miércoles, 23 de julio de 2014

Muy bien,muy bien y Los hijos muertos en sueños (El canto del pájaro (Anthony de Mello))


 
MUY BIEN, MUY BIEN...
En una aldea de pescadores, una muchacha soltera tuvo un hijo y, tras ser vapuleada, al fin reveló quién era el padre de la criatura: el maestro Zen, que se hallaba meditando todo el día en el templo situado en las afueras de la aldea.

Los padres de la muchacha y un numeroso grupo de vecinos se dirigieron al templo, interrumpieron bruscamente la meditación del Maestro, censuraron su hipocresía y le dijeron que, puesto que él era el padre de la criatura, tenía que hacer frente a su mantenimiento y educación. El Maestro respondió únicamente: «Muy bien, muy bien...».

Cuando se marcharon, recogió del suelo al niño y llegó a un acuerdo económico con una mujer de la aldea para que se ocupara de la criatura, la vistiera y la alimentara. La reputación del Maestro quedó por los suelos. Ya no se le acercaba nadie a recibir instrucción.

Al cabo de un año de producirse esta situación, la muchacha que había tenido el niño ya no pudo aguantar más y acabó confesando que había mentido. El padre de la criatura era un joven que vivía en la casa de al lado.

Los padres de la muchacha y todos los habitantes de la aldea quedaron avergonzados. Entonces acudieron al Maestro, a pedirle perdón y a solicitar que les devolviera el niño. Así lo hizo el Maestro. Y todo lo que dijo fue:

«Muy bien, muy bien...».
¡El hombre despierto!
¿Perder la reputación...? No difiere demasiado de perder aquel contrato que uno estaba a punto de firmar en sueños.
 
LOS HIJOS MUERTOS EN SUEÑOS
 
 
Un humilde pescador y su mujer tuvieron un hijo al cabo de muchos años de matrimonio. El niño era el orgullo y la alegría de sus padres. Pero un buen día cayó gravemente enfermo. Los padres gastaron una fortuna en médicos y en medicinas.

Pero el niño murió.

La madre quedó absolutamente destrozada por la pena. El padre, por el contrario, no derramó una sola lágrima.

Cuando, después del funeral, la mujer reprochó al marido su total falta de aflicción, el pescador le dijo: «Déjame que te diga por qué no he llorado. Verás: la otra noche soñé que era un rey, padre orgulloso de ocho hijos. ¡Qué
feliz era...!

Pero entonces desperté.

Y ahora estoy enormemente desconcertado. No sé si debo llorar por aquellos ocho hijos o por este otro».
 
 




 

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