Beatos Randulfo Corby y Juan Duckett, presbíteros y mártires
fecha: 7 de septiembre
†: 1644 - país: Reino Unido (UK)
canonización: B: Pío XI 15 dic 1929
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
†: 1644 - país: Reino Unido (UK)
canonización: B: Pío XI 15 dic 1929
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Londres, en Inglaterra, beatos Randulfo Corby, jesuita, y Juan
Duckett, presbíteros y mártires, que, en tiempo del rey Carlos I, fueron
condenados a muerte en el patíbulo de Tyburn por haber entrado en Inglaterra
como sacerdotes, y alcanzaron, así, la palma celestial.
Patronazgos: Ralph, Rodolfo, Rafael
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La familia Ducket, del norte de
Inglaterra, ya había dado un mártir a la Iglesia en la persona del beato Jaime
Ducket(19 de abril). Este mártir tenía un hijo que llegó a ser
prior de los Cartujos ingleses de Nieuport, en Flandes; no se sabe con certeza
si James Ducket, el padre del beato Juan, era hermano del prior, pero de todas
maneras, el parentesco entre el beato Juan y el beato Jaime era muy próximo.
Juan nació en la localidad de Underwinter, en la parroquia de Sedhergh, en la
porción occidental de Yorkshire, en 1613. Estudió en el Colegio Inglés de Douai
y ahí fue ordenado sacerdote en 1639. Después estudió durante tres años en París,
donde fueron motivo de comentarios su gran piedad y las horas largas que
dedicaba a la plegaria; entre sus compañeros, corrían rumores de que estaba
dotado de altos dones para la contemplación. Cuando al fin se decidió enviarlo
a la misión de Inglaterra, pasó dos meses retirado en el convento de los
cartujos, en Nieuport, en preparación para la tarea, bajo la guía de un tal
padre Ducket que, al decir del obispo Challoner, era su pariente, pero sin
especificar en qué grado. Después de haber ejercido su ministerio durante unos
doce meses en el condado palatino de Durham, fue detenido cuando iba a bautizar
a dos niños, el 2 de julio de 1644, junto con dos laicos. Una comisión
parlamentaria en Sunderland, se encargó de examinar a Ducket, quien rehusó
admitir que era sacerdote y exigió que se le dieran pruebas de la acusación.
Los santos óleos y el ritual que se le encontraron encima eran pruebas más que
suficientes, pero los investigadores necesitaban una confesión personal, de
manera que pusieron en el cepo al reo y amenazaron con torturarlo si no admitía
su culpa. Cuando Ducket supo que se interrogaba a los dos civiles detenidos
junto con él y que se hacían investigaciones entre sus amigos y parientes,
decidió salvarlos de posibles complicaciones y, por lo tanto, confesó su
sacerdocio. Inmediatamente fue enviado a Londres, junto con el padre Corby de
la Compañía de Jesús, quien había sido aprehendido mientras celebraba la misa
en Hamsterley Hall, cerca de Newcastle.

El padre Rafael Corby (o Carbington)
pertenecía a una buena familia de Durham, aunque había nacido en Maynooth, en
1598. Cuando tenía cinco años, sus padres regresaron a Inglaterra y, luego de
soportar años de persecución, cada uno de los miembros de la familia entró en
religión. El padre de familia, Gerardo Corbington, fue un ayudante temporal de
los jesuitas. Logró reconciliar con la Iglesia a su propio padre cuando casi
llegaba a los cien años de edad. La madre, Isabel Richardson, murió en el
convento de Gante, y dos de las hijas ingresaron a la orden benedictina en
Bruselas, mientras que otros dos hermanos de Rafael fueron, como éste,
jesuitas. Rafael se unió a la Compañía de Jesús, en Watten, en Flandes, y en
1632 regresó a la misión de Inglaterra, donde ejerció su ministerio durante
doce años con infatigable celo entre los dispersos y atemorizados fieles del
condado de Durham. El obispo Challoner nos dice que «todos le amaban como a un
padre y le veneraban como a un apóstol».
Los dos sacerdotes presos, al llegar a
Londres, fueron encerrados en Newgate para esperar la sesión de los tribunales
en el mes de septiembre. No había ninguna duda sobre el resultado del proceso,
y los jesuitas ingleses en el extranjero se afanaban febrilmente, de acuerdo
con el encargado de negocios de Alemania en Londres, para obtener la libertad
del padre Corby a cambio de la libertad de un coronel escocés que se hallaba
preso en Alemania, por orden del emperador. Cuando parecía que las cosas iban a
arreglarse, el padre Corby ofreció ceder su lugar al señor Ducket; pero éste
repuso: «Vuestra liberación ha sido procurada y arreglada por vuestros amigos.
Sois vos quien debéis aceptarla». Corby protestó y alegó que el señor Ducket
era más joven y estaba mejor calificado para el servicio en la misión que él
mismo. Y así, uno a otro se cedieron cortésmente la libertad, sin que ninguno
se mostrara dispuesto a aceptarla sin el otro, hasta que enviaron un expediente
para salvarse los dos; pero el expediente no tuvo éxito, porque el parlamento
estaba resuelto a hacerlos morir. Durante el juicio, los dos se declararon
culpables de ser sacerdotes, pero el padre Corby declaró que como había nacido
en Irlanda no quedaba bajo los estatutos ingleses. Aquella reclamación fue
rehusada, contra todo derecho, y se pronunció la sentencia de muerte.
Cuando el padre Corby celebraba su última
misa en la prisión de Newgate, «parecía sufrir una agonía terrible de tristeza
y de temor», pero la prueba pasó y, a las diez de la mañana del 7 de septiembre
de 1644, los dos sacerdotes emprendieron serenamente la marcha hacia Tyburn:
llevaban la tonsura recientemente afeitada, vestían sus largas sotanas con el
alzacuello y presentaban un aspecto tranquilo y sonriente. Ducket habló poco,
pero no cesó de dar bendiciones a todos los que acudían a pedírsela; al ministro
protestante que comenzó a hablarle, le repuso: «Señor, no he venido aquí a que
me enseñen mi fe sino a morir por profesarla». El padre Rafael pronunció un
breve discurso sobre la carreta, bajo la horca; los dos condenados se abrazaron
efusivamente y la carreta fue retirada. El jefe de la ejecución no permitió que
fueran cortados sus cuerpos ni que se les sacaran las entrañas, hasta que
estuviesen muertos; después, tomó toda clase de precauciones para que ninguna
porción de los restos de los mártires escapara a las llamas de la hoguera en
que fueron incinerados los cadáveres destrozados; sin embargo, se conserva una
mano del Beato Juan y algunos trozos de las sotanas de ambos. En los archivos
de la diócesis de Westminster se atesora una carta escrita por el beato Juan,
la víspera de su muerte, al Dr. Ricardo Smith, obispo titular de Calcedonia y
vicario apostólico de Inglaterra, quien por entonces radicaba en París. «No le
temo a la muerte -escribió- ni desprecio a la vida. Si me correspondiese vivir,
lo soportaría con paciencia; pero si me corresponde la muerte, la recibiré con
júbilo, porque así Cristo es mi vida y la muerte mi victoria».
A Rafael Corby se le incluye en el estudio
biográfico escrito por su hermano, el P. Ambrosio Corby, Certamen Triplex. Véase también el Memoires of Missionary Priests, pp. 457-466; el Records of
the English Province of the Society of Jesus, vol. III , pp. 68-96; y J. Brodrick, Procession
of Saints (1949), pp. 111-130.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
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