ORDENACIÓN SACERDOTAL
10 de diciembre de 1977
DOS ASESINADOS, DOS
SUSTITUTOS
Queridos hermanos que
llenan la catedral: ¡Qué consuelo más grande! Se diría que la Catedral esta
mañana es la figura de la Arquidiócesis, que, como limpiándose las lágrimas por
dos sacerdotes asesinados, siente que sus entrañas siempre fecundas van a producir
esta mañana sus sustitutos, dos sacerdotes para nuestro presbiterio, Jorge
Benavides y Héctor Figueroa.
DIÁLOGO DE DIOS CON EL
HOMBRE
Para comprender un poco
el momento sublime que estamos viviendo, la palabra de Dios nos ha iluminado, y
nos encontramos hoy en una de esas cumbres más altas, donde Dios dialoga con el
hombre y, de su diálogo, como en el Sinaí, baja un Moisés ungido para dirigir
al pueblo. Cada vez que se ordena sacerdote un hombre, y el pueblo, junto con
el obispo y el presbiterio, asisten a ese gran acontecimiento, está sucediendo
un diálogo fecundo entre un hombre o unos hombres que han dicho como Elías:
"Desde las entrañas de mi madre me llamaste, me formaste para esto, me
diste cualidades de sacerdocio, hemos recorrido la infancia, la juventud, en la
inocencia, en el deseo de llegar a esta cumbre, y, ahora, Señor, sentimos
miedo". Como el profeta, casi dicen los nuevos sacerdotes: "¡qué
difícil la misión que ambicionaba!. Mira, Señor, que soy un niño". Y el
diálogo de Dios continúa: "No digas que eres un niño, te voy a ungir, te
voy a hacer participante de mi sabiduría, de mi revelación, de mi poder, y no
digas que no puedes porque Yo iré contigo". Y entonces el Obispo,
representando ese poder de Dios va a imponer sus manos, como depositando una
tremenda carga sobre esas personas, carga que al mismo tiempo es un inmenso
honor.
CRISTO, EL PERSONAJE
CENTRAL AQUÍ
Es un inmenso honor,
hermanos. El personaje principal de esta ceremonia aquí no son los que se van a
ordenar, ni el obispo, ni los sacerdotes que presidimos; el personaje central
es Cristo, el eterno y único sacerdote, no hay más que un sacerdote que reconcilió
el cielo y la tierra muriendo en la cruz y resucitando, vive eternamente
cantando la gloria y salvando por medio de su Iglesia en el mundo a la
humanidad entera.
Dios lo envió
encarnándose en las entrañas de una mujer virgen, lo ungió allí mismo, en el
instante primero de su ser. De modo que la única mujer que ha dado a luz un
hijo sacerdote es María. Nuestras madres nos dieron a luz simplemente hijos de
la carne, después vino la unción sacerdotal que hizo a esos hijos de la carne
ministros de Dios. Pero María tuvo el inmenso honor de ver que Cristo, su hijo,
se consagraba en el mismo principio de su ser, dentro de sus entrañas, y cuando
esa mujer, la única que puede decirse madre de un sacerdote, lo dio a luz, lo
comienza a cuidar, a amamantar, a hacer crecer, hasta que un día junto a la
cruz, lo ve celebrar su misa. Esta es la misa única, la del calvario, donde
Cristo queda colgado en el dolor de la crucifixión y de la muerte, para redimir
por un acto de sumisión profunda al Padre Eterno a la humanidad que pecadora
había perdido los caminos. No hay más que ese sacerdote eterno. Pero ese eterno
sacerdote quiso hacer de sus redimidos un pueblo sacerdotal.
EL PUEBLO SACERDOTAL
En esta mañana,
hermanos, además de la figura central de Cristo, único sacerdote, la figura
principal no son nuestros hermanos que se van a ordenar ni nosotros que
presidimos, sino ustedes, pueblo sacerdotal, nosotros digamos, porque yo
también soy bautizado. Y lo más grande de nuestra vida es aquel momento en que
el hijo de la carne fue asumido para hacerse miembro del pueblo sacerdotal.
