lunes, 16 de noviembre de 2015

Santa Gertrudis La Magna - San Rufino África - Beato Simeón de Cava - San Fidencio Padua 16112015

Santa Gertrudis La Magna

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Santa Gertrudis la Magna, virgen
Santa Gertrudis, llamada «Magna», virgen, que entregada desde su infancia, con mucho fervor y decisión, a la soledad y al estudio de las letras, y convertida totalmente a Dios, ingresó en el monasterio cisterciense de Helfta, cerca de Eisleben, en Sajonia, donde progresó de modo admirable por el camino de perfección, consagrándose a la oración y contemplación de Cristo crucificado. Falleció el día diecisiete.
En 1258, las religiosas de Rossdorf, entre las que se encontraba santa Matilde, se trasladaron a un monasterio de Helfta, en Sajonia, de donde era originaria la noble familia de los Hackeborn; allí fue abadesa Gertrudis von Hackeborn, hermana de santa Matilde, y que no debe ser confundida con nuestra santa de hoy, que no fue abadesa. Tres años más tarde de la fundación, santa Gertrudis, que entonces tenía cinco, fue enviada a educarse con las religiosas. Nada sabemos acerca de sus padres ni del sitio en que nació. La superiora la confió al cuidado de santa Matilde y, pronto, las dos santas empezaron a unirse con los lazos del afecto. Gertrudis, que era muy atractiva e inteligente, llegó a ser una buena latinista. Con el tiempo, tomó el hábito en ese convento, del que probablemente no había salido desde la niñez.

A eso de los veintiséis años, santa Gertrudís tuvo la primera de las revelaciones que la hicieron famosa: cuando iba a acostarse, le pareció ver al Señor en forma de joven. «Aunque sabía yo que me hallaba en el dormitorio, me parecía que me encontraba en el rincón del coro donde solía hacer mis tibias oraciones y oí estas palabras: 'Yo te salvaré y te libraré. No Temas'. Cuando el Señor dijo esto, extendió su mano fina y delicada hasta tocar la mía, como para confirmar su promesa y prosiguió: 'Has mordido el polvo con mis enemigos y has tratado de extraer miel de las espinas. Vuélvete ahora a Mí, y mis delicias divinas serán para ti como vino'.» Entonces se interpuso un seto de espinos entre los dos. Pero Gertrudis se sintió como arrebatada por los aires y se encontró al lado del Señor:«Entonces vi en la mano que poco antes se me había dado como prenda, las joyas radiantes que anularon la pena de muerte que se cernía sobre nosotros.» Tal fue la experiencia de Gertrudis; tal fue lo que podría llamarse su «conversión», a pesar de que se trataba del alma más pura e inocente. A partir de entonces, se entregó con plena conciencia y toda deliberación a la conquista de la perfección y de la unión con Dios.

Hasta entonces, los estudios profanos habían sido sus delicias; en adelante, se dedicó a estudiar la Biblia y los escritos de los Padres, sobre todo de san Agustín y de san Bernardo, quien había muerto no hacía mucho tiempo. En otras palabras, «del estudio de la gramática pasó al de la teología»; y sus escritos muestran claramente la influencia de la liturgia y de sus lecturas privadas. Exteriormente, la vida de santa Gertrudis fue como la de tantas otras contemplativas, es decir, poco pintoresca. Sabemos que solía copiar pasajes de la Sagrada Escritura y componer pequeños comentarios para sus hermanas en religión, y que se distinguía por su caridad para con los difuntos y por su libertad de espíritu. El mejor ejemplo de esto último es su reacción ante las muertes súbitas e inesperadas. «Deseo con toda el alma tener el consuelo de recibir los últimos sacramentos, que dan la salud; sin embargo, la mejor preparación para la muerte es tener presente que Dios escoge la hora. Estoy absolutamente cierta de que, ya sea que tenga una muerte súbita o prevista, no me faltará la misericordia del Señor, sin la cual no podría salvarme en ninguno de los dos casos».

Después de la primera revelación, Gertrudis siguió viendo al Señor «veladamente», a la hora de la comunión, hasta la víspera de la Anunciación. Ese día, el Señor la visitó en la capilla durante los oficios de la mañana y, «desde entonces, me concedió un conocimiento más claro de Él, de suerte que empecé a corregirme de mis faltas mucho más por la dulzura de Su amor que por temor de su justa cólera». Los cinco libros del «Heraldo de la amorosa bondad de Dios» (comúnmente llamados «Revelaciones de Santa Gertrudis»), de los que la santa sólo escribió el segundo, contienen una serie de visiones, comunicaciones y experiencias místicas, que han sido ratificadas por muchos místicos y teólogos distinguidos. La santa habla de un rayo de luz, como una flecha, que procedía de la herida del costado de un crucifijo. Cuenta también que su alma, derretida como la cera, se aplicó al pecho del Señor como para recibir la impresión de un sello y alude a un matrimonio espiritual en el que su alma fue como absorbida por el corazón de Jesús. Pero «la adversidad es el anillo espiritual que sella los esponsales con Dios». Santa Gertrudis se adelantó a su tiempo en ciertos puntos, como la comunión frecuente, la devoción a san José y la devoción al Sagrado Corazón. Con frecuencia hablaba del Sagrado Corazón con santa Matilde y se cuenta que en dos visiones diferentes reclinó la cabeza sobre el pecho del Señor y oyó los latidos de su corazón.

