cunhaú en julio había un grupo escondido en Uruacu, lugar cercano a Sao Goncalo do Amarante, a 18 kms. de Natal. Escondidos en lugares de difícil acceso, aunque no para los indios acostumbrados a moverse por las selvas y los ríos. Habían construido empalizadas y defensas improvisadas.
Allí irrumpieron unos 60 soldados holandeses, apoyados por unos 200 indígenas que estaban dirigidos por un fanático cacique convertido al calvinismo. Se llamaba Antonio Paraópeba. Les alentaba una compañía de soldados también llenos de odio hacia los portugueses católicos. Asaltaron el lugar y destruyeron las defensas. Llegaron a pactar la rendición bajo la promesa de respetar las vidas y fueron vilmente traicionados. Los soldados dejaron a los indígenas la macabra tarea de asesinar a los vencidos, conforme a los ritos y costumbres feroces de muchos de ellos, que habían sido guerreros e incluso antropófagos.
La crueldad fue la tónica de esta matanza: a algunos les cortaron los brazos y las piernas, a otros les sacaron los ojos, les arrancaron la lengua, les cercenaron las narices y las orejas; a varios niños les cortaron la cabeza. A un niño lo estrellaron contra el tronco de un árbol y a otro le partieron por la mitad con una espada. A los muertos los despedazaron luego en pequeños trozos. El más significativo fue Mateus Moreira: después de cortarle las piernas y los brazos, le seguían pidiendo que blasfemara de la Eucaristía. Le intentaron sacar el corazón por entre las costillas. Y murió exclamando: «Alabado sea el Santísimo Sacramento». Todo esto ocurría con la complacencia del grupo de soldados que les dirigían y con la feroz alegría de saber que estaban limpiando la zona de enemigos europeos.
Andrés de Soveral (16 de julio)
Los emblemas martiriales de aquellos acontecimientos fueron los dos sacerdotes que animaron los dos grupos de mártires. El primero fue el párroco Andrés de Soveral, que quedó en el recuerdo histórico de todos como modelo de misionero celoso y valiente. Había nacido hacia 1572 en San Vicente, ciudad situada en la isla de San Vicente, cerca de Sao Paulo. Recibió el bautismo en la parroquia de su lugar de nacimiento dedicada a San Vicente mártir.
No se conocen muchos datos de su infancia, pero es casi seguro que estudió en un colegio local denominado del Niño Jesús, fundado por los jesuitas en 1533. Allí debió sentir su vocación y entró en la Compañía. El 6 de agosto de 1593, a los 21 años, hizo su noviciado en Bahía. Estudió teología y mostró gran interés por las lenguas indígenas. Fue luego enviado al colegio de Olinda, en Pernambuco, centro de irradiación para la evangelización de los indígenas. Se inició en la actividad misionera en un viaje que hizo con el P. Diego Nunes por el territorio de los indios «potiguares». En una de las aldeas conoció a la indígena Antonia Potiguar, que era jefa de la tribu y se había hecho cristiana. Bendijo su matrimonio y bautizó a otros indígenas de la aldea.
No se sabe por qué, pero al poco tiempo, desde 1607, había dejado la Compañía de Jesús, pues no figura en sus registros y listas desde ese año. Probablemente se puso bajo la dependencia del obispo diocesano de Bahía, a la que pertenecía Río Grande del Norte, para contar con más libertad en sus empresas misioneras. De hecho, en 1614 figuraba ya como párroco de Cunhaú. Se entregó con celo a la animación religiosa de sus feligreses, tanto blancos como indios. Era austero y visitaba los poblados y las haciendas de los colonos.
Con ayuda de las familias había construido en el poblado una pequeña iglesia y la gente le respetaba y estimaba. Los indígenas, con los que se comunicaba en su idioma, le contaban como protector y nunca le hubieran hecho daño. Tuvieron que venir otras gentes de lejos para terminar con su inmunidad sacerdotal. Tenía 73 años cuando acontecieron los hechos que le llevaron a la muerte.
Ambrosio Francisco Ferro (3 de octubre)
El animador del otro grupo de mártires fue el sacerdote Ambrosio Francisco Ferro, de la diócesis de Natal. Era portugués y había nacido en las Azores. Luego emigró a Brasil y se ordenó sacerdote en la diócesis de Bahía. Había sido nombrado vicario de Río Grande en 1636. Era generoso, muy piadoso y desinteresado. Cuando conoció las matanzas que se perpetraban por parte de los calvinistas holandeses y que no tenían otro propósito que ahuyentar a los portugueses de la región, temió lo peor para sus feligreses y trató de salvar sus vidas. Les alentó a refugiarse en la Fortaleza de los Reyes Magos, llamada luego Castelo de Keulen, que estaba en la aldea cercana al Uruaçú.
