lunes, 21 de julio de 2014

La tienda de la verdad y La senda estrecha (El canto del pájaro (Anthony de Mello))


 
LA TIENDA DE LA VERDAD

 
No podía dar crédito a mis ojos cuando vi el nombre de la tienda: LA TIENDA DE LA VERDAD. Así que allí vendían verdad. La correctísima dependienta me preguntó qué clase de verdad deseaba yo comprar: verdad parcial o verdad plena. Respondí que, por supuesto, verdad plena. No quería fraudes, ni apologías, ni racionalizaciones. Lo que deseaba era mi verdad desnuda, clara y absoluta.

La dependienta me condujo a otra sección del establecimiento en la que se vendía la verdad plena.

El vendedor que trabajaba en aquella sección me miró compasivamente y me señaló la etiqueta en la que figuraba el precio. «El precio es muy elevado, señor», me dijo. «¿Cuál es?», le pregunté yo, decidido a adquirir la verdad plena a cualquier precio. «Si usted se la lleva», me dijo, «el precio consiste en no tener ya descanso durante el resto de su vida».

Salí de la tienda entristecido. Había pensado que podría adquirir la verdad plena a bajo precio. Aún no estoy listo para la Verdad. De vez en cuando ansío la paz y el descanso. Todavía necesito engañarme un poco a mí mismo con mis justificaciones y mis racionalizaciones. Sigo buscando aún el refugio de mis creencias incontestables.

 
LA SENDA ESTRECHA

 
En cierta ocasión previno Dios al pueblo de un terremoto que habría de tragarse las aguas de toda la tierra. Y las aguas que reemplazarían a las desaparecidas habrían de enloquecer a todo el mundo. Tan sólo el profeta
se tomó en serio a Dios. Transportó hasta la cueva de su montaña enormes recipientes de agua, de modo que no hubiera ya de faltarle el líquido elemento en los días de su vida.

Y efectivamente, se produjo el terremoto, desaparecieron las aguas y una nueva agua llenó los arroyos y los lagos y los ríos y los estanques. Algunos meses más tarde bajó el profeta de su montaña a ver lo que había ocurrido. Y era verdad: todo el mundo se había vuelto loco y le atacaba 'a él y no quería tener nada que ver con él. Y hasta se convenció todo el mundo de que era él el que estaba loco. Así pues, el profeta regresó a su cueva de la montaña, contento por haber tenido la precaución de guardar agua. Pero, a medida que transcurría el tiempo, la soledad se le hacía insoportable.

Anhelaba tener compañía humana. De modo que descendió de nuevo a la llanura. Pero nuevamente fue rechazado por la gente, tan diferente de él.
 
Entonces el profeta tomó su decisión: Tiró el agua que había guardado, bebió del agua nueva y se unió a sus semejantes en su locura.


Cuando buscas la Verdad, vas solo. La senda es demasiado estrecha para llevar compañía. Pero ¿quién puede soportar semejante soledad?
  

 
 
 
 
 
  
 
















 
 

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