En la actualidad, el pueblo cristiano conoce sobre todo a estas santa Matilde y a santa Gertrudis por una serie de oraciones que se les atribuyen. Fueron publicadas por primera vez en Colonia, a fines del siglo XVII. Sin meternos a juzgar el mérito de esas oraciones, lo cierto es que no fueron compuestas por Gertrudis y Matilde. Dom Castel fue el primero que publicó en francés una serie de plegarias entresacadas de las obras genuinas de ambas santas; el canónigo Juan Gray las tradujo al inglés en 1927. Alban Butler, refiriéndose al libro de santa Gertrudis, dice que es «probablemente, después de las obras de santa Teresa, el escrito más útil que una mujer ha dado a la Iglesia para alimentar la piedad en el estado contemplativo». Santa Gertrudis murió el 17 de noviembre de 1301 o 1302, alrededor de los cuarenta y cinco años, al cabo de diez años de penosas enfermedades. Aunque no fue canonizada formalmente, Inocencio XI introdujo su nombre en el Martirologio Romano en 1677. Clemente XII ordenó que se celebrase su fiesta en toda la Iglesia de Occidente, lo que equivale en los hechos a una canonización. Tanto los benedictinos como los cistercienses aseguran que el monasterio de Helfta pertenecía a sus respectivas órdenes y veneran especialmente a santa Gertrudis.

La biografía inglesa de Dom G. Dolan, St Gertrude the Great (1912) es excelente, así como la obra francesa de G. Ledos (1901). E. Michel estudió con acierto la influencia de santa Gertrudis en el sentimiento religioso de su época, en Geschichte des deutschen Volkes vom dreizehnten Jahrhundert, vol. III , pp. 174-211. Se han escrito muchos libros y artículos sobre la devoción que santa Gertrudis profesaba al Sagrado Corazón, adelantándose a su tiempo. Véase, por ejemplo, A. Hamon, Histoire de la devotion au Sacre Coeur, vol. II; U. Berliére, La dévotion au Sacre Coeur dans l'Ordre de St Benoit (1920).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI



San Rufino África

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Santos Rufino, Marco, Valerio y sus compañeros, Africa.


Beato Simeón de Cava

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Beato Simeón, abad
En el monasterio de Cava dei Tirreni, en la Campania, beato Simeón, abad.
Las noticias sobre este digno abad de la abadía de la Ssma. Trinidad de Cava dei Tirreni, vienen de diferentes fuentes autorizadas, algunas contemporáneas, incluyendo el «Kalendarium» de 1280, que marca el día de su muerte y es la primera evidencia del culto que se la ha tributado. Simeón fue el cuarto abad de Cava, de esa abadía famosa e importante fundada por san Alferio hacia 1020. Fue además el primero de los abades cavenses que serán elegidos por los monjes, en 1124, mientras que los anteriores fueron nombrados por sus predecesores. Otros documentos testimonian su presencia desde 1105 como simple monje en los asuntos administrativos; resulta ser el primer prior, desde 1109 hasta 1113, del reconstruido monasterio de Santa Sofía, en Salerno, que había sido donado a la abadía en el año 1100; además se lo encuentra como prior del importante monasterio de San Arcángel Cilento entre 1119 y 1120.

Simeón gobernó en una época que se había vuelto difícil en lo político y religioso a causa de las luchas entre los normandos y el papado, y llevó a cabo su tarea de manera encomiable, tanto como para suscitar la estima de los dos poderes, recibiendo como otros abades de Cava, feudos, bienes y privilegios que hicieron grande y poderoso a esta abadia. Antes de tomar decisiones importantes, consultaba con los «seniori» que tenían relación con los feudos d ela abadía. Para defender al pueblo que rodeaba a la abadía de las incursiones sarracenas, finalizó de la construcción del castillo de San Ángel (actualmente Castellabate), que había sido iniciado unos meses antes por su predecesor, san Constable, después de lo cual concedió a los habitantes de Castellabate la propiedad de tierras y casas, con la consiguiente reducción de beneficios para la Abadía; compró además el puerto «Lu Traversu» al conde de Acerno, para facilitar el comercio en la zona.

El rey Ruggiero II de Sicilia, los principios de Salerno, los obispos y señores feudales, lo tenían en alta estima, concediendo a la abadía exenciones y privilegios, lo mismo que hicieron los papas Anacleto II e Inocencio II. Gobernó durante 16 años, y murió el 16 de noviembre 1140. Fue sepultado en la gruta «Arsicia», junto a los anteriores abades y al fundador. Sus reliquias fueron exhumadas y trasladadas en varias ocasiones a distintas partes de la iglesia abacial, hasta que luego de la confirmación de culto por Pío XII el 16 de mayo 1928, fueron colocadas bajo el altar de san Benito.
fuente: Santi e Beati

San Fidencio Padua

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San Fidencio, ob. de Padua, 168.

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