Ayudó a construir defensas y empalizadas por si llegaban los perseguidores que habían perpetrado la matanza de Cunhaú y de los que se sabía que seguían haciendo estragos por la región. No quedan datos del martirio. Parece que fue de los primeros en ser atravesado por una espada, precisamente por ser el sacerdote del grupo y ser conocido por los asesinos.
Extractado de un artículo de Pedro Chico González, FSC, en Año Cristiano, BAC, 2003, tomo julio, pág 452 y ss. Ver bibliografía allí mismo.
fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003
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Beatos Nicolás Savouret
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Beatos Nicolás Savouret y Claudio Béguignot, presbíteros y mártires
Frente a Rochefort, en la costa de Francia, beatos Nicolás Savouret, de la Orden de los Hermanos Menores Conventuales, y Claudio Béguignot, cartujo, ambos presbíteros y mártires, que durante la Revolución Francesa fueron encerrados, por quienes odiaban al sacerdocio, en una nave convertida en cárcel, donde enfermaron y murieron.
Nicolás Savouret había nacido el 27 de febrero de 1733 en Jouvelle, Haute-Saône. En su juventud ingresó en los franciscanos conventuales, hizo el noviciado y la profesión religiosa y se ordenó oportunamente de sacerdote, pero desconocemos en qué conventos estuvo destinado y qué oficios o cargos tuvo dentro de la Orden, salvo que se sabe que era doctor en teología y que al tiempo de la Revolución Francesa ejercía como director de las clarisas de Moulins, diócesis entonces de Autun. Cuando se planteó el tema de la prohibición de los votos religiosos, él no dudó en declararle al procurador síndico de su departamento que él no abandonaba voluntariamente su orden ni su hábito. Cuando llegó la cuestión del juramento constitucional hay constancia de que junto con el obispo y otros muchos sacerdotes el P. Savouret se negó a prestarlo. Se conocen ciertas reclamaciones de tipo económico que el P. Savouret presentó por aquellos años. Como en 1793 cumplió sesenta años, él debió estar dispensado de la deportación, pero su nueva negativa a prestar el juramento de libertad-igualdad lo llevó a ser arrestado el 18 de mayo en la commune de Moulins y a ser enviado a Rochefort, donde estaba ya el 13 de abril de 1794, embarcado en el Borée. Pasó luego a Les Deux Associés, donde murió el 16 de julio de aquel año, a causa de haber sido abandonado en su enfermedad, cuyo remedio él sabía y pidió en vano. Persona culta y piadosa, pidió se le administraran los sacramentos el día 14 de julio, fiesta de san Buenaventura, pero su gravedad hizo que se le adelantaran. Tuvo ante la muerte una gran serenidad y presencia de espíritu.
Claudio Béguinot nació en Langres, Haute-Marne, el 19 de septiembre de 1736. Ingresó en la Orden Cartujana e hizo la profesión el 15 de agosto de 1760, y fue ordenado posteriormente de sacerdote. En 1770 era sacristán de la cartuja de Val-Saint-Georges. En 1772 está como huésped en Ruán; en 1777 estaba en la cartuja de Bourg Fontaine, Aisne, y en 1782 otra vez está como huésped en Ruán. Fue religioso profeso de la cartuja de Saint Julien, en Saint-Pierre-de-Quevilly. Cuando los conventos fueron suprimidos, se quedó en Ruán dos años, y allí estaba cuando fue arrestado en abril de 1793, alojado en casa de Caban Vergetier. Él no había prestado ninguno de los dos juramentos que se exigían. Fue detenido en la prisión de Saint-Vivien. El 6 de marzo de 1794 fue enviado como deportado a Rochefort, donde estaba el 12 de abril. Embarcado en Les Deux Associés, murió el 16 de julio de 1794. Persona de gran espiritualidad y santidad de vida que había pasado su vida dedicado a la contemplación de las cosas divinas, era buscado en el barco por todos como el mejor confesor, y su pureza y humildad le hacían recomendable a todos. Llevó su enfermedad con gran fortaleza y mansedumbre. Llevaba consigo un crucifijo que fue roto por los guardianes y asimismo instrumentos de penitencia que sirvieron de burla. Fue beatificado, al igual que el P. Savouret y los demás mártires de Rochefort, el 1 de octubre de 1995 por SS. Juan Pablo II.
fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003
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Beatas Aimée de Jesús
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Beatas Aimée de Jesús de Gordon y otras seis compañeras, religiosas mártires
En Orange, también en Francia, beatas Aimée de Jesús (María Rosa) de Gordon y otras seis religiosas, vírgenes y mártires, que durante la misma revolución fueron condenadas a muerte por haberse negado a renunciar a la vida religiosa y recibieron felizmente la palma del martirio. Sus nombres son: beatas María de Jesús (Margarita Teresa) Charansol, María Ana de San Joaquín Béguin-Royal, María Ana de San Miguel Doux, María Rosa de San Andrés Laye, Dorotea del Corazón de María y Magdalena del Santísimo Sacramento de Justamont.
El día 16 de julio de 1794 en la plaza de Orange, Francia, fueron guillotinadas siete religiosas, que aquella misma mañana habían sido juzgadas y condenadas a muerte. Los jueces estimaron que las acusaciones contra ellas habían quedado probadas. Las acusaciones por las que la República francesa consideraba que aquellas religiosas no debían seguir viviendo sino que debían ser ejecutadas eran éstas: «Todas ellas han propagado sin cesar el más peligroso fanatismo, han predicado la intolerancia y la superstición más horrible, y, refractarias a la ley, han rehusado prestar el juramento que la ley les exige...». Fueron beatificadas por SS Pío XI el 10 de mayo de 1925 en el grupo de las 32 mártires de Orange.
María Rosa de Gordon, nacida en Mondragón el 29 de septiembre de 1733, ingresó en el monasterio de las Sacramentinas de Bolléne y al profesar tomó el nombre de sor Amada (Aimée) de Jesús. Tenía en el monasterio el cargo de asistente hasta su salida del mismo. Y cuando éste fue suprimido vivía con las hermanas en comunidad en una casa alquilada y en ella continuó con su cargo, sirviendo a las hermanas como una madre, sobre todo desde que se vieron privadas de la presencia de la M. De la Fare. Ellas las animaba y consolaba, intentando ser útil en todas las cosas. Había ingresado en el monasterio en 1751 y había llevado una vida verdaderamente ejemplar.
Margarita Teresa Charansol nació en Richerenches el 28 de febrero de 1758, y al profesar en el monasterio de las Sacramentinas de Bolléne tomó el nombre de sor María de Jesús. Al llegar la persecución se quedó con las hermanas y con ellas fue arrestada, y llevada a Orange.
María Ana Béguin-Royal nació en Vals-Sainte-Marie el año 1736, y había ingresado en el monasterio de Sacramentinas de Bolléne en calidad de hermana coadjutora y tomó el nombre de sor San Joaquín. Perseveró junto a las hermanas y con ellas fue arrestada y llevada a Orange.
María Ana Doux había nacido en Bolléne el 8 de abril de 1739 y había profesado en el monasterio de las Ursulinas de su ciudad natal con el nombre de sor San Miguel en calidad de hermana conversa. Al cerrarse el monasterio se quedó con sus hermanas y corrió su misma suerte.
María Rosa Laye nació en Bolléne el 26 de septiembre de 1928 e ingresó en el monasterio de Ursulinas de su ciudad en calidad de hermana conversa y tomó el nombre de sor San Andrés. Esta hermana durante su detención no dejó de suspirar por la gracia del martirio, aunque en su humildad se tenía por indigna de ella.
Dorotea Julia había nacido en Bolléne el 27 de mayo de 1743, e ingresó en el monasterio ursulino de Pernes donde profesó con el nombre de sor Corazón de María, y en el que fue superiora. Unida a sus hermanas fue arrestada y detenida con ellas. Tenía fama de santa.
Magdalena Francisca De Justamont había nacido en Bolléne el 26 de julio de 1754 y era hermana de la religiosa sor María de San Enrique martirizada el 12 de julio. Había profesado los votos religiosos en el monasterio cisterciense de Santa Catalina de Avignon con el nombre de sor Magdalena del Santísimo Sacramento. Expulsada de su monasterio por la Revolución se fue a Bolléne y allí se unió a las hermanas Ursulinas, de donde primero fue expulsada y luego arrestada y llevada a Orange.
fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003
Santa María Magdalena Postel
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Santa María Magdalena Postel, virgen y fundadora
En el territorio de Saint-Sauveur-le-Vicomte de Normandía, de nuevo en Francia, santa María Magdalena Postel, virgen, la cual, durante la citada revolución, al ser expulsados los sacerdotes, prestó toda clase de servicios a los enfermos y en general a todos los fieles. Vuelta la paz, fundó en la más completa pobreza la Congregación de Hijas de la Misericordia, para la formación cristiana de las jóvenes pobres.
