lunes, 2 de marzo de 2015

No juzgar a los otros y acusarse a sí mismo es la sabiduría del cristiano, dijo el Papa 02032015

No juzgar a los otros y acusarse a sí mismo es la sabiduría del cristiano, dijo el Papa


El Papa celebra la misa en Santa Marta - OSS_ROM
02/03/2015 13:25


Es fácil juzgar a los otros, pero se va adelante por el camino cristiano sólo si se tiene la sabiduría de acusarse a sí mismo: lo dijo el Papa Francisco volviendo a celebrar la Misa en Santa Marta, después de finalizar los Ejercicios Espirituales.
Las lecturas del día están centradas en el tema de la misericordia. El Papa, recordando que ‘todos somos pecadores’ no ‘en teoría’ sino realmente, indica ‘una virtud cristiana, mejor dicho, más de una virtud’: ‘la capacidad de acusarse a  mismo’. Es el primer paso de quien quiere ser cristiano:
“Todos nosotros somos maestros, somos doctores en justificarnos a nosotros mismos: ‘Pero yo no fui, no, no es culpa mía, pero no era tanto, eh…Las cosas no son así’. Todos tenemos un pretexto explicativo de nuestras faltas, de nuestros pecados, y tantas veces somos capaces de hacer esa cara de ‘pero yo no sé’, cara de ‘yo no lo hice, quizás fue otro’: hacerse el inocente. Y así no se va adelante en la vida cristiana”.
Es más fácil acusar a los otros - observa el Papa - sin embargo sucede una cosa un poco extraña si probamos a comportarnos de manera diversa: ‘cuando comenzamos a ver de qué cosas somos capaces’, al inicio ‘nos sentimos mal, sentimos aversión’, luego esto ‘nos da paz y salud’. Por ejemplo - afirma el Pontífice -  ‘cuando tengo envidia en mi corazón y sé que esta envidia es capaz de hablar mal del otro y matarlo moralmente’, ‘ésta es la sabiduría de acusarse a sí mismo’. ‘Si no aprendemos este primer paso de la vida, nunca, jamás daremos pasos en el camino de la vida cristiana, de la vida espiritual’:
“Es el primer paso, acusarse a sí mismo. Sin decirlo ¿no? Yo y mi conciencia. Voy por la calle, paso adelante de la cárcel: ‘Eh, estos se lo merecen’. ¿Pero tú sabes que si no hubiera sido por la gracia de Dios tú estarías ahí? ¿Has pensado que eres capaz de hacer las cosas que ellos hicieron, incluso peor todavía? Esto es acusarse a sí mismo, no esconder a sí mismo las raíces del pecado que están en nosotros, las tantas cosas que somos capaces de hacer, también si no se ven”.
El Papa subraya otra virtud: avergonzarse delante de Dios, en un diálogo en el cual nosotros reconocemos la vergüenza de nuestro pecado y la grandeza de la misericordia de Dios:
“A ti Señor, nuestro Dios, la misericordia y el perdón. La vergüenza para mí y a ti la misericordia y el perdón. Nos hará bien tener este diálogo con el Señor en esta Cuaresma: la acusación de nosotros mismos. Pidamos misericordia. En el Evangelio Jesús es claro: ‘Sean misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso’. Cuando uno aprende a acusarse a sí mismo es misericordioso con los otros: ¿pero, quién soy yo para juzgarlo, si yo soy capaz de hacer cosas peores?”
La frase: ‘¿Quién soy yo para juzgar a otro?’ – afirma el Obispo de Roma – obedece precisamente a la exhortación de Jesús ‘No juzguen y no serán juzgados, no condenen y no serán condenados, perdonen y serán perdonados’. En cambio, constata ‘¡cómo nos gusta juzgar a los demás, hablar mal de ellos!’
‘Que el Señor en esta Cuaresma – concluye el Papa Francisco – nos dé la gracia de aprender a acusarnos’ en la conciencia de que somos capaces ‘de las cosas más malvadas’ y decir: ‘ten piedad de mí, Señor, ayúdame a avergonzarme y dame la misericordia, así yo podré ser misericordioso con los otros’. 
(MCM-RV)