Todos los bautizados, todos los que formamos la iglesia, todos ustedes,
religiosas y laicos, somos el pueblo sacerdotal. El eterno sacerdote ha querido
hacernos participantes de esa dignidad, de tal manera que la iglesia vive en el
mundo con una historia sacerdotal, con una acción sacerdotal. En el corazón de
cada hombre, como nos acaba de decir San Pablo, llamado a diversas vocaciones:
vida religiosa, matrimonio, profesionales, ricos, pobres, todos formamos el
pueblo, con diversos llamamientos, con diversos carismas para integrar entre
todos en la historia la misión sacerdotal de Cristo.
EL SACERDOCIO MINISTERIAL
Y sólo en tercer lugar,
después de Cristo, el sacerdote eterno, y después del pueblo sacerdotal, ungido
por Cristo en el bautismo, venimos nosotros, ministros sacerdotes, que,
escogidos del pueblo, llamados de una familia, trayendo un apellido, un origen
de un pueblo, de El Salvador o de cualquier parte del mundo, llenamos aquel
requisito de la Biblia: "El sacerdote es un hombre entresacado de los
hombres". Entresacado del pueblo sacerdotal, precisamente para servidor,
eso quiere decir ministro, servidor del pueblo sacerdotal. Esta es nuestra
misión, queridos Héctor y Jorge. Ahora ustedes han sido asumidos con un
apellido de su propia familia, destacados de su propio pueblo aquí
representado, pueblo sacerdotal, Cristo los ha escogido a ustedes y a mí y a
mis hermanos sacerdotes, lo mismo que a los seminaristas que anhelan este
servicio para dar este servicio al pueblo, el servicio de la palabra, el
servicio del perdón y sobre todo el servicio de la eucaristía.
MINISTROS DE LA PALABRA
Tenemos un mensaje que
comunicar al mundo, nosotros somos los responsables. Cuando Cristo escogió 12
hombres para transmitirles su sabiduría divina, terminó diciéndoles:
"Muchas otras cosas tengo que decirles pero no son capaces de
recibirlas"; es tan grande el depósito de esta revelación divina, sólo les
ofrezco mi espíritu divino que estará con ustedes; ustedes, los escogidos del
pueblo, tendrán una asistencia especial de Dios para que en cada momento de la
historia prediquen mi palabra conforme a las necesidades de esa hora,
encarnando esa palabra en las necesidades, en los pecados, en las virtudes del
pueblo que les toque regir. Este es el gran ministerio de la palabra, tan
difícil, tan incomprensible, que muchas veces el diálogo que la Iglesia quiere
entablar con el mundo para iluminarlo por la palabra de Dios se vuelve del
mundo en una persecución, en una ofensa, a veces tan grosera, como la que está
sufriendo el ministerio de la palabra en esta hora. Vino a los suyos, podemos
decir, brilló la luz y las tinieblas no lo quisieron recibir. El ministerio de
la iniquidad, el ministerio del pecado, que la Iglesia trata de arrancarle al
mundo y a la historia y que la historia y el mundo tratan de sofocar a la
palabra de Dios.
NO UNA PALABRA SIN
COMPROMISO
Por eso, hermanos
sacerdotes, ustedes que llegan a la cumbre de su ordenación sacerdotal para
predicar una palabra que quema, que como los profetas sienten ustedes en sus
entrañas, es un fuego devorador que quisiéramos más bien rehuir, no digo este
honor, sino esta carga profética de ir a anunciar al pueblo la revelación
auténtica. Queridos hermanos, que no vaya a ser falso el servicio de ustedes
desde la palabra de Dios, que es muy fácil ser servidores de la palabra sin
molestar al mundo, una palabra muy espiritualista, una palabra sin compromiso
con la historia, una palabra que puede sonar en cualquier parte del mundo
porque no es de ninguna parte del mundo; una palabra así no crea problemas, no
origina conflictos. Lo que origina los conflictos, las persecuciones, lo que
marca la Iglesia auténtica es cuando la palabra quemante como la de los
profetas anuncia al pueblo y denuncia: las maravillas de Dios para que las
crean y las adoren, y los pecados de los hombres que se oponen al reino de Dios
para que lo arranquen de sus corazones, de sus sociedades, de sus leyes, de sus
organismos que oprimen, que aprisionan, que atropellan los derechos de Dios y
de la humanidad. Este es el servicio difícil de la palabra, pero el espíritu de
Dios va con el profeta, va con el predicador porque es Cristo que se prolonga
anunciando su reino a los hombres de todos los tiempos.
