miércoles, 30 de julio de 2014

Conocer a Cristo y La mirada de Jesús (El canto del pájaro (Anthony de Mello))

 
CONOCER A CRISTO
Diálogo entre un recién convertido a Cristo y un amigo no creyente:
«¿De modo que te has convertido a Cristo?». «Sí».

«Entonces sabrás mucho sobre él. Dime: ¿en qué país nació?».

«No lo sé».
«¿A qué edad murió?». «Tampoco lo sé».

«¿Sabrás al menos cuántos sermones pronunció?».

«Pues no ... No lo sé».

«La verdad es que sabes muy poco, para ser un hombre que afirma haberse convertido a Cristo...». .

«Tienes toda la razón. Y yo mismo estoy avergonzado de lo poco que sé acerca de El. Pero sí que sé algo:

Hace tres años, yo era un borracho.. Estaba cargado de deudas. Mi familia se deshacía en pedazos. Mi mujer y mis hijos temían como un nublado mi vuelta a casa cada noche. Pero ahora he dejado la bebida; no tenemos deudas; nuestro hogar es un hogar feliz; mis hijos esperan ansiosamente mi vuelta a casa cada' noche. Todo esto es lo que ha hecho Cristo por mí. ¡Y esto es lo que sé de Cristo!».
 
 
Conocer realmente. Es decir, ser transformado por lo que uno conoce.
 
LA MIRADA DE JESÚS
 
 
En el Evangelio de Lucas leemos lo siguiente:
 
Le dijo Pedro: «¡Hombre, no sé de qué hablas!». Y en aquel momento, estando aún hablando, cantó un gallo, y el Señor se volvió y miró a Pedro... Y Pedro, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente.
 
 
Yo he tenido unas relaciones bastante buenas con el Señor. Le pedía cosas, conversaba con El, cantaba sus alabanzas, le daba gracias...

Pero siempre tuve la incómoda sensación de que El deseaba que le mirara a los ojos..., cosa que yo no hacía.

Yo le hablaba, pero desviaba mi mirada cuando sentía que El me estaba mirando. Yo miraba siempre a otra parte. Y sabía por qué: tenía miedo. Pensaba que en sus ojos iba. a encontrar una mirada de reproche por algún pecado del que no me hubiera arrepentido. Pensaba que en sus ojos iba a descubrir una exigencia; que había algo que El deseaba de mí.

Al fin, un día, reuní el suficiente valor y miré. No había en sus ojos reproche ni exigencia. Sus ojos se limitaban a decir: «Te quiero». Me quedé mirando fijamente durante largo tiempo. Y allí seguía el mismo mensaje: «Te quiero».

Y, al igual que Pedro, salí fuera y lloré.
 
 

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