Evangelio, Crucifijo y testimonio de fe para quienes
quieren conocer a Jesús. Ángelus
22/03/2015 11:38
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(RV).- Después de la breve e
intensa visita apostólica del sábado a Nápoles y a Pompeya, este domingo el
Santo Padre se asomó a la ventana del Palacio Apostólico para rezar junto a los
miles de fieles y peregrinos llegados de diversas parte del mundo, la oración
mariana del Ángelus dominical, en el V domingo de Cuaresma.
En la
alocución que precede al rezo a la Madre Dios, Papa Francisco reflexionando
sobre el Evangelio del día centra nuestra atención en un particular: el
evangelista Juan narra que algunos griegos, judíos, se dirigen al apóstol
Felipe pidiéndole ver a Jesús (Jn 12:21).
Así
pues, explica que estas palabras van más allá de un determinado episodio,
porque expresan algo universal: se revela un deseo que atraviesa todas las
épocas y las culturas, un deseo presente en los corazones de muchas personas
que han oído hablar de Jesucristo pero que no lo han encontrado aún.
“Jesús
– dijo el Papa – respondiendo al pedido de poderlo ver, pronuncia una profecía
que devela su identidad e indica el camino para conocerlo verdaderamente: «Ha
llegado la hora que el hijo del hombre sea glorificado» (Jn 12,23)”.
“La
hora de la Cruz, la más oscura de la historia es también la fuente de salvación
para cuantos creen en Él”, nos dice Francisco, porque es “una fuente inagotable
de vida nueva que lleva en sí misma la fuerza regeneradora del amor de Dios”.
De ahí
que el romano Pontífice, Padre y Pastor de la Iglesia Universal, haya exhortado
a todos los cristianos a ofrecer a las personas que quieren conocer a Jesús
tres cosas: el Evangelio, en donde podemos encontrar a Jesús, escucharlo y
conocerlo; el crucifijo, signo del amor de Jesús que se ha entregado por
nosotros, y nuestro testimonio de fe, pobre pero sincera, que se traduce en
simples gestos de caridad fraterna.
(GM –
RV)
Texto completo de las palabras del
Papa antes de rezar el Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este
quinto domingo de Cuaresma, el evangelista Juan nos llama la atención con un
particular curioso: algunos “griegos”, judíos, llegados a Jerusalén para
la fiesta de la Pascua, se dirigen al apóstol Felipe, y le dicen: “Queremos ver
a Jesús” (Jn 12:21). En la ciudad santa, donde Jesús fue por última vez, hay
mucha gente. Están los pequeños y los sencillos, que han acogido festivamente
al profeta de Nazaret reconociendo en Él al Enviado del Señor. Están los sumos
sacerdotes y los líderes del pueblo, que lo quieren eliminar porque lo
consideran herético y peligroso. También hay personas, como esos “griegos”, que
están curiosos de verlo y de saber más acerca de su persona y de las obras que
Él ha realizado, la última de las cuales – la resurrección de Lázaro – ha
causado mucha sensación.
“Queremos
ver a Jesús”: estas palabras, al igual que muchas otras en los Evangelios, van
más allá del episodio particular y expresan algo universal; revelan un deseo
que atraviesa épocas y culturas, un deseo presente en los corazones de muchas
personas que han oído hablar de Cristo, pero no lo han encontrado aún. “Yo
deseo ver a Jesús”, así siente el corazón de esta gente.
Respondiendo
indirectamente, en modo profético, a aquel pedido de poderlo ver, Jesús
pronuncia una profecía que revela su identidad e indica el camino para
conocerlo verdaderamente: “Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a
ser glorificado”. (Jn 12,23). ¡Es la hora de la Cruz! Es la hora de la derrota de
Satanás, príncipe del mal, y del triunfo definitivo del amor misericordioso de
Dios. Cristo declara que será “levantado en alto sobre la tierra” (v. 32), una
expresión con doble significado: “levantado” porque crucificado, y “levantado”
porque exaltado por el Padre en la Resurrección, para atraer a todos a sí mismo
y reconciliar a los hombres con Dios y entre sí. La hora de la Cruz, la más
oscura de la historia, es también la fuente de salvación para todos los que
creen en Él.
