lunes, 19 de septiembre de 2016

Simetría de los tiempos (reflexión sobre la ilusión que el otoño volverá). 19092016

Simetría de los tiempos (reflexión sobre la ilusión que el otoño volverá). 

A  ti, que tú estabas cerca este año    
Antes del Cristo parece que el tiempo no existía: nadie sabía a su propia edad exactamente, no había los días de santos, nadie celebraba sus cumpleaños, todas las fechas históricas eran aproximadas.  Y hasta existía cierta oposición a toda esta cronología: el cosmos se movía como una rueda en los sistemas de Demócratas o Heráclito, todo debería desaparecer en fuego y agua que eran las fuentes de todo y su destino final. Parece que el tiempo empezó a ser el tiempo solo con la irrupción de la eternidad, con la encarnación y con la vida histórica del Dios que se hizo hombre. Paradójicamente, la historia adquiere su significado cuando en ella interviene algo distinto, el otro Reino. En la Edad Media para que un reino empezara a tener  conciencia sobre sus fronteras, haría falta la guerra territorial con el otro reino. Así se estructuraba el espacio.  
Para que los hombres se  dieran cuenta que el mundo tiene su fin y su comienzo, que nada va a repetirse, necesitaríamos a la irrupción del Reino, como del algo absolutamente distinto. Así el horizonte hace visibles los objetos y la abolición de las leyes nos demuestra que estas leyes existían no solo como una noción abstracta. Cristo habla sobre la cercanía del fin de tiempo, porque solo su presencia da sentido a este fin. Con la cruz y la Resurrección se cumple lo predicho y el rio de la historia bíblica llega al mar de su eternidad. Pero esta eternidad no hace insignificante a la historia humana, sino al contrario, la otorga la capacidad de ser en el mismo tiempo temporal y eterna. Todo muere  y pasa, todo se queda y se repite.  


“Una vez crucificaron al Cristo, pero cada año estamos celebrando a su Pascua”, - decía el teólogo ruso Sergey Averintzev, - “El movimiento circular de las fiestas anuales nos permite ver a la línea recta del tiempo como una cierta curva que no llega a ser otra vez el circulo”. Persona siempre está rodeada por su círculo de las ceremonias, costumbres y fiestas, por lo que “se hacía siempre” y esto le da la seguridad y la estabilidad. El más grave problema ecuménico no es territorial,  de jerarquía o dogmático (todo esto interesa a muy poca gente), sino este nivel costumbrista de “nuestros santos” y de “lo que hacían siempre”. 
Dios es uno en todas las confesiones, pero si tú te acostumbras a encender a las velas de cera a los iconos o a santificar a los biscochos de la Pascua cada Jueves Santo con el agua bendita, todo va a ser mucho más difícil. La vida se cambió y no habrá ya en ya el patio con la luz de la primaverani los panes redondos adornados con encajes y azúcar glaseado, ni  las gotas del agua bendita en el rostro, ni los huevos remojados toda la noche en el agua con las cascaras de cebolla. No habrá la regenta con su pincel que dibujaba las cruces en los lados redondos de estos símbolos de la Resurrección. Pero tampoco habrán arroyos de la primera nieve, la tierra ennegrecida y siempre tres días antes de la Pascua la noticia: “¡En la bahía se rompió el hielo!”. 
El hielo se rompe y el tiempo entra en el mar de la eternidad. El tiempo rompe al viejo iconostasio y ya estas  ante un retablo barroco, viendo como todos los sacramentos de la liturgia están observados por todos y el sacerdote mira a su pueblo. Así interrumpe en la mente  el Concilio Vaticano II. Y la misa adquiere el otro ritmo, sin perder por eso su sentido, porque la eternidad de la liturgia alarga al tiempo, lo llena hasta sus límites. Dejando atrás a nuestras costumbres, entramos en este rio de la historia universal, donde solo somos una parte. “Recto es nuestro camino, solo empujados por el diablo damos las vueltas”, - escribía San Isidoro de Sevilla en sus “Sentencias”. “¡Nunca no se repetirá ni esta escuela, ni este Platón, porque solo una vez murió el Cristo en la cruz!”, - exclamaba San Agustín. Sin embargo, cada año  los niños empiezan  estudiar a la filosofía desde Platón y Sócrates, otra vez viendo al pórtico inmortal y escuchando a sus palabras: “¡Silencio, los atenienses!”. Y cada vez siendo pecadores damos las vueltas en el bosque de nuestras dudas, porque a veces da miedo el camino recto hacia el mar que ya había roto a su hielo.  


El camino recto esta trazado encima de las aguas y lo debes seguir apoyándose solo en tu fe, sin miedo de las tempestades, a veces sin apoyo y sin esperanza. El espacio ya no es lo mismo, alguien también andaba por las aguas  y atravesaba a las paredes después de su Resurrección. Yo nunca volveré a la iglesia de madera cerca del Mar Báltico con los nimbos dorados de sus santos y el canto en el antiguo eslavo. Toda la vuelta será una huida de su destino, de la voluntad divina. Así escribía San Leandro a su desolada hermana Florentina: “Nunca no volverás de donde ya has salido”. Ahora en esta soledad, eternidad solo debemos escuchar a la única voz, seguir al único movimiento de la figura encima de las aguas. Pero somos débiles, porque la soledad de la santidad es la cruz verdadera.  
“Mejor amar a  las cosas  dadas 
 con las medidas efímeras, 
porque debemos levantarnos, 
sin resbalar en las escaleras. 
No son tan limpias. No importa. 
No son muy bellas. ¡Qué más da! 
Las escaleras nos aportan 
lo que  llamamos “la verdad” , -  
así escribía Iosif Brodsky en su juventud. Y no se trata de la Verdad con la letra mayúscula, pero de nuestras pobres verdades: “que yo tengo razón”, “que es mi derecho”, “que solo quería hacer el bien” que este otoño volverá otra vez, hay que guardar a los zapatos y a la bufanda. 
Ya hace casi tres años mi padre me pidió regalarle una boina de otoño. Cuando yo llegue a Moscú, él ya estaba flojo, la cogió en sus manos, acarició a su tela y ella se quedó en la mesilla de la noche para siempre. “Debes comer bien y el otoño siguiente vamos a pasear en el parque, vas a ponerte  tu boina”. Pero sus ojos ya miraban al mar, donde iba una figura atravesando a las olas, calmando a los vientos y a las tempestades. El otoño no volverá, no se repetirá y este gorro de  lana gris ya no le hará falta.  

   

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