Juan Postel y su esposa, Teresa Levallois, pertenecían a la burguesía del pequeño puerto francés de Barfleur. El 28 de noviembre de 1765 tuvieron una hija, a la que dieron los nombres de Julia Francisca Catalina. La niña fue siempre muy piadosa, y sobre ella se cuentan las anécdotas que abundan en las vidas legendarias de todos los que llegan un día al honor de los altares. Es digno de notarse que Julia hizo la primera comunión a los ocho años, es decir, cuatro años antes de lo que se acostumbraba en aquella época. Primero estuvo en una escuela de Barfleur, y más tarde fue a proseguir su educación en el convento de las benedictinas de Valognes, donde decidió consagrarse totalmente a Dios e hizo un voto de virginidad. A los dieciocho años salió de la escuela y volvió a Barfleur. Allí inauguró una escuela para niñas, y sus discípulas fueron, con el tiempo, el mejor testimonio de las cualidades de educadora que poseía la futura santa.
Cinco años después de la inauguración de la escuela, estalló la Revolución Francesa. En 1790, la Asamblea Nacional impuso al clero la obligación de jurar la Constitución, cosa que Pío VI consideró como un ataque contra la libertad de la Iglesia, no obstante lo cual, muchos miembros del clero prestaron el juramento y así, la Iglesia de Francia se vio desgarrada por el cisma. En Barfleur la mayor parte de los clérigos juraron, pero Julia Postel encabezó al grupo de los fieles que se negaron a recibir los sacramentos de sus manos. Julia improvisó una capillita debajo de la escalera de su casa, donde celebraba en secreto la misa el P. Lamache, párroco de Nuestra Señora de Barfleur, a quien se perseguía por haberse negado a jurar la Constitución. El P. Lamache tenía tal confianza en Julia, que dejaba el Santísimo Sacramento expuesto en el oratorio. Por su parte, la joven hacía cuanto podía para facilitar los ministerios del sacerdote. La persecución recrudeció tanto que, al poco tiempo, el P. Lamache creyó conveniente dejar de reservar el Santísimo Sacramento en la capillita y encargó a Julia de llevar el viático a los moribundos cuando él no podía hacerlo. Por ello, Pío X, en el decreto de beatificación de Julia, no vaciló en llamarla «sacerdotisa». Pero no sólo los sacerdotes perseguidos admiraban el valor de la joven. Los soldados encargados de registrar la casa de los Postel, dijeron al terminar las pesquisas: «Dejémosla en paz, pues no hace daño a nadie y es muy buena con los niños». Sólo una vida interior tan firme como la de Julia pudo soportar, año tras año, aquella serie de peligros, responsabilidades y sobresaltos que la mantenían en una constante tensión nerviosa. Pero, si Julia estaba siempre unida con Dios, en muchas ocasiones Dios la hacía sentir que estaba con ella.
Durante los cuatro años que siguieron al concordato de 1801, Julia trabajó cuanto pudo por reparar los daños que la revolución había causado a la vida religiosa del pueblo: enseñaba, catequizaba, preparaba a los niños y a los adultos a recibir los sacramentos, organizaba obras de misericordia y oraba constantemente. A los cincuenta y un años de edad, sin más recursos que sus manos y su inteligencia, sostenida únicamente por su buena fama y el testimonio escrito de un sacerdote, Julia se trasladó a Cherburgo, donde, según había oído, las autoridades necesitaban maestros de escuela. Se presentó al P. Cabart y le dijo: «Quiero instruir a la juventud e infundirle el amor de Dios y del trabajo. Quiero ayudar y socorrer a los pobres. Desde hace tiempo, estoy convencida de que hace falta una Congregación religiosa para realizar todo eso». El P. Cabart sabía aprovechar el entusiasmo y reconocer la capacidad de sus feligreses; así pues, respondió a Julia que necesitaba precisamente de una mujer impulsada por esos ideales y que él se encargaría de conseguirle una casa. En efecto, al poco tiempo rentó una para instalar la escuela. Julia la puso bajo el patrocinio de la Santísima Virgen, Madre de Misericordia (a la que había estado también consagrada la capillita bajo la escalera de su casa) y emprendió el trabajo de la enseñanza con otras tres compañeras: Juana Catalina Bellot, Luisa Viel y Angelina Ledanois. Las cuatro hicieron los votos religiosos en 1807, en presencia del P. Cabart, quien representaba al obispo. Julia tomó el nombre de María Magdalena. En el informe que las religiosas presentaron tres años después a la comisión de caridad, consignaban que la escuela contaba con doscientas alumnas a las que se impartía instrucción religiosa y profana, que a otras se enseñaban los trabajos manuales, que se había colocado en diversas instituciones a varios pilluelos de la calle y se habían repartido diez mil francos en limosnas.
