martes, 3 de marzo de 2015

Hagamos el bien, no una santidad fingida, invitó el Papa Francisco 03032015

Hagamos el bien, no una santidad fingida, invitó el Papa Francisco


Misa del Papa Francisco en la Casa de Santa Marta - OSS_ROM
03/03/2015 12:36

(RV).- Si aprendemos a ‘hacer el bien’, Dios ‘perdona generosamente’ todo pecado. Lo que no perdona es la hipocresía, la ‘santidad fingida’. Son palabras del Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina, en la capilla de la Casa de Santa Marta.
Aprendan a hacer el bien, busquen la justicia
Los santos fingidos, que ante el Cielo se preocupan más por aparentarlo, que por serlo de verdad, y los pecadores santificados, que más allá del mal hecho, han aprendido a ‘hacer’ un bien más grande. Nunca hubo ninguna duda sobre a quién de ellos prefiere Dios, afirmó el obispo de Roma, centrando su meditación sobre estas dos categorías. Tras señalar que las palabras de la lectura de Isaías son un imperativo y al mismo tiempo una ‘invitación’, que viene directamente de Dios: ¡dejen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien’, defendiendo a los huérfanos y a las viudas, es decir – subrayó el Papa Francisco – ‘aquellos que nadie recuerda’ entre los cuales están también ‘los ancianos abandonados, los niños que no van a la escuela’ y los que ‘no saben hacerse la señal de la Cruz’. Detrás del imperativo y de la invitación está siempre la invitación a la conversión:
«Pero ¿cómo puedo convertirme? ¡Aprendan a hacer el bien! La conversión. La suciedad del corazón no se quita como se quita una mancha: vamos a la tintorería y salimos limpios… Se quita con el ‘hacer’, tomando un camino distinto, otro camino que no sea el del mal. ¡Aprendan a hacer el bien! Es decir el camino del hacer el bien. Y ¿cómo hago el bien? ¡Es simple! ‘Busquen la justicia, socorran al oprimido, brinden justicia al huérfano, defiendan la causa de la viuda’. Recordemos que en Israel los más pobres y los más necesitados eran los huérfanos y las viudas: hagan justicia, vayan donde están las llagas de la humanidad, donde hay tanto dolor… De este modo, haciendo el bien, lavarás tu corazón».
El Señor exagera: ¡pero es la verdad! El Señor nos da el don de su perdón
Y la promesa de un corazón lavado, es decir perdonado, viene del mismo Dios, que no lleva la cuenta de los pecados ante quien ama al prójimo:
«Si haces esto, si vienes por este camino, al que te invito – nos dice el Señor – ‘aunque sus pecados fueran color escarlata, ustedes se volverán blancos como la nieve’. Es una exageración, el Señor exagera: ¡pero es la verdad! El Señor nos da el don de su perdón. El Señor perdona generosamente. Pero, yo perdono hasta aquí, después veremos… ¡No, no! ¡El Señor perdona siempre todo! ¡Todo! Pero, si quieres ser perdonado, debes empezar por el camino del hacer el bien. ¡Éste es el don!»
Jesús prefería mil veces a los pecadores, que decían la verdad sobre sí mismos, antes que a los hipócritas
El Evangelio del día presenta al grupo de los astutos, los que ‘dicen cosas justas, pero hacen lo contrario’, señaló el Santo Padre, añadiendo que ‘todos somos astutos y siempre encontramos un camino que no es el justo, para parecer más justos de lo que somos, es el camino de la hipocresía’:
«Estos fingen que se convierten, pero su corazón es una mentira: ¡son mentirosos! Es una mentira…Su corazón no pertenece al Señor; pertenece al padre de todas las mentiras, a satanás. Y ésta es una santidad fingida. Jesús prefería mil veces a los pecadores, antes que a ellos. ¿Por qué? Los pecadores decían la verdad sobre ellos mismos. ¡Aléjate de mí Señor que soy un pecador!’: lo dijo Pedro, una vez. ¡Pero uno de ellos nunca dice esto! ‘Te agradezco Señor, porque no soy pecador, porque soy justo’… En la segunda semana de Cuaresma hay estas tres palabras para pensar, meditar: la invitación a la conversión, el don que nos dará el Señor – es decir un don grande, un perdón grande, y la trampa. Es decir fingir que nos convertimos, pero tomar el camino de la hipocresía’».
(CdM – RV)

