El legado que nos ha dejado el Papa Francisco
2013-07-30
No es fácil resumir en pocas palabras los puntos relevantes de las intervenciones
del Papa Francisco en Brasil. Destaco algunos con el riesgo de omitir otros
importantes.
El legado
mayor fue la figura misma del Papa Francisco: un humilde
servidor de la fe, despojado de todo aparato, tocando y dejándose tocar,
hablando el lenguaje de los jóvenes y diciendo las verdades con sinceridad.
Representó al más noble de los líderes, el líder servidor que no hace
referencia a sí mismo sino a los demás, con cariño y cuidado, evocando
esperanza y confianza en el futuro.
En
el campo político encontró un país
perturbado por las multitudinarias manifestaciones de los jóvenes. Defendió su
utopía y el derecho a ser escuchados. Presentó una visión humanística en la
política, en la economía y en la erradicación de la pobreza. Criticó duramente
un sistema financiero que descarta los dos polos: a las personas mayores,
porque ya no producen, y a los jóvenes, no creándoles puestos de trabajo. Las
personas mayores no pueden trasmitir su experiencia y a los jóvenes se les
priva de construir su futuro. Una sociedad así puede colapsar.
El
tema de la ética,
fundada en la dignidad transcendente de la persona, ha sido recurrente. Con
referencia a la democracia ha acuñado la expresión “humildad social”, que es
hablar cara a cara, entre iguales y no desde arriba hacia abajo. Entre la
indiferencia egoísta y la protesta violenta ha apuntado una opción siempre
posible: el diálogo constructivo. Tres categorías volvían una y otra vez: el
diálogo como mediación para los conflictos, la proximidad a las personas más
allá de todas las burocracias y la cultura del encuentro. Todo el mundo tiene
algo que dar y algo que recibir. “Hoy, o se apuesta por la cultura del
encuentro, o perdemos todos”.
En
el campo religioso ha sido más fecundo y
directo. Reconoció que ha habido “jóvenes que perdieron la fe en la Iglesia e
incluso en Dios por la incoherencia de muchos cristianos y ministros del evangelio”.
El discurso más severo lo reservó para los obispos y cardenales
latinoamericanos (CELAM). Reconoció que la Iglesia –y él se incluía–, está
atrasada en lo que se refiere a la reforma de sus estructuras . Y les instó no
sólo abrir las puertas a todos, sino a salir al mundo y a las “periferias
existenciales”. Criticó la “psicología principesca” de algunos miembros da
jerarquía. Tienen que ser pobres interior y exteriormente. Dos ejes deben
estructurar la pastoral: la cercanía al pueblo, más allá de las
preocupaciones organizativas, y el encuentro, marcado de cariño y ternura. Habla incluso de la
necesaria “revolución de la ternura”, cosa que él demostró vivir personalmente.
Entiende la Iglesia como madre que abraza, acaricia y besa. Los pastores deben
cultivar esta actitud materna para con sus fieles. La Iglesia no puede ser
controladora y administradora, sino servidora y facilitadora. Enfáticamente
afirma que la posición del pastor no es la del centro sino la de la periferia.
Esta afirmación es de destacar: el puesto de los obispos debe ser o “al
frente para indicar el camino, o en el medio para
mantenerlo unido y neutralizar las desbandadas, o atrás para
evitar que alguien se extravíe”, y debe darse cuenta de que “el rebaño tiene su
propio olfato para encontrar nuevos caminos”. Además, da centralidad a los
laicos para decidir junto con los pastores los caminos de la comunidad.
El diálogo
con el mundo moderno y la diversidad religiosa: el Papa Francisco no mostró ningún miedo ante el
mundo moderno; desea intercambiar y ser parte de un profundo movimiento de
solidaridad con los privados de alimento y de educación. Todas las confesiones
deben trabajar juntas en favor de las víctimas. Poco importa que la atención la
preste un cristiano, un judío, un musulmán u otro. Lo decisivo es que el pobre
tenga acceso al alimento y a la educación. Ninguna confesión puede dormir
tranquila mientras los desheredados de este mundo estén gritando. Aquí se
impone un ecumenismo de misión, todos juntos al servicio de los demás.
A
los jóvenes les dedicó palabras de entusiasmo y de esperanza.
Contra una cultura de consumismo y de deshumanización les pidió ser
“revolucionarios” y “rebeldes”. Por la ventana de los jóvenes entra el futuro.
Criticó el restauracionismo de algunos grupos y el utopismo de otros. Puso el
acento en la actualidad: “en el hoy se juega la vida eterna”. Los invitó
siempre al entusiasmo, a la creatividad, a ir por el mundo difundiendo el
mensaje generoso y humanitario de Jesús, el Dios que se hizo cercano y se encontró
con los seres humanos.
En
la celebración final había más de tres millones de personas, alegres, festivas,
en el más absoluto orden. Un aura de benevolencia, de paz y de felicidad
descendió sobre Río de Janeiro y sobre Brasil que sólo podía ser la irradiación
del tierno y fraterno Papa Francisco y del Sentimiento Divino que supo
transmitir.
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