EL MINISTERIO DEL PERDÓN
También les decía,
hermanos, ustedes van a ser, como yo y mis queridos hermanos sacerdotes,
servidores del pueblo para perdonarles sus pecados. Nadie de este pueblo tiene
la facultad que ustedes van a recibir, la misma que Cristo dio en Pascua a sus
apóstoles: "Recibid el Espíritu Santo, a quienes perdonareis les quedan
perdonados sus pecados"; qué hora mas solemne aquella silenciosa del
confesionario, el alma agobiada por una culpa que ya no aguanta oye decir
ungida al sacerdote las palabras de Cristo a la Magdalena, "levántate,
estás perdonada, yo te perdono". El mismo sacerdote necesita el consuelo
de esa confesión, nosotros también nos confesamos, necesitamos que otro
sacerdote ejercite en nosotros ese servicio del perdón. El Papa se confiesa, el
Obispo se confiesa, todos nos confesamos porque necesitamos ese servidor del
consuelo que no lo puede dar ninguna sabiduría de la tierra, ninguna palabra
tan sana, tan llena de consuelo como la del sacerdote que dice "yo te
perdono en el nombre de Cristo, el perdonador".
EL MINISTERIO EUCARÍSTICO.
Y sobre todo, queridos
hermanos, el servicio de la eucaristía. Nosotros, sacerdotes, llamamos al
pueblo con la palabra, lo purificamos denunciando sus defectos, lo perdonamos
atrayéndolo a penitencia, nosotros mismos somos ese pueblo pecador necesitado
de penitencia, sabemos que la Iglesia es santa porque es esposa de Cristo, pero
es pecadora porque está compuesta de hombres. Nosotros mismos, sus ministros,
necesitamos ese esfuerzo de superarnos, de ser cada día mejores y de llegar un
día a la cumbre del altar para ofrecernos en el pan y el vino como hostia
inmaculada a Dios Padre. Gesto solemne del sacerdote cuando, recibiendo del
pueblo las hostias y el cáliz, le dice al Padre: te lo ofrecemos; es el fruto
del trabajo de mis hermanos los hombres, los que se quedaron en sus profesiones
mundanales, los que viven en los caminos de esta tierra, los casados, mi mismo
hogar, mis hermanos, mis compañeros de trabajo allá antes de que yo fuera
sacerdote, todo este pueblo, Señor, al que yo tengo que santificar con mi
ejemplo, con mi palabra, te lo ofrezco ahora en altar de la Misa.
Es entonces, hermanos,
cuando toda la comunidad que cree en Cristo, comunidad sacerdotal, encuentra su
expresión sacerdotal. Por eso nos obliga la Iglesia a venir a misa siquiera los
domingos, para que sintiéndonos una sola cosa con el origen de nuestra sociedad
sacerdotal, por medio del sacerdote ministro que eleva esas hostias y las
convierte en el cuerpo y la sangre del Señor y luego las reparte como alimento
de vida eterna el Cuerpo de Cristo. Amén, dice el pueblo.
ENTRE DOS GRANDES ABISMOS
¿Ven, cómo el sacerdocio
es un diálogo continuo entre la misericordia infinita de Dios y la miseria
infinita de los hombres?. Qué tremenda posición la del sacerdote, entre los dos
grandes abismos, el de la misericordia infinita que anhela perdonar a los
hombres que se arrepienten de sus miserias y el de las miserias humanas donde
hay que proclamar las sombras que están haciendo desgracia a la sociedad para
que se conviertan y reciban ese perdón de Dios.