En 1811, cuando la comunidad contaba ya con nueve miembros, las Hermanas de la Providencia volvieron a Cherburgo. Para evitar aun la más leve npariencia de envidia, la comunidad de María Magdalena se trasladó a Octeville L´Avenel, donde vivieron las religiosas seis meses, en una barraca contigua o la escuela. Después emigraron a Tamerville, donde se dedicaron a cuidar a los huérfanos y a los pobres. Pero nuevamente tuvieron que ponerse en camino, esta vez a Valognes. Parecía que la obra de Santa María Magdalena iba a desmoronarse, pues en dicha población había ya tres escuelas de religiosas; por otra parte, la comunidad, de la que dependían doce huérfanos, tenía que vivir del trabajo de sus miembros. Por entonces, murió la hermana Rosalía y al divulgarse el rumor de que había perecido de hambre, el P. Cabart consideró que era la gota de agua que colmaba el vaso y decidió dispersar a la comunidad. Pero la superiora pensaba de otro modo y respondió a los mensajeros del P. Cabart: «Decid al padre que tengo una certeza tan absoluta de que el Señor desea que prosiga adelante, que no estoy dispuesta a cejar. Dios, que me ha dado a mis hijas y vela por los pajarillos del campo, puede darnos todo lo necesario. Mientras Dios me dé un átomo de fuerzas para trabajar, no abandonaré a mis hijas». Dios iba a premiar ese acto de total confianza. Pero la comunidad tenía que vivir aún ratos muy amargos. Las religiosas pasaron grandes estrecheces en Hamel-au-Bon y, para sostenerse, hicieron trabajos de costura y confección, y aun participaron en las labores del campo. Finalmente, las autoridades de Prince Le Brun les ofrecieron la casa que habían ocupado antes en Tamerville y les pidieron que se encargasen de una escuela. Por la misma época, se declaró una carestía que proporcionó a la madre María Magdalena y sus religiosas la ocasión de ganarse el afecto del pueblo. En 1818, una ley local obligó a la superiora, que tenía ya sesenta y dos años, a pasar un examen si quería seguir en la enseñanza. Aunque las muertes habían reducido el número de religiosas a cuatro, la madre María Magdalena inauguró una escuela en Tourlaville. Con la expansión de las actividades, empezó a aumentar el número de vocaciones y, en 1830, fue necesario conseguir un nuevo convento. La madre superiora obtuvo de las autoridades que le permitiesen ocupar la ruinosa abadía de Saint-Sauveur-le-Vicomte, que había sido fundada en el siglo XI y abandonada durante la Revolución. En los doce primeros meses, a las quince religiosas que formaban la comunidad, se sumaron diez postulantes, entre las que se contaba la beata Plácida Viel. En 1837, la superiora sustituyó las reglas que habían regido hasta entonces a la comunidad (a instancias de varias de las religiosas y sin una sola palabra de protesta por parte de la madre María Magdalena), por las reglas que la Santa Sede había aprobado para los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Al mismo tiempo se inauguró el noviciado canónico y, al fin del primer año, Mons. Delamare, obispo de Coutances, que era gran amigo de la comunidad y su principal consejero, recibió los votos de las religiosas.
Aunque no escasearon las pruebas ni las cruces en los últimos ocho años de vida de la fundadora, fue ése un período de expansión y de éxito. La congregación creció mucho, el número de discípulas aumentó también y se empezó a reconstruir la iglesia de la gran abadía de Saint-Sauveur-le-Vicomte. La madre María Magdalena murió el 16 de julio de 1846, a los noventa años de edad, sin haber visto terminada la iglesia. A la fama de su santidad se añadieron pronto numerosos milagros y la humilde religiosa fue canonizada en 1925. La vida de santa María Magdalena Postel se identificó, durante cuarenta y un años, con los progresos y vicisitudes de su congregación. Aunque la Iglesia no hubiese elevado a la santa al honor de los altares, su nombre sería famoso por haber fundado a las Hermanas de las Escuelas Cristianas.