    Misa en Santa Marta - Vergüenza y misericordia

    2015-03-02 L’Osservatore Romano
    La capacidad de avergonzarse y acusarse a sí mismo, sin descargar la culpa siempre en los demás para juzgarlos y condenarlos, es el primer paso en el camino de la vida cristiana que conduce a pedir al Señor el don la misericordia. Es este el examen de conciencia sugerido por el Papa en la misa que celebró el lunes 2 de marzo, en la capilla de la Casa Santa Marta.
    Para su reflexión el Papa Francisco partió de la primera lectura, tomada del libro de Daniel (9, 4-10). Está, explicó, «el pueblo de Dios» que «pide perdón, pero no es un perdón de palabra: este pedir perdón es un perdón que viene del corazón porque el pueblo se siente pecador». Y el pueblo «no se siente pecador en teoría —porque todos nosotros podemos decir “somos todos pecadores”, es verdad, es una verdad: ¡todos aquí!— pero ante el Señor dice las cosas malas que hizo y lo que no hizo de bueno». Se lee, en efecto, en la Escritura: «Hemos pecado, hemos cometido crímenes y delitos, nos hemos rebelado apartándonos de tus mandatos y preceptos. No hicimos caso a tus siervos los profetas, que hablaban en tu nombre a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra».
    En esencia, hizo notar el Papa Francisco, en estas palabras del pueblo está «la descripción de todo lo malo que hicieron». Y, así, «el pueblo de Dios, en este momento, se acusa a sí mismo». Y no se descarga con «los que nos persiguen», con los «enemigos». Más bien se mira a sí mismo y dice: «Me acuso a mí mismo ante ti, Señor, y me avergüenzo». Palabras claras, que encontramos también en el pasaje de Daniel: «Señor, a nosotros nos abruma la vergüenza».
    «Este pasaje de la Biblia —sugirió el Papa— nos hace reflexionar sobre una virtud cristiana, es más, en más de una virtud». En efecto, «la capacidad de acusarse a sí mismo, la acusación de sí mismo» es «el primer paso para encaminarse como cristiano». En cambio, «todos nosotros somos maestros, somos doctores en justificarnos a nosotros mismos» con expresiones como: «Yo no fui, no, no es culpa mía; pues sí, pero no era tanto... Las cosas no son así...».
    En definitiva, dijo el Papa Francisco, «todos encontramos una excusa» para justificarnos «de nuestras faltas, de nuestros pecados». Es más, añadió, «muchas veces somos capaces de poner esa cara de “¡yo no lo sé!”, cara de “yo no lo hice, tal vez será otro”». En pocas palabras, estamos siempre listos para «pasar por inocente». Pero así, advirtió el Papa, «no se avanza en la vida cristiana».
    Por lo tanto, reafirmó, «el primer paso» es la capacidad de acusarse a sí mismo. Y es ciertamente «bueno» hacerlo con el sacerdote en la confesión. Pero, preguntó el Papa Francisco, «antes y después de la confesión, en tu vida, en tu oración, ¿eres capaz de acusarte a tí mismo? ¿O es más fácil acusar a los demás?».
    Esta experiencia, destacó el obispo de Roma, suscita «algo un poco extraño pero que, al final, nos da paz y salud». En efecto, «cuando comenzamos a mirar todo aquello de lo que somos capaces, nos sentimos mal, sentimos repugnancia» y llegamos a preguntarnos: «¿Pero yo soy capaz de hacer esto?». Por ejemplo, «cuando encuentro en mi corazón una envidia y sé que esa envidia es capaz de hablar mal del otro y matarlo moralmente», me tengo que preguntar: «¿Soy capaz de ello? Sí, yo soy capaz». Y precisamente «así comienza esta sabiduría, esta sabiduría de acusarse a sí mismo».
    Por consiguiente, «si no aprendemos este primer paso de la vida —afirmó el Papa Francisco— jamás daremos pasos hacia adelante por el camino de la vida cristiana, de la vida espiritual». Porque, precisamente, «el primer paso» es siempre el de «acusarse a sí mismo», incluso «sin decirlo: yo y mi conciencia».
    Al respecto el Papa propuso un ejemplo concreto. Cuando vamos por la calle y pasamos ante una prisión, dijo, podríamos pensar que los detenidos «se lo merecen». Pero –invitó a considerar– «¿sabes que si no hubiese sido por la gracia de Dios, tú estarías allí? ¿Has pensado que eres capaz de hacer las cosas que ellos hicieron, incluso peores?». Esto, precisamente, «es acusarse a sí mismo, no esconder a uno mismo las raíces de pecado que están en nosotros, las tantas cosas que somos capaces de hacer, aunque no se vean».
    Es una actitud, prosiguió el Papa Francisco, que «nos lleva a la vergüenza delante de Dios, y esta es una virtud: la vergüenza delante de Dios». Para «avergonzarse» hay que decir: «Mira, Señor, siento repugnancia de mí mismo, pero tú eres grande: a mí la vergüenza, a ti –y la pido– la misericordia». Precisamente como dice la Escritura: «Señor, nos abruma la vergüenza, porque hemos pecado contra ti». Y lo «podemos decir, porque soy capaz de pecar y hacer muchas cosas malas: “A ti, Señor, nuestro Dios, la misericordia y el perdón. La vergüenza para mí y a ti la misericordia y el perdón”». Es un «diálogo con el Señor» que «nos hará bien en esta Cuaresma: la acusación de nosotros mismos».
    «Pidamos misericordia» volvió a proponer el Papa refiriéndose especialmente al pasaje de la liturgia de san Lucas (6, 36-38). Jesús «es claro: sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso». Por lo demás, explicó el Papa Francisco, «cuando uno aprende a acusarse a sí mismo es misericordioso con los demás». Y puede decir: «¿Pero quién soy yo para juzgarlo, si soy capaz de hacer cosas peores?». Es una frase importante: «¿quién soy yo para juzgar al otro?». Esto se comprende a la luz de la palabra de Jesús «sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» y con su invitación a «no juzgar». En cambio, reconoció el Pontífice, «cómo nos gusta juzgar a los demás, hablar mal de ellos». Sin embargo, el Señor es claro: «no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados». Es un camino ciertamente «no fácil», que «inicia con la acusación de uno mismo, inicia con esa vergüenza delante de Dios y con la petición de perdón a Él: pedir misericordia». Precisamente «de ese primer paso se llega a esto que el Señor nos pide: ser misericordiosos, no juzgar a nadie, no condenar a nadie, ser generosos con los demás».
    En este perspectiva, el Papa invitó a orar para que «el Señor, en esta Cuaresma, nos dé la gracia de aprender a acusarnos a nosotros mismos, cada uno en su soledad», preguntándose uno mismo: «¿Soy capaz de hacer esto? ¿Con este sentimiento soy capaz de hacer esto? ¿Con este sentir que tengo en mi interior soy capaz de las cosas más perversas?». Y al orar así: «ten piedad de mí, Señor, ayúdame a avergonzarme y dame misericordia, así podré ser misericordioso con los demás».

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