CULMINACIÓN EN CRISTO
Y un día, nos ha dicho
la lectura sagrada de hoy, todo este pueblo cultivado por el ministerio de los
sacerdotes, será llevado a su culminación. Un día ya no habrá misas, ya no
habrá necesidad de sacerdotes temporales porque todos, mediante el trabajo de
los sacerdotes, de los obispos, de los catequistas, de los celebradores de la
palabra, de todo el pueblo sacerdotal de Dios, hemos logrado que la humanidad
se vaya incorporando a Cristo y Cristo será el único sacerdote formado en su
plenitud histórica y eterna por todos los que fuimos naciendo en la historia y
nos fuimos haciendo con Él, un solo sacerdocio, un solo ofertorio, una sola
misa que durará eternamente para cantar la gloria de Dios. Este es el destino,
el objetivo para el cual trabajamos los sacerdotes en la historia. Por eso,
allá en la gloria eterna, hermanos, los sacerdotes junto con todo nuestro
pueblo, ya glorificado, sentiremos la inmensa satisfacción de haber colaborado
con Cristo a hacer de la humanidad el templo vivo de Dios, la imagen viviente
del espíritu de Dios en la eternidad.
LLAMAMIENTO FINAL
Dejémonos conducir por
los sacerdotes, hagámonos cada día más miembros del pueblo sacerdotal, seamos
cada día más santos y santifiquemos con nuestro ejemplo, con nuestro empuje,
con nuestro reclamo al sacerdote, que sea santo, como lo necesita el pueblo y
Dios lo quiere.
Hermanos, éste es el
objetivo hacia el cual han sido llamados estas dos vidas y así, junto con mi
querido predecesor monseñor Chávez y González y junto con mis queridos hermanos
sacerdotes, agradeciéndole a Dios el don de nuestra vocación y de nuestra
misión sacerdotal y sintiendo que nuestras manos van a reposar con su cargada
herencia sobre dos nuevos herederos, vamos a depositar con el espíritu
sacerdotal, con el carácter que los unge para siempre sacerdotes, nuestra
confianza, nuestra alegría, nuestra acción de gracias, al incorporar dos nuevos
hombres a Presbíteros de la Arquidiócesis de San Salvador. Y valga aquí,
hermanos, un llamamiento de cariño, de pastor a todos los queridos sacerdotes,
a los que forman el presbiterio, y en esta hora no pudiendo estar con nosotros
físicamente, esparcidos por toda la diócesis, siguiendo una misma vocación,
están trabajando, para decirles que les agradezco ese sentido de solidaridad y
de trabajo, que trabajemos siempre juntos esta gloria de Dios y de Cristo. Y a
los que, por desgracia, se hayan alejado de la comunión sacerdotal, ya porque
han descubierto que su vocación no era ésta sino otra y se encuentran felices
en el nuevo destino de su vida, que sean felices pero no se olviden que van
marcados para siempre, aun cuando se hayan casado o hayan escogido una vida
laical, llevan la marca del sacerdocio para siempre. Y aquellos pobrecitos que
no solamente se han alejado por sentir el llamamiento de la santidad en otra
vocación, sino que se han alejado con sentido de rebeldía, con sentido de
inconformidad, la Iglesia los sigue amando, son sus sacerdotes, y los sigue
esperando para que vengan a formar con el eterno sacerdocio de Cristo y con el
pueblo sacerdotal la gran familia de Dios que camina hacia esa glorificación
del eterno sacerdocio de Cristo. Que no sean seres desprendidos de la unidad,
que no estén dando el antitestimonio triste de Judas que traicionó la comunión.
Que sean llamados todos hermanos, que el Señor, al recibir esta plegaria del
pueblo y de los nuevos sacerdotes, tenga misericordia de nuestra unidad
eclesial, que crezca cada vez más y que cada uno en su propia vocación sea fiel
seguidor de Cristo, Sacerdote Eterno. Así sea.
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