Continuando
en la profecía sobre su Pascua ya inminente, Jesús usa una imagen sencilla y
sugestiva, aquella del "grano de trigo" que caído en la tierra, muere
para dar fruto (cfr. v. 24). En esta imagen encontramos otro aspecto de la Cruz
de Cristo: el de la fecundidad. La cruz di Cristo es fecunda. La muerte de
Jesús, de hecho, es una fuente inagotable de vida nueva, porque lleva en sí la
fuerza regeneradora del amor de Dios. Inmersos en este amor por el Bautismo,
los cristianos pueden convertirse en "granos de trigo" y dar mucho
fruto, si al igual que Jesús, "pierden la propia vida" por amor a
Dios y a los hermanos (cfr. v. 25).
Por
esta razón, a aquellos que aún hoy "quieren ver a Jesús", a los que
están en la búsqueda del rostro de Dios; a quien ha recibido una catequesis
cuando era pequeño y luego no la ha profundizado más y quizás ha perdido la fe;
a tantos que aún no han encontrado a Jesús personalmente... a todas estas
personas podemos ofrecerles tres cosas: el Evangelio; el Crucifijo y el
testimonio de nuestra fe, pobre pero sincera. El Evangelio: ahí podemos
encontrar a Jesús, escucharlo, conocerlo. El Crucifijo: signo del amor de Jesús
que se entregó por nosotros. Y luego, una fe que se traduce en gestos simples
de caridad fraterna. Pero principalmente en la coherencia de vida: entre lo que
decimos y lo que vivimos, coherencia entre nuestra fe y nuestra vida, entre
nuestras palabras y nuestras acciones. Evangelio, Crucifijo y testimonio. Que
la Virgen nos ayude a llevar estas tres cosas.
(Angelus domini…)
(Traducción
del italiano: María Cecilia Mutual - RV)
Saludos del Papa después de la oración del Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas,
No
obstante el tiempo feo, han venido tantos ¡felicitaciones! Han sido muy
valientes, también los maratonistas son valientes, los saludo con afecto.
Ayer
estuve en Nápoles en visita pastoral. Quiero agradecer por la cálida acogida a
los napolitanos, tan buenos. ¡Mil gracias!
Hoy
celebramos la Jornada Mundial del Agua, promovida por las Naciones Unidas. El
agua es el elemento más esencial para la vida, y de nuestra capacidad de
custodiarlo y de compartirlo depende el futuro de la humanidad. Aliento, por lo
tanto, a la Comunidad internacional a vigilar para que las aguas del planeta
sean adecuadamente protegidas y nadie esté excluido o discriminado en el uso de
este bien, que es un bien común por excelencia. Con San Francisco de Asís
digamos: “Loado seas, mi Señor, por la hermana Agua, la cual es muy útil y
humilde y preciosa y casta” (Cántico del Hermano Sol).
Saludo
a todos los peregrinos presentes, en particular al Coro del “Conservatorio
Profesional de Música” de Orihuela (España), los jóvenes del Collège Saint-Jean
de Passy de París, los fieles de Hungría, y los grupos musicales del Cantón
Ticino (Suiza). Saludo al Orden Franciscano Secular de Cremona, a la UNITALSI
de Lombardía, el grupo dedicado al Obispo mártir Oscar Romero, que pronto será
proclamado Beato; como así también a los fieles de Fiumicino, lo niños de la
Primera Comunión de Sanbuceto, los chicos de Ravenna, de Milán y de Florencia, que
han recibido desde hace poco la Confirmación o están por recibirla.
Y
ahora, repetiremos un gesto ya realizado el año pasado: según la antigua
tradición de la Iglesia, durante la Cuaresma se entrega el Evangelio a
quienes se preparan para el Bautismo; así yo hoy les ofrezco a ustedes que
están en la Plaza un regalo, un Evangelio de bolsillo. Les será distribuido
gratuitamente por algunas personas sin techo, que viven en Roma. También en
esto vemos un gesto muy bello, que le gusta a Jesús: los más necesitados son
los que nos regalan la Palabra de Dios. ¡Tómenlo y llévenlo con ustedes, para
leerlo frecuentemente! Cada día llevarlo en la cartera, en el bolsillo y leer a
menudo un pasaje, cada día. ¡La Palabra de Dios es luz para nuestro camino!
¡Les hará bien, háganlo!
Les
deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen
almuerzo y hasta pronto!
(Traducción
del italiano: María Cecilia Mutual - RV)
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