Véase la obra de Mons. Grente, Une sainte normande (1946), así como la biografía que dicho autor escribió mucho tiempo antes. En francés existen varias otras biografías, como la de Mons. Legoux (1908, dos vols.) y la de P. de Crisenoy.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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San Lang Yangzhi
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Santos Lang Yangzhi y Pablo Lang Fu, mártires
En Lüjiapo, lugar de Qinghe, en la provincia china de Hebei, santos Lang Yangzhi, catecúmena, y su hijo Pablo Lang Fu, mártires, que durante la persecución desencadenada por el movimiento de los Yihetuan, al confesar públicamente ser cristianos, murieron ambos consumidos por el fuego dentro de su propia casa, incendiada por los perseguidores.
El 16 de julio de 1900 en el pueblo chino de Lujiapo los boxers martirizaron a una mujer y a su hijo de siete años, Lang Yangzhi y Pablo Lang Fu, respectivamente. Ella había nacido en la religión pagana y se había casado con un cristiano, cuya fe le atrajo, y al cabo de varios años de matrimonio se inscribió como catecúmena para prepararse a la gracia del bautismo. Su hijo había nacido en 1893, había recibido en el bautismo el nombre de Pablo y estaba siendo educado cristianamente. Ella estaba muy feliz de ser catecúmena y ajustaba su conducta a los preceptos del evangelio.
Cuando aquel día los boxers llegaron al pueblo, el marido pudo esconderse y ponerse a salvo, pero, indicada su casa como casa de un cristiano, los boxers la arrestaron y exigieron que dijera que no era cristiana. Pero la joven dijo que lo era y entonces la ataron en un árbol de la calle frente a su propia casa. Los vecinos intercedieron por ella en vano. Llegó su hijo Pablo y lo ataron al mismo árbol que la madre. Ella lo animó a sufrir por Cristo y le recordó el premio de gloria que esperaba a los que perseveran. Los boxers incendiaron la casa y, cuando el fuego estaba en su apogeo, mataron a los dos con sus lanzas y arrojaron los cuerpos en el fuego.
Pasada la persecución, el marido halló los cuerpos de ambos entre las cenizas de la casa y les dio sepultura. Fueron canonizados por el papa Juan Pablo II el 1 de octubre de 2000.
fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003
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Santa Teresa Zhang Hezhi
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Santa Teresa Zhang Hezhi, mártir
En Zhangjiaji, pueblo de Ningjin, también en la provincia china de Hebei, santa Teresa Zhang Hezhi, mártir, que durante la misma persecución, llevada a una pagoda, se negó a adorar a los ídolos del lugar, por lo que ella y sus dos hijos fueron traspasados con lanzas.
Teresa Zhang Hezhi (Tchang Hene Cheu) era una mujer cristiana que había estado casada y quedó viuda con varios hijos, a cuyo sostenimiento y buena educación se dedicó. Al conocer la llegada de los boxers se escondió, pero fue localizada y detenida. Se le conminó a apostatar pero se negó y, llevada a la pagoda, rehusó adorar a los dioses falsos. Entonces fue sacrificada junto con un hijo y una hija. Era el 16 de julio de 1900 en el pueblo de Zhangiaji. Fue canonizada por el papa Juan Pablo II el 1 de octubre de 2000.
fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003
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Beato Simón da Costa
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Beato Simón da Costa, mártir
fecha: 16 de julio
fecha en el
calendario anterior: 15 de julio
n.: 1542 - †: 1570 - país: Portugal
canonización: Conf. Culto: Pío IX 11 may 1854
Pasión del beato Simón da Costa, hermano coadjutor
de la Orden de la Compañía de Jesús y el último del coro de mártires de la
nave «San Jacobo», que fue exterminado, por quienes odiaban la Iglesia, al
día siguiente del martirio de los religiosos con quienes iba.
Aunque es el único que fue asesinado al día
siguiente, su pasión pertenece al grupo de los cuarenta mártires de la
Compañía de Jesús, encabezados por el beato
Ignacio de Acevedo, quienes, cuando se dirigían a evangelizar en
Brasil, fueron atacados por una nave pirata al mando de un hugonote que
abordó el «San Jacobo» con la expresa intención de acabar con los misioneros.
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