Misa en Santa Marta - Cuando el Señor exagera


2015-03-03 L’Osservatore Romano
Continúan —siguiendo la liturgia diaria de la Palabra— las reflexiones del Papa Francisco sobre el tema de la conversión. Tras la invitación del lunes «a acusarnos a nosotros mismos, a decirnos la verdad sobre nosotros mismos, a no maquillarnos el alma para convencernos que somos más buenos de lo que realmente somos», en la misa que celebró el martes 3 de marzo en Santa Marta, el Pontífice profundizó «el mensaje de la Iglesia» que «hoy se puede resumir en tres palabras: la invitación, el don y el “fingimiento”». Una invitación que, como se lee en el libro del profeta Isaías (1, 10.16) se refiere precisamente a la conversión: «Oíd la palabra del Señor. Lavaos, purificaos», o sea: «Lo que tenéis dentro y que no es bueno, lo que es malo, lo que está sucio, debe ser purificado».
Ante la petición del profeta: «Apartad de mi vista vuestras malas acciones», «dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien», está quien dice: «Pero, Señor, yo no hago el mal; voy a misa todos los domingos, soy un buen cristiano, doy muchos donativos». A estas personas el Papa Francisco les preguntó idealmente: «¿Tú has entrado en tu corazón? ¿Eres capaz de acusarte a ti mismo por las cosas que encuentras allí?». Y en el momento que se advierte la necesidad de la conversión, nos podemos también preguntar: «¿Cómo puedo convertirme?». La respuesta nos la da la Escritura: «Aprended a hacer el bien».
«La suciedad del corazón», en efecto, destacó el Papa, «no se quita como se quita una mancha: vamos a la tintorería y salimos limpios. Se quita con el obrar». La conversión es «hacer un camino distinto, otro camino distinto al del mal». Otra pregunta: «¿Y cómo hago el bien?». La respuesta la da también el profeta Isaías: «Buscad la justicia, socorred al oprimido, proteged el derecho del huérfano, defended a la viuda». Indicaciones que, como explicó el Papa Francisco, se comprenden bien en una realidad como la de Israel, donde «los más pobres y los más necesitados eran los huérfanos y las viudas». Para cada uno de nosotros significa: ve «donde están la llagas de la humanidad, donde hay mucho dolor; y así, haciendo el bien, lavarás tu corazón. Tú serás purificado. Esta es la invitación del Señor».
Conversión significa, por lo tanto, que estamos llamados a hacer el bien «a los más necesitados: la viuda, el huérfano, los enfermos, los ancianos abandonados, de los que nadie se acuerda»; pero también «los niños que no pueden ir a la escuela» o los niños «que no saben hacer la señal de la cruz». Porque, puso de relieve con amargura el Pontífice, «en una ciudad católica, en una familia católica hay niños que no saben rezar, que no saben hacer la señal de la cruz». Y entonces hay que «ir a ellos» a llevarles «el amor del Señor».
Si hacemos esto, se preguntó el Papa, «¿cuál será el don del Señor?». Él «nos cambiará», dijo retomando la frase con la que el profeta Isaías afirma: «Aunque vuestros pecados sean como escarlata, quedarán blancos como nieve; aunque sean rojos como la púrpura, quedarán como lana». Incluso ante nuestro miedo y titubeo –«Pero, padre, tengo muchos pecados. He cometido muchos, muchos muchos, muchos»– el Señor nos confirma: «Si tú vienes por este camino, por el que yo te invito, incluso si vuestros pecados fueran como escarlata, quedarán blancos como nieve».
Comentó el Pontífice: «¡Es una exageración! El Señor exagera; pero es la verdad», porque Dios, ante nuestra conversión, «nos da el don de su perdón» y «perdona generosamente». Dios no se limita a decir: «Yo te perdono hasta aquí, luego veremos lo demás...». Al contrario, «el Señor perdona siempre todo, todo». Pero, puntualizó el Papa Francisco concluyendo su razonamiento, «si quieres ser perdonado» tienes que encaminarte por la «senda de hacer el bien».
Tras el análisis de las primeras dos palabras propuestas al inicio de la homilía –la «invitación», o sea: ponte en camino para convertirte, para hacer el bien; y el «don», es decir: «te daré el perdón más grande, te cambiaré, te purificaré»– el Papa pasó a la tercera palabra, el «fingimiento». Al releer el pasaje del Evangelio de san Mateo (23, 1-12) donde Jesús habla de los escribas y fariseos, el Papa Francisco hizo notar que «también nosotros somos astutos», como pecadores: «siempre encontramos un camino que no es el justo, para aparentar ser más justos de lo que somos: es el camino de la hipocresía».
Precisamente a esto se refiere Jesús en el pasaje propuesto por la liturgia. Él habla «de los hombres a los que les gusta alardear de justos: los fariseos, los doctores de la ley, que dicen las cosas justas, pero hacen lo contrario». A estos «astutos», explicó el Pontífice, les gusta «la vanidad, el orgullo, el poder, el dinero». Y son «hipócritas» porque «fingen convertirse, pero su corazón es una mentira: son mentirosos». En efecto, «su corazón no pertenece al Señor; pertenece al padre de todas las mentiras, a Satanás. Y este es el “fingimiento” de la santidad».
Es una actitud contra la cual Jesús usó siempre palabras muy claras. Él, de hecho, prefería «mil veces» a los pecadores en vez de los hipócritas. Al menos «los pecadores decían la verdad sobre sí mismos: “apártate de mí Señor que soy un pecador”» (Lc 5, 8). Así, recordó el Pontífice, había hecho «Pedro, una vez». Un reconocimiento que, en cambio, no está jamás en la boca de los hipócritas, quienes dicen: «Te agradezco, Señor, porque no soy pecador, porque soy justo» (Lc 18, 11).
Estas son las tres palabras sobre las que hay que «meditar» en esta segunda semana de Cuaresma: «la invitación a la conversión; el don que nos dará el Señor, es decir, un gran perdón»; y «la “trampa”, es decir, “fingir” convertirse y tomar la dirección de la hipocresía». Con estas tres palabras en el corazón se puede participar en la Eucaristía, «nuestra acción de gracias», en la cual se oye «la invitación del Señor: “Ven hacia mí, cómeme. Yo cambiaré tu vida. Sé justo, haz el bien pero, por favor, cuídate de la levadura de los fariseos, de la hipocresía».

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